La Torre Prohibida (23 page)

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Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

BOOK: La Torre Prohibida
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—Esperemos que sea así —dijo Damon.

Tal vez el despertar de la noche anterior, a pesar de haber sido abortivo, había abierto algunos de los canales bloqueados de su cuerpo; si hubiera madurado repentinamente, era probable que todos los malestares físicos que experimentaba ahora fueran las perturbaciones normales típicas del desarrollo. A partir de los años que Damon había pasado en la Torre, recordaba que las mujeres jóvenes que recibían adiestramiento de Celadoras, y cualquier otra mujer que trabajara con mecánicos psi por encima del nivel de monitores, sufrían dificultades menstruales periódicamente y por, lo general, muy dolorosas. Calista, que había captado su pensamiento, se rió.

—Bien —dijo—, he administrado té de flor de oro y otros remedios a las otras mujeres de Arilinn, y siempre me creí afortunada por ser inmune a sus desdichas. ¡Por lo que parece, en ese aspecto me he unido a las filas de las mujeres normales! Sé que hay té de flor de oro en el cuarto de destilación; Ferrika se lo da a la mitad de las mujeres de la zona. Tal vez una dosis de eso sea todo cuanto necesito.

—Iré a buscarlo —dijo Ellemir, y al cabo de un rato volvió con una tacita de una infusión humeante. Tenía un penetrante olor a hierbas, muy aromático. La voz de Calista delató por un momento un indicio de su antigua alegría.

—¿Me creerás si te digo que nunca lo probé? ¡Espero que no sea una pócima horrible!

Ellemir se rió.

—Si lo fuera, te lo merecerías, mala mujer, por haberlo administrado sin tener idea de su sabor. No, en realidad, tiene buen sabor. Nunca me molestó tomarlo. Te provocará somnolencia, de modo que acuéstate y dale tiempo para que actúe.

Obedientemente, Calista bebió la humeante infusión y se acomodó debajo de las mantas. Ellemir trajo su labor de costura y se sentó junto a ella.

—Vamos, Andrew —dijo Damon—, ellas estarán bien ahora.

Abajo, en el cuarto de destilación, Damon empezó a revolver la provisión que Calista tenía allí de hierbas, esencias, y el equipo de destilación. Andrew, al ver los envases de formas extrañas, los morteros y las botellas alineadas sobre los estantes, los manojos de hierbas secas, hojas, tallos, flores y semillas, preguntó:

—¿Todas son drogas y medicinas?

—¡Oh, no! —respondió Damon, abstraído, mientras abría un cajón—. Éstas —agregó, señalando unas semillas trituradas— son especias de cocina, y también sirven como incienso para perfumar el ambiente y elaborar algunos perfumes y lociones cosméticas. Lo que puedes comprar en las ciudades es muy inferior a lo que se puede hacer en casa, siguiendo las viejas recetas.

—¿Qué era eso que le dio Ellemir?

Damon se encogió de hombros.

—¿Flor de oro? Es un suave tónico muscular, bueno para los calambres y espasmos de todo tipo. No puede hacerle ningún daño: suele darse a las mujeres embarazadas y a los bebés con cólicos. —Pero se preguntó si en realidad podía aliviar a Calista. Una interferencia tan seria de los procesos físicos... ¿cómo podía Leonie haber hecho algo así?

Andrew captó el pensamiento, con tanta claridad como si Damon lo hubiera expresado en voz alta.

—Sabía que las Celadoras eran sometidas a ciertos cambios físicos. Pero ¿tanto?

—Yo también estoy consternado —dijo Damon, haciendo girar un puñado de espino blanco—. Ciertamente es algo que ya no se acostumbra. Yo creía que era ilegal. Por supuesto, las intenciones de Leonie deben haber sido buenas. Tú viste las alteraciones de las corrientes nerviosas. Algunas de las jóvenes tienen muchos problemas con sus ciclos femeninos, y probablemente Leonie no soportara ver sufrir a Calista. ¡Pero a qué precio! —Hizo un gesto de disgusto y otra vez empezó a escarbar en los cajones—. Si Calista lo hubiera elegido libremente... ¡pero Leonie no le dijo nada! ¡
Eso
es lo que no puedo comprender ni perdonar!

