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Authors: Greg Bear

Tags: #Ciencia Ficción

La ciudad al final del tiempo (16 page)

BOOK: La ciudad al final del tiempo
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Pero ahora no vivía nadie que pudiese igualar el aguante y el ingenio de los constructores originales del muro de luz
¿Y quiénes eran? ¿Alzados?

—No lo sé —le respondió Jebrassy al residuo de la pregunta—. Calla.

En lo alto y más allá del anfiteatro, una brisa por los tubos encajados en las torres emitió una risa queda y sonora, como de cientos de voces divirtiéndose.

Los Diurnos en sí se encontraban a la izquierda de la pantalla, tres elipses fusionadas, cada una de cien metros de ancho, donde varios muestrarios todavía se esforzaban, se decía, para dar la hora de una forma que nadie vivo podía comprender, a pesar de que cualquiera podría haber leído las líneas móviles, rotas y dispersas de símbolos en el interior de cada elipse.

Era la única teoría que tenía sentido: que los Diurnos habían sido en su época inmensos relojes, unidos al lateral de un reloj público y ceremonial aún mayor que había quedado sin uso mucho tiempo antes.

A la derecha de los Diurnos, la inmensidad del muro de luz —trescientos metros de ancho y la mitad de alto— todavía relucía con difusos destellos pasajeros, caprichosos intentos de imágenes, repitiéndose cada hora, interrumpidas por taras que ya no intentaban parpadear, sino que se mostraban oscuras y muertas.

Los Diurnos habían tenido ese aspecto desde las épocas más remotas conocidas por los progenies.

Jebrassy echó la cabeza atrás todo lo que le permitía el cuello, para observar la pantalla al completo. Luego se volvió rápidamente y miró al anfiteatro, como entreviendo a cuarenta mil fantasmas… los ciudadanos que en su día se habían sentado allí, hipnotizado por lo que en su momento debió de ser un espléndido lugar de reunión, un atestado lugar para intercambiar historias.

Esa teoría fue ganando fuerza a medida que lo veía todo a través de ojos más antiguos y presumiblemente más sofisticados: que en su día la información y los rumores se compartían comunitariamente, miles asistiendo a la vez, recibiendo instrucciones, advertencias y (posiblemente) noticias sobre los hechos de los Niveles… titulares y resúmenes, visiones del mundo más allá del Kalpa, que ahora se les negaba.

Sólo era una suposición, pero le parecía correcta.

La voz interior no manifestó ninguna opinión.

Las ruinas, con su suciedad y su capa de edad —habitual en los precintos abandonados tras los Niveles— transmitían su propio mensaje especial. Junto con la cualidad parpadeante del tiempo en sí, las intrusiones y el declive de la población —evidente en los nichos vacíos y los vecindarios abandonados tiempo atrás—, la decadencia arquitectónica demostraba que lo que el Kalpa hubiese sido en su momento, ya no lo era.

Los Alzados se debilitaban. La larga servidumbre de la progenie antigua podría acabar pronto. Luego, todos los que lo deseasen podrían pasar bajo la muralla curva, atravesar las estaciones de bombeo en el desagüe de los canales de drenaje, caminar bajo los arcos y cruzar las puertas, traspasando el límite de lo real para alcanzar la liberación final del Caos…

Un sueño hermoso.

El movimiento de los pies de Jebrassy al desplazarse para mirar a las palabras vagas y fragmentadas de lo alto reverberaba los sonidos de las paredes con una potente distorsión.

Un restallido y un estruendo potentes a la izquierda de la pantalla anunció otro trozo que caía. Piedras grandes y trozos oxidados de metal rodaron y golpearon al otro extremo de la galería lanzando polvo. La idea le enfurecía y le frustraba: conocimiento perdido, comunicaciones fallidas, pretensiones de educar a las masas… como todos los libros falsos que se burlaban de los progenies que rebuscaban en los corredores desiertos de los pisos superiores de los Niveles… estantes interminables, títulos fascinantes, cuando los podías leer. Pero no se podía sacar ninguno. Desde su niñez lo había intentado miles de veces. Los libros eran objetos sólidos, fríos, inútiles.

Si somos juguetes o herramientas, pensó, ya no le importa a nadie lo que hagamos o pensemos. Quizá ni siquiera les preocupa que vivamos o muramos…

Bailó despacio, prestando atención a los ecos y se tocó la nariz al darse cuenta de la tontería.

Mejor la tontería que el aburrimiento o la seguridad
.

—¡Hola!

Esa solitaria palabra se elevó a lo alto y saltó de vuelta, adquiriendo una resonancia extraña. Jebrassy se dio la vuelta para ver a una hembra sobre el borde del proscenio.

Se alzó bajo la luz tenue proyectada por la pantalla.

Jebrassy dejó escapar el aliento en un gruñido de alivio.

—¿Qué creíste que era? —preguntó Tiadba.

—Llegas tarde.

—Bonito baile. ¿Por qué viniste aquí… sólo porque te lo pedí?

—Ya he estado aquí antes —dijo—. No tiene mayor importancia. ¿Yo también puedo preguntar?

