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Authors: Greg Bear

Tags: #Ciencia Ficción

La ciudad al final del tiempo (44 page)

BOOK: La ciudad al final del tiempo
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—Estás hablando de nuestras
vidas
—dijo Jebrassy.

—No hay necesitad de ponerse tenso. Dime que no te sientes atraído por lo que ves.


¡Me siento atraído!
—gritó Jebrassy, e intentó volverse, pero no pudo. Estaba fascinado. Lo
ansiaba
. Casi dijo en un susurro: siempre lo he estado.

—Yo tengo mis inclinaciones y tú las tuyas. Ahora mismo, estamos trabajando juntos, pero cuando salgas ahí fuera para unirte a tus compañeros, como has soñado, llevarás información que no posee nadie más. Información que podría ayudaros a sobrevivir y a triunfar. Y si no triunfas, entonces mi media eternidad de esfuerzo pasará, sin conclusión… sin resultado… un fracaso.

»Por tanto, todo lo que soy descansa en tus pequeños hombros, joven progenie. El Tifón absorbe el viejo universo, de principio a fin. Nuestro tiempo e historia se desmenuzan, se disuelven… mira por la ventana. El Caos está justo al otro lado del límite de lo real, aguardando.

Jebrassy se obligó a mirar más allá del paisaje curvo, oscuro y trastocado. Más allá de la zona de las mentiras, se alzaban grandes formas contra el Caos, difíciles de distinguir, como si estuviesen rodeadas de nieblas.
Defensores
.

—Sólo tres hilos nos conectan con el pasado roto que pronto caerá sobre nosotros: tu hembra, que pronto viajará al Caos; tú, y otro más, un ser obsesionado, obligado a abandonar todos los principios, al que importa poco cualquier forma de existencia, pero que debe
regresar
.

Jebrassy frunció el ceño, intentando recuperar un recuerdo esquivo de odio y piedad.

La personificación tocó el cristal de la ventana con un dedo blanco.

—Vuestras vidas y las de vuestros compañeros de sueño están ensartadas como cuentas en las últimas hebras del cosmos… destinadas a chocar. Si todo sale bien, esa colisión se producirá en Nataraja. Allí iréis… a donde han intentado ir todos los exploradores. No hay ningún otro destino.

»Debéis triunfar donde Sangmer fracasó.

Jebrassy pensó en los libros e historias a los que les había guiado Grayne.

—Tú pusiste los estantes en los Niveles… ¿no es así? —preguntó.

—Uno de mí —dijo la personificación—. No hace mucho tiempo.

—¿Cuánto? —preguntó Jebrassy, desafiante.

—Y si digo cien millones de vigilias… ¿podrías contarlas, recordarlas todas, incluso comprender de cuánto tiempo hablo?

Jebrassy intentó un desafío de miradas. Al final, apartó la vista.

—No —dijo.

—Estamos adaptados a nuestro tiempo y a nuestro espacio. Incluso esta personificación apenas puede concebir cien millones de vigilias sin ayuda externa, así que no sientas vergüenza. Y sucedió mucho antes.

66

El límite de lo real

Siempre iba a hacer esto mismo.

Siempre haría esto mismo.

Tiadba había querido unirse a una marcha mucho antes de conocer a Jebrassy; mucho antes de que Grayne le hubiese conminado a reclutar al joven guerrero progenie, mucho antes de enamorarse. Y mucho antes de perder a su guerrero.

Y aquí estaba, ataviada con una flexible armadura de color naranja, sin sentir miedo, sólo el dolor de la pena y la soledad que jamás la abandonarían… y la comprensión de que para esto la habían creado.

Para abandonar los Niveles, la ciudad en sí, y atravesar el límite de lo real, más allá del alcance de los grandes generadores del Kalpa.

Atravesar el Caos y ver qué hay al otro lado.

Pahtun llevó a Tiadba y a Khren a un lado y les dijo que eran los líderes del grupo.

—Os acompañaré hasta donde me sea posible. Pero no pasaré de la zona de las mentiras. Debo regresar. La batalla final ya está aquí.

Tiadba miró a Khren y comprobó que asimilaba con seriedad las palabras del adiestrador. No quedaba ni rastro del bufonesco amigo de Jebrassy. También él había estado siempre destinado a esto. Se preguntó si todos los progenies habrían sido creados para lo mismo.

Ayudados por los cuatro escoltas, los exploradores se prepararon para sacar el pequeño carro con ruedas que cargaba con las sajas y los dos generadores portátiles.

Pahtun se puso en pie y repitió lo que había dicho antes, tan a menudo que en cierta forma resultaba familiarmente tranquilizador.

—La baliza del Kalpa es perpetua. Por su pulso siempre sabréis dónde está la ciudad. Hay momentos en los que el Testigo parece interferir con la baliza, quizá deliberadamente, pero si insistís recuperaréis la señal. Todos vuestros trajes pueden hacerlo. No debéis enviar
jamás
ninguna comunicación a la ciudad, nunca… no debéis alertar al Caos de vuestra presencia. Hay vigilantes, de todo tamaño y fuerza, siempre cambiante pero constantes en su vigilancia. El Caos está famélico.

