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Authors: Alfredo Grimaldos

BOOK: La CIA en España
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En su línea de actuación habitual, el ministro de Información y Turismo español, Manuel Fraga Iribarne, suministra a la prensa un escueto comunicado en el que se señala que un avión de Estados Unidos ha sufrido un accidente que no ha provocado víctimas civiles. El texto no hace la menor mención a las armas nucleares que llevaba el aparato siniestrado. Pero los habitantes de la zona empiezan a sospechar que algo grave ha ocurrido cuando los militares norteamericanos ponen en acción un operativo al que denominan «Broken Arrow» (Flecha Rota), cuyo principal objetivo es localizar los proyectiles perdidos y, después, descontaminar la zona. Un grupo de búsqueda marina, integrado por 20 barcos, 2.000 marinos y 125 hombres rana se concentra frente a las costas de Palomares, pero su trabajo resulta infructuoso. Se tardan casi sesenta días en localizar la bomba caída, que aparece a cinco millas de la costa. Finalmente, es el pescador de Águilas, Francisco Simó Orts, quien la encuentra, el 15 de marzo. Desde entonces, sus paisanos le conocerán como Paco «el de la Bomba».

La imagen del incidente que ha quedado para la historia es la de Fraga y el embajador estadounidense en España, Angier Biddle Duke, bañándose en las aguas mediterráneas de Palomares el 7 de marzo de 1966. El chapuzón tiene como objetivo demostrar que la zona no está contaminada.
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Y según el embajador norteamericano, alguna cosa más: «El viaje, en realidad, ha servido para llamar la atención a los turistas de lo que ofrece la costa almeriense en su calidad de lugar de veraneo»,
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declara Biddle Duke, tan campante, al diario Ya.

Uno de los hilos conductores fundamentales de toda la larga trayectoria política de Fraga es su permanente servidumbre a los intereses de Estados Unidos. Las estrechas relaciones que siempre ha mantenido con los norteamericanos comienzan a fraguarse antes de la firma de los acuerdos de 1953. Las actuaciones del falangista de Villalba responden fielmente a los dictados de la política de Washington. Manuel Fraga inicia su carrera profesional al mismo tiempo que los aliados consiguen la capitulación de las tropas del Eje: en 1945 obtiene el número uno de su promoción en las oposiciones al Cuerpo de Letrado de las Cortes. Dos años más tarde, se presenta a un nuevo concurso público, el de ingreso en la Escuela Diplomática, y, por supuesto, consigue su plaza. Como secretario de embajada de tercera clase, es destinado al Instituto de Cultura Hispánica, un organismo concebido exclusivamente con fines propagandísticos. Allí dirige el seminario de Estudios Hispanoamericanos Contemporáneos, a la vez que se encarga de la recién creada Oficina de Cooperación e Intercambio con Estados Unidos. En su calidad de director de los cursos de verano en España, conecta con estudiantes y profesores universitarios norteamericanos y estrecha lazos con algunos de ellos. Es el primer contacto personal de Fraga con quienes, pocos años después, se van a convertir oficialmente en nuestros aliados.

Durante el acto de inauguración del curso académico 1949-1950 en el CEU (Centro de Estudios Universitarios), Fraga pronuncia la conferencia titulada «Raza y racismo en Norteamérica».
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La tesis central desarrollada a lo largo de sus cien páginas constituye una crítica al racismo ejercido contra las minorías en Norteamérica. Pero se refiere sólo a las de origen europeo, que son perfectamente asimilables por el sistema. A comienzos de 1951 es destinado a la Secretaría General del Instituto de Cultura Hispánica, por decisión del ministro de Asuntos Exteriores Alberto Martín Artajo. Ese mismo año publica
La reforma del Congreso de los Estados Unidos
. La temática de sus investigaciones empieza a quedar notoriamente contaminada de proamericanismo. En España se está perfilando un cambio de Gobierno, condicionado por el fin del cerco internacional contra el régimen de Franco. Es la crisis del 18 de julio de 1951. Dos días antes se iniciaban conversaciones «oficiales» con el Gobierno de Washington. Fraga se sitúa de forma abierta entre quienes abogan por romper con los políticos del régimen que pugnan por un retorno «puro» a los ideales falangistas. José Félix de Lequerica es nombrado embajador español en Washington, el primero de la Guerra Fría.

En 1952, Fraga continúa avanzando por el mismo carril y publica
La política exterior de Estados Unidos
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Y ese año realiza un viaje de dos meses de duración por Latinoamérica, ofreciendo sesudas conferencias sobre la política exterior... norteamericana. Durante la gira, entabla amistad con el gobernador brasileño Carlos de la Cerda, vinculado a la WALC (World Anti Comunist League). La Cerda prologa las ediciones brasileñas de las obras de Fraga. De regreso a Madrid, es nombrado secretario general del Consejo Nacional de Educación, cargo que simultanea con el de secretario de la Comisión Española de la Unión Latina. Pronto llegará a secretario general de esta entidad. La Unión Latina es una organización auspiciada por Estados Unidos, que aglutina a España, Italia y los países latinoamericanos. Los fondos que maneja esta entidad son de origen desconocido.

