La señora McGinty ha muerto (15 page)

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Authors: Agatha Christie

BOOK: La señora McGinty ha muerto
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—Bastante bien, gracias. No ha salido gran cosa. ¡Ha soplado un viento tan fuerte del Este últimamente!

—Ponen una película muy buena en Kilchester esta semana, miss Henderson. Debiera ir a verla.

—Pensé ir anoche; pero no quise molestarme, después de todo.

—Hay una de Betty Grable la semana que viene... Se me han agotado los cuadernos de sellos de cinco chelines. ¿No le dará igual llevarse dos de dos chelines y medio?

Al salir la muchacha, mistress Oliver preguntó:

—Mistress Wetherby está inválida, ¿verdad?

—Lo estará o no lo estará —replicó mistress Sweetiman con cierta acidez—.
Algunas
de nosotras no tenemos tiempo de tumbarnos a la bartola.

—¡Cuán de acuerdo estoy con usted! Le digo a mistress Upward que, si hiciera un poco más de esfuerzo por mover las piernas, sería mucho mejor para ella.

El rostro de la encargada de la estafeta reflejó regocijo.

—Sabe andar por ahí cuando le da la gana... o eso he oído decir.

—¿De veras?

Mistress Oliver trató de adivinar el origen de tal información.

—¿Janet? —sugirió.

—Janet Groom gruñe un poco —dijo mistress Sweetiman—. Y no es de extrañar, ¿no le parece? Miss Groom ha dejado de ser joven ya y tiene achaques muy fuertes de reuma cuando sopla el viento del Este. Pero
artritis
lo llaman cuando es la gente bien quien lo tiene... y sillones con ruedas, y qué sé yo qué más. ¡Ah!, bien, no sería yo quien corriera el riesgo de perder el uso de las piernas. Pero ahí tiene, en estos tiempos, en cuanto alguien tiene un mal sabañón siquiera, corre a ver al médico para sacarle todo el jugo posible al seguro obligatorio. Hay demasiado seguro. Nunca le hizo a nadie ningún bien el pensar en lo enfermo que se encuentra.

—Supongo que tiene usted razón —respondió mistress Oliver.

Recogió las manzanas y salió en persecución de Deirdre Henderson. Esto no fue difícil, puesto que el
Sealyham
era viejo y gordo y se iba distrayendo examinando todas las hierbas y disfrutando de los olores agradables.

Los perros, se dijo mistress Oliver, siempre constituyen un medio de entablar conversación.

—¡Qué precioso! —exclamó.

La mujerona de rostro feo pareció sentirse halagada.

—Sí que es atractivo —repuso—. ¿Verdad,
Ben
?

Ben
alzó la cabeza, agitó levemente su cuerpo de aspecto de salchichón, continuó su inspección nasal de unos cardos, los aprobó, y se puso a expresar tal aprobación de la manera usual.

—¿Se pelea? —inquirió mistress Oliver—. Los
Sealyham
suelen hacerlo con mucha frecuencia.

—Sí. Es muy peleador. Por eso le llevo sujeto.

—Me lo figuraba.

Ambas mujeres contemplaron al chucho.

Luego, Deirdre Henderson, como en una especie de borbotón, preguntó:

—Usted es... usted es Ariadne Oliver, ¿verdad?

—Sí; estoy alojada con los Upward.

—Ya lo sé. Robin nos dijo que iba a venir usted. Quiero decirle cuánto disfruto leyendo sus obras.

Mistress Oliver se puso morada del sofocón, como de costumbre.

—¡Oh! —murmuró algo corrida, agregando lúgubremente—. Me alegro muchísimo.

—No he leído tantas de ellas como hubiese deseado, porque nos hacemos mandar obras del Club Literario del
Times
, y a mi madre no le gustan las novelas policíacas Tiene una sensibilidad enorme, y no la dejan dormir de noche Pero a mí me encantan

—Han tenido ustedes un crimen de verdad por aquí, ¿no es cierto? ¿En qué casa fue? ¿En una de estas?

