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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Aventuras, Juvenil, Fantastico

La tumba de Huma (33 page)

BOOK: La tumba de Huma
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—Por supuesto la decisión debe tomarla Sturm. Debe hacer lo que mejor le parezca, pero yo creo que debería acompañar a Derek.

—Estoy de acuerdo —murmuró Flint—. Después de todo, seremos
nosotros
los que corramos mayor peligro. Estaremos más seguros sin el Orbe de los Dragones, porque, en definitiva, eso es lo que los elfos quieren.

—Sí —asintió Silvara—. Nosotros correremos menos peligro sin el Orbe. Seréis vosotros los que estaréis en una situación comprometida.

—Entonces estoy decidido —dijo Sturm—. Iré con Derek.

—¿Y si te ordeno que permanezcas con ellos? —preguntó Derek.

—No tienes ninguna autoridad sobre mí. ¿Lo has olvidado? Todavía no he sido nombrado caballero.

Se hizo un profundo silencio. Derek observó a Sturm fijamente.

—No, y si está en mis manos, ¡nunca lo serás!

Sturm se encogió, como si Derek le hubiera asestado un golpe físico. Luego se puso en pie, suspirando pesadamente.

Derek ya había comenzado a recoger sus cosas. Sturm se movió con más lentitud, pensativo. Laurana se levantó y se dirigió hacia él.

—Ten —le dijo rebuscando en su bolsa—. Necesitarás comida...

—Podrías venir con nosotros —dijo Sturm en voz baja mientras ella dividía las provisiones —. Tanis sabe que vamos a Sancrist. Seguramente irá hacia allá, si puede.

—Tienes razón —dijo Laurana con ojos relucientes—. Tal vez sea una buena idea pero...—Su mirada se desvió hacia Silvara. La Elfa Salvaje sostenía el Orbe todavía envuelto en la capa. Los ojos de Silvara estaban cerrados, casi como si estuviera comunicándose con algún espíritu invisible. Suspirando, Laurana negó con la cabeza.

—No, debo quedarme con ella, Sturm. Algo va mal. No comprendo... —se interrumpió, incapaz de articular sus pensamientos—. ¿Qué ocurre con Derek? ¿Por qué insiste tanto en viajar solo? El enano tiene razón. Si los elfos os capturan sin estar nosotros, no dudarán en mataros.

La expresión de Sturm era sombría.

—¿Cómo puedes preguntar? El gran Derek Crownguard regresa solo tras pasar terribles peligros, llevando con él el codiciado Orbe... —Sturm se encogió de hombros.

—Pero hay mucho en juego —protestó Laurana.

—Tienes razón, Laurana —dijo Sturm agriamente—. Hay mucho en juego. Más de lo que tú sabes... el liderazgo de los Caballeros de Solamnia... No puedo explicártelo ahora...

—Vamos, Brightblade, ¡si es que vienes! —gruñó Derek.

Sturm tomó la comida y la metió en su bolsa.

—Adiós, Laurana—dijo inclinando la cabeza con la silenciosa caballerosidad con la que marcaba todos sus actos.

—Adiós, Sturm, amigo mío —susurró ella, rodeando al caballero con sus brazos.

Él la abrazó y luego la besó gentilmente en la frente.

—Llevaremos este extraño objeto a los sabios para que lo estudien. El Consejo de la Piedra Blanca se reunirá pronto, —dijo—. Los elfos serán invitados a asistir, ya que sonmiembros consultivos. Debes venir a Sancrist tan pronto como puedas, Laurana. Necesitaremos tu presencia.

—Estaré allí, si la voluntad de los dioses lo permite —dijo Laurana, desviando la mirada hacia Silvara, que estaba entregándole a Derek el Orbe de los Dragones. Una inmensa expresión de alivio apareció en el rostro de la muchacha cuando Derek se volvió para marchar.

Sturm se despidió y luego avanzó por la nieve tras Derek. Los compañeros vieron relucir un destello de luz cuando un rayo de sol iluminó su escudo.

De pronto Laurana dio un paso hacia adelante.

