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Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

La Torre Prohibida (22 page)

BOOK: La Torre Prohibida
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—Durmiendo, amor. Y Ellemir fue a bañarse y vestirse.

Ella suspiró, cerrando los ojos por un momento.

—Y yo que creí que hoy verdaderamente sería una novia. Por caridad de Evanda, los que nos escucharon fueron Damon y Ellemir, y no ese mocoso procaz de Dezi.

Andrew sintió resentimiento ante la idea. Habían sido las pullas de Dezi, sin duda, las que habían provocado todo el desastre.

—¡Querría haberle roto el maldito cuello! —dijo con énfasis.

Ella suspiró, sacudiendo la cabeza.

—No, no fue su culpa. Los dos somos adultos, sabemos lo suficiente para tomar nuestras propias decisiones. Lo que él dijo fue una grosería. Entre telépatas, se aprende rápidamente a no espiar en esas cuestiones, y si involuntariamente uno se entera de esas intimidades, hay que comportarse más cortésmente. Fue imperdonable, pero no tiene la culpa de lo que ocurrió después, mi amor. Fue nuestra elección.

—Mi elección —dijo él, bajando la mirada. Ella le tomó la mano. Sus dedos pequeños estaban fríos. Una vez más él vio el dolor en el rostro de la joven—. Damon dijo que debía llamarle si te despertabas dolorida, Calista.

—Todavía no. Déjale dormir. Se agotó por nosotros. Andrew...

Él se arrodilló junto a ella y la joven le tendió los brazos.

—Andrew, abrázame, sólo un momento. Déjame estar en tus brazos... Déjame sentir que estás cerca...

Él se movió, respondiendo rápidamente al ruego, pensando que, a pesar de lo ocurrido la noche anterior, ella todavía le amaba, le deseaba. Después, recordando, se echó atrás. Dijo, con el corazón destrozado:

—Querida, le prometí a Damon que no te tocaría.

—¡Oh, Damon, Damon, siempre Damon! —dijo frenéticamente—. Me siento tan enferma y desdichada... sólo quería que me abrazaras... —Se interrumpió y dejó que sus ojos volvieran a cerrarse con un suspiro de congoja.

Él deseó desesperadamente tomarla en sus brazos, ya no con deseo —eso estaba muy lejos—, sino simplemente para tenerla cerca, para protegerla, para calmarla, para aliviar su dolor. Pero su promesa le retuvo, inmóvil, y ella finalmente habló.

—Oh, supongo que tiene razón, maldición, siempre tiene razón.

Pero él vio el dolor en los ojos de la joven, el dolor que la envejecía, que marcaba en su rostro huellas de cansancio. De algún modo, y la idea le horrorizó, sólo podía pensar ahora en el rostro de Leonie, avejentado, desgastado, cansado, viejo.

Otra vez el recuerdo le invadió, el momento de la noche en que por un instante habían estado totalmente sumergidos en el acto amoroso de Damon y Ellemir. Ella lo había deseado, había empezado a responderle sólo después de haber compartido todo, plenamente, con la otra pareja. Una vez más el latido de dolor en su ingle, el doloroso recuerdo del fracaso, borraron su excitación. Su amor por Calista no había disminuido ni un ápice, pero experimentaba la pavorosa e indefinible sensación de que algo se había arruinado. Un hálito de intrusión, como si Damon y Ellemir, a pesar de ser queridos y cercanos, se hubieran interpuesto de algún modo entre Calista y él.

Los ojos de Calista estaban llenos de lágrimas. En otro momento, indiferente a la promesa que había hecho, la hubiera tomado en sus brazos, pero Ellemir, fresca y rosada después del baño, y vestida con ropa de Calista, entró nuevamente en la habitación. Vio despierta a Calista y se dirigió directamente a ella.

—¿Te sientes mejor,
breda
?

Calista sacudió la cabeza.

—No. Creo que peor.

—¿Puedes levantarte, amor?