Andrew sintió una pena insidiosa, un horror físico. Después de todo, ¿por qué esto le causaba tanto horror? Al fin y al cabo, las modificaciones físicas no eran algo que le resultara completamente desconocido. A la mayoría de las mujeres que tripulaban las naves estelares del Imperio —que de todas maneras resultaban esterilizadas por las radiaciones del espacio— se les ahorraba la molestia de la menstruación. Los tratamientos hormonales hacían que eso fuera innecesario para todas las mujeres que no se dedicaban activamente a la maternidad. ¿Por qué le asombraba tanto? ¡No era asombroso, pero a Damon

le horrorizaba! ¿Se acostumbraría alguna vez a esta especie de vida, dentro de una pecera? ¿Ya ni siquiera podía pensar
sus
propios pensamientos?

Damon estaba revolviendo puñados de hierbas.

—Debes comprenderlo —dijo—. Calista tiene más de veinte años. Es una mujer adulta que ha estado llevando a cabo un trabajo difícil, muy técnico, como mecánica de matrices, y durante años. Es una profesional experta en la tarea más exigente que existe en Darkover. Ahora, nada de su adiestramiento, ninguna de sus habilidades le resulta de utilidad. Está luchando con el descondicionamiento y con el despertar de su sexualidad, y tiene todos los problemas emocionales de una recién casada. Y ahora, además de todo eso, ¡descubro que físicamente se la ha mantenido en el estado de una chica de doce o trece años! ¡Por Evanda! Si al menos lo hubiera sabido...

Andrew bajó los ojos Más de una vez, desde el terrible fiasco de la noche anterior, se había sentido tal como imaginaba que debía sentirse un violador. Si Calista era, físicamente, una adolescente inmadura... Experimentó un escalofrío de horror.

—¡No! —le dijo Damon con amabilidad—. Ni siquiera Calista lo sabía. Recuerda que durante seis años ha estado trabajando como una profesional adulta y experimentada. —Sin embargo, sabía que tampoco esto era enteramente cierto. Calista debía haber sido consciente del tremendo e infranqueable abismo que se abría entre ella y las demás mujeres. Leonie podía haberle ahorrado a su protegida cierto sufrimiento físico, pero ¿a qué precio?

Bien, era un buen signo que el ciclo menstrual se hubiera reanudado espontáneamente. Tal vez otras barreras desaparecerían con un poco de tiempo y de paciencia. Tomó un puñado de pimpollos secos y los olió con cautela.

—Bien, aquí está.
Kireseth
... no, no lo huelas, Andrew, le hace cosas raras al cerebro humano. —Sintió un vago recuerdo de culpa. El tabú con respecto a
kireseth
, entre los operarios psi, era absoluto, y sintió que había cometido un crimen por haberlo olido. Habló más para sí que para Andrew—: Puedo preparar
kirian
con esto. No sé destilarlo como lo hacen en Arilinn, pero puedo preparar una poción... —Su mente estaba llena de alternativas: una solución fuerte de las resinas disueltas en alcohol. Tal vez con ayuda de Ferrika pudiera hacer una única destilación. Dejó los capullos, imaginando que el olor le llegaba hasta el fondo del cerebro, eliminando todo su control, haciendo desaparecer las barreras entre cuerpo y mente...

Andrew, inquieto, caminaba de un lado a otro del cuarto de destilación. Su propia mente estaba colmada de horror.

—Damon, Calista tenía que saber lo que podía ocurrir.

—Por supuesto que lo sabía —dijo Damon, sin prestarle verdadera atención—. Antes de los quince años aprendió que ningún hombre puede tocar a una Celadora.

