Read La isla de las tres sirenas Online
Authors: Irving Wallace
Claire levantó la cabeza.
—¿De veras, Maud, crees que es preciso mencionar esto? Me resulta bastante embarazoso pensar que bebí más de la cuenta e hice aquello sin…
—No digas tonterías, Claire. Figura en todos mis informes. Siempre lo menciono con orgullo maternal.
—Bien, si tú insistes…
—¿Desde cuándo te has vuelto mojigata conmigo?
—Desde que mi marido se volvió mojigato conmigo —explicó Claire.
La expresión de Maud se mantuvo imperturbable.
—Oh, los hombres son tan posesivos… —Y se apresuró a añadir—. Continuemos, tenemos mucho que hacer esta mañana. Vamos a ver… ah, sí… —Volvió a dictar—. Estoy convencida de que nuestro amigo funcionalista, Bronislaw Malinowski, se hubiera enorgullecido de la participación activa que han sabido hacer sus discípulos… Punto y aparte… Cada uno de estos actos del festival, que nosotros hemos observado y estudiado, a veces de forma directa, ha sido captado fotográficamente por Sam Karpowicz, cuya cámara oscura está llena hasta los topes de rollos de película, negativos de fotos en blanco y negro y transparencias en color. Te aseguro, Walter, que nuestros amigos de la Liga Antropológica Americana no sólo oirán sino que verán lo que hemos hecho aquí. Abre signo de admiración, Claire. ¡Se quedarán boquiabiertos…! Como tú suponías Walter, Las Tres Sirenas han sido la inyección que yo necesitaba y será el primer estudio nuevo que sale de Polinesia desde hace años… Punto y aparte… Pero, continuando con los momentos culminantes de la semana de festejos que acaba de transcurrir, en la cuarta noche…
Llamaron con los nudillos a la puerta y Maud se interrumpió, desconcertada.
—¡Adelante! —dijo Claire.
La puerta se entreabrió y una vaharada de calor penetró en la cabaña… seguida por Lisa Hackfeld, que vestía un jersey blanco de nailon y lucía una sonrisa de oreja a oreja. Sostenía con cuidado un pequeño cuenco lleno de plantas cortadas.
—Oh —exclamó, cuando vio a Claire con el cuaderno y el lápiz—. Si interrumpo ya volveré…
—Nada de eso, Lisa dijo Maud, con animación—. Claire y yo tenemos trabajo para toda la mañana y parece que tienes algo importante que comunicarme…
—Sí, algo importante, muy importante —canturreó Lisa, dejando con reverencia el cuenco lleno de plantas frente a Maud—. ¿Sabes qué es esto?
Maud se inclinó para examinar el recipiente y su contenido.
—Parece una gramínea… —Tomó uno de los tallos verde amarillentos de consistencia musgosa y lo examinó—. Es una hierba blanca que…
—¡Es la planta puai! —exclamó Lisa Hackfeld, gozosa.
—Sí, eso es —asintió Maud.
Lisa quedó momentáneamente desconcertada.
—Ah, pero ¿ya la conocías, Maud?
—Naturalmente; es una planta indígena de estas islas y tiene mucha fama. Creo que quien primero me habló de ella fue el jefe Paoti. Es esa droga, o así la llama él, que el capitán Rasmussen se lleva todas las semanas… en realidad, ya hablé con él de esta planta…
—¿Y nadie pensó en decírmelo? —dijo Lisa, un poco molesta—. ¡Pensar que he tenido que descubrirlo por casualidad! Y menos mal que lo he descubierto, aunque no haya sido por medio del capitán, a pesar de que le he hablado de la planta durante una hora, antes de venir aquí.
—¿Quieres decir que Rasmussen ya está en el poblado? —preguntó Maud—. Qué extraño; siempre suele venir directamente aquí.