—¡Esperad! —gritó—. Debo detenerlos. También deberían llevarse la
dragonlance.

—¡No! —chilló Silvara, corriendo para bloquear el paso a Laurana.

Ésta, enojada, alzó el brazo para empujar a la muchacha a un lado, pero al ver el rostro de Silvara, su mano se detuvo.

—¿Qué estás haciendo, Silvara? —preguntó Laurana—. ¿Por qué has hecho que partieran? ¿Por qué tenías tantas ganas de separarnos? ¿Por qué les has dado el Orbe y no la lanza...?

Silvara no respondió. Simplemente se encogió de hombros y contempló a Laurana con ojos más azules que la medianoche. Laurana sintió que su voluntad quedaba anulada por aquellos ojos tan azules. Aquello le recordó terroríficamente a Raistlin.

Gilthanas observó a Laurana con expresión perpleja y preocupada. Theros, ceñudo, miró a Laurana como si comenzara a compartir sus dudas. Pero todos ellos fueron incapaces de moverse. Se hallaban totalmente bajo el control de Silvara... pero, ¿qué les había hecho? Cuando la Elfa Salvaje avanzó lentamente hacia donde Laurana había dejado el envoltorio con la
dragonlance,
únicamente pudieron contemplarla asombrados. Inclinándose, Silvara sacó el pedazo roto de madera y lo alzó en el aire.

La luz del sol refulgió en el cabello plateado de Silvara, como imitando el destello de luz del escudo de Sturm.

—La
dragonlance
se queda conmigo —dijo Silvara. Echando un rápido vistazo al hechizado grupo añadio —, y vosotros también

7

Un viaje tenebroso.

La nieve retumbó y cayó tras ellos por la ladera de la montaña. Descendiendo en blancas cortinas, bloqueando e interrumpiendo el paso, destruyendo su rastro. El eco del trueno mágico de Gilthanas aún resonaba en el aire, o tal vez fuera el estruendo de las rocas al caer rodando por las laderas.

Los compañeros, guiados por Silvara, viajaban por los senderos del este lenta y cautelosamente, caminando sobre la parte pedregosa y evitando, en lo posible, las zonas cubiertas de nieve. Cada uno pisaba las huellas que había dejado el que le precedía, para que los elfos que los seguían no supieran nunca con seguridad cuántos eran en el grupo.

De hecho fueron tan extremadamente cuidadosos, que llegó un momento en que Laurana comenzó a preocuparse.

—Recuerda que queremos que nos encuentren —le dijo a Silvara mientras avanzaban por la cima de un rocoso desfiladero.

—No te preocupes. No les será muy difícil encontrarnos —le respondió Silvara.

—¿Cómo estás tan segura? —comenzó a preguntar Laurana, pero entonces resbaló, cayendo sobre las manos y las rodillas. Gilthanas le ayudó a ponerse en pie. Haciendo una mueca de dolor, Laurana contempló a Silvara en silencio. Ninguno de ellos, ni siquiera Theros, entendía el súbito cambio que se había producido en la Elfa Salvaje desde la partida de los caballeros. Todos desconfiaban de ella, pero la única opción que tenían era seguirla.

—Porque saben hacia dónde nos dirigimos —respondió Silvara—. Fuiste muy lista al pensar que les había dejado una pista en la gruta. Lo hice. Afortunadamente no la encontraste. Bajo aquellas ramas que tan amablemente esparciste por mí, había dibujado un tosco mapa. Cuando lo encuentren, pensarán que lo dibujé para explicaros nuestra ruta. Hiciste que quedara de lo más real, Laurana —el tono de su voz fue desafiante hasta que se encontró con la mirada de Gilthanas.

El elfo desvió la mirada, con expresión severa. Silvara titubeó. Su voz se tomó suplicante.

—Lo hice por una razón... una buena razón. Ya entonces supe, al ver las huellas, que tendríamos que separarnos. ¡Debéis creerme!

—¿Y qué me dices del Orbe de los Dragones? ¿Qué hacías con él? —preguntó Laurana.

—Na..nada. ¡Debéis confiar en mí!

—No veo por qué —respondió Laurana fríamente.