—En esa de allá

Deirdre Henderson habló con la voz algo ahogada

Mistress Oliver dirigió una mirada hacia la antigua morada de mistress McGinty, cuyo escalón de entrada ocupaban en aquel instante los desagradables Kiddle, que atormentaban con gran jaleo a un gato. Al adelantarse mistress Oliver para protestar, el gato escapó, haciendo buen uso de las garras

El Kiddle mayor que había recibido un fuerte arañazo, se puso a aullar

—Te está muy bien empleado —le dijo mistress Oliver y, volviéndose hacia Deirdre—: No parece una casa en que se haya cometido un asesinato, ¿verdad?

—No, en efecto.

Ambas mujeres parecieron de acuerdo sobre ese particular.

Mistress Oliver continuó.

—Una vieja que se dedicaba a la limpieza, ¿verdad? Y alguien la robó.

—Su huésped. Tenía algo de dinero; debajo del suelo

—Ya.

Deirdre dijo, de pronto,

—Pero quizá no fuese él, después, de todo. Hay un hombrecillo muy raro por aqui, un extranjero. Se llama Hércules Poirot

Calló un momento, y después preguntó

—¿Es un detective de verdad?

—Querida, es la mar de célebre y enormemente listo

—Entonces, quizá descubra que no lo cometió él, después de todo.

—¿Quién?

—Él. El huésped. James Bentley ¡Oh, cuánto me alegraría de que saliera absuelto!

—¿Sí? ¿Por qué?

—Porque no quiero que sea él Nunca he querido que resultara ser él.

Mistress Oliver la miró con curiosidad, sobresaltada por el apasionamiento del tono

—¿Le conocía usted?

—No —respondió Deirdre, despacio—; no le
conocía
. Pero una vez se pilló Ben la pata en una trampa, y él me ayudó a soltarle y charlamos un poco

—¿Cómo era?

—Se sentía enormemente solo. Acababa de perder a su madre. La quería mucho.

—¿Y usted quiere mucho a la suya? —inquirió mistress Oliver con perspicacia

—Sí. Por eso comprendí... comprendí lo que él sentía, quiero decir. Mamá y yo no tenemos a nadie, nada más que la una a la otra, ¿comprende?

—Creí que Robin me había dicho que tenía usted padrastro —dijo la escritora.

Deirdre dijo con amugura.

—¡Ah, sí, tengo
padrastro
!

Mistress Oliver dijo, con cierta vaguedad:

—No es lo mismo que tener padre propio, ¿verdad? ¿Recuerda a su padre?

—No. Murió antes que naciese yo. Mamá se casó con mister Wetherby cuando yo tenía cuatro años. Siempre le... le he odiado. Y mamá —hizo una pausa antes de decir—: Mamá ha llevado una existencia muy triste. No ha conocido simpatía ni comprensión. Mi padrastro es un hombre sin sentimientos: duro y frío.

La escritora movió afirmativamente la cabeza.

Luego murmuró:

—Ese James Bentley no parece criminal.

—Nunca creí que la Policía le detendría a
él
. Estoy segura de que lo hizo un vagabundo. Pasan unos vagabundos horribles por aquí a veces. Tiene que haber sido uno de ellos.

Mistress Oliver dijo, consoladora:

—Quizá descubra Hércules Poirot la verdad de todo.

Deirdre torció bruscamente, metiéndose por la verja de Hunter's Close.

—Sí, quizá...

Mistress Oliver se la quedó mirando unos mo mentos y luego sacó un librito de notas del bolso.

Escribió en él:

"Deirdre Henderson,
no
."

Y subrayó el
no
con tanta fuerza, que la punta del lápiz se le rompió.

3

Había subido la mitad del camino de la colina, cuando se encontró con Robin Upward, que bajaba acompañado de una hermosa joven rubia platino.

Robin hizo las presentaciones.

