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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #Policíaco

La sombra de la sirena (33 page)

BOOK: La sombra de la sirena
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Y enseguida su cerebro se puso a funcionar. Tenía que ser posible avanzar con más rapidez. Había oído el deje de frustración en la voz de Patrik y lo comprendía. Los acontecimientos se habían multiplicado pero la Policía no se había acercado a la resolución del caso.

Móvil en mano, reflexionó un instante. Patrik se pondría furioso si ella se inmiscuía. Pero estaba acostumbrada a investigar para sus libros. Claro que, en su caso, se trataba de casos policiales ya cerrados, pero no podía ser tanta la diferencia a la hora de investigar uno que estuviese en curso. Y sobre todo, le resultaba tan aburrido pasarse los días en casa sin hacer nada… Literalmente, le picaba el gusanillo de hacer algo de provecho.

Además, contaba con su instinto, que la había orientado en la dirección correcta en numerosas ocasiones. Ahora le decía que era Christian quien tenía la clave. Varios datos apuntaban a esa hipótesis: él fue el primero que empezó a recibir aquellas cartas amenazadoras, el celo con que ocultaba todo lo relativo a su pasado y lo nervioso que estaba. Detalles nimios pero importantes. Desde la conversación que mantuvieron en la cabaña, además, tenía la sensación de que Christian sabía algo, de que algo escondía.

Se puso la ropa de abrigo rápidamente, como para no tener tiempo de arrepentirse. Una vez en el coche y mientras conducía, llamaría a Anna para preguntarle si podía ir a recoger a Maja a la guardería. Ella llegaría a casa hacia la tarde, pero no le daría tiempo de ir a buscar a la niña. En ir a Gotemburgo se tardaba una hora y media, así que era un viaje largo solo por un capricho. Aunque, si no encontraba nada, aprovecharía para saludar a su medio hermano Göran, de cuya existencia se habían enterado no hacía mucho.

La idea de tener un hermano mayor le resultaba aún un tanto incomprensible. Fue desconcertante descubrir que, durante la Segunda Guerra Mundial, su madre había tenido en secreto un niño al que tuvo que dar en adopción. Los dramáticos sucesos del verano anterior trajeron consigo algo bueno, después de todo, y desde entonces, tanto ella como Anna cultivaron una excelente relación con Göran. Erica sabía que podía ir a saludarlo y a visitarlo siempre que quisiera, tanto a él como a su madre, la mujer que lo crio.

Anna respondió enseguida que sí, que iría a recoger a Maja, a la que tanto sus hijos como los de Dan adoraban. Indudablemente, la pequeña llegaría a casa agotada de tanto jugar y atiborrada de dulces.

Solucionado este asunto, se puso en marcha. Escribir libros sobre casos reales de asesinato —unos libros que se convertían en extraordinarios éxitos de ventas— le había permitido adquirir mucha experiencia a la hora de investigar. Eso sí, le habría gustado tener el número del carné de identidad de Christian, se habría ahorrado una serie de llamadas telefónicas. Sin embargo, tendría que arreglárselas con el nombre y lo que, de repente, recordó haberle oído decir a Sanna: que Christian vivía en Gotemburgo cuando se conocieron. Aún seguía dándole vueltas al comentario de May, la compañera de la biblioteca, acerca de Trollhättan, pero al final había decidido que Gotemburgo era, pese a todo, el punto de partida más lógico. Allí vivía Christian antes de mudarse a Fjällbacka, y por allí pensaba empezar, con la esperanza de poder continuar retrocediendo en el tiempo, si fuera necesario. En cualquier caso, no dudaba ni por un momento de que la verdad se hallaba en el pasado de Christian.

Cuatro llamadas más tarde, ya tenía un dato: la dirección en la que había vivido Christian antes de mudarse con Sanna. Se detuvo en una estación de Statoil poco antes de llegar a Gotemburgo y compró un plano de la ciudad. Aprovechó para ir al baño y estirar un poco las piernas. Resultaba terriblemente incómodo conducir con dos bebés entre el asiento y el volante y notaba las piernas y la espalda rígidas y entumecidas.