—No os he hecho ningún daño...

—¡A parte de enviar a los caballeros y al Orbe a una trampa mortal! —gritó Laurana.

—¡No! ¡No lo he hecho! Créeme. Estarán a salvo. Ese fue mi plan desde el principio. Nada debe sucederle al Orbe. Sobre todo no debe caer en manos de los elfos. Ese es el motivo por el que pensé que debíamos separarnos. ¡Ése es el motivo por el que os ayudé a escapar! —la muchacha miró a su alrededor, husmeando el aire como un animal—. ¡Vamos! Nos hemos entretenido demasiado.

—¡Si es que decidimos ir contigo! —dijo Gilthanas agriamente¡ ¿Qué sabes sobre el Orbe de los Dragones?

—¡No me preguntéis! —la voz de Silvara se tornó repentinamente bronca y llena de tristeza. Sus ojos azules miraron a los de Gilthanas con tal amor que él no pudo sostener su mirada. El elfo sacudió la cabeza. Silvara lo tomó del brazo.

—¡Por favor,
shalori,
amado mío, confía en mí! Recuerda lo que hablamos en el estanque. Dijiste que tenías que hacer esas cosas... decepcionar a los tuyos, convertirte en un proscrito... porque debías hacer lo que creías en el fondo de tu corazón. Yo te dije que te comprendía, porque tenía que hacer lo mismo. ¿No me creíste?

Gilthanas asintió con la cabeza.

—Te creí —le dijo en voz baja, y acercándose más a ella le besó el plateado cabello—. Iremos contigo. Vamos, Laurana —rodeando a Silvara con el brazo, ambos comenzaron a avanzar de nuevo por la nieve.

Laurana miró desconcertada a los demás. Ellos evitaron su mirada, pero Theros se acercó a ella.

—He vivido en este mundo casi cincuenta años, joven mujer —le dijo amablemente—. Para vosotros los elfos no es mucho. Pero nosotros, los humanos,
vivimos
esos años, no dejamos simplemente que transcurran. Y voy a decirte algo, esa muchacha ama a tu hermano con verdadera intensidad, como nunca había visto a una mujer amar a un hombre y él la ama a ella. Un amor semejante no puede ser maligno. Tan sólo a causa de ese amor, sería capaz de seguirlos hasta la guarida de un dragón.

El herrero comenzó a caminar tras ellos.

—¡Tan sólo a causa de mis pies helados, los seguiría hasta la guarida de un dragón, si supiera que allí conseguiría calentarme! —Flint pateó el suelo—. Vamos, pongámonos en marcha y agarrando a Tas, lo arrastró tras el herrero.

Laurana se quedó en pie, sola. Desde luego, no había duda de que iba a seguirlos. No tenía elección. Quería confiar en las palabras de Theros. Hace un tiempo hubiera creído que el mundo se desarrollaba de aquella forma. Pero ahora sabía que muchas cosas en las que había depositado su fe anteriormente eran falsas. ¿Por qué no amar?

Los compañeros viajaban hacia el este en la suave penumbra del atardecer. Al descender por el desfiladero de las altas montañas, la atmósfera se hizo más fácil de respirar. Las rocas heladas dieron paso a desgreñados pinos, y más adelante los bosques les envolvieron de nuevo. Finalmente, Silvara los guió con decisión hacia un brumoso valle.

A la Elfa Salvaje ya no parecía importarle disimular las huellas. Ahora todo lo que le preocupaba era la velocidad. Les hacía avanzar como si tuvieran que ganar al sol en una carrera por el cielo. Cuando cayó la noche, se tumbaron junto a la oscuridad de losárboles, demasiado fatigados hasta para comer, aunque consumieron algunas previsiones. Silvara les permitió tenderse tan pocas horas que casi no pudieron ni descansar. Cuando Solinari y Lunitari ascendieron en el cielo, ahora casi llenas, insistió en que debían volver a ponerse en marcha.

Si alguien le preguntaba cansinamente, por qué iban tan deprisa, ella sólo respondía:

—Están cerca. Están muy cerca.

