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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #Policíaco

La sombra de la sirena (31 page)

BOOK: La sombra de la sirena
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—Esto no es normal, desde luego. ¿Quién es capaz de algo así?

—Es lo que dijimos Martin y yo. Aquí hay algo raro, por así decirlo. Y creo que Christian sabe más de lo que nos ha contado. —Le refirió lo que le había oído murmurar.

—Sí, yo llevo un tiempo con la misma sensación. ¿Dónde está?

—En el dormitorio.

—Pues vamos a ver si está en condiciones de hablar.

—A mí me parece que sí.

A Patrik le sonó el teléfono en el bolsillo. Respondió enseguida y Gösta lo vio dar un respingo.

—Pero ¿qué me dices? ¿Podrías repetir eso? —Miraba con estupefacción a Gösta, que en vano intentaba oír lo que decían al otro lado de la línea—. Vale, entendido. Estamos en casa de los Thydell, aquí también se han producido unos sucesos muy extraños, pero lo resolveremos.

Colgó el teléfono.

—Kenneth Bengtsson está ingresado en el hospital de Uddevalla. Salió a correr esta mañana y alguien le había tendido una trampa, una cuerda que atravesaba el sendero y que lo hizo tropezar y caer sobre un lecho de fragmentos de cristal.

—Maldita sea —susurró Gösta. Y, por segunda vez aquella mañana, añadió—: ¿Qué está pasando aquí, en realidad?

E
rik miraba fijamente el teléfono móvil. Kenneth iba camino del hospital. Siempre tan cumplidor, al parecer había convencido al personal de la ambulancia de que lo llamasen para comunicarle que aquella mañana no iría a la oficina.

Alguien le había tendido una trampa en el circuito por el que solía correr. Erik ni siquiera se planteó que fuese un error, algún tipo de juego que se les hubiese ido de las manos. Kenneth siempre hacía el mismo recorrido cuando salía a correr. Todas las mañanas, exactamente el mismo trayecto. Todos lo sabían y cualquiera podría haberlo averiguado. De modo que, sin atisbo de duda, era obvio que alguien quería hacerle daño.

Quizá debería poner sus barbas a remojar. A lo largo de los años, había asumido un sinfín de riesgos y había fastidiado a muchas personas. Pero jamás habría podido prever aquello, ni el pánico que ahora sentía.

Se volvió hacia la pantalla y entró en la página web del banco. Tenía que comprobar sus posibilidades. No paraba de darle vueltas a todo, pero trató de centrarse en las cantidades que había en cada cuenta y en canalizar el miedo hacia un plan, una vía de escape. Se permitió reflexionar un instante en quién estaría detrás de aquellas cartas, la persona que, probablemente, habría matado a Magnus y que ahora parecía orientar su atención hacia Kenneth. Para empezar. Pero desechó aquellos pensamientos. De nada servía seguir cavilando sobre ello. Podía ser cualquiera. Lo que tenía que hacer era tratar de salvar el pellejo, coger todo lo que pudiera y emprender un viaje a un lugar más cálido, donde nadie pudiera encontrarlo. Y quedarse allí hasta que hubiera pasado todo.

Naturalmente, echaría de menos a las niñas mientras estuviera fuera, pero ya eran lo bastante mayores y pudiera ser que Louise espabilara si ya no tenía en quien apoyarse y la responsabilidad de las niñas recaía solo sobre ella. No las iba a dejar en la miseria, naturalmente. Procuraría que hubiera dinero suficiente en las cuentas para que se las arreglasen un tiempo. Después, Louise tendría que buscarse un trabajo. No le sentaría nada mal. Ni podía esperar que él la siguiera manteniendo toda la vida. Tenía todo el derecho del mundo a actuar así, y lo que él había conseguido ganar en el transcurso de los años le bastaría para forjarse una nueva vida. Le aportaría seguridad.

Aún tenía la situación bajo control y solo necesitaba organizar los aspectos prácticos del asunto. Entre otras cosas, tenía que hablar con Kenneth. Mañana iría al hospital; confiaba en que su colega estuviera en condiciones de repasar unas cantidades. Claro que para Kenneth sería un golpe que él dejara la empresa estando tan reciente la muerte de Lisbet, y seguro que tendría consecuencias desagradables. Pero Kenneth ya era mayorcito y quizá Erik le hiciese un favor también a él obligándolo a valerse por sí solo. Ahora que lo pensaba, sería muy positivo tanto para Kenneth como para Louise que él no estuviera allí para apoyarlos.

Luego estaba Cecilia. Pero ella ya le había dicho con la mayor claridad posible que no necesitaba su ayuda, salvo en el aspecto económico. Y desde luego, podría desprenderse de una pequeña cantidad.

Sí, así lo haría. Cecilia también se las arreglaría. Todos se las arreglarían. Y las niñas lo comprenderían, seguro. Con el tiempo, lo comprenderían.