No acababa de encajarse en el asiento del coche cuando sonó el teléfono. Mientras intentaba mantener derecha la taza de papel en una mano, cogió el teléfono con la otra para mirar la pantalla. Patrik. Mejor sería dejar que se encargase el contestador. Ya se lo explicaría después. Sobre todo si llegaba a casa con alguna información que les permitiese avanzar. En ese caso, no tendría que aguantar algunos de los reproches que sabía la esperaban.

Tras un último vistazo al plano, arrancó el coche y giró para salir a la autovía. Hacía más de siete años que Christian se mudó de la casa a la que ahora se dirigía. De repente la invadió la incertidumbre. ¿Qué probabilidades tenía de que quedase allí algún rastro de Christian? La gente se mudaba una y otra vez sin dejar huellas tras de sí.

Erica exhaló un suspiro. En fin, ya no tenía remedio, estaba allí y Göran la invitaría a un café antes de que volviera a casa. De modo que el viaje no habría sido en vano.

Sonó un pitido. Patrik le había dejado un mensaje.

—¿
D
ónde está todo el mundo? —preguntó Mellberg mirando adormilado a su alrededor. No había hecho más que dar una cabezada y, cuando despertó, se encontró la comisaría desierta. ¿Se habrían ido todos a tomar café sin avisarle?

Como un tornado, se dirigió a la recepción, donde encontró a Annika.

—Bueno, ¿qué es lo que pasa? ¿Se han creído que ya ha llegado el fin de semana? ¿Por qué no hay nadie aquí trabajando? Si se han ido a la confitería les espera una buena reprimenda cuando vuelvan. Este municipio confía en que siempre estemos preparados para intervenir, y es nuestra obligación —dijo agitando el dedo en el aire— estar en nuestro puesto cuando los ciudadanos nos necesiten. —Mellberg adoraba el sonido de su voz. Aquel tono imperioso le sentaba de maravilla, siempre se lo pareció.

Annika lo miraba atónita y sin pronunciar palabra. Mellberg empezó a ponerse nervioso. Esperaba que Annika lo bombardease disculpando a sus amigos con un montón de excusas. El comportamiento de Annika le produjo una sensación muy desagradable.

Al cabo de un rato, Annika respondió tranquilamente:

—Han salido a atender una emergencia. Están en Fjällbacka. Han pasado muchas cosas mientras tú estabas trabajando en el despacho. —No podía decirse que hubiese pronunciado el verbo «trabajar» con un tono claramente sarcástico, pero algo le decía que la recepcionista era consciente de que había estado echando un sueñecito. De modo que se trataba de salir airoso de aquella situación.

—¿Por qué no me habéis dicho nada?

—Patrik lo intentó. Llamó varias veces a la puerta de tu despacho. Pero estaba cerrada con llave y tú no contestabas. Al final, tuvo que irse.

—Sí… a veces me concentro en el trabajo de tal manera que ni oigo ni veo nada —dijo Mellberg maldiciendo para sus adentros. Qué lata, tener un sueño tan profundo. Era un don, pero también un castigo.

—Ummm… —respondió Annika volviéndose de nuevo hacia el ordenador.

—¿Y qué es lo que ha pasado? —preguntó irritado, aún con la sensación de que lo habían engañado.

Annika le refirió en pocas palabras lo sucedido en casa de Christian y lo que le había pasado a Kenneth. Mellberg estaba boquiabierto. Aquello estaba resultando cada vez más extraño.

—No tardarán en volver. Por lo menos Patrik y Paula. Ellos te pondrán al corriente de los detalles. Martin y Gösta han ido a Uddevalla a hablar con Kenneth, así que tardarán un poco más.

—Dile a Patrik que venga a verme en cuanto llegue —ordenó Mellberg—. Y recuérdale que, esta vez, llame a la puerta como es debido.