Todos suponían que se refería a los elfos, aunque Laurana hacía ya tiempo que no tenía la sensación de ser perseguida por aquellas oscuras siluetas.

Finalmente amaneció, pero la luz estaba tamizada por una niebla tan densa, que Tasslehoff creyó que podría agarrar un puñado y guardarla en una de sus pequeñas bolsas. Los compañeros caminaban muy juntos, tomándose de las manos en algunos tramos para evitar perderse. La atmósfera se hizo más cálida. Se quitaron sus húmedas y pesadas capas mientras avanzaban por un sendero que parecía materializarse bajo sus pies, salido de la niebla. Silvara caminaba ante ellos. La pálida luz que iluminaba su cabello plateado les servía de guía.

Finalmente el suelo volvió a ser llano, dejó de haber tantos árboles, y caminaron sobre una mullida hierba, ahora oscurecida por el invierno. Aunque ninguno de ellos podía ver más que a unos pocos pies de distancia, tuvieron la impresión de que se hallaban en un extenso claro.

—Esto es el valle de Foghaven —respondió Silvara como contestación a sus preguntas —. Hace muchos años, antes del Cataclismo, era uno de los lugares más bellos de Krynn... por lo menos eso es lo que dice mi gente.

—Puede que siga siendo muy bello —refunfuñó Flint—, pero no hay manera de distinguir nada.

—No —dijo Silvara con tristeza—. Como muchas otras cosas en este mundo, la belleza de Foghaven se ha evaporado. Hubo una época en que el fuerte de Foghaven flotaba sobre la bruma como si estuviera sobre una nube. El sol teñía la niebla de rosa al amanecer, y la disipaba completamente al mediodía, de forma que los elevados chapiteles del fuerte podían divisarse a muchas millas de distancia. Al atardecer, la niebla volvía a envolver el fuerte como una capa. Por la noche, Lunitari y Solinari brillaban sobre la niebla con su reluciente luz. Venían peregrinos de todas partes de Krynn... —Silvara se interrumpió bruscamente—, acamparemos aquí esta noche.

—¿Qué peregrinos? —preguntó Laurana, dejando caer su bolsa.

Silvara se encogió de hombros.

—No lo sé —dijo desviando la mirada—. Es sólo una leyenda de mi gente. Tal vez no sea ni siquiera cierta. Desde luego ahora ya no viene nadie.

«Está mintiendo», pensó Laurana, pero no dijo nada. Estaba demasiado cansada para preocuparse. No obstante, el tono de voz bajo y suave de Silvara le había sonado alto y discordante en la misteriosa quietud de la noche. Los compañeros extendieron sus mantas en silencio. Y también comieron en silencio, mordisqueando los frutos secos que llevaban sin ningún apetito. Hasta el kender estaba rendido. El ambiente era opresivo, abrumante.

—Ahora dormid —dijo Silvara suavemente, tendiéndose junto a Gilthanas— ya que cuando la luna plateada se acerque a su zenit, deberemos marchamos.

—¡Pero si no podremos ni verla! —exclamó el kender bostezando.

—De todas formas deberemos partir. Yo os despertaré.

—Cuando regresemos de Sancrist, después del Consejo de la Piedra Blanca, podremos casarnos —le dijo Gilthanas en voz baja a Silvara mientras yacían juntos, envueltos en su manta.

La muchacha se movió en sus brazos. Gilthanas sintió como el suave cabello de Silvara rozaba su mejilla. Pero ella no respondió.

—No te preocupes por mi padre —dijo Gilthanas, sonriendo y acariciando la bella cabellera de Silvara, que relucía incluso en la oscuridad—. Durante un tiempo estará serio y ceñudo, pero soy su hijo pequeño, a nadie le importará lo que me suceda. Porthios se enfurecerá y gritará, pero seguirá con sus asuntos. No le haremos caso. No tenemos que vivir con mi gente. No estoy muy seguro de llegar a acostumbrarme a vivir con los tuyos, pero podría intentarlo. Soy un buen arquero y me gustaría que nuestros hijos crecieran en la espesura, libres y felices... ¿qué...? ¡Silvara, estás llorando!

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