—No lo sé —dijo, y se movió tentativamente—. Supongo que debo hacerlo. ¿Quieres llamar a mi criada, Elli?

—No, no lo haré. Nadie debe tocarte, dijo Damon, y no permitiré que esas tontas jóvenes empiecen a chismorrear. Yo me ocuparé de ti, Cal. Andrew, será mejor que le digas a Damon que Cal se ha despertado.

Encontró a Damon ya levantado, afeitándose en el lujoso baño que era un duplicado exacto del que él tenía en su propia suite. Por medio de un gesto, indicó a Andrew que entrara.

—¿Calista parece estar mejor?

Entonces advirtió la vacilación de Andrew.

—Demonios, nunca pensé... ¿Hay tabúes de desnudez en el imperio?

Andrew sintió, de manera extraña, que era él y no Damon quien debía sentirse incómodo.

—En algunas culturas, sí —dijo—. En la mía, entre ellas. Pero estoy en tu mundo, de modo que supongo que soy yo quien debe adaptarse a las costumbres, y no tú a las mías.

Andrew sabía que era tonto que se sintiera incómodo, furioso, o indignado ante el recuerdo de Damon. Anoche, inclinándose desnudo sobre Calista, observando el cuerpo frágil y desnudo de la joven.

Damon se encogió de hombros.

—No hay muchos tabúes de esa clase aquí —dijo con tono casual—. Unos pocos entre los
crístóforos
, o en presencia de no-humanos, o entre diferentes generaciones. No me mostraría desnudo ante un grupo de contemporáneos de mi padre, o de
Dom
Esteban. No está prohibido, sin embargo, ni tampoco incomoda tanto como parece incomodarte a ti. Tampoco rne presentaría desnudo ante un grupo de criadas, pero si la casa se incendiara, o algo así, no vacilaría en hacerlo. Tratándose de un hombre de mi edad, casado con la hermana de mi esposa... —Se encogió de hombros, desconcertado—. Nunca se me hubiera ocurrido.

Andrew advirtió que debería haberlo supuesto la noche anterior, cuando Ellemir se había presentado desnuda, sin incomodidad.

Damon se lavó la cara, y después se pasó una loción de hierbas, verde y de olor agradable. El olor le recordó a Andrew el cuartito de destilación de Calista. Damon se rió, poniéndose la camisa.

—En cuanto a Elli —dijo—, deberías sentirte aliviado. Significa que te ha aceptado como parte de la familia. ¿Te gustaría que se sintiera incómoda en tu presencia y que se mantuviera cuidadosamente oculta por las ropas, como si fueras un extraño?

—No, no me gustaría. —Pero ¿acaso eso significaba que no lo consideraba en absoluto como varón?, se preguntó Andrew. ¿Una sutil manera de desvirilizarlo?

—Date tiempo —dijo Damon—. Todo se aclarará solo. —Con soltura, se puso el resto de sus ropas—. ¿Sigue nevando?

—Más fuerte que nunca.

Damon fue a mirar, pero cuando abrió mínimamente la ventana, el viento aullante invadió la habitación como un huracán. Apresuradamente, volvió a cerrarla.

—¿Cal está despierta? ¿Quién está con ella? Bien, esperaba que Ellemir tuviera la sensatez de mantener lejos a las criadas. En su estado, la presencia de cualquier no-telépata sería prácticamente insoportable. Por eso no tenemos sirvientes humanos en las Torres, sabes, —Se dirigió hacia la puerta—. ¿Habéis comido?

—Todavía no —dijo Andrew, dándose cuenta de que ya había pasado el mediodía y de que tenía mucha hambre.

—Baja, por favor, y dile a Rhodri que nos mande algo de comer. Creo que todos debemos quedarnos con Calista —dijo, y luego vaciló—: Voy a encomendarte un trabajo complicado. Tendrás que ir y darle a
Dom
Esteban alguna explicación. Si voy yo, con una sola mirada sabrá toda la historia. Tú todavía le resultas un poco desconocido y será más reservado contigo. ¿No te importa? Yo no quisiera explicárselo.