—Esta es la maravillosa Ariadne Oliver, Eve —dijo—. Hija mía, no
sé cómo
se las arregla. Tiene cara de benevolencia, ¿verdad? Nadie diría que se refocila en crímenes. Esta es Eve Carpenter. Su esposo será nuestro próximo diputado. El actual, George Cartwrigth, chochea ya el pobre y no está bien de la cabeza. Ataca a las jovencitas desde detrás de las puertas.

—Robin, no hay derecho a que inventes embustes semejantes Desacreditarás el partido.

—Bueno, ¿y a

qué? No es mi partido Yo soy liberal. Es el único partido al que es posible pertenecer en estos tiempos...un partido pequeño y selecto que no tiene la menor probabilidad de gobernar. Me encantan las causas perdidas.

Agregó, dirigiéndose a mistress Oliver

—Eve quiere que vayamos esta tarde a beber unas copas a su casa Es una especie de reunión en su honor, Ariadne La gente quiere conocer a una celebridad de su categoría. Todos estamos muy conmovidos de tenerla entre nosotros. ¿No puede adoptar Broadhinny como escena de su próximo asesinato?

—¡Oh, sí! Hágalo, mistress Oliver —dijo Eve Carpenter.

—No le costará ningún trabajo hacer venir aquí a Sven Hjerson —observó Robin— Puede estar alojado en casa de los Summerhayes, como Hércules Poirot. Vamos allá ahora, porque le he dicho a Eve que Hércules Poirot es tan célebre en su especialidad como usted en la suya. Y ella asegura que se portó un poco groseramente con él ayer, y que va a invitarle a la reunión también Pero en serio, querida, haga que su próximo crimen ocurra en Broadhinny ¡Nos emocionaría tanto a todos!

—¡Oh, sí! Hágalo, mistress Oliver. ¡Sería tan divertido! —exclamó Eve Carpenter.

—¿A quién tendremos por asesino y a quién como víctima? —inquirió Robin.

—¿Quién es la que les hace actualmente la limpieza? —preguntó la escritora a su vez.

—¡Oh querida,
esa
clase de asesinatos, no! ¡Resultaría tan aburrido! No; yo creo que Eve, aquí presente, haría una buena víctima. Estrangulada, quizá, con sus propias medias de nylon. No... eso se ha hecho ya.

—Yo creo que será mejor que te asesinen a ti, Robin —dijo Eve—. El dramaturgo en ciernes, apuñalado en una casita rural.

—Aún no hemos acordado quién va a ser el asesino —advirtió Robin—. ¿Y si fuera mi madre? Emplearía el sillón de ruedas, para que no hubiese huellas de pisadas. Yo creo que resultaría magnífico.

—Pero no querría apuñalarte a ti, Robin.

Robin reflexionó.

—No; quizá no. Si quieres que te diga la verdad, estaba pensando en que te estrangulara a ti. No le importaría tanto hacer eso.

—Pero ¡es que yo quiero que seas

la víctima! Y la persona que te mate puede ser Deirdre Henderson. La joven fea y sojuzgada en quien nadie se fija.

—Ahí tiene usted, Ariadne —dijo Robin—. Le regalamos la totalidad del argumento de su próxima novela. Lo único que tiene que hacer es introducir unas cuantas pistas falsas y... ¡claro!...escribirla. ¡Santo Dios! ¡Qué perros más terribles tiene Maureen!

Entraron por la verja de Long Meadows y dos perros lobos irlandeses corrieron hacia ellos, ladrando.

Maureen Summerhayes salió al corral con un cubo en la mano.

—¡Quieto,
Flyn
! ¡Ven acá,
Cormic
! Hola. Estoy limpiando la porquera.

—Ya lo hemos notado, querida —contestó Robin—. Te olemos desde aquí. ¿Cómo va el marrano?

