La decisión más difícil (23 page)

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Authors: Jodi Picoult

Tags: #Drama

BOOK: La decisión más difícil
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Entonces llamo a tres veterinarios, pero ninguno trata peces. Observo la agonía de
Hércules
otra vez y llamo al departamento de oceanografía de LIRI, preguntando por cualquier profesor disponible.

El doctor Orestes estudia marismas, me dicen. Moluscos, mariscos y erizos de mar, pero no peces de colores. Pero entonces le hablo de mi hija, que tiene leucemia, y le hablo de
Hércules
, que sobrevivió una vez contra todo pronóstico.

El biólogo marino se queda en silencio un momento.

—¿Le ha cambiado el agua?

—Esta mañana.

—¿Ha llovido mucho durante los últimos dos días?

—Sí.

—¿Tiene un pozo?

«¿Qué tiene eso que ver?».

—Sí.

—Es sólo una corazonada, pero tratándose de residuos líquidos, el agua puede tener demasiados minerales. Llene la pecera de agua embotellada, y quizá se anime.

Así que vacío la pecera de
Hércules
, la friego y añado dos litros de Poland Spring.
Hércules
tarda veinte minutos en ponerse a nadar. Se mueve entre las hojas de la planta falsa. Mordisquea la comida.

Kate me sorprende observándolo media hora después.

—No tenías por qué cambiar el agua. Lo hice esta mañana.

—Ah, no lo sabía —miento.

Pone la cara contra la pecera para que se le agrande la sonrisa.

—Jesse dice que los peces de colores sólo pueden prestar atención durante nueve segundos —dice Kate—. Pero creo que
Hércules
sabe muy bien quién soy.

Le toco el pelo. Y me pregunto si ya he usado mi cuota de milagro.

A
NNA

Si prestas atención a suficientes anuncios, empiezas a creerte cualquier tontería: que la miel brasileña se puede usar como cera depilatoria, que los cuchillos pueden cortar metal, que la fuerza del optimismo puede funcionar como alas que te llevarán adonde quieras. Gracias a un poco de insomnio y muchas dosis de Tony Robbins
[18]
, un día me obligué a imaginar cómo sería todo tras la muerte de Kate. De ese modo, según me había jurado Tony, cuando llegase el momento estaría preparada.

Lo hice durante semanas. Es más difícil de lo que parece mantenerse en el futuro, especialmente cuando mi hermana está revoloteando alrededor, como suele hacer. Mi forma de hacerlo era imaginar que Kate me estaba hechizando. Dejaba de hablarle y ella pensaba que había hecho algo mal, lo que probablemente fuese cierto de todos modos. Me pasaba días enteros llorando. En otros, parecía como si me hubiese tragado una pesa. Y en otros me esforzaba por vestirme, hacer la cama y los deberes, porque eso era más fácil que cualquier otra cosa.

Pero algunas veces dejaba que el luto se relajase un poco y, entonces, aparecían otras ideas. Por ejemplo, cómo sería estudiar oceanografía en la Universidad de Hawai. O hacer paracaidismo. O irme a Praga. O cualquier otro sueño entre un millón. Me imaginaba en uno de esos escenarios, pero era como llevar zapatos de la talla treinta y cinco cuando la tuya es la treinta y siete: puedes avanzar unos pasos, pero entonces tienes que sentarte y quitarte los zapatos porque te duelen demasiado. Estoy segura de que tengo un censor con un sello rojo en el cerebro, recordándome qué es lo que ni siquiera tengo que pensar, sin importar lo atractivo que sea.

Probablemente sea algo bueno. Tengo la sensación de que si realmente intento imaginar quién soy sin Kate, no me va a gustar la persona que veté.

Mis padres y yo nos hacemos compañía en la cafetería del hospital, aunque uso la palabra «compañía» con amplitud. Es como si fuésemos astronautas, cada uno con su casco, cada uno sostenido por su propia fuente de aire. Mi madre tiene enfrente el pequeño paquete rectangular de terrones de azúcar. Los está organizando rigurosamente. Primero el blanco, luego el moreno y después los cristales naturales marrones y rugosos. Me mira.

—Cosita dulce —me dice.

¿Por qué en inglés las palabras cariñosas son siempre de alimentos?
«Honey»
,
«cookie»
,
«sugar»
,
«pumpkin»
[19]
. No parece que preocuparte por alguien sea suficiente para sostenerte.

—Entiendo lo que intentas hacer quedándote aquí —dice mi madre—. Y creo que quizá tu padre y yo no necesitemos escucharte un poco más. Pero Anna, no necesitamos un juez que nos ayude a hacer esto.

Tengo el corazón en un puño.

—¿Quieres decir que puedo dejarlo?

Cuando sonríe, parece el primer día cálido de marzo, tras una eternidad de nieve, cuando de pronto recuerdas la sensación del verano en las pantorrillas desnudas y en el pelo.

—Eso es exactamente lo que quiero decir —afirma mi madre.

Basta de donación de sangre. Basta de granulocitos, linfocitos, células madre o células renales.

