La Torre Prohibida (19 page)

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Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

BOOK: La Torre Prohibida
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Ellemir bajó corriendo los peldaños para recibir a Damon en el patio, permitiéndole que la enlazara en un abrazo exuberante. Se la veía alegre y saludable, con las mejillas coloreadas y brillantes, y los ojos centelleantes. Pero Andrew no tuvo demasiado tiempo para dedicar a Ellemir, pues Calista lo esperaba en lo alto de la escalera, inmóvil y seria.

Cuando le dedicó su pequeña semisonrisa, Andrew pensó que eso, de alguna manera significaba más para él que la desbordante alegría de Ellemir. La joven le ofreció ambas manos, permitiéndole que se las llevara a los labios y las besara; luego, cuando sus dedos aún yacían en los de él, le condujo al interior. Damon se inclinó y saludó a
Dom
Esteban depositando un beso filial en la mejilla del anciano, y abrazó rápidamente a Dezi. Andrew, más reservado, hizo una inclinación a su suegro, y Calista vino a sentarse a su lado mientras él le ofrecía a
Dom
Esteban un informe del viaje.

Damon preguntó por los hombres congelados. Los menos graves se habían recuperado y estaban ya al cuidado de sus propias familias; los más gravemente heridos, los que habían sido curados con la matriz, aún se estaban recuperando. Raimon había perdido dos dedos del pie derecho y Piedro nunca había recuperado la sensibilidad de algunos dedos de la mano izquierda, pero no estaban inválidos como temían.

—Todavía están aquí —dijo Ellemir—, porque Ferrika debe cambiarles los vendajes dos veces por día, y ponerles aceites curativos. ¿Sabías que Raimon es un espléndido músico? Casi todas las noches toca para que bailemos, las criadas y los sirvientes, y Calista y Dezi y yo también, pero ahora que habéis vuelto... —Se acurrucó junto a Damon, mirándole con ojos de felicidad.

Calista siguió la mirada de Andrew y le dijo suavemente:

—Te he extrañado, Andrew. Tal vez no puedo demostrarlo como Elli. Pero estoy más contenta de lo que puedo expresar porque estás nuevamente con nosotros.

Después de cenar en el gran salón,
Dom
Esteban propuso:

—¿Tendremos un poco de música, pues?

—Haré llamar a Raimon, ¿de acuerdo? —dijo Ellemir, y fue a llamar a los hombres.

—¿Cantarás para mí, Calista? —dijo Andrew con suavidad.

Calista miró a su padre, pidiéndole permiso. El anciano asintió, y ella tomó su pequeña arpa y desgranó uno o dos acordes.

¿Cómo llegó esta sangre a tu mano derecha?

Hermano dime, dímelo...

Dezi emitió un gutural sonido de protesta. Ellemir que retornaba y vio su cara de perturbación, intervino:

—¡Calista, canta alguna otra cosa!

Ante la mirada sorprendida e inquisitiva de Andrew, se vio obligada a agregar:

—Es de mal agüero que una hermana cante eso en presencia de un hermano. Cuenta la historia de un hermano que asesinó a toda su familia salvo a una única hermana, que se vio forzada a condenarle.

Dom
Esteban reaccionó.

—No soy supersticioso —dijo—, y en esta sala no hay ningún hijo mío. Canta, Calista.

Perturbada, Calista volvió a inclinarse sobre el arpa, pero obedeció.

Estábamos de fiesta, peleábamos en broma,

Te lo juro, hermana,

Una furia salvaje invadió mi mano

Y vergonzosamente los asesiné.

¿Qué ocurrirá contigo ahora, querido corazón?

Hermano dime, dímelo,..

Andrew, al ver los relampagueantes ojos de Dezi, sintió una oleada de tristeza por el muchacho, por el gratuito insulto que
Dom
Esteban le había infligido. Calista buscó los ojos de Dezi, como para disculparse, pero el joven se puso de pie y se marchó de la habitación, golpeando la puerta. Andrew pensó que debería decir algo, hacer algo, pero ¿qué?