—No, no me importa —dijo Andrew. Le importaba, pero sabía que darle alguna explicación al inválido Lord Alton sólo era simple cortesía. Ya hacía mucho que había pasado la hora en que Ellemir solía ocuparse de la casa, y
Dom
Esteban, además, estaba acostumbrado a la compañía de Calista.

Le dijo al mayordomo que todos ellos habían estado despiertos hasta muy tarde y que desayunarían en sus habitaciones. Recordando lo que Damon le había dicho acerca de la presencia de no-telépatas, aclaró que nadie debía entrar en la suite, sino que tan sólo dejaran la comida junto a la puerta.

—Así se hará,
Dom
Ann'dra —le respondió el hombre, sin dar muestras de curiosidad, como si la petición fuera habitual.

En el Gran Salón, estaba
Dom
Esteban en su silla de ruedas, junto a la ventana, acompañado por el guardia Caradoc. Con alivio, Andrew advirtió que no se veía a Dezi por ninguna parte.
Dom
Esteban y Caradoc jugaban a un juego parecido al ajedrez, que Damon había tratado en una oportunidad de enseñarle a Andrew. Se llamaba castillos, y se jugaba con piezas de cristal tallado que no se ordenaban sobre el tablero sino que se mezclaban al azar y debían ser movidas a partir del lugar en el que caían, siguiendo ciertas complejas reglas.
Dom
Esteban tomó del tablero una pieza de cristal roja, hizo una mueca de triunfo dirigida a Caradoc, y luego alzó la vista hacia Andrew.

—Buenos días, ¿o será mejor decir buenas tardes? ¿Supongo que dormiste bien?

—Muy bien, señor, pero Calista está... está ligeramente indispuesta. Y Ellemir está con ella.

—Y también los dos esposos, lo que es correcto y adecuado —dijo
Dom
Esteban, sonriendo.

—¿Es necesario hacer algo, suegro...?

—¿Con este tiempo? —dijo el anciano, señalando hacia afuera—. Nada, no hay necesidad de disculparse.

Andrew recordó que el anciano era también un poderoso telépata. Si la perturbación de la noche había alarmado a Damon y Ellemir, incluso en su lecho matrimonial, ¿habría sobresaltado también al anciano? Pero si había sido de ese modo, Lord Alton no se lo demostró ni siquiera con un parpadeo.

—Dale mi amor a Calista —dijo—, y dile que espero que se mejore pronto. Y dile a Ellemir que cuide a su hermana. Yo tengo suficiente compañía, de modo que puedo arreglarme solo durante un día o dos.

Caradoc hizo algunos comentarios en su cerrado dialecto montañés, acerca de que la época de las nevadas era el mejor momento para quedarse en casa y gozar de la compañía de las esposas.
Dom
Esteban se rió ruidosamente, pero la broma resultó un poco oscura para Andrew. Se sentía agradecido con el viejo, pero también herido, indecentemente expuesto. Nadie que tuviera un ápice de fuerza telepática podría haber dormido durante la última noche, pensó. ¡Debían haber despertado a todos los telépatas que vivían entre Armida y Thendara!

Habían traído la comida, y Damon la había llevado junto a la cama de Calista. La joven estaba otra vez acostada, con aspecto pálido y demacrado. Ellemir la instaba a comer, tal como lo hubiera hecho con una criatura enferma. Damon hizo lugar para Andrew a su lado, y le alcanzó un rollito caliente.

—No te esperamos —dijo—. Yo tenía hambre, después de lo de anoche. ¡Probablemente los criados creen que estamos haciendo una orgía!

—Me gustaría que tuvieran razón —dijo Calista, con una risita picara—. Sin duda sería una gran mejoría de nuestra verdadera situación. —Sacudió la cabeza cuando Ellemir le ofreció una rebanada de pan caliente, untada con la aromática miel montañesa—. No, de veras, no puedo.

