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Authors: Greg Bear

Tags: #Ciencia Ficción

La ciudad al final del tiempo (40 page)

BOOK: La ciudad al final del tiempo
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¿Sabes qué te ha pasado?

—Me han traído a la Torre Rota.


¿Sabes por qué?

—Somos demasiado estúpidos y débiles para que nos cuenten esas cosas.

La voz se volvió más apremiante.

—Al contrario, lo has hecho muy bien. Probablemente seas la criatura más fuerte del Kalpa. Ciertamente, la más importante ahora que mi obra casi está concluida.

—¿Eres el Bibliotecario?

—Una parte de él, una parte que ha logrado conservar cierto nivel de cordura durante esta media eternidad. ¿Sabes sobre los Eidolones?

—No.

—Bien, no importa. El Bibliotecario se ha convertido en un Gran Eidolon, lo que significa que ya no puede comprender qué significa ser pequeño e insignificante. Así que separó algunos de sus muchos yos, llamados «personificaciones», y ellos cumplen con esa función. Ahora estás hablando con una personificación.

—No eres frío como esas cosas azules.

—Estoy más cerca del núcleo del Bibliotecario. Lo que me digas y me muestres, el Bibliotecario lo sabrá de inmediato.

—Me gustaría verte.

—Pronto. Pero debe comprender que lo que veas será una ilusión, por lo que incluso si
pudieses
verme, no atacarías, a pesar de tus puños cerrados. Al igual que golpear una sombra, esa acción no te produciría ninguna satisfacción.

Jebrassy intentó relajar las manos.

—¿Qué va a suceder?

—Con el tiempo, se te liberará para que cumplas con tu obligación. Pero por ahora precisamos comprender en qué te has convertido. Resuenas como una campana, joven progenie… una campana que en esta era nadie ha tañido. Tus vibraciones son importantes. Pero, por ahora, sólo la mitad de ti está en mi presencia de alguna forma que pueda medir. La otra mitad debe manifestarse, los acontecimientos deben ajustarse. Hasta entonces, nos conoceremos y yo te enseñaré algunos detalles útiles.

—¿Dónde está Tiadba? ¿Está aquí o en algún otro lugar?

—Me interesa que ya conozcas las respuestas a esas preguntas. No está en la torre. No fue llevada a los Niveles. ¿Dónde crees que está?

Jebrassy odiaba que jugasen con él, pero

que lo sabía:

—Está en el canal de drenaje con los otros. Los exploradores. Debo ir con ella.

—A ella le servirías de muy poco. Como dije, los acontecimientos deben ajustarse. Debes alcanzar tu pleno potencial, joven progenie, y luego estarás preparado para unirte a tus amigos.

59

El canal de drenaje

Pahtun congregó a los nueve en el fondo del canal, bajo el elevado arco doble, y permaneció frente a ellos, mirándolos solemnemente uno a uno. El adiestrador medía al menos un tercio más que Khren, el más alto de ellos.

—Habéis sido escogidos porque vuestra sangre os urge a salir —dijo con voz triste y profunda—. Pero independientemente de vuestro entusiasmo, precisaréis ayuda en este viaje y también contener vuestras ansias. No tenéis experiencia, sin duda sois valientes, pero por ahora también insensatos.

Perf se avergonzó sobre la arena, como si temiese que todos le mirasen.

—Allá afuera, ningún guardián os llevará delicadamente a casa si os hacéis daño. Allá afuera, hay algo más que dolor… algo peor que la muerte. Ésa es la promesa del Caos. Más allá del límite de lo real se encuentra el mayor desafío al que se han enfrentado nunca los seres humanos, y en ese grupo incluyo incluso a los Grandes Eidolones de las alturas, maldita sea su arrogancia.

Pahtun le miró como si esas palabras fuesen a conmocionarles, pero esos progenies no sabían nada de Eidolones, grandes o pequeños.

Agitó la mano de largos dedos y Tiadba se dio cuenta de que en la punta de su sexto dedo —tenía seis dedos y un pulgar extra, montado en el centro de la palma— había una flor rosada. La observación paciente, mientras Pahtun hablaba y agitaba algo más la mano, la recompensó con la observación de que esa flor era en realidad un conjunto de seis dedos más pequeños que quizás empleaba para tareas delicadas. (Aunque más tarde Nico propuso que ayudaban a limpiar los oídos de los Alzados).

—Nadie sabe lo que veréis y experimentaréis. Aunque hay detalles relativamente fijos que se pueden describir, incluso explicar parcialmente, la mayoría de lo presente ahí fuera es un tremendo
cambio
sin
razón
ni
ley
. Aceptadlo. El peligro es constante. Vuestro adiestramiento jamás será suficiente. Pero deberá bastar, entre la voluntad de los que desean que suceda. —Señaló por encima de su cabeza y un poco hacia atrás, a lo alto de las tres islas— y vuestros propios instintos, plantados en vosotros y luego desarrollados… valor sin sentido común —respiró profundamente—
vais
a ir.
Vais
a viajar.
Marcharéis
. No tenéis elección.
Nosotros
no tenemos elección.