—Se lo diré. Le insistiré en que llame con más fuerza. Por si vuelve a encontrarte absorto en el trabajo.

Annika lo miraba muy seria, pero Mellberg no pudo librarse de la sensación de que estuviese tomándole el pelo.

—¿
N
o puedes venirte con nosotros? ¿Por qué tienes que quedarte aquí? —Sanna puso en la maleta unos jerseys, los primeros que encontró.

Christian no respondió, lo que la indignó más aún.

—Pero contéstame. ¿Te vas a quedar solo en casa? Es tan estúpido, tan tremendamente… —Lanzó unos vaqueros apuntando a la maleta, pero falló y cayeron al suelo, a los pies de Christian. Sanna se acercó pero, en lugar de recogerlos, le cogió la cara con ambas manos. Intentó conseguir que la mirase, pero él se negaba.

—Por favor, Christian, cariño. No lo comprendo. ¿Por qué no te vienes con nosotros? Aquí no estarás seguro.

—No hay nada que comprender —respondió Christian apartándole las manos—. Me quedo aquí y no hay más que hablar. No pienso huir.

—¿Huir de quién? ¿De qué? No te perdonaré si sabes quién es y no me lo dices. —Las lágrimas le corrían a raudales por las mejillas y aún notaba en las manos el calor de la cara de Christian. Él no le permitía acercarse y le escocía por dentro. En situaciones como aquella, deberían apoyarse mutuamente. Pero él le volvía la espalda, no la quería con él. Se sonrojó por la humillación y apartó la vista para seguir haciendo la maleta.

—¿Cuánto tiempo crees que debemos quedarnos? —preguntó dejando un puñado de bragas y otro de calcetines que había sacado del cajón superior.

—¿Cómo lo voy a saber? —Christian se había quitado la bata, se había limpiado la pintura y se había puesto unos vaqueros y una camiseta. Sanna seguía pensando que era el hombre más guapo que había visto jamás. Lo quería tanto que le dolía.

Sanna cerró el cajón y echó una ojeada al pasillo, donde los niños esperaban jugando. Estaban más callados que de costumbre. Serios. Nils guiaba los coches de aquí para allá y los héroes de Melker estaban enzarzados en una pelea. Los dos jugaban sin los efectos de sonido habituales y, sin discutir entre sí, algo que rara vez podían evitar.

—Crees que los niños… —De nuevo rompió a llorar y volvió a intentarlo—: ¿Crees que habrán sufrido alguna lesión?

—No tienen ni un rasguño.

—No me refería a físicamente. —Sanna no comprendía cómo podía ser tan frío y estar tan tranquilo. Por la mañana lo vio tan conmocionado, tan desesperado y tan asustado como ella. Ahora se comportaba como si nada hubiera ocurrido, o como si fuera una nimiedad.

Alguien había entrado en su casa mientras dormían, en el cuarto de sus hijos, y cabía la posibilidad de que los hubiera traumatizado para siempre, serían personas temerosas e inseguras, no seres convencidos de que nada podría ocurrirles cuando estaban en casa, en sus camas, de que nada les sucedería cuando mamá y papá se hallaban a tan solo unos metros. Esa seguridad tal vez hubiese desaparecido para siempre. Aun así, su padre se quedaba tan tranquilo y distante como si no le incumbiese. Y entonces, en aquel preciso momento, lo odió por ello.

—Los niños olvidan pronto —dijo Christian mirándose las manos.

Sanna vio que tenía unos arañazos enormes en la palma de la mano y pensó en cómo se los habría hecho. Pero no le dijo nada. Por una vez, no preguntó. ¿Sería aquello el final? Si Christian ni siquiera era capaz de acercársele, de quererla ahora que algo malo y horrible los amenazaba, tal vez hubiese llegado el momento de dejarlo.