—Es culpa mía, Maud —confesó Lisa, orgullosa— Lo arrastré a mi cabaña, le serví unas copas de whisky y empecé a tirarle de la lengua. Ahora lo tengo allí, escribiendo todo lo que sabe sobre la planta… para Cyrus, naturalmente…
—Pero ¿por qué? —preguntó Maud.
—¿Por qué? Porque esa planta vale una fortuna, ni más ni menos.
—Lisa se volvió a Claire, que escuchaba a medias, con semblante aburrido—. ¿Sabes qué efectos produce la planta puai, Claire?
La joven se encogió de hombros.
—Me parece que no tengo ni la menor idea.
—Infunde juventud, quita las arrugas y engrasa las articulaciones —anunció Lisa, con voz de falsete y la misma vehemencia de un evangelista—. Os aseguro que, con esta planta, la vida puede empezar de verdad a los cuarenta años. Perdonadme, pero es que este descubrimiento me produce entusiasmo. —Se dirigía indistintamente a Claire y Maud, blandiendo una de las carnosas hierbas en la mano—. Os repito que la descubrí por casualidad. Como sabéis, he estado ensayando varios días con esos bailarines indígenas y ya visteis cómo bailé esos dos días pasados.
—Has estado extraordinaria, Lisa —observó Maud.
—Pues sí, lo he estado, modestia aparte. Eché toda la carne en el asador. Yo he sido bailarina, como sabéis, pero de las buenas, de las que bailan de puntillas, y era de una agilidad envidiable, pero entonces era joven, claro. Y ahora, lo reconozco, ya no soy una pollita. Ahora, cuando Cyrus me lleva al club, ya echo los bofes después del primer vals, y si bailamos algo más animado, me duelen todos los huesos del cuerpo durante una semana.
Pero vine aquí, empecé a ensayar estas danzas y jamás he experimentado el menor cansancio, ni siquiera después del primer día. Me sentí estupendamente bien, capaz de todo, como una niña. No comprendía qué me pasaba, de dónde me venían estas fuerzas, esta segunda juventud… hasta que, la otra noche, se hizo la luz en mi mente, como dicen en las novelas. Poco antes de empezar la danza de la fertilidad, nos sirvieron unas tazas llenas de un líquido verdoso. Entonces me acordé que siempre bebíamos aquello antes de los ensayos, incluso para empezar la primera noche del festival, y que no era vino de palma ni nada alcohólico. Entonces pregunté qué era y me dijeron que era un extracto de la planta puai. Esta palabra, como tú sabes sin duda, significa "fuerza" en polinesio… crece aquí como una hierba y durante siglos la han bebido los bailarines, para infundirse vigor… No es tóxica ni embriagadora, pero es una especie de narcótico o estimulante indígena de efectos rápidos e inmediatos, sin crear hábito ni producir efectos secundarios. Averigüé que es la hierba mágica que el capitán Rasmussen se dedica a exportar desde hace años para distribuirla desde Tahití a Hong-Kong, Singapur, Indochina y todo el Extremo Oriente. Aquí la compra muy barata y la vende a precios muy elevados. El y su esposa viven sólo de este negocio, pero les ha producido muy buenos ingresos durante años.
Pues bien, yo me puse a darle vueltas a la cuestión y cuantas más vueltas le daba, más me entusiasmaba. Ya podéis suponer en qué estoy pensando…
—En importar la hierba a Estados Unidos, ¿no? —dijo Maud.
—¡Exactamente! Esta mañana apenas podía contenerme y cuando capturé al pobre capitán, creo que el buen hombre se quedó turulato, cuando le hablé de Cyrus y de sus negocios farmacéuticos. Ahora sólo piensa en encontrar nuevas plantas, le dije, nuevos productos, y acaso esto sea lo que busca. Ya me imagino la etiqueta… palmeras, siluetas de hawaianas bailando la hula, y algo que rezase poco más o menos así: " El nuevo elixir exótico de los Mares del Sur, comprobado y aprobado por la Dirección General de Sanidad. Infunde juventud, energía y vitalidad". ¡Qué os parece como nombre del producto¡¡Vitalidad!