—Por supuesto.

—A las hembras progenies les gustan los hombres seguros y normales con actitudes seguras y normales. ¿Qué te hace diferente?

Tiadba recorrió la base de la pantalla, esquivando los montones de escombros.

—No todas nosotras tenemos sangre lenta —dijo. Miró algo que había a sus pies, se detuvo y tomó aliento. Se le tensaron los hombros.

Jebrassy se le acercó. Tiadba había dado con un cuerpo consumido… un progenie joven, probablemente macho. Estaba doblado entre los escombros, cubierto de polvo y cascotes del recubrimiento que habían caído desde la pantalla.

Tiadba se inclinó para rozar la ropa del progenie muerto.

—Algunos de nosotros vamos a buscar… unas pocas docenas en cada generación, problemas, alterando la paz —dijo—. Ni siquiera el Guardián Sombrío dio con éste. Tú y yo podríamos acabar de la misma forma. ¿Te da miedo?

Jebrassy giró dos dedos en el sentido de las agujas del reloj.

Tiadba hizo lo mismo, manifestando su acuerdo.

—Puede que nos dé miedo —dijo con firmeza la mujer—, pero no nos detendrá.

—No has respondido a mi pregunta.

—Algunos dicen que somos juguetes o mascotas. Yo sé que somos algo más importante. Somos el final de un largo experimento. Es por eso que nos descarriamos. Es lo que los Alzados quieren que hagamos.

—¿Y cómo puedes

saberlo; cómo puedes estar tan segura?

—Si te lo muestro, debes hacerme tres promesas.

—Te gustan las cosas de tres en tres, ¿no?

—Los triángulos son estables. Las hembras buscan la estabilidad; tú mismo lo has dicho.

Jebrassy juntó las cejas.

—Debes prometerme no decírselo a nadie más.

—¿Y?

—Debes prometer emplear lo que descubras para guiar todas nuestras exploraciones, no sólo la tuya. No aspirarás a la gloria en solitario.

Qué lista. Era justo lo que había esperado hacer.

—¿Y?

—No debes partir de marcha tú solo o con nadie más… no de inmediato. Debes consentir ser elegido, o te quedarás en el Nivel.

—Nada vale ese precio. Yo… —Se estremeció—. Me volvería loco si pensase que no podría irme.

La inclinación desesperada de los ojos de Tiadba le indicó a Jebrassy que había cometido un error grave.

—Ve entonces —le dijo—. Yo me quedaré aquí y te seguiré algo más tarde. No deben vernos juntos. Cuando regrese, indicaré a los guardianes la presencia de este malogrado explorador.

Jebrassy se volvió y se sentó en el borde del proscenio. ¿Qué podría ofrecerle Tiadba que compensase semejante sacrificio, tal esclavitud?


Va
a haber una marcha joven —le dijo Tiadba a su espalda, con una voz que manifestaba un extraño estremecimiento—. Se está formando muy cuidadosamente, no lo suficientemente rápido. Todos estamos impacientes. Hay muchos preparativos. Pero pronto se ejecutará.

Jebrassy había oído rumores de grupos escogidos, entrenados y enviados a los canales de drenaje. Rumores era todo lo que había oído.

—Hay un plan, un líder —dijo Tiadba—. Alguien en quien confiamos.

Sonaba a verdad. Siempre se había preguntado cómo alguien podría sobrevivir en lo desconocido más allá del Kalpa sin adiestramiento, suministros o equipo.

Tiadba se sentó a su lado, sobresaltándole de nuevo, porque sus movimientos eran silenciosos y gráciles. La mujer miró a la izquierda, ojos medio cerrados en un adormecimiento tranquilo. Con un ligero estremecimiento, se le acercó y apoyó la cabeza en el hombro de Jebrassy. El roce fue eléctrico. El corazón de Jebrassy se puso a martillear y sintió calor en las manos.

—Tú no mentirías —dijo ella—. Y jamás nos traicionarías.

—¿Cómo puedes estar tan segura de todo? —le preguntó, intentando ser borde.

—Porque te conozco. Nos hemos conocido antes —dijo ella—. ¿No lo sientes?

Jebrassy se puso en pie, agitó los brazos y empezó a alejarse.

—Demasiadas promesas y muy poco a cambio.

Tiadba corrió tras él, totalmente despierta, le levantó la mano y le luego le tiró de los dedos… con fuerza.

—¡Promételo! —le exigió—.
Sabes
que debes hacerlo.

—¡Suéltame! —Intentó soltarse y ella le agarró los ojos dando un gritito. Se pusieron a rodar sobre el escenario polvoriento. Ella era más fuerte: las hembras de la progenie podían ser así, enjutas y de dulce olor. El olor era su mejor arma. Hacía que sintieses menos ganas de luchar.

»¡Para! —le gritó él mientras ella le retenía contra el suelo. Tenía el rostro muy cerca del de Jebrassy, mirándole con ojos penetrantes. Estaban totalmente cubiertos de polvo.

Ella fruncía el ceño con tal intensidad que él deseaba apartar la cara por la vergüenza.