Khren se situó junto a Tiadba y la miró a través del panel delantero de color dorado.

—Y ahora… ha llegado la hora de indicaros vuestro destino —dijo Pahtun—. Es el destino de todos los peregrinos desde la época de Sangmer: el único otro punto de la Tierra donde la racionalidad sigue gobernando y donde podría haber ayuda para el Kalpa. Es la ciudad rebelde llamada Nataraja. Allí, si todo va bien, entraréis en contacto con aquellos que todavía siguen libres del control del Tifón. Cooperaréis con ellos y les diréis lo que sabéis, y seguiréis sus instrucciones. Creedme, jóvenes progenies, si pudiese ir con vosotros, iría.

Tiadba tocó el morral que contenía la bolsa de libros.

Pahtun parecía nervioso, incluso como si se sintiese culpable. Repetía sus instrucciones.

—Nadie sabe lo que os espera. Vuestras armaduras poseen protección reactiva… pueden aprender más rápido que vosotros y harán todo lo que puedan para adaptarse y protegeros de las perversiones del Tifón. Vuestros visores convertirán lo que pase por radiación a fotones que podáis ver, y no os dañarán. En ocasiones no lograrán encontrar nada que sepan convertir, y por tanto veréis oscuridad y aproximaciones basadas en sucesos recientes. Cuanto más cerca estéis como equipo, más podrán comunicarse y coordinarse los trajes. Es mala idea separarse o dispersarse demasiado, pero aquí es difícil estimar las distancias incluso disponiendo del mejor equipo.

»Podría haber tentaciones. Los vigilantes intentarán haceros desactivar los generadores o que os quitéis las protecciones. Si sus tentaciones os resultan irresistibles, ya no seréis progenie, sino que os convertiréis en parte de la anarquía del Tifón: una atrocidad como la que se encuentra por todo el Caos. Y algunos de los que han fracasado, incluso los mejores, los más valientes, los usa el Tifón contra el Kalpa.

Pahtun se esforzó por encontrar palabras.

—Es posible que los Defensores fallen y perdáis la baliza guía. En ese caso la última opción es la destrucción. La armadura os proveerá de esa misericordia.

El traje de Tiadba ya no le escocía ni le rozaba. No podía sentir su piel, las zonas peludas que se habían apelmazado en algunos puntos y que escocían parecían haberse calmado. Sin duda la armadura se estaba ocupando de todas sus sensaciones, y quizá pronto ella se convirtiese en un simple traje y dejase de ser una criatura viva.

¿Qué pensaría Grayne al verles ahora? ¿Cómo podrían haber estado mejor preparados, mejor educados?

—Hay que moverse —dijo Pahtun tocándose el hombro con una mano. Los cuatro escoltas se envararon y sostuvieron los cayados—. Tenemos una corta abertura y hay que atravesar la puerta antes de que se cierre.

Empezaron.

Las mitades de los cascos de los exploradores colgaban de sus cuellos siguiendo el ritmo de los pasos. Sus botas producían golpes bajos y planos. Juntos, sonaban como pedes de granja recorriendo tierra seca y dura.

Caminaron durante largos kilómetros bajo el inmenso arco central, un lado iluminado por la luz de vigilia del lejano cel, el otro… no. La calidad del sonido cambiaba de una forma difícil de describir. Tiadba había pasado toda la vida en los Niveles, escuchado el zumbido de las voces y sus ecos, todos los progenies hablando, moviéndose,
pensando
. Ahora todo era un silencio pétreo, que reemplazó una nueva tonalidad: carencia, ausencia, privación, solitaria pero de alguna forma orgullosa… y más antigua de lo que cualquiera de ellos podía concebir.

Los Niveles siempre habían estado apartados dentro del Kalpa, más bajos que cualquier otro piso, pero especialmente
diferente
. ¿Cuántos exploradores habían realizado ya este mismo viaje, tan asustados como ellos, tan solitarios y alejados de todo lo que habían conocido?

—Estad tranquilos —dijo Khren.

Kilómetros por delante… cientos, miles. ¿Quién podía saberlo?

Abandonamos los Niveles para siempre
.

Entramos en el Caos
.

Tiadba no sabía decidir si sus ojos se habían acostumbrado a la penumbra o aquí el aire era más claro, pero de pronto podía distinguir formas regularmente cuadrangulares alineadas a cada lado del arco, más altas que los bloques más altos de los Niveles.

—¿Qué son? —preguntó, en voz baja. Aquí le parecía que era todavía más importante manifestar respeto.

—La línea interior de generadores de realidad —dijo Pahtun—. Se activan si fallan los exteriores.

El terreno era desigual, roto por hondonadas periódicas, como si se hubiese combado bajo una presión asombrosa. Aquí y allá, cicatrices y raspaduras paralelas marcaban la superficie por lo demás lisa. Quizás intrusiones que hubiesen pasado por este camino hubiesen tocado el suelo… y hubiesen ardido.

Por delante Tiadba podía distinguir el borde lejano de la bóveda y algo más… una barrera lentamente trémula.