Más tarde, renqueando, con sus bastones, llegó Raimon y empezó a tocar una melodía de danza. La tensión desapareció cuando los hombres y mujeres de la casa se apiñaron en el centro de la habitación para emprender una danza que describía círculos y espirales, con los hombres en el círculo exterior, y las mujeres en el de dentro. Uno de los hombres buscó una gaita, un instrumento poco familiar que, pensó Andrew, hacía un ruido infernal, para que otros dos interpretaran la danza de la espada. Después empezaron a bailar en parejas, aunque Andrew advirtió que la mayoría de las mujeres más jóvenes sólo bailaban entre sí. Calista estaba tocando para los bailarines, así que Andrew invitó a Ferrika para que bailara con él.

Más tarde vio que Damon y Ellemir bailaban juntos, los brazos de ella en tomo al cuello de él, mientras sus ojos sonrientes se alzaban hacia su esposo. Eso le recordó sus propios intentos, contrarios a la costumbre, de bailar con Calista durante la boda. Fue a buscar a la joven, que había cedido el arpa a otra mujer y que bailaba ahora con Dezi. Cuando ambos se separaron, Andrew se acercó a ellos y tendió los brazos a Calista.

Ella sonrió con alegría y se le acercó, pero Dezi se interpuso. Habló en voz tan baja que sólo fue posible escucharle desde muy cerca, pero era inconfundible la malicia que había en su voz.

—Oh, no podemos permitir que bailéis juntos
todavía
, ¿verdad?

Las manos de Calista cayeron y todo el color desapareció de su rostro. Andrew escuchó el ruido de platos rotos y de copas astilladas en algún sitio, a causa del aterrador impacto que produjo el grito mental de dolor que la joven emitió. Evidentemente, todos los que tenían un ápice de conciencia telepática captaron su ultraje e indignación. Andrew no se paró a pensar. Su puño golpeó con fuerza el rostro de Dezi, enviándole lejos.

Lentamente, el joven se recuperó. Se enjugó la sangre que le manaba de la boca, mientras sus ojos centelleaban de furia. Se lanzó luego contra Andrew, pero Damon lo atrapó por la cintura, reteniéndole por la fuerza.

—¡Por los infiernos de Zandru, Dezi! —estalló—. ¿Estás loco? ¡Se han declarado disputas de sangre por tres generaciones por un insulto menor que el que le has lanzado a nuestro hermano?

Andrew observó el círculo de rostros asombrados y consternados que les rodeaba, hasta que vio a Calista, con la mirada perdida. De repente, la joven se cubrió el rostro con las manos y salió apresuradamente de la habitación. No lloraba en voz alta, pero Andrew pudo sentir, como una vibración tangible, las lágrimas que ella no podía derramar.

La voz furiosa de Dom Esteban cortó el prolongado e incómodo silencio.

—La explicación más piadosa que puede dársele a esto, Desiderio. . ¡es que nuevamente has bebido más de lo que puedes tolerar! Si no aguantas el alcohol como un hombre, ¡será mejor que en la cena te limites a tomar
shallan
, como los niños! ¡Pide disculpas a nuestro pariente, y vete a dormirla!

Andrew pensó que ésa era la mejor manera de tratar el asunto. A juzgar por la confusión reinante, la mayoría de las personas que se hallaban allí ni siquiera sabían qué había dicho Dezi. Simplemente, habían captado la indignación y la pena de Calista.

Dezi masculló algo.... algo que Andrew supuso que sería una disculpa.

—No me importan los insultos que me inflijas, Dezi —respondió—. pero ¿qué clase de hombre sería yo si te permitiera hablarle ofensivamente a mi esposa?