Tiadba pronunció en voz alta una palabra extraña:

—Amén.

Los otros respondieron de similar forma. A continuación se miraron, afligidos.

—Por tanto, voy a presentaros las herramientas que podrían mantener unidos vuestros cuerpos y vuestras almas una vez que estéis en el Caos. —Pahtun silbó una nota y todos se pusieron en pie.

Los escoltas guiaron a los progenies a la barraca plateada.

Relucientes y extraños, los trajes colgaban de las paredes como los cascarones de pedes de granja, pero más coloristas. Del tamaño y la forma para ajustarse a cada explorador, tenían tonos de naranja, rojo, azul, verde y amarillo, lo que resultaba extraño si lo que pretendían era ocultarse de cosas que cazasen.

—Son los mejores que los Modeladores del Kalpa han logrado fabricar jamás. Aquí, los generadores de la ciudad nos protegen… y en el Caos, vuestra armadura os protegerá, hasta cierto punto. Dentro de esas conchas, los trajes mantienen las leyes y principios que permiten la vida, y también tienen personalidades; como uno esperaría de los Modeladores que los fabricaron.

—¿Qué son Modeladores? —preguntó Nico.

—Como yo —dijo Pahtun—, sólo que diferentes. Nunca he visto a uno. —No añadió nada más.

El adiestrador emparejó a cada progenie con su traje y propuso que se los probasen. Tiadba supo instantáneamente cuál era el suyo. Acarició la capa exterior: lisa, naranja y fría. La armadura vibró bajo sus dedos y emitió un ligero sonido de aceptación.

Grayne les había hablado un poco de ellos, pero no había mencionado que la armadura con vida propia trepaba por miembros y tronco. Prácticamente los trajes se vestían solos mientras los progenies bailaban y se retorcían. Herza y Frinna intentaron soltarse y fallaron. Los que terminaron primero manifestaron una alegría nerviosa al ver las expresiones de sus compañeros.

Los cascos cayeron fláccidos sobre sus hombros hasta que, tras una orden de Pahtun, se alzaron, se endurecieron y se sellaron herméticamente. Sin embargo, en su interior, Tiadba no se sentía opresivamente encerrada. Respiraba con facilidad y el aire parecía bueno. Sólo sentía un ligero picor en las articulaciones que pronto aprendió a desestimar.

—Se convierten en una segunda piel —dijo Pahtun—, sólo que más sutil y dotada. Vuestra armadura os protege de un sufrimiento interminable; es una habilidad antigua que resulta maravillosa a mis ojos… y, sin embargo, tiene limitaciones. Siente cualquier desviación o deslizamiento de las reglas, como los que se producen ahí fuera. Vuestra armadura transformará y traducirá la información sensible del Caos, de forma que podréis ver luz y sombra, color y forma. Os ayuda a permanecer anclado a algo parecido a una superficie, o a viajar recorriendo algo similar a un paisaje: lo suficientemente fiable como para avanzar en el viaje, supuestamente hasta un destino donde el Caos esté a raya.

»El Caos no carece por completo de forma o carácter. Hay algo similar al clima; algunos lugares están más transformados que otros, algunos casi sin tocar. Aunque puede que, durante varias eras, parezca haber cierta fina capa de consistencia en lo que observamos, en realidad las reglas cambian continuamente. El no aprender y adaptarse rápidamente tendría consecuencias terribles. Y por tanto, vuestra armadura se adaptará y aprenderá, como lo haréis vosotros.

Dos de los escoltas sacaron un huevo plano montado sobre un trípode negro y delgado: un generador portátil de realidad, capaz de producir una suspensión alrededor de todo el grupo durante varias vigilias.

—En el interior del Kalpa, nuestros generadores mantienen la semblanza de realidad. Si vuestra armadura se debilita o falla, estas unidades pequeñas podrían protegeros durante un tiempo.

Sin embargo, rodeados de esa protección no podrían avanzar hacia su objetivo.

Luego les presentó las armas, que jamás se debían emplear impulsiva o agresivamente, porque podrían llamar una atención no deseada. Eran hojas curvas y relucientes llamadas sajas. Las hojas no era tanto que cortasen como que aceleraban el cambio, les dijo Pahtun.

—Las sajas acosan al Caos, aceleran sus propias tendencias. Los efectos son impredecibles, lo que golpean podría desintegrarse o no, o dejar de funcionar.

»No hay más armas, excepto vuestro ingenio.

Huir y ocultarse serían siempre mejores opciones. Y por tanto la mayor parte del adiestramiento consistió en aprender a ser escurridizos, sin ninguna información real, todavía, de qué estarían eludiendo.