A medida que los minutos de paseo se convertían en hora, el rielar no pareció acercarse. Aun así, Tiadba no perdió las energías. El efecto del traje era vigorizante, eléctrico. Recordó las palabras de Grayne en su último encuentro.

Podrías caminar durante miles de kilómetros del terreno más desigual y agreste y, sin embargo, seguirías estando fuerte y en buen estado. Será la culminación de todo lo que eres, la aventura de una vida. Os envidio
.

Tras docenas de kilómetros y horas de marcha, la bóveda oscura de arriba seguía pareciendo infinita. Después, un cambio. El titilar parecía encontrarse claramente más cerca. A pesar de sus dudas, no pudo evitar sentirse emocionada.
El cielo. Pahtun dijo que nos preparásemos para el cielo
.

—Cascos. Bien sellados —ordenó el segundo escolta.

Tiadba miró a su alrededor, respiró hondo. El aire —el último aire
privilegiado
de los Niveles— ya estaba horriblemente frío. Se formaba escarcha alrededor de su labio inferior y de la nariz. Luego, como un solo ser, las dos mitades de los cascos, que hasta ese momento habían permanecido tendidas sobre los hombros como cascaras de frutas vacías, se levantaron y se sellaron emitiendo un silbido que le hizo estallar los oídos. La cabeza se calentó y la visión se hizo más clara. El rielar que tenían delante adquirió una vida y destellos que no había apreciado antes.

—Maravilloso —dijo Perf—. No tengo las orejas frías.

Pahtun les hizo parar. Los escoltas se alinearon tras ellos, como si pretendiesen evitar la huida.

Ellos no lo comprenden. Pahtun sí lo entiende… esos otros no, ¡para nada!

Los exploradores se agitaron inquietos. Se encontraban en la cresta de una hondonada especialmente alta situada en la base exterior del Kalpa.

De pronto, el rielar se situó directamente frente a ellos, para luego abombarse hacia dentro, como si quisiese echarles. Los escoltas alzaron los cayados. Pahtun se inclinó.

—Esperad —dijo el adiestrador—. No entréis. Dejad que os encuentre.

Khren miró a Tiadba a través del visor. Lo que Tiadba pudo ver de su cara se mostraba tranquilo, resignado.

—Esperad —les advirtió Pahtun una vez más. Los progenies se encogieron dentro de las armaduras, como si fuesen a atraparlos para comérselos.

El titular no se movió, pero de pronto lo tenían detrás. Lo habían atravesado sin dar ni un paso, y ahora por delante veían más kilómetros de terreno desigual, y más allá, un muro tachonado de formas enormes: los Defensores.

La línea final de los generadores exteriores de realidad.

Más allá de esas altas formas difuminadas se encontraban las tierras medias, la zona de las mentiras. Tiadba miró directamente hacia arriba. Habían salido de la bóveda. El cielo se alzaba sobre sus cabezas.

El cielo abierto
.

Capturó la impresión de interminables cortinas que caían, colores inquietos que era incapaz de aceptar o procesar; en realidad, no eran colores, y probablemente tampoco fuesen movimiento. De pronto los ojos no podían enfocar. El cielo les hacía esforzarse como no habían tenido que esforzarse nunca antes.

—No debéis verlo todo a la vez —dijo Pahtun—, ni siquiera a través de los visores. Mirad hacia abajo. Cerrad los ojos si os hacen daño.

Los ojos le hacían daño —querían hundirse en las cuencas y mirar hacia el cráneo—, pero Tiadba no bajó la vista, no los cerró. Había esperado este momento desde hacía demasiado tiempo. Giró sobre las botas y miró a la inmensa y curva masa exterior del primer bión, luego a izquierda y derecha, intentando comprender las dos enormes y oscuras formas: las dos partidas y rotas… parcialmente en ruinas.

El Kalpa… lo que quedaba de él.

Algo por encima entró lentamente en su campo de visión, elevándose y alejándose del primer bión: una cinta curva de doloroso fuego, rojo y púrpura al mismo tiempo, rodeando una nada oscura y devoradora, carente de pensamiento y vida. La boca de Tiadba quedó abierta y respiró entrecortada. Fue instantánea y evidentemente erróneo… tan extraño como para empujarla más allá del miedo.

—¿Eso es el
sol?
—preguntó.

—Depende de lo que quiera decir con «sol» —dijo Pahtun. Tenía la vista fija en el suelo—. Ciertamente ya no es el sol que
nosotros
creamos.

Tiadba planteó su segunda pregunta… en nombre de su visitante:


¿Dónde están las estrellas?

—Hace tiempo que desaparecieron —respondió Pahtun.

Durante todas sus vidas habían estado protegidos por la luz cálida y limitante del cel, apenas variando a lo largo de su agradable y tranquilizador ciclo de vigilia y sueño… pero ya no. Lo que se encontraba más allá de las murallas y sobre la ciudad era majestuoso pero también cruel, egoísta, sin producir luz sino algo que las caras transparentes de sus cascos debían
traducir
para darle algún sentido.

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