La Torre Prohibida (55 page)

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Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

BOOK: La Torre Prohibida
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Sí, amor. Ahora, mientras abrazaba al sollozante Damon, mientras el terror del otro lo invadía como la ola de una marea alta, sabía que amaba a Damon como se amaba a sí mismo, como amaba a Calista y a Ellemir... Andrew era parte de ellos. Desde el principio, Damon lo había sabido y lo había aceptado, pero él, Andrew, siempre se había retraído, diciéndose que Damon era su amigo, pero que había límites para la amistad, había lugares que nunca debían tocarse.

Se había resentido cuando Damon y Ellemir se habían fundido en su intento de hacerle el amor a Calista, y había tratado de aislarse con ella, sintiendo que su amor por ella era algo que no podía ni quería compartir. Le había dolido la proximidad de Damon y Calista y nunca, hasta ahora, había entendido completamente qué había instado a Ellemir a hacerle el ofrecimiento que le había hecho. Había considerado su relación con Ellemir como algo aparte de Damon, así como de Calista. Y cuando Damon había intentado compartir su euforia, su desbordante amor por todos ellos, cuando había tratado de expresar el deseo reprimido de Andrew


Me gustaría hacer el amor con todos
—, él lo había rechazado con crueldad inimaginable, haciendo añicos el frágil vínculo.

Incluso había llegado a preguntarse si los dos no se habrían casado con la mujer equivocada. Pero Andrew sabía ahora que el equivocado era él.

No eran dos parejas que intercambiaban sus integrantes. Se trataba de los cuatro, de todos ellos. Se pertenecían, y el vínculo entre Damon y él era tan fuerte como el que existía entre las mujeres y ellos.

Tal vez incluso fuera... y sintió que el pensamiento surgía causándole absoluto terror, atreviéndose a un nivel de autoconocimiento que nunca se había permitido, más fuerte. Porque podían verse mutuamente reflejados en el otro. Encontrar una especie de afirmación de la existencia de la propia virilidad. Ahora comprendía lo que había querido decir Damon al declarar que celebraba tanto la masculinidad de Damon como la femineidad de las mujeres. Y no era nada de lo que Andrew temía que fuera.

Porque repentinamente supo que eso era precisamente lo que amaba en Damon, la suavidad y la violencia combinadas, la afirmación misma de la virilidad. Ahora le parecía increíble que alguna vez Damon le hubiera parecido una amenaza contra su virilidad. Más bien confirmaba algo que ambos compartían, otra manera de expresarse mutuamente lo que ambos
eran
. Debería haber agradecido la existencia de esa relación, como manera de cerrar el círculo, de compartir la conciencia de lo que todos ellos significaban para los otros. Pero lo había rechazado, y ahora Damon, al padecer ese terror que no podía compartir con las mujeres, ni siquiera podía recurrir a él para encontrar fuerzas. Y ¿a quién recurriría, sino a su hermano juramentado?


Bredu
—susurró otra vez, abrazando a Damon con la feroz protección que desde el principio había sentido hacia él, pero que nunca había sabido expresar. Sus propios ojos estaban cegados por las lágrimas. La enormidad de este compromiso le horrorizaba, pero no se echaría atrás.

Bredin.
No había nada semejante a esa relación en la Tierra. Una vez, buscando una analogía, le había mencionado a Damon el rito de la hermandad de sangre. Damon se había estremecido de aprensión y había dicho, mientras su voz temblaba de disgusto:

—Eso sería algo prohibido entre nosotros, derramar la sangre de un hermano. A veces los
bredin
intercambian cuchillos como símbolo de que ninguno de ellos puede herir al otro, ya que el cuchillo que cada uno tiene pertenece en realidad al otro.

Sin embargo, tratando de comprender, a pesar del disgusto, lo que la hermandad de sangre significaba para Andrew, había aceptado, sí, que el peso emocional era el mismo. Andrew, pensando con sus propios símbolos porque todavía no podía compartir los de Damon, pensó ahora, mientras abrazaba a Damon, que daría por él hasta la última gota de sangre, y que seguramente esa idea horrorizaría al otro, así como lo que Damon había intentado darle le había asustado a él.

Lenta, lentamente, todo lo que había en la mente de Andrew se filtró a la de Damon. Andrew comprendía ahora, era finalmente uno de ellos. Y mientras Andrew le abrazaba, dejando que sus barreras se disolvieran lentamente, el terror de Damon cedió.

No estaba solo. Era Celador de su propio círculo de Torre, y extrajo confianza de Andrew, encontrando una vez más su propia fuerza y su propia virilidad. Ya no llevaba la carga de todos los demás, sino que
compartía
con ellos el peso de lo que eran.

Podía hacer cualquier cosa ahora, pensó, y sintiendo la proximidad de Andrew, se corrigió en voz alta:


Podemos
hacer cualquier cosa.

Exhaló un profundo suspiro, se incorporó y dio a Andrew un abrazo de pariente, besándole en la mejilla. Suavemente le dijo:

—Hermano.

Andrew sonrió y le dio unas palmadas en la espalda.

