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Authors: Brian Selznick

Tags: #Infantil y Juvenil

La invención de Hugo Cabret (11 page)

BOOK: La invención de Hugo Cabret
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Hugo la ayudó a levantarse, con los ojos clavados en la llave que llevaba al cuello. Isabelle reparó en ello y volvió a metérsela bajo el vestido.

—¿De dónde has sacado esa llave? —susurró Hugo.

—Dime dónde vives.

Los dos se quedaron callados.

Ahora fue Isabelle la que echó a correr de improviso y Hugo quien salió en su persecución. Al cabo de un rato, Isabelle se detuvo sin aliento junto a la cantina y se sentó en una de las mesas que había fuera. Hugo se sentó a su lado. Una paloma de las que vivían dentro de la estación se acercó a su mesa y comenzó a picotear las migas que salpicaban el suelo.

—¿Por qué te interesa tanto mi llave? —preguntó Isabelle.

—Primero dime de dónde la has sacado.

El ensordecedor silbido de una locomotora de vapor inundó la estación ahogando por un momento todos los demás ruidos. Hugo dio un respingo al oírlo, como le ocurría siempre. Los dos niños se miraron de hito en hito hasta que la cantinera se acercó para decirles que se marcharan si no pensaban consumir. Cada uno se fue por su lado, sin despedirse siquiera.

10

El cuaderno

A
L DÍA SIGUIENTE
, Hugo llegó tarde a la juguetería. Cuando al fin apareció por el vestíbulo, iba atusándose el sucio pelo y frotándose los ojos legañosos.

El viejo lo vio acercarse, dejó su baraja en el mostrador y echó a andar hacia él a grandes zancadas. Hugo levantó la mirada y se dio cuenta de que tenía la cara congestionada.

Sin darle tiempo a reaccionar, el viejo juguetero se abalanzó sobre él como una locomotora de vapor y le aferró el brazo.

—¡Devuélvemelo! —siseó con furia.

—¿Qué? —respondió Hugo, atónito.

—¿Cómo te atreves a colarte en mi casa, mocoso?

—¡No sé de qué me habla! —replicó Hugo.

—¿Dónde está? ¿Dónde está el cuaderno? —inquirió el viejo—. ¿Cómo pudiste entrar en mi casa? ¡Eres un estúpido, niño! ¿No ves que te iba a devolver el cuaderno? ¡Te perdoné, te di otra oportunidad! Y tú, ¿cómo me lo pagas? ¡Con más robos, más mentiras! No creas que no me di cuenta de que sisabas piezas de los juguetes. Y aun así, no te dije nada. Mantenías limpia la tienda, se te daba bien reparar los juguetes estropeados. Me ayudabas. ¡Hasta disfrutaba de tu compañía! ¿Por qué has tenido que meterte en mi casa, cómo te has atrevido a robarme? Me asombra que tengas el descaro de presentarte hoy aquí. Me has fallado, me has decepcionado por completo.

El viejo empezó a toser y se tapó la boca con una mano, mientras le indicaba a Hugo con la otra que se marchara. En aquel momento, Hugo vio que la cara de Isabelle aparecía sobre el hombro del viejo: había estado sentada en el fondo de la tienda todo el tiempo. La niña se acercó un poco al mostrador y levantó ligeramente una mano.

Tenía agarrado el cuaderno.

—Déjeme despedirme de Isabelle, al menos —le dijo Hugo al viejo juguetero.

Isabelle ocultó el libro tras su espalda.

El viejo miró fijamente a Hugo, humedeciéndose los labios.

—¡No! —respondió al fin—. ¡Vete, márchate ahora mismo!

Sin hacerle caso, Hugo se metió tras el mostrador y se acercó a la niña corriendo.

—¡Te dije que no lo había quemado! —susurró ella—. ¿Qué quieren decir los dibujos?

—Te pedí que no miraras dentro. Dámelo.

—No.

Isabelle se metió el cuaderno en un bolsillo y lo protegió con la mano.

Hugo miró hacia atrás. El viejo se acercaba a él a toda velocidad. De improviso, Hugo rodeó con los brazos el cuello de Isabelle y la abrazó con todas sus fuerzas. La niña se quedó petrificada por la sorpresa.

—¡Suéltala! —exigió el viejo, aferrando el hombro de Hugo.

Hugo se separó de Isabelle, se agachó para librarse del agarrón y echó a correr por el vestíbulo sin mirar atrás.

11

Artículos robados

C
ON LOS OJOS ANEGADOS EN LÁGRIMAS
, Hugo se abrió paso entre la multitud hasta llegar a una rejilla de ventilación. Se internó en los corredores secretos, fue corriendo a su cuarto y al llegar cerró la puerta y encendió unas cuantas velas. Luego se abalanzó sobre las cajas que tapaban el escondrijo del hombre mecánico, las apartó y sacó el autómata.

Había trabajado muchísimo en él a lo largo de la semana anterior. Al fin había logrado reparar todas las piezas rotas, y también había pulido las que estaban demasiado herrumbrosas para moverse. Le había hecho un traje nuevo y había engrasado todas las partes del mecanismo. Para terminar, le había fabricado con sus propias manos una pluma nueva y un plumín a medida.

Hugo agarró una vela y la puso al lado del hombre mecánico para verlo mejor.

En medio de la espalda tenía un agujero con los bordes forrados de plata. Un agujero en forma de corazón.

Hugo tenía cerrada la mano derecha desde que había salido corriendo de la juguetería, hacía un rato. Ahora su puño se abrió tan lentamente como los pétalos de una flor.

Hugo dirigió la mirada al libro que reposaba junto a su cama:
Manual práctico de magia con cartas e ilusionismo
. Había estudiado aquel libro con mucha atención, y ya sabía hacer prácticamente todos los trucos mágicos que describía. Mientras ensayaba se había dado cuenta de que la magia se le daba bastante bien: si disponía de instrucciones detalladas, le resultaba fácil trasladar su talento con los mecanismos a los trucos de magia. Así, Hugo había llegado a comprender la conexión entre la cronometría y la magia de la que le había hablado su padre. No se trataba únicamente de que los relojeros comprendieran el funcionamiento de los mecanismos; también tenía que ver con su destreza manual, con la capacidad de mover los dedos de forma casi inconsciente, como si los propios dedos supieran lo que tenían que hacer. Los dedos de Hugo eran capaces de lograr cosas sorprendentes: había descubierto que podía hacer que las cartas levitaran, convertir canicas en ratones o romper en pedazos trozos de papel y recomponerlos luego. Pero lo que más le importaba en aquel momento era otra habilidad: la de dar un abrazo de despedida a Isabelle y hacer que su colgante desapareciera sin que ella se diera cuenta.

12

El mensaje

L
AS MANOS DE
H
UGO TEMBLABAN
de forma incontrolada.

Había logrado reparar el autómata por completo, pero le faltaba la llave para darle cuerda. La llave original debía de haber desaparecido en el incendio, y hasta entonces Hugo no había sido capaz de encontrar en el suelo de la estación o en la juguetería del viejo ninguna otra que pudiera encajar en el agujero del autómata. Pero cuando vio la llave que Isabelle llevaba a modo de colgante, supo de inmediato que serviría para dar cuerda al hombre mecánico. Y ahora la tenía en su poder.

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