Claire se hizo la distraída pero Maud agarró la ocasión por los pelos.
—¿Dónde puedo comprar este producto, Lisa?
—El año que viene ya podrás comprarlo en todas las farmacias de Estados Unidos. Estoy tratando de llegar a un acuerdo con el capitán Rasmussen, que después, naturalmente sería ratificado por Cyrus. —Acarició la hierba con amor—. Y pensar que esta hierbecita ha cambiado mi vida y puede beneficiar a millones de mujeres como yo… Oh, estoy impaciente por empezar… por difundir mi descubrimiento… tengo mucho que hacer. Tengo ya algunas ideas para la propaganda del producto… organizaría y dirigiría compañías de bailarines polinesios o actuaría con ellos en los programas comerciales de la televisión. —Se quedó sin aliento y su excitada mirada pasó de Maud a Claire para volver a posarse en Maud—. Quiero decir que así tendría un negocio, ganaría dinero para mis gastos y al propio tiempo… haría un bien a la humanidad. ¿No crees que es una idea estupenda?
Maud inclinó la cabeza con la autoridad del papa de Roma en el momento de dar la bendición.
—Es una idea grandiosa, Lisa. En tu lugar, yo la llevaría adelante.
—Sabía que te gustaría —dijo Lisa, dejando la hierba en el cuenco y tomándolo en sus manos—. Me voy. El capitán está esperándome y además tengo que enviar un cable y una carta a Cyrus. —Al llegar a la puerta se detuvo. En realidad, todo te lo debo a ti, Maud. Si no me hubieses permitido venir a Las Tres Sirenas, no hubiera tenido estas maravillosas posibilidades ante mí. Tengo que darte las gracias. Te prometo que el primer envío de Vitalidad será para ti iTe lo enviaré gratis y f.o.b.!
Cuando la entusiasmada señora hubo marchado, Maud se quedó contemplando la hierba que aún conservaba en la mano.
Claire encendió un cigarrillo y sacudió la cerilla hasta que la llama se extinguió.
—¿De verdad es tan buena esta hierba? —preguntó.
—No —contestó Maud.
Claire se enderezó sorprendida.
—¿Qué has dicho?
—Digo que no. Es una hierba inofensiva, una engañifa, de efectos casi nulos y poquísimo valor terapéutico, según los farmacéuticos que ha consultado Rasmussen. Estas expediciones científicas siempre descubren panaceas universales… recuerdo que en Estados Unidos hizo furor por un tiempo la corteza de cáscara que los indios empleaban como laxante… o por estas partes, la cúrcuma, que se emplea como medicina… o tallos de kava, llamados marindinum, que ayudan a dormir… pero casi todas estas cosas tienen muy poco valor real. De vez en cuando se encuentra alguna verdaderamente buena. La quinina, por ejemplo, que procede de la corteza del quino. La conocemos gracias a los indios del Perú y Bolivia. —Movió la cabeza—. Pero así que Paoti mencionó la planta puai, hice que Sam Karpowicz la buscase. Pero él ya sabía de qué se trataba. Es un narcótico estimulante de lo más inocuo. Su única fuerza reside en la tradición que posee.
La verdad es que la magia que ejerce la autosugestión ha sido siempre en las sociedades primitivas más potente que las drogas. Los indígenas siempre han considerado que el puai es un tónico que les levanta el ánimo, Claire.
Pero Rasmussen no quiso arriesgarse a vender únicamente una tradición, del mismo modo como los que antiguamente preconizaban el uso de la mandrágora sabían que esta planta era excesivamente poco volátil para ejercer efectos anestésicos, si no se la mezclaba con opio. Lo que Rasmussen hizo desde el primer día, y aún sigue haciendo, es mezclar los ingredientes del puai con los de la babosa marina…
—Creo que había oído hablar de esto. ¿En qué consiste?