—No seas estúpido. ¡Promételo! Sabes que lo harás. —Luego, con un susurro ronco, con los labios casi tocando los de Jebrassy…—:
¡Promételo!

—Dame algo, dame esperanza —dijo él, con voz resentida y ronca—. ¡Prométeme que
yo
iré en la próxima marcha!

Ella se apartó y se puso en pie, limpiándose la ropa.

—Yo no decido.

—Dices que nos conocemos, pero está claro que no me conoces en absoluto.

Tiadba juntó las manos y pegó los dedos contra la frente, con los ojos cerrados.

—Te estás aprovechando —dijo él—. Escoges a un paria solitario… eres como un bonito racimo de brotes de chafa colocado delante de un pede, para llevarle a los campos. —Él le hizo bajar las manos y le miró directamente a los ojos.
Había
una conexión… no podía explicarla, lo que le enfurecía aún más. La soltó.

—Si eres tan atrevido, ¿por qué no has salido corriendo tú solo? —le preguntó ella—. ¿Qué te lo impide?

Una bravata.

—Alguien tiene que estar vigilando a los guardianes. Estoy de acuerdo en algo… hace falta
planificación
.

—¿Qué tal si te cuento las dificultades, sólo un poco de lo que es necesario?

—¿Traicionarías a tu gente?

—Confío en ti.

—No deberías. No soy responsable.

—¿Es lo que te dicen tus patrocinadores?

—Mi mer y per se han ido —dijo Jebrassy.

Ella volvió a acercarse. Ante todo era persistente.

—Lo sé —le dijo.

—Una intrusión se los llevó.

—Lo sé.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque en el mercado hablaste con nuestra líder. Pero antes, yo le hablé de ti. Ella me concedió permiso para verme contigo aquí.

Lo que dejó a Jebrassy sin habla. Que una sama —una sanadora y una escuchadora— traicionase su confianza tan fácilmente como Khren era casi increíble.

Casi
. El propio tiempo estaba cambiando, había tantas intrusiones… y los guardianes no actuaban como antes. Casi podía ver a los Alzados entre ellos. ¿Por qué iba a confiar en alguien o en algo?

Tiadba sintió su inquietud y una vez más le agarró suavemente por los hombros.

—Te contaré lo que sé. No tienes que prometer nada. Así es de importante.


¿Ella
te dijo que me dijeses eso?

—No —dijo Tiadba—. Es mi decisión.

Jebrassy agitó la cabeza sufriendo.

—Ni siquiera sé quién soy o dónde acabaré. Por eso fui a ver a la sama. —Se estremeció.

Tiadba se esforzó por dar con las siguientes palabras.

—Dos nombres. Dime lo que significan. Yo te diré un nombre y tú me dirás el otro.

—¿Nombres?

—Ginny —dijo ella.

Jebrassy se echó atrás. Antes de poder impedirlo, dijo:

—Jack.

Ella le miró triunfante… y temerosa.

—Dos nombres graciosos y feos —dijo ella—. No de los Niveles. Nos
conocemos
, Jebrassy. Nos conocemos de
otro
lugar. Es como si nos conociésemos desde siempre. Nunca lo he sentido con nadie más. —Sus ojos se anegaron con la intensidad de sus emociones—. Alguna vigilia u otra, uno de nosotros tendrá problemas muy graves. Creo que seré yo la que precise de ti. Y tú vendrás por mí.

Jebrassy gimió y se hincó de rodillas, sintiéndose débil de pronto. Era cierto. Ya podía sentir la intensidad de la pena… el conocimiento de que la tendría, de que sería fiel y se enlazaría con esta mujer, y que la perdería demasiado rápidamente.

Fuera de orden
.

Fuera de control
.

Nuestras vidas no nos pertenecen
.

—No tiene sentido —susurró Jebrassy.

Ella se arrodilló delante y juntaron las frentes, con las manos cada uno en las sienes del otro.

—Prométeme esas tres
cosas
y
lo
compartiré contigo… te lo mostraré.

El visitante —un residuo inútil en su interior— pareció darle una patada en la cabeza, intentando obligarle a tomar una decisión.

Jebrassy acarició la mejilla de Tiadba.

Juraron como habían aprendido a hacerlo de niños, repitiéndose las palabras mutuamente, una y otra vez, hasta que los dos las memorizaron con precisión.

Luego Tiadba cantó una breve canción de cierre.

Ya estaba. Jebrassy no sabía qué acababa de suceder. Enfocó lentamente los ojos. Tiadba se había apartado y estaba de pie, cerca, mirando hacia arriba. Tiadba señaló una medio copa abierta saliendo en el extremo derecho de la pantalla, diminuta en comparación con la longitud total, como un palco privado, pero con la peor vista posible.

—¿Lo ves?

—Un saliente. Siempre ha estado ahí. ¿Qué le pasa?

—Antes lo llamaba el Valeria —dijo Tiadba—. Es donde organizaban y controlaban los espectáculos. He descubierto la forma de subir, desde detrás del muro de luz. ¿Te gustaría verlo?

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