—Estás muy bien —dijo. Las palabras no significaban nada, pero Damon sintió todo lo que había detrás de ellas.

—Lo que te dije una vez sobre la hermandad de sangre —dijo Andrew, debatiéndose por encontrar las palabras— es... la misma sangre, como de hermanos... sangre que cualquiera de ellos vertería por el otro.

Damon asintió, aceptando.

—Hermano —dijo con suavidad—. Hermano de sangre, si lo prefieres.
Bredu.
Sólo que es la vida lo que compartimos, no la sangre. ¿Entiendes?

Pero las palabras no tenían importancia, ni tampoco los símbolos particulares. Sabían qué eran el uno para el otro, y no hacían falta palabras.

—Tenemos que preparar a las mujeres para esto —dijo Damon—. Si presentan esas acusaciones ante el Concejo y profieren allí esas amenazas, y Ellemir no está advertida, podría tener otra pérdida, o algo peor. Debemos decidir cómo enfrentarnos a esto. Pero lo más importante —dijo, y su mano tomó una vez más la de Andrew— es que lo afrontaremos juntos. Todos nosotros.

21

Durante tres días Esteban Lanart se debatió entre la vida y la muerte. Calista, que le cuidaba (Ferrika había prohibido a Ellemir que se encargara de eso), monitoreando al anciano que aparentemente agonizaba, descubrió que la gran arteria del corazón estaba parcialmente bloqueada. Había una manera de reparar el daño, pero ella tenía miedo de intentarlo.

La noche del tercer día, el anciano abrió los ojos y la vio junto a él. Trató de moverse, y Calista extendió una mano para impedírselo.

—Quédate quieto, padre. Estamos contigo.

—Me perdí... el funeral de Domenic... —susurró Esteban, y Calista pudo ver cómo recobraba la memoria, mientras una convulsión de dolor se imprimía en su rostro—. Dezi... —susurró—, creo que desde donde yo estaba, fuese donde fuese, le sentí... morir, pobre muchacho. No soy inocente...

Calista envolvió la ruda mano del anciano con sus dedos delgados.

—Padre, sean cuales fueren sus crímenes y delitos, está en paz. Ahora sólo debes pensar en ti, porque Valdir te necesita. —Advertía que incluso esas pocas palabras le habían agotado, pero percibía que debajo de esos labios exangües y bajo esa palidez azulada aún se agitaba el viejo gigante.

—Damon... —dijo él, y ella supo qué le estaba preguntando, y le tranquilizó con rapidez.

—El Dominio está a salvo en sus manos, todo está bien.

Satisfecho, el anciano volvió a dormirse, y Calista pensó que el Concejo debía aceptar a Damon como regente. Nadie más tenía derecho. Andrew era terrano, y aunque tuviera habilidad para el gobierno, ellos no le aceptarían. El joven esposo de Dorian era un
nedestro
de Ardáis y no sabía nada de Armida, mientras que para Damon, había sido su segundo hogar. Pero la regencia de Damon estaba ensombrecida por la amenaza de Leonie, y mientras la joven se preguntaba cuánto faltaría para la confrontación, Damon abrió la puerta y le hizo un gesto.

—Déjalo con Ferrika y ven.

Ya en el cuarto exterior, Damon le explicó.

—Nos piden que acudamos a la Cámara de Cristal dentro de una hora, Andrew y yo. Creo que deberíamos ir todos, Calista.

En la penumbra, los ojos de ella se endurecieron, ya no azules sino de un frío y centelleante gris.

—¿Se me acusa de quebrantar mi juramento?

Él asintió.

—Pero como regente de Alton, yo soy tu guardián, y tu esposo es mi hombre juramentado. No es necesario que afrontes la acusación, a menos que decidas hacerlo. —La tomó de los hombros—. ¡Debes comprender esto, voy a desafiarles! ¿Tienes el coraje necesario para desafiarles tú también? ¿Eres lo suficientemente fuerte como para apoyarme, o vas a desmoronarte como un monigote, concediendo así más fuerza a nuestros acusadores?

La voz de él era implacable, y sus manos le apretaban con fuerza los hombros, haciéndole daño.

—Podemos tener la valentía de defender lo que hemos hecho y desafiarles, pero si no la tienes, sabes que perderás a Andrew, y me perderás a mí. ¿Quieres regresar a Arilinn, Calista? —Con una mano, siguió las rojas marcas de las uñas en la mejilla de la joven—. Todavía tienes esa opción, pues sigues siendo virgen. Esa puerta estará abierta mientras tú no la cierres.

La mano de ella se desplazó hasta la matriz que pendía de su cuello.

—Devolví mi juramento por propia voluntad; nunca pensé quebrantarlo.

—Hubiera sido fácil hacer una elección clara, de una vez y para siempre —dijo Damon—. Pero no es tan fácil hacerla ahora. Pero eres mujer y estás bajo custodia. ¿Deseas que responda por ti en el Concejo, Calista?

Ella le quitó la mano con brusquedad.