Dezi miró a
Dom
Esteban por encima del hombro —¿para asegurarse de que no le oiría?— y dijo en voz baja, con tono perverso:

—¿Tu esposa? ¿Ni siquiera sabes que el matrimonio de compañeros libres sólo es legal después de la consumación? ¡Ella es tan esposa tuya como podría serlo mía! —Y entonces pasó rápidamente delante de Andrew y salió de la habitación.

Todo rastro de alegría había desaparecido de la velada. Apresuradamente, Ellemir agradeció a Raimon la música y salió luego de la habitación.
Dom
Esteban hizo una seña a Andrew, instándolo a que se acercara, y le preguntó si Dezi se había disculpado. Andrew, esquivando sus ojos —el anciano era telépata, ¿cómo podía mentirle?— dijo incómodo que sí y, ante su alivio, el anciano dejó pasar la respuesta. De todos modos, ¿qué podía hacer? No podía pelearse con el medio hermano de su esposa, un adolescente bebido con cierto gusto por los insultos y los golpes bajos.

Pero ¿era cierto lo que le había dicho Dezi? En su propia suite le planteó la pregunta a Damon, quien, a pesar de sacudir la cabeza, denegando, parecía preocupado.

—Mi querido amigo, no te preocupes por eso. Nadie tendría motivos para cuestionar la legalidad de tu matrimonio. Tus intenciones son claras, y nadie puede preocuparse por los detalles más sutiles de la ley —dijo. Pero Andrew sintió que Damon ni siquiera estaba convencido. Podía escuchar que Calista lloraba dentro de su habitación, y también la oyó Damon.

—¡Me gustaría romperle el cuello a Dezi!

Andrew sentía lo mismo. Con unas pocas palabras maliciosas, el joven había destrozado toda la alegría de la reunión.

Calista había dejado de llorar cuando entró Andrew. Estaba de pie ante su tocador, desprendiendo lentamente la hebilla en forma de mariposa que usaba en la nuca, soltándose el cabello sobre los hombros. Se volvió, mojándose los labios, como para pronunciar un discurso que hubiera ensayado muchas veces,

—Andrew, lo siento... Siento haberte expuesto a eso... Es
mi
culpa.

Se sentó ante el tocador y empezó a cepillarse el pelo lentamente con su peine de marfil tallado. Andrew se arrodilló a su lado, deseando desesperadamente poder tomarla en sus brazos y consolarla.

—¿Tu culpa, amor? ¿Cómo podrías ser culpable de la malicia de ese muchacho? No te pediré que lo olvides, porque sé que no podrías, pero no dejes que eso te perturbe.

—Pero es mi culpa —dijo ella, que ni siquiera podía mirarle a través del espejo—. Por ser lo que soy. Es mi culpa que lo que él dijo sea... verdad.

Él pensó, con dolor, en la manera en que Ellemir se había acurrucado en brazos de Damon, en la manera en que sus brazos le habían rodeado durante la danza.

—Bien, Cal —dijo al fin—, no te mentiré, pues esto no me resulta fácil. No fingiré que estoy disfrutando de esta espera. Pero te lo prometí, y no me quejo. Dejémoslo por ahora, amor.

La pequeña barbilla de la joven se alzó en un gesto de obstinación.

—No puedo dejarlo así como así. No puedes entender que tú... que tu necesidad me hiere también a mí, porque yo también te deseo y no puedo, no me atrevo... Andrew, escúchame. No, déjame terminar, ¿recuerdas lo que te pedí el día de nuestra boda? ¿Que si esto te resultaba demasiado duro, tomaras... tomaras a otra?

El, disgustado, frunció el ceño a través del espejo.

—Creí que eso había quedado aclarado para siempre, Calista. En nombre de Dios, ¿crees que me importa alguna de las criadas o cocineras? — ¿Acaso la había perturbado que bailara esa noche con Ferrika? ¿Acaso pensaba...?

Ella sacudió la cabeza, diciendo en voz muy baja:

—No. Pero si te sirve... he hablado de esto con Ellemir. Me dijo que... está dispuesta...