—¿Por qué no os enviamos con vehículos, máquinas voladoras, naves espaciales, transportes de superficie y subterráneos? —preguntó Pahtun—. Nuestros generadores están sometidos a una ley de tamaño, una ley de escala. Para proteger algo más que un pequeño grupo de progenies, nuestros generadores se tendrían que volver inmanejables. Y para cualquier generador de tamaño razonable, un objeto del Caos no podría moverse mucho más rápido de lo que vosotros podríais correr, porque eso superaría su capacidad de traducción. Además, moverse demasiado rápidamente, con fuerza excesiva, atrae vórtices de contradicción y fracaso que llamamos «giropliegues» y «enigmacronos». Pueden ser trampas horribles. Devoran e incorporan lo que sea que capturen, con armadura o no, y lo enlazan con el Caos. Sin duda os encontraréis con las víctimas, recientes y antiguas. Las víctimas del Tifón desaparecen lentamente. Algunos angelines, Observadores del Caos, han estudiado en la Torre Rota, desde antes de mi formación, esas monstruosidades que una vez fueron humanas.

»Y siguen ahí fuera.

—Vuestra armadura es especialmente vulnerable en la zona de las mentiras, justo en el límite de lo real. Son las tierras medias, donde los Defensores, la última línea de generadores que protegen el Kalpa, gradualmente reducen su protección y ceden al Caos. Hay que tener cautela al atravesar las tierras medias. Vuestra armadura no debe estar totalmente activa; los campos en competencia generan resultados impredecibles. Yo os acompañaré a esa zona para vigilar vuestro avance. Todavía no he perdido a un explorador, no en esa fase. Pero muchos otros adiestradores han visto a sus exploradores atrapados prematuramente, en una intrusión o un giropliegue.

»Hay regiones del Caos que parecen poseer constancia a lo largo de largas eras. Una de ellas es la Necrópolis, los restos de los nueve biones perdidos del Kalpa. El Tifón ha reunido esas ruinas y las ha combinado con los restos pervertidos de otras ciudades. Allí, el Tifón advierte de lo que vendrá: una burla cruel de las grandes ciudadelas de la Tierra, que en su época cubrieron el globo. Ahora, esos restos, o sus esencias, sus imágenes, se han reunido y combinado a la vista de la torre. Algunas de esas ruinas parecen seguir habitadas, si tal es la palabra adecuada, por fantasmas desesperados. Los que allí vivieron una vez ya no viven, pero persisten y actúan, y lo que nunca estuvo vivo adquiere una vida inesperada.

»Ahora dejad que os describa una zona de gran peligro y oportunidad. Una especie de carretera o autopista que atraviesa el Caos y es conocida como "senda". Las sendas aparecen y desaparecen, formando avenidas o caminos serpenteantes en todas las regiones.

—¿Qué son? —preguntó Tiadba.

—Las sendas sirven como caminos de transporte. Incluso en el Caos hay jerarquías de reglas o anarquías, potencia o debilidad, grandeza o piedad. Las figuras o formas más elevadas y poderosas, no nos atrevemos a decir que tengan conocimiento o inteligencia, emplean las sendas para desplazarse. Entre ellos están los Silentes, que tantos daños han causado a nuestros exploradores y que incluso en los días de Sangmer eran activos y poderosos.

—¿Qué aspecto tienen? —preguntó Nico.

Pahtun agitó la cabeza.

—Muchas formas —dijo—. Algunos en la torre siguen sus idas y venidas. Por desgracia, poca de esa información llega aquí abajo.

Los exploradores se situaron junto a la barraca, haciendo muecas, estirándose y acostumbrándose a las armaduras.

—La materia antigua que os conforma y que llena la mayoría de la Tierra fue en su época defendida por la suspensión que mantenía al Tifón a raya, pero cuando nos concentramos en el Kalpa y fueron necesarios los generadores de realidad, tuvimos que abandonar todo lo exterior. La masa primordial envejece impredeciblemente en el Caos, formando bolsas de cambio y destrucción geológicos, que no están ya limitados por las leyes simples de la gravedad, la física, o siquiera el antiguo espacio y tiempo. El Tifón parece deleitarse con tal inestabilidad; lo que divierte al Tifón agita el Caos y atormenta a la vieja Tierra.

—No dejas de hablar del Tifón como si estuviese vivo —dijo Nico—. ¿Es realmente algo más inmenso y poderoso que los Eidolones… sean lo que sean éstos?

—Soy tan ignorante como vosotros —respondió Pahtun tras una breve pausa—. En su momento, algunos humanos consideraron que las fuerzas desconocidas de la naturaleza eran enemigos espléndidos o dioses implacables. Para mí, el Tifón no es parte de nuestra naturaleza, ni espléndido ni un enemigo que uno deba respetar. Es un azote y una enfermedad. Pero pronto lo viviréis en persona, y la teoría que os mantenga con vida es la teoría que debéis valorar y a la que debéis aferraros.

Macht y Khren parecían intrigados, pero la respuesta no fue suficiente para Nico, el filósofo. Perf, Shewel y las otras dos hembras parecían perdidas o aburridas. Denbord y Tiadba se limitaban a escuchar mientras intentaban no expresar ninguna opinión.

Sintiendo el silencioso escepticismo de Tiadba, Pahtun se arrodilló a su lado sobre el fondo arenoso del canal. Su cabeza todavía se elevaba sobre la de Tiadba, incluso si ella se encontraba perfectamente erguida con la armadura puesta.

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