L
es había llevado mucho tiempo extraer todos los fragmentos de vidrio. Quedaban dos. Habían llegado tan profundo que precisarían una intervención de más envergadura. Pero había tenido suerte, según le dijeron. Ningún fragmento había afectado a las venas más importantes. De lo contrario, la cosa habría podido ser muy grave. Exactamente eso le dijo el médico con tono desenvuelto.

Kenneth giró la cabeza hacia la pared. Es que no comprendían que aquello era lo peor. Que habría preferido que uno de los fragmentos le hubiese cortado una arteria, que le hubiese extirpado el dolor y la angustia que tenía en el corazón. Que le hubiese borrado aquel mal recuerdo. Porque en la ambulancia, con el aullido de las sirenas en los oídos, mientras se retorcía de dolor ante el menor movimiento del vehículo, lo comprendió todo. De repente supo quién los acosaba. Quién los odiaba y quería hacerles daño a él y a los demás. Quién le había arrebatado a Lisbet. La idea de que ella hubiese muerto con la verdad resonándole en los oídos era más de lo que podía soportar.

Se miró los brazos, que tenía apoyados sobre la manta. Los tenía vendados. Las piernas, igual. Ya había corrido su última maratón. Sería un milagro que las heridas curasen bien, había pronosticado el médico. Pero no importaba. Ya no quería correr más.

Y tampoco pensaba correr para huir de ella. Ya le había robado lo único que significaba algo para él. El resto, tanto daba. Existía una especie de justicia bíblica de la que no podía defenderse. Ojo por ojo, diente por diente.

Kenneth cerró los ojos y recreó aquellas imágenes que había relegado a un punto recóndito de la memoria. Con el paso de los años, era como si nunca hubiera ocurrido. Una sola vez se hicieron patentes. Aquel solsticio de verano en que todo estuvo a punto de venirse abajo. Pero los muros resistieron y Kenneth volvió a almacenar los recuerdos en lo más hondo, en los recovecos más tenebrosos del cerebro.

Ahora habían vuelto. Ella los había sacado de nuevo a la luz, lo había obligado a verse a sí mismo. Y Kenneth no soportaba lo que veía. Ante todo, no soportaba que hubiese sido lo último que Lisbet vivió. ¿Fue eso lo que lo cambió todo? ¿Murió con un terrible agujero negro en el lugar del corazón donde antes se había alojado el amor que sentía por él? ¿Se convirtió en un extraño para ella en aquel preciso instante?

Volvió a abrir los ojos. Se quedó mirando al techo y notó que las lágrimas empezaban a rodarle por las mejillas. Ya podía venir a llevárselo si quería. No saldría corriendo.

Ojo por ojo, diente por diente.

—¡
A
parta, gordinflón!

Los niños chocaban con él a propósito cuando iban por el pasillo. Él intentaba evitarlos, hacerse tan invisible en la escuela como lo era en casa. Pero no funcionaba. Era como si hubiesen estado esperando a alguien como él, a alguien que llamara la atención, para tener una víctima con la que ensañarse. Él lo comprendía. Todas aquellas horas de lectura le habían ayudado a saber más, a comprender más que ninguna persona de su edad. En las clases era brillante y los profesores lo adoraban. Pero ¿de qué servía, cuando no era capaz de darle patadas al balón, de correr rápido ni de escupir lejos? Eran las cosas que contaban, las habilidades que tenían importancia
.

Iba despacio camino a casa. Miraba todo el tiempo a su alrededor por si había alguien acechando. Por suerte, la escuela quedaba cerca. Aquel camino lleno de peligros era corto, por lo menos. Solo tenía que bajar por Håckebacken, girar a la izquierda hacia el muelle que daba a Badholmen y allí estaba la casa. La casa que habían heredado de La bruja
.

Su madre aún la llamaba así. La llamaba así cada vez que, con sumo placer, salía a tirar alguna de sus cosas al contenedor que colocaron en el jardín cuando se mudaron
.

—Esto tendría que verlo La bruja. Sus sillas preferidas, fuera con ellas —decía sin dejar de limpiar y ordenar, como si se hubiera vuelto loca—. Aquí va la porcelana de tu abuela, ¿lo ves?

Él nunca supo por qué aquella mujer se había convertido en La bruja, por qué su madre estaba tan enfadada con ella. En una ocasión, intentó preguntarle a su padre, pero él murmuró algo ininteligible por respuesta
.

—¿Ya estás en casa? —Su madre estaba peinando a Alice cuando él entró por la puerta
.

—Hemos terminado a la hora de siempre —dijo sin responder a la sonrisa de Alice—. ¿Qué hay para cenar?

—Con la pinta que tienes, se diría que has comido para el resto del año. Hoy no cenas. Tendrás que tirar de la grasa que ya tienes
.

No eran más de las cuatro. Ya podía sentir el hambre que iba a pasar, pero por la expresión de su madre supo que no valía la pena protestar
.

Subió a su habitación, cerró la puerta y se tumbó en la cama con un libro. Metió esperanzado la mano por debajo del colchón. Con un poco de suerte, se le habría escapado algo de lo que escondía, pero allí no había nada. Era muy hábil. Siempre encontraba su reserva de comida y golosinas, dondequiera que la escondiese
.