Paralelamente, sigue ascendiendo en el escalafón franquista y, en julio de 1962, es nombrado ministro de Información y Turismo. Hay que adecuar la imagen del régimen a los nuevos tiempos, marcados por la alianza con Estados Unidos. Una de sus primeras actividades en el cargo es la creación de una especie de servicio de información compuesto por exiliados anticomunistas de los países del Este, que analizan, desde la sexta planta de las dependencias del Ministerio, toda la información sobre España que aparece en la prensa de los países integrados en el Pacto de Varsovia. La propia estructura del Ministerio, con sus delegaciones provinciales y también con terminales en el extranjero, le permite que llegue a diario a su mesa una ingente cantidad de informes. Para clasificar y analizar la prensa, Fraga cuenta con un pequeño ejército de funcionarios y colaboradores. A partir de los datos que obtiene por ese conducto, monta sus estrategias de propaganda. Es el caso de la Operación Castro Delgado.

Antiguo militante comunista y uno de los fundadores del Quinto Regimiento, al comienzo de la Guerra Civil, Enrique Castro Delgado escribe un libro, después de su estancia en la URSS, titulado
Mi fe se perdió en Moscú
. Una obra netamente antisoviética. Se afinca en Nueva York y es manejado como un pelele por la CIA. Fraga ve la utilidad de publicar ese título en España y envía a Estados Unidos, con la misión de traer a Castro de vuelta, a un hombre de su absoluta confianza, Gabriel Elorriaga.
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Y se instala al autor en un hotelito de la sierra madrileña, para que recomponga su obra, de acuerdo con los criterios que su mentor en el Ministerio de Información y Turismo considera oportunos. Desde una perspectiva anticomunista, el libro es aceptable de acuerdo con la mentalidad norteamericana de la época, pero las afirmaciones de Castro presentándose como luchador antifascista no son precisamente las más adecuadas para que sean publicadas en la España de Franco.

Mientras tanto, Fraga continúa viajando a Estados Unidos, cada vez con mayor frecuencia. Ofrece conferencias en las universidades de Georgetown y Florida, entre otras, y en el Press and Union League Club de Nueva York. A lo largo de una sola gira, según sus biógrafos,
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recorre 11.000 kilómetros por toda Norteamérica. Es nombrado ciudadano de honor en las ciudades de Dallas y Chicago. «En Estados Unidos se le llamó el "delfín de Franco", no tanto como sucesor físico, sino por su significación política. Creían que Fraga iba a ser el eje en torno al cual evolucionaría el régimen franquista», escribe Carlos Sentís en su libro
Perfil humano de Fraga
.

Uno de sus viajes clave a Estados Unidos es el que realiza con motivo de la inauguración del Pabellón de España en la Feria Mundial de Nueva York. Los servicios de información norteamericanos le alertan de lo que está ocurriendo con Matesa y le suministran los primeros datos sobre el asunto.
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Pero el reajuste ministerial de octubre de 1969 le deja fuera del Gobierno y se ve obligado a pergeñar otra estrategia política para intentar llegar a la presidencia del Ejecutivo. Intenta labrarse un perfil aperturista y se postula como candidato para encabezar la transición del franquismo a la Monarquía.

Contribuye a vender esa imagen liberal en Estados Unidos la revista
Visión.
Esta publicación norteamericana figura en una relación de medios de comunicación financiados por la CIA.
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También Robert Moss, uno de los jefes de redacción de
The Economist
, le hace a Fraga la campaña de promoción democrática desde las páginas de su diario. Moss es conocido por sus vinculaciones con la Agencia, tras hacer de portavoz oficioso de este organismo de inteligencia a través de sus reportajes sobre el Chile de la Unidad Popular. Robert Moss vende a Fraga como el Karamanlis español.
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En septiembre de 1973, cuando ya sólo quedan dos años para que se produzca la desaparición biológica del dictador, Fraga es nombrado embajador en el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte. Regresará a España un día antes de la muerte de Franco. Desde la capital británica, se convierte en un importante eje de la interminable ronda de contactos que comienzan a producirse para preparar la Transición que se aproxima. En su residencia londinense recibe, entre otros, al socialista Mário Soares, muy vinculado a la CIA
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y recién nombrado ministro de Asuntos Exteriores de Portugal, tras la Revolución de los Claveles. También mantiene entrevistas con Darío Valcárcel y otros miembros de la nueva editorial PRISA, constituida para lanzar el diario
El País
, que finalmente aparecerá tras la muerte de Franco, en 1976, cuando Fraga, ya es ministro de nuevo, esta vez de la Gobernación, en el primer gabinete de la Monarquía. Las fotos del político gallego paseando por Londres con Juan Luis Cebrián acreditan los contactos.
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Sin embargo, Fraga no apuesta inicialmente por Cebrián para que sea el primer director del diario, sino por su amigo Carlos Mendo, muy bien relacionado con los norteamericanos.

