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Authors: Greg Bear

Tags: #Ciencia Ficción

La ciudad al final del tiempo (36 page)

BOOK: La ciudad al final del tiempo
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—Todos los que he examinado, incluyendo los que me resultan más conocidos —dijo Bidewell—. Más allá de nuestras paredes, todos los libros de nuestra región, quizá toda región a la que pudiésemos aspirar a llegar, también están revueltos. Nunca había visto algo así antes, no a semejante escala.

Jack adoptó una expresión vacía, esperando.

—Virginia, has recuperado la posesión de su piedrecilla curiosa. Ahora hay dos —dijo Bidewell—. Jack, Ginny, ¿podríais sacar las piedras de las cajas?

Jack abrió su caja. La piedra estaba en su interior, retorcida y negra, destellando con un único punto de rojo intenso.

Ginny levantó la suya.

—Las dos presentes y en su lugar —dijo, intentando sonar alegre.

—Considerad sus formas y cómo parecen encajar entre sí, pero no,
no
lo vamos a intentar, por favor, mantenedlas separadas; sospecho la existencia de una tercera, quizá más. Ninguno de nosotros sabe dónde podrían estar. Ninguno de nuestros centinelas y batidores ha informado de un tercer individuo con vuestras habilidades. Pero, por ahora, no podemos preocuparnos de eso. Por ahora, no podemos controlar lo que hay en el exterior del almacén.

Agazutta sorbió por la nariz.

Bidewell asintió.

—Si son lo que creo que son, entonces casi han completado su largo viaje: han
sumado
. Por favor, traedlas al centro de la mesa y, por favor, movedlas lentamente sobre este volumen. He escogido un libro especialmente valioso, uno que he mantenido en reserva durante un tiempo… pero que ahora mismo es ilegible. Niños…

Jack se situó junto a Bidewell, siguiendo el ejemplo de Ginny. Bidewell abrió el libro por el medio. Los dos levantaron sus piedras. Las mujeres ocuparon el otro lado de la mesa.

Jack y Ginny sostuvieron las piedras sobre la página.

Al principio el texto siguió revuelto. Luego, como si hubiese quedado atrapado bajo la reluciente luz de la razón, las palabras fueron regresando: unas pocas, luego frases, párrafos enteros.

Ninguna letra se movió, nada visible se reordenó, pero lentamente el libro bajo las piedras se fue haciendo legible.

Jack no pudo evitar mirar el primer párrafo a medida que se aclaraba, leyendo bocabajo, un truco que había aprendido años antes.

El lenguaje es tan fundamental como la energía. Para ser observado, es preciso reducir el universo, codificarlo. Un universo no observado es un lugar desordenado. El lenguaje se convierte en el ADN del cosmos.

Alzó la vista. Ginny también había estado leyendo.

—Me siento humilde ante el poder que poseéis, niños —dijo Bidewell con reverencia—. He esperado siglos para observar este efecto. Confirma muchas cosas que hasta ahora han sido simple filosofía.

—¿Qué
son
las piedras? —preguntó Ginny. Le temblaba la mano que sostenía la piedra—. Tengo la misma desde que puedo recordar. Mis padres la tuvieron antes. Nunca he estado mucho tiempo apartada de ella. Pero no tengo ni idea de qué es.

—¿Jack? —preguntó Bidewell, observándole atentamente, pero con confianza.

—Mi madre la llamaba la «piedra a veces». A veces está aquí, a veces no. En una ocasión, la llamó piedra biblioteca.

—Curioso. Piedra
biblioteca
. Como si lo supiese.

—¿Saber qué? —preguntó Jack.

—Por ahora son sólo conchas parciales, han terminado el viaje, están llenas y tienen fuerza, pero son inmaduras. Aun así, como podéis ver, poseen poderes asombrosos. —Bidewell agarró las dos manos extendidas y las apartó lentamente. El texto siguió siendo comprensible. De hecho, la zona legible siguió creciendo—. Ha habido muchas como ésas a lo largo de los siglos. Algunas fallaron y se convirtieron en piedras inútiles. Algunas fueron capturadas, junto con sus guardianes, y suponemos que fueron retenidas o destruidas. Sospecho que en los nombres que reciben tenemos pistas sobre su naturaleza y función. Podéis guardarlas por ahora.

—Si alguien ha revuelto todo el orden, ¿cómo podemos pensar o ver? —preguntó Miriam—. ¿Por qué no están revueltos nuestros cuerpos? —Elevó la voz—. ¡Todo debería desmoronarse!

Un comentario tan inquietante fue recibido con un silencio tenso.

Bidewell pasó una a una las páginas restauradas del libro. El anciano tenía lágrimas en los ojos: lágrimas de alivio y asombro.

—Sólo empezamos a entrever las profundidades de este misterio. Para bien o para mal, todo el tiempo, en todas partes, es ahora subjetivo. Todos los destinos son locales. —Alzó la mirada hacia un enorme reloj eléctrico montado sobre la puerta metálica. Las manecillas se encontraban dobladas y deformadas como si dedos invisibles hubiesen salido del interior y las hubiesen retorcido… y el segundero se encontraba en el fondo del cristal—. Ningún reloj marcará los segundos restantes. Si acabamos aplastados y congelados contra Término, estamos perdidos. Incluso las piedras serían inútiles. Pero no podemos apresurar las tareas que tenemos por delante. Primero, debemos conocernos. —Bidewell movió una silla plegable, bajó el asiento y le sonrió a Jack.