Andrew la miró fijamente, consternado, mientras la tristeza se mezclaba también con su emoción.

—¿Estás hablando en serio?

Lo estaba. El rostro grave de la joven lo revelaba, y de todos modos, sabía que no era capaz de gastar bromas de esa clase.

—¿Ellemir? Ella es la última, la última... tu propia hermana... ¡Calista! ¿Cómo podría hacerte algo así?

—¿Crees que me hace feliz verte tan desdichado, saber que un mocoso como Dezi puede avergonzarte de esa manera? Y ¿cómo podría estar celosa de mi propia hermana?

El hizo un gesto de rechazo, y ella le tendió una mano.

—No, Andrew, escúchame. Es nuestra costumbre. Si fueras uno de los nuestros, sería habitual que mi hermana y yo... nos comportáramos así. Aun cuando las cosas fueran... como deben ser entre nosotros, si en algún momento yo estuviera enferma, o embarazada, o... simplemente no te deseara... Es una costumbre muy antigua. ¿Me has oído cantar la Balada de Hastur y Cassilda? Incluso allí, en esa balada, se habla de cómo Camila ocupó el lugar de su
breda
en brazos del Dios, y por eso murió. Fue así cómo Cassilda sobrevivió a la traición de Alar, y llevó dentro de sí al hijo del Dios... —Su voz se esfumó.

—Esa clase de cosas —dijo Andrew con sequedad— pueden estar muy bien en las viejas baladas y cuentos de hadas. Pero no en la vida real.

—¿Ni aunque yo lo quiera, Andrew? Me sentiría menos culpable pues así cada día que pasara yo no estaría aumentando tu sufrimiento...

—¿Y si dejas que yo me preocupe por eso? No es necesario que te sientas culpable.

Pero ella se volvió, cansada y derrotada. Se puso en pie, dejando que su cabello cayera en cascada hasta la cintura, y lentamente lo separó en mechones para trenzarlo.

—Ya no soporto más esto —dijo, con voz ahogada.

—Entonces a ti te corresponde acabar con esto —dijo Andrew suavemente. Tomó un mechón de su pelo y se lo llevó a los labios, saboreando la fina textura, la fragancia delicada. El contacto lo mareó. Había prometido que jamás la presionaría. Pero durante ¿cuánto tiempo más...?

—Querida, ¿que puedo decirte? ¿La idea te resulta todavía tan aterradora?

Ella habló con voz triste, desdichada.

—Sé que no debería ser así. Pero tengo miedo. Creo que no estoy lista...

Él la abrazó, muy suavemente.

—¿Cómo lo sabrás, Calista, si no lo pruebas? —le dijo en un susurro—. ¿No quieres venir a dormir a mi lado? Solamente eso... te juro que no te pediré nada que no estés dispuesta a darme...

Ella vaciló, retorciéndose un rizo.

—¿No empeoraría las cosas... para ti... si yo decidiera... si yo decidiera que no puedo... que todavía no estoy lista?

—¿Debo jurártelo, amor? ¿No confías en mí?

Ella dijo, con una sonrisa desgarradora:

—No es de ti de quien desconfío, esposo —y las palabras se quebraron en su garganta.

—¿Entonces...? —Él la retuvo en el círculo de sus brazos. Al cabo de un largo rato, casi imperceptiblemente, ella asintió.

Con suavidad, él la alzó en sus brazos y la llevó a su cama. Al dejarla sobre las almohadas, le dijo:

—Bien, si lo sientes así, ¿no prueba eso que ha llegado el momento, querida? Te prometo que seré gentil contigo...

Ella sacudió la cabeza susurrando:

—¡Oh, Andrew, si fuera así de simple! —Sus ojos se llenaron de lágrimas. Súbitamente, le abrazó.

—¿Andrew, harás algo si te lo pido? ¿Algo que tal vez no desees hacer? ¿Me lo prometes, Andrew?

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