Siguió haciendo la maleta sin preocuparse de qué metía en ella. Todo lo veía borroso con las lágrimas mientras iba cogiendo la ropa de las perchas bruscamente. Al final, la maleta estaba a rebosar y tuvo que sentarse encima para poder cerrarla.

—Espera, deja que te ayude. —Christian se levantó y consiguió aplastar la maleta con su peso, de modo que Sanna pudo cerrar la cremallera—. La llevaré abajo. —Cogió el asa y sacó la maleta de la habitación, pasando por delante de los chicos.

—¿Por qué tenemos que irnos a casa de la tía Agneta? ¿Y por qué llevamos tantas cosas? ¿Vamos a estar fuera mucho tiempo? —Christian se detuvo en medio de la escalera al oír lo angustiado que estaba Melker. Pero enseguida continuó bajando en silencio.

Sanna se acercó a sus hijos y se acuclilló a su lado. Intentó parecer tranquila cuando les dijo:

—Vamos a pensar que nos vamos de vacaciones. Pero que no nos vamos muy lejos, solo a casa de la tía y de los primos. A vosotros os gusta mucho ir allí, os lo pasáis en grande. Y esta noche vamos a comer algo rico. Como estamos de vacaciones, esta noche podéis comer golosinas, aunque no sea sábado.

Los niños la miraban con suspicacia, pero golosinas era la palabra mágica.

—¿Y nos vamos a ir todos? —preguntó Melker, y su hermano repitió ceceando—: ¿Nos vamos a ir todos?

Sanna respiró hondo.

—No, seremos solo nosotros tres. Papá tiene que quedarse.

—Sí, papá tiene que quedarse aquí a pelear con los malos.

—¿Qué malos? —preguntó Sanna dándole una palmadita a Melker en la mejilla.

—Los que han destrozado nuestra habitación —dijo cruzando los brazos con la cara enfurruñada—. Si vuelven, ¡papá les pegará!

—Papá no va a pegarle a ningún malo. Y aquí no va a volver nadie. —Le acarició el pelo a su hijo mientras maldecía a Christian. ¿Por qué no se iba con ellos? ¿Por qué callaba? Se levantó—. Lo vamos a pasar en grande. Una aventura de verdad. Voy a ayudar a papá a guardar las cosas en el coche y vengo a buscaros, ¿vale?

—Vale —respondieron los niños, aunque sin gran entusiasmo. Mientras bajaba la escalera, notaba sus miradas clavadas en la espalda.

Lo encontró al lado del coche, metiendo el equipaje en el maletero. Sanna se le acercó y lo cogió del brazo.

—Es la última oportunidad, Christian. Si sabes algo, si tienes alguna idea de quién nos ha hecho esto, te ruego que lo digas. Por nosotros. Si no dices nada ahora y luego me entero de que lo sabías, se habrá fastidiado. ¿Lo comprendes? Se habrá fastidiado.

Christian se detuvo con la maleta en la mano a medio subir. Por un momento, creyó que iba a decir algo. Luego, apartó la mano de Sanna y metió la maleta en el coche.

—No sé nada. ¡No insistas más!

Christian cerró el maletero de golpe.

C
uando Patrik y Paula llegaron a la comisaría, Annika le dio el alto a Patrik cuando iba camino de su despacho.

—Mellberg se ha despertado mientras estabais fuera. Está un poco enfadado porque nadie lo ha puesto sobre aviso.

—Pues estuve un buen rato aporreando la puerta, pero no me abrió.

—Sí, ya se lo he dicho, pero asegura que debía de estar tan absorto en el trabajo que no se enteró.

—Pues claro que sí —dijo Patrik tomando conciencia una vez más de lo increíblemente harto que estaba del incompetente de su jefe. Pero, para ser sincero, había querido evitar que Mellberg les fuese detrás. Echó un vistazo al reloj de pulsera—. De acuerdo, iré a informar a nuestro honorable jefe. Nos vemos en la cocina dentro de quince minutos y repasamos el estado de la cuestión. Avisa a Gösta y a Martin, por favor, deben de estar al caer.

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