Jack se sentó, con ojos cortantes.

—Sólo por esta vez —dijo Bidewell—. He preparado un pequeño festín. Ginny sabe dónde están las latas de sopa y los ingredientes para los sándwiches. Ellen, ¿empiezas tú?

Se sentaron a tomar pastrami sobre pan de centeno y sopa de tomate calentada en la estufa. De su enorme bolso, Farrah sacó una botella de vino tinto y un sacacorchos.

—¿Alguien se pregunta por el efecto de Término sobre el vino? —preguntó. En un vaso sirvió un poco del oscuro líquido rubí, lo sorbió y alzó una ceja en gesto de aprobación, para luego servir a los demás—. Es difícil estropear un Merlot barato.

Ellen alzó su vaso e hizo girar el contenido.

—Las cuatro sí que empezamos como grupo de lectura —dijo—. Todavía nos reunimos dos veces al mes para comer, beber y hablar de literatura.

—Tenemos dinero —dijo Farrah—. El tiempo libre se convierte en una molestia atractiva.

Ellen siguió hablando.

—En cualquier caso,
damas
, después de la muerte de su padre, Agazutta limpió su casa. La casa llevaba más de cien años en la familia. En el ático, dio con una caja vieja y cubierta de polvo encajada en una esquina. En su interior, encontró un libro extraño. Probablemente llevase allí desde la época de su abuelo.

Bidewell se frotó las manos para luego inclinarse contra el borde de la mesa. A pesar de su edad aparente, parecía flexible… no ágil, pero sí flexible. Y resistente.

El relato parecía aburrir a Agazutta.

—Échame a mí la culpa —dijo.

—Agazutta lo trajo a una reunión. Después de una botella de Pinot gris y una buena ensalada de melón con piñones y jamón, todas estuvimos de acuerdo en que el libro podría ser una rareza, aunque no estaba escrito en inglés, ni en ninguna lengua que pudiésemos identificar. Parecía parte de un conjunto. Así que pensamos que sería divertido llevarlo a un marchante de ese tipo de cosas, un conocido mío, John Christopher Brown.

—Salieron en la universidad —le comunicó Farrah a todos.

—Así fue. —Lo confirmó Ellen con una breve mirada de odio—. ¿Puedo contarlo a mi manera?

Farrah sonrió dulcemente.

Jack se hundió en la silla plegable.

—El señor Brown posee una librería de antigüedades en Stone Way. Parece saberlo todo sobre libros y un poco sobre todos los relacionados con libros… libros antiguos, libros extraños. Conocía a un comprador local interesado en ese tipo de artículos.

Bidewell escuchaba tan atentamente como un niño.

—Nuestro querido Conan —dijo Ellen.

—Ah —dijo Bidewell—. Ya entro en el relato.

—El nos atrajo a
nosotras
. En cualquier caso, compraste nuestro libro. Al principio, el señor Brown mantuvo tu anonimato, pero hizo llegar una porción de la suma pagada por Conan… una suma sospechosamente grande, lo suficiente para dejarnos ganas de seguir buscando por nuestros áticos, nuestros sótanos, incluso las paredes de nuestras casas.

—Farrah encontró otro —dijo Agazutta.

—En mi sótano, dentro de una caja de zapatos. No lo había visto nunca antes. En serio, podría haber simplemente aparecido como una percha en un armario. No era antiguo, era de los años cincuenta, un libro de bolsillo —añadió, alzando las cejas—. Con una portada ridícula.

—Una portada ridícula… y todas las palabras mal escritas, excepto en una página —dijo Agazutta—, que resultó ser hebreo transcrito. El señor Brown vendió el libro por una suma aún mayor.

—Unas damas asombrosas —dijo Bidewell— por haber localizado dos volúmenes tan curiosos en sus entornos inmediatos. Era evidente que tenían talento. Le di permiso al señor Brown para que diese mi nombre a las damas. Tales hallazgos no llegan completamente por casualidad.

—¿Cómo
llegan?
—preguntó Ginny.

—No puede saberse… —empezó a decir Bidewell, y sin vacilar, todo el grupo, excepto Jack, repitió:


¡No puede saberse, claramente, no puede saberse!

Bidewell siguió contando con paciente buen humor.

—El libro de bolsillo resultó fascinante, pero no era más que un síntoma. Sin embargo, lo que las encantadoras Brujas de Eastlake encontraron, en su primer descubrimiento, fue el decimotercer volumen de una enciclopedia asombrosa y elusiva.

—Aquí vamos —dijo Agazutta.