—Y si yo podía dañarla o asustarla de manera tan terrible... ¡Damon! —De pronto se sintió sobrecogido por el mismo horror y el mismo rechazo de la noche anterior. Su voz se convirtió en un susurro—. ¿Sabes qué es lo que quería que yo hiciera? Me pidió... que la desmayara de un golpe y que la violara mientras... mientras ella no pudiera resistirse. —Trató de expresar el horror que la petición le había provocado, pero Damon simplemente se quedó pensativo.

—Tal vez hubiera funcionado —dijo—. Fue inteligente que Calista pensara en eso. Eso demuestra que tiene idea de los problemas que hay en juego.

Andrew no pudo evitar un gesto de horror:

—¡Buen Dios! ¡Y lo dices así, tan tranquilo!

Damon, volviéndose, advirtió de pronto que su amigo ya no soportaba más.

—Andrew —le dijo suavemente—, sabes qué es lo que te salvó de morir, ¿verdad?

—Ya no sé casi nada. ¡Y lo que sé me sirve de poco! —La desesperación le invadió—. ¿De verdad crees que...?

—No, no, por supuesto que no,
bredu
. Sé que no hubieras podido golpearla. ¡Ningún hombre decente habría podido hacerlo! —Con suavidad, posó una mano sobre la muñeca de Andrew—. Andrew, lo que te salvó... lo que os salvó a los dos... fue el hecho de que ella
no tuviera
miedo. El hecho de que te amara, te deseara. De modo que sólo te golpeó con el reflejo físico, que no pudo controlar. Ni siquiera fue ella quien te golpeó, sino que te golpeaste la cabeza contra los muebles. Si ella hubiera estado aterrorizada y se hubiera resistido, si verdaderamente hubieras querido poseerla en contra de su voluntad... ¿te imaginas lo que te hubiera hecho? Calista es una de las más poderosas telépatas de Darkover... ¡y entrenada como Celadora en Arilinn! Si ella no lo hubiera deseado, sí lo hubiera sentido como una violación, si hubiera sentido algún tipo de temor o de rechazo por... por tu deseo... ¡estarías muerto! —Lo repitió, enfatizando—: ¡Estarías muerto,
muerto
!

Pero ella tenía miedo, pensó Damon, hasta que estableció contacto con Damon y Ellemir... ¡Fue su conciencia del placer de Ellemir lo que le hizo desear compartirlo! Aún más perturbadora era la idea de que Damon había sido tan consciente de Calista como él mismo había sido de Ellemir. Damon, al advertir la confusión de su amigo, se sintió consternado por un momento, sintiéndose rechazado. Todos habían estado tan próximos... ¿Acaso Andrew no había formado parte de esa intimidad? Le puso una mano sobre el hombro, un contacto raro para un telépata, pero que resultaba ahora suficientemente natural a partir de la conciencia de la intimidad que habían compartido. Andrew lo evitó y Damon se retiró, preocupado y apenado. ¿Debía conservar tanta distancia? ¿Por cuánto tiempo? ¿Era un hermano o un extraño?

—Sé que todo esto es nuevo para ti, Andrew —dijo con suavidad—. Siempre me olvido de que crecí como telépata, y doy por hecho cualquier cosa de este tipo. Todo se arreglará, ya verás.

¿Se arreglará?, se preguntó Andrew. ¿Sabiendo que sólo el hecho de haberse convertido involuntariamente en un
voyeur
era lo que había impedido que su esposa lo matara? ¿Saber que Damon y Ellemir tomaban con total naturalidad estas cosas, que las aceptaban? ¿Acaso a Damon le molestaba que él quisiera a Calista exclusivamente para sí? Recordó la sugerencia que le había hecho Calista, recordó la sensación de tener a Ellemir en sus brazos —cálida, respondiéndole—
como no podía hacerlo Calista.
Conmocionado, desesperadamente confuso, se alejó de Damon, cegado por el horror, y salió del cuarto. Estaba abrumado por la vergüenza y el horror. Deseaba —necesitaba— alejarse, a cualquier lado que no fuera aquél, alejarse del contacto demasiado revelador de Damon, del hombre que podía leer sus pensamientos más íntimos. No sabía que estaba realmente enfermo, afectado por una enfermedad muy real llamada shock cultural. Sólo sabía que Se sentía enfermo, y la enfermedad adquirió la forma de una furia feroz contra Damon. El denso perfume de las hierbas le hizo creer que vomitaría.