—Soy
comynara
—dijo—, y fui Calista de Arilinn. ¡No necesito que ningún hombre responda por mí! —Giró y caminó en dirección al cuarto que compartía con Andrew—. ¡Estaré lista!

Damon se dirigió a su propia habitación. La había provocado deliberadamente, pero debía enfrentarse a la idea de que toda la fuerza de Calista podía volverse contra él con igual facilidad.

Su propio temperamento también era desafiante. ¡No se enfrentaría a sus acusadores como si fuera un ladronzuelo arrastrado a juicio!

Era el manojo de capullos secos de
kireseth
que había sacado del cuarto de destilación de Calista, sin saber por qué.

Había actuado siguiendo un impulso que todavía no podía comprender, sin saber si había sido un destello de precognición o algo peor. No había podido explicárselo a la joven, ni había podido explicarle a nadie por qué lo había hecho.

Pero ahora, mientras sostenía las flores en la mano, lo supo. Nunca supo si se había debido a las levísimas emanaciones de la planta —el
kireseth
se usaba mucho para estimular la clarividencia— o si tan sólo era que su mente, que poseía ahora toda la información, había logrado repentinamente sintetizarla sin esfuerzo consciente. Pero de repente
supo
aquello que Varzil había tratado de decirle, supo cuál debió haber sido el ritual de Fin de Año.

A diferencia de Calista, supo precisamente
por qué
estaba prohibido el uso del
kireseth
, salvo cuando se lo destilaba y se lo fraccionaba para obtener esa esencia volátil conocida como kirian. ¡Tal como se lo habían recordado los relatos de
Dom
Esteban, el
kireseth
, la flor azul estrellada que, según la leyenda, Cassilda había dado a Hastur (llamada campana dorada cuando las flores estaban cubiertas por su polen dorado), el
kireseth
era, entre otras cosas, un poderoso afrodisíaco, que barría con todas las inhibiciones y controles! ¡Ahora sí que se habían aclarado todos los eslabones de esa cadena!

Las pinturas de la capilla. Las historias de
Dom
Esteban y la indignación que le habían producido a Ferrika, que había hecho el juramento de las Amazonas Libres, que no se había casado y que consideraba que el matrimonio era una forma de esclavitud. La peculiar ilusión que Andrew y Calista habían compartido en el momento de la floración invernal, aunque ahora Damon sabía que no había sido, una ilusión, a pesar de que los canales de Calista estuvieran completamente claros más tarde. Y el consejo de Varzil...

La clave era el tabú. No estaba prohibido a causa de las asociaciones sucias o lascivas, como siempre había creído, sino a causa de su santidad.

Detrás de él, Ellemir dijo con nerviosismo:

—Ya es la hora. ¿Qué tienes ahí, querido?

Sintiéndose culpable al recordar el tabú que le había sido duramente impuesto desde la infancia, Damon arrojó rápidamente las flores en el interior del cajón, todavía envueltas en la tela.

Le alegró ver que el mismo impulso que le había hecho vestirse con sus mejores ropas para presentarse ante sus acusadores, había actuado también sobre Ellemir. Llevaba puesto un vestido adecuado para un festival, muy escotado. Su pelo, recogido sobre la nuca en una trenza pesada, relucía. El embarazo era obvio ya para cualquiera que se fijara, pero la favorecía. Era bella, una orgullosa dama del Comyn.

Cuando se encontraron con Andrew y Calista en el cuarto exterior de la suite, Damon advirtió que el mismo instinto había hecho presa de todos ellos. Andrew tenía puesto su traje dominical de opaco satén gris, pero Calista les superaba a todos.

Damon nunca había pensado que el formal carmesí de las Celadoras la favoreciera. Era demasiado pálida, y ese color tan brillante la hacía parecer desteñida, como un reflejo más desvaído de su bella melliza. Nunca había considerado bella a Calista; lo confundía que Andrew la encontrara bella. Era demasiado delgada, demasiado parecida a la niña rígida que Damon había conocido en la Torre, con una rigidez virginal que, para Damon, la hacía muy poco atractiva. En Armida, solía elegir descuidadamente la ropa, y se ponía gruesas faldas de tartán y chales. Damon había llegado a preguntarse si en realidad no se pondría la ropa que Ellemir descartaba, tan escasa era la atención que Calista prestaba a su apariencia.

Pero para asistir al Concejo se había puesto un vestido gris azulado, con un velo del mismo color, sólo que más delgado, entretejido con hebras metálicas que centelleaban cuando la joven se movía, y su pelo brillaba como una llama. Se había hecho algo en el rostro, para ocultar los largos rasguñones rojos, y en sus mejillas había un sonrojo poco habitual. ¿Era la vanidad o el desafío lo que la había impulsado a pintarse de ese modo, para que su palidez no pareciera la palidez del miedo? Zafiros en forma de estrellas relucían en su cuello y llevaba desnuda su matriz, que centelleaba, destacándose entre las otras gemas. Mientras entraban en la cámara del Concejo, Damon se sintió orgulloso de todos ellos, y dispuesto a desafiar a todo Darkover, si era necesario.

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