—Si quieres, se lo digo a Kate —me ofrezco—, para que no tengas que hacerlo.

—No pasa nada. Cuando el juez DeSalvo lo sepa, podremos hacer como que no ha pasado.

Algo me da vueltas por la cabeza.

—Pero… ¿Kate no preguntará por qué ya no soy su donante?

Mi madre habla muy despacio.

—Cuando digo
dejarlo
, me refiero al juicio.

Sacudo la cabeza con fuerza, tanto para responderle como para soltar las palabras que se me han acumulado en la boca.

—Por Dios, Anna —dice mi madre, pasmada—. ¿Qué te hemos hecho para merecer esto?

—No es lo que me habéis hecho.

—Es lo que no hemos hecho, ¿verdad?

—¡No me estás escuchando! —grito, y en ese momento Vern Stackhouse se acerca a nuestra mesa.

El ayudante del
sheriff
nos mira a todos, a mí, a mi madre y a mi padre, y fuerza una sonrisa.

—Creo que no es el mejor momento para interrumpir —dice—. Lo siento mucho, Sara. Brian.

Le da a mi madre un paquete, saluda y se va.

Saca el papel y lo lee. Luego me lo da a mí.

—¿Qué le has dicho? —me pregunta.

—¿A quién?

Mi padre coge la nota. Está tan llena de argot legal que podría ser griego.

—¿Qué es esto?

—Una moción para una orden temporal de alejamiento.

Se la quita a mi padre.

—¿Te das cuenta de que me estás pidiendo que me echen de casa y que deje de verte? ¿Es eso lo que quieres?

«¿Que la echen?». No puedo respirar.

—Nunca he pedido algo así.

—Bueno, un abogado no habría redactado esto por sí solo, Anna.

¿Recuerdas que a veces, cuando vas en bicicleta y comienzas a derrapar sobre la arena o cuando te saltas un peldaño y comienzas a caerte por la escalera, dispones de esos segundos tan largos para darte cuenta de que vas a hacerte daño, y mucho?

—No sé lo que está pasando —digo.

—¿Entonces cómo puedes pensar que estás preparada para tomar decisiones por ti misma?

Mi madre se pone en pie tan bruscamente que la silla produce un fuerte estrépito contra el suelo de la cafetería.

—Si eso es lo que quieres, Anna, podemos empezar ahora.

Su voz suena densa y ruda cuando me deja.

Hace unos tres meses, cogí el maquillaje de Kate. Bueno,
cogí
no es la palabra más correcta: lo robé. No tenía uno para mí. Se suponía que no podía maquillarme hasta cumplir los quince. Pero había sucedido un milagro, y Kate no estaba por allí. Los momentos desesperados exigen soluciones desesperadas.

El milagro medía metro ochenta, con el pelo color de las espigas de maíz y una sonrisa que me aturdía. Se llamaba Kyle y acababa de trasladarse desde Idaho, directamente al asiento que había detrás de mí en el aula. Él no sabía nada de mí ni de mi familia, así que cuando me preguntó si quería ir a ver una película con él, sabía que no era porque sintiese pena de mí. Vimos la nueva versión de
Spiderman
, o al menos él la vio. Yo pasé el rato imaginando que la electricidad saltaba el diminuto espacio entre su brazo y el mío.

Al llegar a casa, todavía estaba flotando. Por eso Kate pudo pillarme desprevenida. Me tiró sobre la cama y me inmovilizó.

—Ladrona —me acusó—. Has andado en mi neceser sin pedir permiso.

—Tú siempre me coges las cosas. Me cogiste la sudadera hace dos días.

—Eso es totalmente distinto. La sudadera se lava.

—¿Por qué te parece bien tener mis gérmenes flotando en tus arterias pero no en tu barra Max Factor Cherry Bomb?

La empujé con más fuerza, consiguiendo que rodásemos para ponerme encima.

Se le iluminaron los ojos.

—¿Quiénes?

—¿De qué hablas?

—Si llevas maquillaje, Anna, tiene que haber alguna razón.

—Déjame en paz —le dije.

—Y una mierda —me dijo Kate sonriendo.

Entonces puso la mano libre bajo mi brazo y empezó a hacerme cosquillas, cogiéndome tan por sorpresa que tuve que soltarla. Un minuto después estábamos luchando en la cama. Una intentaba que la otra se rindiera.

—Anna, para ya —jadeó Kate—. Me estás matando.

Esas palabras eran todo lo necesario. La solté como si me hubiese quemado. Nos quedamos espalda contra espalda entre las camas, mirando el techo y respirando profundamente, fingiendo que lo que había dicho no significaba nada serio.

Mis padres se pelean en el coche. «Quizá debiéramos acudir a un abogado de verdad», dice mi padre, y mi madre contesta «yo lo soy».

«Pero Sara —dice mi padre— si esto no va a salir adelante, lo único que digo es que…».

«Pero ¿qué dices, Brian? —exclama desafiante—. ¿Qué estás diciendo? ¿Que un desconocido en un juicio será capaz de explicárselo a Anna mejor que su propia madre?». Luego mi padre conduce en silencio durante el resto del trayecto.