Una de las alternativas previstas para realizar la salida controlada del régimen tras la muerte de Franco es la llamada Operación Fraga, que se sustenta en una sociedad denominada GODSA (Gabinete de Orientación y Documentación, Sociedad Anónima), constituida para intentar llevar a Fraga hasta la presidencia de Gobierno. Con ella se intenta aglutinar a numerosas personalidades políticas de la época con el propósito de organizar un gran movimiento encabezado por el político gallego, que rentabilice la imagen liberal que se ha creado de él, durante su período de embajador en Londres, y controle el proceso de cambio político desde la dictadura hasta una democracia controlada, en la órbita norteamericana. La desastrosa gestión como ministro de la Gobernación de Fraga en el primer gabinete de la Monarquía le dejará fuera de los puestos de cabeza en la carrera por el poder y se convertirá en aglutinador de los neofranquistas. Pero incluso entonces seguirá contando con el apoyo inestimable del embajador norteamericano en España, Wells Stabler.

Fraga funda GODSA en los albores de la Transición política, cuando todavía ocupa el cargo de presidente de Gobierno Carlos Arias Navarro. El objetivo de esta sociedad es aglutinar a un selecto grupo de políticos, juristas e intelectuales, con la socialdemocracia como límite por la izquierda. De acuerdo con las tesis de la CIA, Fraga manifiesta: «Mi punto de vista era que había que llegar a conseguir un partido socialista fuerte, socialdemocrático, y un partido comunista débil. Yo pensé que un partido comunista que arrancara en aquel momento, con la fuerza que tenía en Comisiones Obreras, podía ser muy peligroso para la marcha general de las cosas económicas, políticas y sociales del país».
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Entre los integrantes de GODSA destaca un reducido elenco de militares vinculados a los servicios de inteligencia del Alto Estado Mayor y al SECED: el golpista del 23-F José Luis Cortina, Juan Ortuño, Florentino Ruiz Platero y Javier Calderón, que llegará a teniente general y director del CESID, en 1996, con Fraga como presidente del PP y José María Aznar recién instalado en La Moncloa. Bajo la cobertura de «Gabinete de Estudios», Fraga convierte GODSA en «una especie de agencia de inteligencia, a su exclusivo servicio, cuyo principal objetivo era preparar la creación de su próximo partido político, Reforma Democrática, con el que pretendía disputar el poder a otros competidores», señala Arturo Vinuesa.

La propia existencia de aquella organización civil de Inteligencia dejaba claro que las actividades políticas entre los militares, que estaban prohibidas desde las más altas instancias del Gobierno, lo estaban sólo para los que, con o sin ocultas ambiciones de poder, lo intentaron hacia la izquierda del espectro político. Pero no para los que lo hacían bajo el anagrama de GODSA, en la derecha de Manuel Fraga Iribarne, lo que hacía presuponer una connivencia entre parte de la cúpula militar y la ideología de este político.
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El coronel San Martín, primer jefe del SECED, es otro de los militares golpistas que interviene en el 23-F con quien Fraga mantiene permanentes y estrechas relaciones. Después de su forzada salida del organismo de inteligencia creado por Carrero, en 1974, tras la muerte del almirante, el entonces teniente coronel pasa un tiempo destinado en el Sahara, hasta que Manuel Fraga, ya al frente del Ministerio de la Gobernación, lo recupera para la vida política nombrándole director general de Tráfico. El general Bastos, que intentó investigar la trama del 23-F dentro de los servicios de información, cuando estaba destinado en el CESID como comandante, asegura al periodista Francisco Medina: «Yo tenía informes de que, por ejemplo, San Martín habló varias veces con Fraga. Tuvieron conversaciones con él». Y en sus memorias inéditas, Juan García Carrés escribe: «Cortina le comunicó a Tejero que, una vez ocupado el Congreso, algunos diputados se levantarían desde sus escaños para apoyar la propuesta que sería expuesta por la persona que se dirigiría a todos explicándoles el motivo de la acción militar».
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Un dato significativo es que el político gallego aparece en la hoja que el general Armada lleva en su bolsillo, la tarde del 23 de febrero de 1981, cuando entra en el Congreso tomado por Tejero. En ese papel está la lista con los nombres que el general golpista tiene previsto proponer para formar un Gobierno santificado por los norteamericanos. A Manuel Fraga le correspondería nada menos que la cartera de Defensa.
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