—Tengo que tomar un poco de aire —dijo con voz espesa, y abrió la puerta, tambaleándose por las cocinas desiertas hasta el patio. Se quedó allí, mientras a su alrededor caía densamente la nieve, y maldijo el planeta al que había llegado y el azar que lo había traído hasta allí.

Debí haber muerto cuando se estrelló el avión. Cal no me necesita. .. Nunca lograré más que herirla.

Detrás de él, Damon dijo:

—Andrew, ven a hablar conmigo. No te quedes solo ni trates de esconderlo todo.

—¡Oh, Dios! —Dijo Andrew, exhalando un suspiro que pareció un sollozo—, tengo que hacerlo. Ya no puedo hablar. Ya no puedo soportarlo. Déjame solo, maldición... ¿no puedes, simplemente, dejarme solo?

Sintió la presencia de Damon como un agudo dolor físico, como una presión, como una compulsión. Sabía que le estaba hiriendo, pero se negaba a saberlo, a volverse, a mirarle...

—Está bien, Ann'dra —dijo finalmente Damon—. Sé que ya has tolerado todo lo que podías. Un ratito, entonces. Pero no demasiado.

Y Andrew, sin volverse, supo que Damon se había marchado. No, pensó con un escalofrío de horror, Damon nunca había estado allí, sino que todavía estaba en el pequeño cuarto de destilación.

Se quedó en el patio, mientras la densa nieve caía en torno a él y su furia se abatía un poco contra los muros que le rodeaban.
Calista
. Buscó el contacto confirmatorio, pero ella no estaba allí, era sólo un leve pulso, inquieto, y él no se atrevió a perturbar su sueño inducido por la droga.

¿Qué puedo hacer? ¿Qué puedo hacer?
Para su propio asombro y horror empezó a llorar, solo en el páramo nevado. Nunca se había sentido tan solo en su vida, ni siquiera cuando se estrelló el avión y se había encontrado abandonado en un planeta extraño, bajo un sol extraño, entre montañas desconocidas, sin caminos ni mapas...

Todo lo que alguna vez conocí ha desaparecido, es inútil, sin significado o algo peor. Mis amigos son extraños, mi esposa la más desconocida de todos. Mi mundo ha desaparecido. Nunca podré regresar; deben creerme muerto.

Pensó:
Ojalá pille una neumonía y me muera.
Después, consciente de la puerilidad de su idea, advirtió que se hallaba verdaderamente en peligro. Sombríamente, no por instinto de conservación sino por un vago resto de obligación, volvió a entrar. La casa parecía extraña, desconocida, un lugar en el que ningún terrano podía vivir. ¿Cómo alguna vez le había resultado acogedora, un hogar? Miró, con profunda sensación de extrañeza. el vacío salón, contento de que estuviera vacío.
Dom
Esteban debía estar haciendo su siesta del mediodía. Las criadas chismorreaban en voz baja. Se dejó caer sobre un banco, apoyando la cabeza sobre los brazos, y se quedó allí sin dormir pero ausente suponiendo que si se quedaba muy quieto todo lo que ocurría desaparecería de alguna manera, dejaría de ser real.

Largo rato después, alguien le puso una copa en las manos. Bebió con agradecimiento, tomó otra, y otra, hasta confundir sus sentidos. Se escuchó hablar, contarlo todo a un oído comprensivo. Hubo más tragos. Se dio cuenta, y le agradó desmayarse.

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