—Aparentemente un juego completo se imprimió en Shangai en los años veinte, siguiendo las especificaciones de un argentino llamado Borges. No hay rastro del señor Borges, excepto su inscripción en el volumen índice y su firma en la página 412 del primer volumen. Y por tanto nuestras damas realizaron uno de los más espléndidos hallazgos de este siglo: un volumen de la perdida
Encyclopedia Pseudogeographica
. Sólo se conoce otro volumen, incunable, recuperado en Toledo en 1432 y que ahora se encuentra bajo llave, por excelentes razones, añado, en la Biblioteca Británica.

—Está bien que no pudiésemos leerlo —dijo Farrah, estirándose como un gato. Lo que le recordó a Ginny que hacía horas que no veía a
Minimus
o a cualquiera de los otros gatos. Probablemente hubiesen dado con nuestros escondrijos hasta que los acontecimientos y los nuevos invitados se asentasen—. Podríamos habernos vuelto locas.

—Más locas de lo que ya estamos —añadió Agazutta.

—¿Y quién iba a darse cuenta? —musitó Ellen.

La risa de Bidewell fue liviana y exquisita, como una galleta perfectamente horneada. A pesar de sus reflejos, a pesar de todo lo que Jack había experimentado, el viejo empezaba a caerle bien.

—Baste decir —dijo Ellen— que a todas el señor Bidewell nos resultó guapo, fascinante…

—¡Y rico! —dijo Agazutta.

Bidewell miró a todos los presentes con una satisfacción que lindaba con la autosuficiencia, como si, por fin, hubiese reunido a una familia largo tiempo deseada.

—El resto es historia —dijo Ellen.

—Historia bicolor —dijo Farrah con un pequeño bostezo medio oculto.

—¿Lo que significa?

—La historia viene en dos colores. Todos los demás viven un color —le explicó Agazutta—. Después de conocer al señor Bidewell, ahora vivimos en el otro.

—¿Qué tiene eso que ver conmigo? ¿O con ella? —preguntó Jack señalando a Ginny.

—Debería reavivar el fuego. Empieza a hacer frío —dijo Bidewell, apartándose de la mesa—. Jack, en el soporte hay leña y periódicos viejos. Deberíamos servirnos otro vaso y brindar por los recuerdos perdidos.
Temps perdu
, más que literalmente. Porque es de ese talento del que hablaremos pronto: orden, casualidad, tiempo perdido y la recuperación de objetos que nunca fueron, pero que siempre serán.

Jack tomó páginas de periódico.

Las páginas estaban en blanco.

53

Wallingford

Grisura y polvorientas extensiones de sombras, un cielo vidrioso, oscurecido, nubes convulsionándose espasmódicamente como animales moribundos saltando y pataleando por todo el firmamento…

La casa vieja y abandonada que ocupaba el centro de tantas vidas de Daniel, desolada hasta lo indescriptible…

Aislamiento congelado empeorado por el hecho de que no estaba solo, que debía enfrentarse a Whitlow.

Whitlow había entrado en la vieja casa, dejando a Daniel en el porche, y ahora le miraba con una sonrisa irónica y temblorosa a través de la corta distancia que separaba dos viejos sillones sobre el suelo deformado y manchado de agua. Sillones en los que él y Daniel se habían sentado, sin tener ningún otro lugar al que ir, ya que todos los relojes, en todas partes, habían dejado de zumbar, de runrunear, de hacer tictac.

—Vamos a hablar de tu futuro, joven desplazador de destino. —Las palabras de Whitlow se difuminaron al atravesar la corta distancia que les separaba, seguidas por una docena de variaciones al intentar sumarse todas las restantes; hebras cercenadas de destino—. Vamos a hablar de lo que vendrá, ahora que posees un nuevo cuerpo fuerte… antes de que tus recuerdos vuelvan a esfumarse, lo que es siempre un problema para los tuyos…

Whitlow había repetido esas palabras tantas veces que Daniel había perdido la cuenta. No podía haber castigo más ajustado a todos sus pecados que éste y, sin embargo, no podía simplemente echar la piedra a un lado y acabar.

Sabía que las piedras en sus cajas ofrecían un círculo de protección… pero no quería experimentar cómo sería si él, al igual que Whitlow, se encontrase justo en el borde o fuera de ese círculo.

He sobrevivido a cosas peores… a lo peor, creo. Pero mis recuerdos son más inciertos que la tiniebla de ahí fuera. ¡Si pudiese pensar con claridad!

Si pudiese hacer algo… lo que fuese

Todavía tenía esperanza.

Y así agarró ambas cajas. Al menos no habría hambre, no habría dolor real. Podría sentarse sin moverse, recorriendo cada secuencia de pensamiento en difuminada iteración, cambios tan sutiles que ningún observador externo podría distinguirlos…

Por ahora, Whitlow estaba bloqueado… quizás incluso derrotado… por Término. La marioneta sentada frente a Daniel se esforzaba como si colgase de las manecillas de un reloj roto.

—Hablemos… de lo que nuestra Lívida Señora tiene pensado in store… para tan excelente y joven traidor de mundos…

Daniel se echó atrás y sostuvo las piedras a su espalda, extendido completamente el brazo, apartando el círculo aún más de Whitlow. La marioneta sentada perdió fuelle y quedó en silencio, hasta que a Daniel le dolió el brazo y lo volvió a doblar.

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