Damon la observó con inquietud. La joven había tomado unos pocos tragos de leche, pero se había negado a comer, como si el esfuerzo de masticar fuera demasiado para ella.

—Tú te has hecho cargo del cuarto de destilación, Calista —le dijo Damon—. ¿Has preparado un poco de
kirian
?

Ella negó con la cabeza.

—Lo he estado postergando, ya que no hay nadie aquí que lo necesite, y Valdir está en Nevarsin. Y es difícil prepararlo, porque hay que destilarlo tres veces.

—Lo sé. Yo nunca lo preparé, pero vi cómo lo hacían —dijo Damon, observándola detenidamente mientras la joven cambiaba de posición—. ¿Todavía estás dolorida?

Ella asintió y dijo con voz débil:

—Estoy sangrando.

—¿También? — ¿Tendría que pasar también por eso?—. ¿Cuánto tiempo antes del ciclo regular? Si se trata solamente de unos pocos días, puede ser simplemente el shock.

Ella sacudió la cabeza.

—No comprendes. Para mí... para mí no hay fechas regulares. Esta es la primera vez...

El la miró consternado, casi sin creerle.

—Pero tenías trece años cuando fuiste a la Torre... ¿tus ciclos menstruales todavía no habían comenzado?

A Andrew le pareció que la joven se sentía incómoda, casi avergonzada.

—No. Leonie dijo que era una suerte que todavía no hubiera empezado a menstruar.

—¡Debió esperar a eso antes de empezar tu adiestramiento! —dijo Damon, con ira.

Calista miró hacia otro lado, enrojeciendo.

—Me dijo que... al empezar tan joven, se alterarían algunos de los procesos físicos normales. Pero también me dijo que todo sería más sencillo para mí si se me ahorraba todo eso.

—¡Yo pensé que
eso
era una actitud bárbara de las Épocas de Caos! ¡Durante generaciones se ha dado por sentado que una Celadora debía ser una mujer adulta!

Calista salió en defensa de su madre adoptiva.

—Me dijo que otras seis muchachas habían intentado adaptarse, y habían fracasado, y que a mí me resultaría más sencillo, con menos problemas y menos doloroso...

Damon frunció el ceño, sorbiendo una copa de vino, mirando fijamente la nada, como si hubiera visto allí algo desagradable.

—Dime algo, pero piénsalo cuidadosamente. En la Torre, ¿te dieron alguna clase de droga para suprimir tus menstruaciones?

—No, no fue necesario.

—No lo puedo creer de Leonie, pero... ¿alguna vez trabajó con una matriz sobre las corrientes de tu cuerpo?

—Sólo durante el adiestramiento habitual, creo —dijo Calista, dudando. Andrew interrumpió:

—Pero ¿de qué estás hablando?

El rostro de Damon era sombrío.

—En otras épocas —dijo—, se solía neutralizar a las Celadoras... Marisela habló de eso, ¿recuerdas? No puedo creer... ¡No puedo
creer
—repitió con énfasis— que Leonie pueda haber mutilado tu femineidad de esa manera!

Calista pareció sobresaltarse.

—¡Oh, no, Damon! ¡Oh, no! Leonie me ama, ella nunca... —pero su voz se quebró. Tenía miedo.

Leonie había estado tan segura de que la elección de la joven era para toda la vida... Y se había mostrado tan reticente a liberarla...

Andrew buscó la mano fría de Calista. Damon frunció el ceño.

—No, sé que no fuiste neutralizada, por supuesto que no —dijo—. Si has empezado a menstruar, es porque tu reloj está nuevamente en marcha. Pero a veces lo hacían, antes, cuando les parecía que la virginidad sería una carga menos pesada para las muchachas que aún no eran maduras.

—Pero ahora que ha empezado, ella estará bien... ¿verdad? —preguntó Ellemir con ansiedad.

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