—Los indígenas recogen estas babosas en las rocas y escollos de la costa, después las abren, hierven sus entrañas y las curan al sol. Gozan de una gran popularidad en Fidji, según recuerdo muy bien, de allí exportan este producto a China. La babosa de mar es un estimulante más fuerte, lo que Morrell solía llamar "afrodisíaco para los desenfrenados". Sam Karpowicz dice que en Estados Unidos tenemos cien drogas mejores que producen los mismos resultados. Yo no sé una palabra sobre promoción de ventas y supongo que este inofensivo hierbajo se pondrá de moda y no hará daño a nadie. En cambio, los Hackfeld amasarán millones de dólares y entonces tal vez sientan deseos de organizar y financiar otras expediciones científicas.
—Si el puai es una droga tan inocua y ordinaria, ¿por qué alentaste a Lisa para que siga adelante con esta… con esta engañifa, como tú dijiste?
—Te repito, querida, que es completamente inofensiva y en cambio puede hacer un poco de bien. Estos indígenas están convencidos de que los rejuvenece. Lisa también lo cree. Quizás otros lo piensen igualmente. Así, es posible que se convierta en un estímulo psicológico para quienes la compren.
—Aun así, lo veo…
—Otra cosa, Claire. Cuando una mujer llega a los cuarenta años y tiene suficiente juicio para no intentar ocultarlos a una sociedad como la nuestra, donde sólo triunfan las de veinte, creo que tiene derecho a buscar lo que sea, dentro del límite razonable, para mantenerse activa y ocupada.
Tiene que escuchar la voz de su corazón, no la de su cuerpo. Con este nuevo producto, Lisa será una joven de cuarenta años, no una vieja cuarentona, y seguirá joven cuando cumpla cincuenta y cuando cumpla sesenta; así tendrá un lugar y una misión en la vida. Hablo por experiencia, Claire. Un día lo comprenderás. Lisa va por buen camino y encontrará en mí toda clase de aliento.
Mientras permanecía sentada frente a Maud, escuchándola y fumando, Claire fue comprendiéndolo poco a poco. Maud había encontrado su planta de puai, que se llamaba Las Tres Sirenas. Claire sentía simpatía por Lisa y Maud. Ella tenía veinticinco años, Lisa le llevaba quince y Maud treinta y cinco; sin embargo, Claire no se sentía más joven que ellas, porque la edad no se cuenta únicamente por años sino por los reveladores círculos que creaba el sentimiento de abandono y el no saberse querida. Claire sabía que, mirando las cosas de una manera objetiva, ella contaba con la ventaja de tener menos años, lo cual equivalía a la promesa de una vida más larga —de lo único que se podían jactar los jóvenes de veinte y treinta años—, pero esta ventaja no bastaba, pues no se aprovechaba de ella y en cambio le faltaba una droga mágica o una expedición científica que llenase su vida.
—¿Dónde nos hemos quedado? —preguntó Maud.
Claire tomó de nuevo el cuaderno y el lápiz, pero antes de que pudiera reanudar el hilo del dictado, se oyeron voces en el exterior, como si un hombre y una mujer discutiesen, y luego Harriet Bleaska entró por la puerta, con expresión de disgusto, lo cual no era peculiar en ella.
—Te digo, Maud, que ese Orville Pence… —murmuró; luego se apercibió de que había dos personas en la cabaña—. Ah, hola, Claire. —Se volvió a Maud—. ¿No podría verte a solas, hoy? Necesito tu consejo y he pensado que…
—El mejor momento es ahora —repuso Maud.
Claire se levantó inmediatamente.
—Podéis hablar. Yo me voy.
—Muy bien, Claire —dijo Maud—. Continuaremos el dictado dentro de… vamos a ver… quince minutos.
Cuando Claire hubo salido, Maud giró en su asiento y prestó toda su atención matriarcal al patito feo.
—Hablabas de Orville Pence cuando entraste. ¿Se refiere a Orville lo que tienes que decirme?