Para mi sorpresa, hay cámaras de televisión esperando en la escalera del edificio Garrahy. Estoy segura de que están ahí por algo muy gordo, así que imagínate mi sorpresa cuando me ponen un micrófono en la cara y un periodista con tupé me pregunta por qué he denunciado a mis padres. Mi madre empuja a la mujer.

—Mi hija no va a hacer comentarios —dice una y otra vez.

Y cuando un tío me pregunta si sé que soy el primer bebé de diseño de Rhode Island, por un momento quiero que ella lo noquee.

Desde que tenía siete años sé cómo me concibieron, y no fue ningún drama. Para empezar, mis padres me lo dijeron cuando su imagen haciendo el amor era mucho más desagradable que la de mi creación en una placa de petri. Además, ya había mucha gente tomando potenciadores de fertilidad y teniendo septillizos, de manera que mi historia no era tan original. Pero ¿un bebé de diseño? Sí, perfecto. Si mis padres iban a pasar por todo eso, deberían haberse asegurado de implantar los genes de la obediencia, la humildad y la gratitud.

Mi padre está sentado a mi lado en el banco, con las manos entrelazadas en las rodillas. En las habitaciones de los jueces, mi madre y Campbell Alexander están atacándose verbalmente. En el vestíbulo permanecemos incómodamente quietos, como si se hubiesen llevado todas las palabras posibles y nos hubiesen dejado sin nada.

Oigo que una mujer maldice, y entonces llega Julia.

—Anna, perdona que llegue tarde. No podía pasar entre los periodistas. ¿Estás bien?

Hago un gesto y sacudo la cabeza.

Julia se arrodilla frente a mí.

—¿Quieres que tu madre salga de la sala?

—¡No!

Para mi completa vergüenza, se me llenan los ojos de lágrimas.

—He cambiado de opinión. No quiero seguir con esto. Ya no.

Me mira un buen rato y luego asiente.

—Déjame entrar para hablar con el juez.

Cuando se va, me concentro en mi respiración. Hay muchas cosas en las que me tengo que concentrar. Antes las hacía instintivamente: aspirar oxígeno, mantenerme en silencio, hacer lo correcto. El peso de la mirada de mi padre hace que me dé la vuelta.

—¿Lo has dicho en serio? ¿Ya no quieres seguir?

No contesto. No me muevo en absoluto.

—Porque si no estás segura, quizá no sea mala idea tener cierto espació para respirar. Quiero decir que tengo una cama libre en el parque de bomberos.

Se frota la nuca.

—Sería como si nos estuviésemos mudando o algo así. Sólo…

Se me queda mirando.

—… respirar —termino, y lo hago.

Mi padre se levanta y alza la mano. Salimos juntos del Complejo Garrahy. Los periodistas se nos acercan como lobos, pero esta vez las preguntas no me afectan. Siento el pecho luminoso y ligero, como lo sentía cuando era pequeña y montaba sobre los hombros de mi padre al anochecer, cuando sabía que si levantaba las manos y extendía los dedos como una red, podía atrapar las estrellas.

C
AMPBELL

Tiene que haber un lugar especial en el Infierno para los abogados que se dan tanta importancia sin ninguna vergüenza, aunque puedes estar seguro de que todos estamos preparados para ponernos en primer plano. Al llegar al juicio de la familia y encontrarme una horda de periodistas esperando, les doy algo de carnaza, asegurándome de que las cámaras me enfoquen. Digo lo adecuado, que el caso es poco ortodoxo, además de doloroso para todos los implicados. Insinúo que la decisión del juez puede afectar a los derechos de los menores a nivel nacional, así como la investigación con células madre. Luego me aliso la americana del traje Armani, apelo a la comprensión del juez y me excuso diciendo que tengo que ir a hablar con mi cliente.

Dentro, Vern Stackhouse me mira y me hace un signo de aprobación. Ya había ido a hablar con el ayudante del
sheriff
, y muy inocentemente le había preguntado si su hermana, una periodista del
ProJo
, vendría.

—No puedo decir nada —comento—, pero la vista… va a ser algo muy gordo.

En ese lugar especial del Infierno, probablemente haya un trono para aquellos de nosotros que intentemos capitalizar nuestro trabajo en favor del bien.

Unos minutos después empieza el juicio.

—Señor Alexander —dice el juez DeSalvo levantando la moción para poner orden—. ¿Podría decirme por qué ha presentado esto, cuando di instrucciones explícitas ayer?

—Me vi con la tutora ad litem, juez —respondo—. Mientras estaba presente la señora Romano, Sara Fitzgerald dijo a mi cliente que el juicio era un malentendido que terminaría bien.

Deslizo la mirada hacia Sara, que no muestra ninguna emoción más allá de tensión en la mandíbula.

—Es una violación directa de su orden, su señoría. Por más que este tribunal intente crear las condiciones que mantengan la familia unida, no creo que funcione hasta que la señora Fitzgerald consiga separar mentalmente el papel de madre del papel de abogado opuesto. Hasta entonces, es necesaria una separación física.

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