Unas horas después, el estómago se quejaba sonoramente. Tenía tanta hambre que estaba a punto de llorar. De abajo ascendía el aroma a bollos, sabía que su madre los estaba haciendo de canela solo para que el olor lo volviese loco de hambre. Olfateó el aire, se volvió de lado y hundió la nariz en el almohadón. A veces pensaba en huir. De todos modos, a nadie le importaría. Posiblemente Alice lo echase de menos, pero a él eso le daba igual. Alice la tenía a ella
.

Ella dedicaba a Alice todo su tiempo libre. ¿Por qué no la miraba Alice con adoración a ella, en lugar de a él? ¿Por qué daba por hecho aquello por lo que él habría dado cualquier cosa?

Debió de dormirse, porque lo despertaron unos golpecitos en la puerta. Se le había caído el libro en la cara y debió de babear mientras dormía, porque el almohadón estaba empapado de saliva. Se secó la cara con la mano y se levantó adormilado para abrir la puerta. Allí estaba Alice. Tenía en la mano un bollo. Se le hacía la boca agua, pero dudaba. Su madre iba a enfadarse si descubría que Alice le llevaba comida a escondidas
.

Alice lo miraba con los ojos muy abiertos. Le rogaba que la mirase y que la quisiera. Una imagen le vino a la mente. La imagen y la sensación de un cuerpo de bebé mojado y resbaladizo. Alice mirándolo fijamente sumergida en el agua. Cómo estuvo manoteando hasta que dejó de moverse por completo
.

Cogió el bollo rápidamente y le cerró la puerta en las narices. Pero de nada sirvió. Los recuerdos seguían allí
.

P
atrik había enviado a Gösta y a Martin a Uddevalla para que comprobasen si Kenneth se encontraba lo bastante repuesto como para hablar con él. El equipo de técnicos de Torbjörn Ruud ya iba en camino y tendrían que dividirse para examinar tanto el lugar donde se había caído Kenneth como la casa en la que ahora se encontraban. Gösta protestó al saber que debía marcharse de allí, le habría gustado quedarse a hablar con Christian, pero Patrik prefirió que lo hiciera Paula. Pensaba que sería mejor que fuese una mujer quien hablase con Sanna y los niños. Lo que sí hizo fue anotar todos los detalles del hallazgo de la bayeta del sótano. Patrik hubo de admitir que Gösta había estado muy alerta. Con un poco de suerte, podrían encontrar tanto huellas dactilares como ADN del agresor, que tanta cautela había mostrado hasta el momento.

Observó al hombre que tenía delante. Christian parecía cansado y viejo. Era como si hubiera envejecido diez años desde la última vez que lo vio. No se había molestado en anudar bien el cinturón de la bata y tenía un aspecto vulnerable así, con el pecho descubierto. Patrik se preguntó si, por dignidad, no debería sugerirle que se cerrara bien el cuello, pero prefirió no hacerlo. La indumentaria era sin duda lo último en lo que pensaba en aquellos momentos.

—Los chicos ya están más tranquilos. Mi colega Paula hablará con ellos y con tu mujer, y hará todo lo posible por no asustarlos ni alterarlos más. ¿De acuerdo? —Patrik intentaba captar la mirada de Christian para ver si lo estaba escuchando. En un primer momento, no obtuvo respuesta alguna y pensó que debía repetir lo que acababa de decirle. Pero al final, Christian asintió despacio.

—Entre tanto, he pensado que tú y yo podríamos charlar un rato —añadió Patrik—. Sé que hasta ahora no te has mostrado muy proclive a hablar con nosotros pero, dadas las circunstancias, creo que no tienes elección. Alguien ha entrado en tu casa, en el dormitorio de tus hijos, y ha hecho algo que, si bien no les ha infligido ningún daño físico, debe de haber sido una experiencia aterradora para ellos. Si tienes alguna idea de quién podría encontrarse detrás de todo esto, debes contárnoslo. ¿No lo comprendes?

Una vez más, Christian se tomó su tiempo antes de asentir. Carraspeó como para decir algo, pero continuó en silencio. Patrik prosiguió.

—Ayer mismo supimos que también Kenneth y Erik han estado recibiendo cartas amenazadoras de la misma persona que tú. Y esta mañana, Kenneth resultó gravemente herido mientras corría. Alguien le había tendido una trampa.

Christian levantó la vista fugazmente, pero la bajó enseguida otra vez.

—No tenemos datos que acrediten que Magnus también las recibiera, pero estamos trabajando sobre esa hipótesis y sobre la de que también en su caso se trata de la misma persona. Y tengo la sensación de que tú sabes más de lo que nos has contado acerca de todo este asunto. Quizá sea algo que no quieras sacar a la luz, o algo que consideras carente de importancia, pero, en tal caso, deja que lo decidamos nosotros. La más mínima pista puede ser crucial.

Christian describía círculos con el dedo sobre la mesa. Luego miró a Patrik a los ojos. Por un instante, este pensó que quería contarle algo. Pero, finalmente, se cerró de nuevo.

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