—Nos dio un susto tremendo ayer. Estaba tumbado y no quería desayunar. Johnnie y yo nos leímos todas las enfermedades que figuran en el
Manual del criador de cerdos
, y no pudimos dormir de lo preocupados que estábamos. Pero esta mañana le encontramos la mar de bien y alegre. Y cargó contra Johnie cuando entró a llevarle de comer. Johnnie tuvo luego que darse un baño.

—¡Qué vida más emocionante lleváis Johnnie y tú! —dijo Robin.

Eve preguntó:

—¿Queréis venir Johnnie y tú este atardecer a una reunión, Maureen?

—Nos encantaría.

—Para que conozcáis a mistress Oliver —explicó Robin—. Aunque, en realidad, puedes conocerla ahora. Esta es la gran novelista.

—¿De veras? —exclamó Maureen—. ¡Qué emocionante! Robin y usted están escribiendo una obra de teatro juntos, ¿verdad?

—Y marcha viento en popa —asintió Robin—. A propósito, Ariadne: se me ocurrió una idea magnífica después de salir usted esta mañana. Me refiero a la representación.

—¡Ah!, la representación —murmuró la escritora con alivio.

—Conozco a la persona más indicada para interpretar el papel de Eric. Cecil Leech. Está actuando en el Little Rep, de Cullenquay. Haremos una excursión una tarde e iremos a verle trabajar.

—Queremos a tu huésped —le dijo Eve a Maureen—. ¿Está por ahí? Deseo invitarle para esta noche también.

—Ya le llevaremos.

—Creo que será preferible que le invite yo misma. La verdad es que fui un poco grosera con el ayer.

—¡Oh! Bueno, pues por ahí debe de andar —contestó con vaguedad Maureen—. Creo que en el jardín...
¡Carmic! ¡Flyn!
¡Esos malditos perros!

Dejó caer el cubo con estrépito y corrió en dirección al estanque de los patos, donde se había producido de pronto un enorme alboroto.

Capítulo XIII

Mistress Oliver se acercó a Hércules Poirot, copa en mano, en los últimos momentos de la reunión de los Carpenter. Hasta aquel instante, cada uno de ellos había sido centro de un grupo de admiradores. Ahora que se había consumido mucha ginebra y que la reunión iba bien, se observó una evidente tendencia entre los concurrentes a buscar a los amigos más íntimos para comadrear un poca, y los dos forasteros pudieron hablar a solas.

—Salga al arriate —le dijo mistress Oliver con susurro de conspirador.

Al propio tiempo le introdujo en la mano un trozo de papel.

Salieron juntos por los ventanales y echaron a andar por el arriate. Poirot desdobló el pedazo de papel.

"Doctor Rendell", leyó.

Miró, interrogador, a su compañera. Esta movió afirmativa y vigorosamente la cabeza, cayéndole un mechón de cabello gris sobre la cara al hacerlo.

—¡Él es el asesino! —aseguró mistress Oliver.

—¿Lo cree usted? ¿Por qué?

—Lo sé, simplemente. Es el
tipo
. Cordial, jovial y todo eso.

—Quizá.

Poirot parecía muy poco convencido.

—Pero —preguntó— ¿cuál fue el móvil, en su opinión?

—Conducta antiprofesional. Y mistress McGinty estaba enterada de ello. Fuera cual fuese el móvil, sin embargo, puede tener usted la completa seguridad de que el asesino fue él. He examinado a todos los demás y él es el culpable.

En respuesta, Poirot dijo, como siguiendo una conversación indiferente:

—Anoche alguien intentó tirarme debajo del tren en la estación de Kilchester.

—¡Santo Dios! ¿Para matarle, quiere usted decir?

—No me cabe duda alguna de que era esa la intención.

—Y el doctor Rendell salió a asistir a un enfermo. Eso lo sé.

—Tengo entendido, sí... que el doctor Rendell salió,
en efecto
, a asistir a un enfermo.

—Entonces, no hay más que hablar —dijo mistress Oliver con satisfacción.

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