Authors: Alfredo Grimaldos
«Este militar, aunque ultraderechista hasta la médula (otros dicen que demócrata), siempre ha sabido nadar entre dos aguas y aferrarse con uñas y dientes al poder de turno para subir los largos y difíciles peldaños del escalafón», escribe el coronel Martínez Inglés.
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«Con muy buenos amigos circunstanciales entre los políticos que trataban de abrirse camino en la difícil situación de la política de la época (los socialistas de Suresnes entre ellos), con abundantes dossiers comprometedores para muchos de ellos.»
O geral sem medo, assassinado, nao é segredo quem matou Humberto Delgado.
CANCIÓN POPULAR PORTUGUESA
El día 24 de febrero de 1965 se descubren dos cadáveres en la finca Los Almerines, situada en el término municipal de Olivenza, pequeña localidad extremeña que los portugueses consideran, desde hace varios siglos, parte de su territorio nacional.
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Los cuerpos presentan heridas de bala y pronto se averigua que son los del general portugués Humberto Delgado y su secretaria, la brasileña Arajaryr Moreira de Campos. El militar ha acudido al lugar donde ha sido asesinado para contactar con el supuesto enlace de un movimiento revolucionario de oposición a la dictadura de Salazar. En realidad, la falsa cita era una encerrona criminal urdida por la CIA y la policía política portuguesa, la PIDE (Policía Internacional e de Defensa do Estado). Siete años antes, en su mensaje de fin de año, el dictador Oliveira Salazar había advertido a Delgado: «Sabemos todo lo que está ocurriendo. Nosotros os haremos callar, seremos duros e implacables hasta la crueldad».
Humberto Delgado se convierte en uno de los principales enemigos del régimen portugués en 1958, cuando se presenta a las elecciones a la presidencia del país como alternativa de la oposición, frente al candidato oficial, el almirante Américo Thomas. El poder controla los escrutinios y no hay ninguna posibilidad de transparencia en el proceso, pero Delgado pelea hasta el final y no cede a las fuertes presiones que el dictador ejerce sobre él. Popularmente se le empieza a conocer como el «General sin miedo».
Desde 1932, fecha en que es nombrado presidente del Consejo, Antonio de Oliveira Salazar es el dictador absoluto de Portugal. Sin embargo, le gusta tener por «encima» de él a un presidente títere de la República —en todos los casos, un militar de alta graduación— para comprometer al Ejército en el control del país. El general Oscar Fragoso Carmona se presta a ese juego y cada siete años es reelegido, hasta 1951, fecha de su muerte. En 1948 se celebran las primeras elecciones presidenciales en las que un candidato de la oposición, en este caso, el general Norton de Matos, se opone a Carmona, pero decide retirarse pocos días antes de la celebración de los comicios. En 1951 es elegido el general Higinio Craveiro Lopes, nuevo candidato salazarista, que sustituye a Carmona. El representante de la oposición, agrupada en el Movimiento de Unidad Democrática, el profesor Rui Luis Gomes —ilustre matemático—, es rechazado como candidato por el Consejo de Estado. Sometido a un juicio político, finalmente se le deporta a la colonia penitenciaria de Santa Cruz de Bispo, en Oporto. Y el candidato que le tiene que sustituir, el almirante Quintao Morales, desiste de presentarse a las elecciones.
En 1958 se convocan nuevos comicios. Como candidato de la oposición se presenta esta vez el general Humberto Delgado, un hombre que antes ha apoyado decididamente al régimen portugués y, poco a poco, se ha ido distanciando de él. Delgado tomó parte activa en el movimiento del «28 de mayo», que más tarde iba a instaurar la dictadura de Salazar, y desde 1941 hasta 1943 representó al Ejército del Aire portugués en los acuerdos secretos con Estados Unidos que llevaron a la instalación de bases norteamericanas en las islas Azores. Considerado el general más brillante del Ejército portugués, Delgado es enviado por el propio Salazar a Washington, donde, paradójicamente, va a cambiar de ideas. Regresa a Portugal distanciado del dictador y defendiendo planteamientos democráticos para su país. Tras las elecciones de 1958 tiene que pedir asilo político en Brasil. Desde allí coordina, en 1961, el plan del general Enrique Galvao, que se apodera del trasatlántico Santa María, en una acción de propaganda política que tiene durante varios días a todo el mundo pendiente de la resolución del incidente. El secuestro, en el que participan españoles, concluye sin que haya víctimas. El fin de esta acción es alertar a la opinión pública sobre la situación de la península Ibérica, sometida a las dictaduras de Oliveira Salazar y Franco. Delgado se empieza a convertir en un personaje demasiado peligroso.
Los viajes del «General sin miedo» a Europa son cada vez más frecuentes, para mantener contactos con los dispersos grupos de la oposición antisalazarista. La principal base de actuaciones de Delgado en el Viejo Continente es Italia. En la embajada de Estados Unidos en Roma está destinado, como agregado militar, el coronel Vernon Walters, que mantiene contacto, a través de la red «Gladio», con ultraderechistas italianos, franceses, españoles y portugueses. Mário de Carvalho es uno de ellos. Este agente de la PIDE intenta estrechar lazos con Humberto Delgado haciéndose pasar por miembro del Frente Interior portugués. En ese momento, están instaladas en las colonias portuguesas, singularmente en Angola, grandes empresas norteamericanas, entre ellas General Mining, Bethlehem Steel o General Electric. Y ya trabaja para la CIA un personaje como Holden Roberto, quien, tras la independencia de Angola, después del 25 de abril, combatirá al MPLA socialista (Movimiento Popular de Liberación de Angola) con su grupo armado UNITA (Unión Nacional para la Independencia Total de Angola), financiado por Estados Unidos y Sudáfrica.
Desde Roma, Vernon Walters envía un informe a Langley en el cual señala que Humberto Delgado no es controlable. Dirige la Agencia McCone y sus dos hombres de confianza son William Egan Colby y Richard Helms. Ambos llegarán a directores de la CIA. Y Walters a director adjunto bajo las órdenes de Helms. Este, en 1962, se encuentra al frente del Departamento de Operaciones Secretas. En septiembre de ese año se crea, dentro de ese departamento, la sección de Tareas Especiales y su primer jefe es William Harvey. Una de las primeras operaciones que se hace bajo su mando es provocar el accidente del avión personal de Enrico Mattei, directivo de la Sociedad Nacional de Hidrocarburos de Italia. Los detalles del atentado se acuerdan con el general De Lorenzo, jefe de los servicios secretos italianos.
Con el visto bueno de Langley, tras el informe de Walters, se comienza a preparar una acción contra Delgado. El segundo secretario de la embajada de Estados Unidos en Portugal, Glenwood Mathews, se encarga de coordinarse con la PIDE.
Mientras tanto, en Italia aparece en escena André Resfelder, un ingeniero y geólogo francés,
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, que ha participado, en abril de 1961, en el «putch de los generales» que intentaba parar el proceso de independencia de Argelia. De Gaulle aplasta la sublevación y Resfelder huye a Italia, donde conecta con la organización neofascista «Ordine Nuovo», a través de la cual conoce a Licio Gelli, futuro dirigente de la logia masónica P-2 y agente de la CIA desde poco después de 1947.
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Gelli es quien pone en contacto a Resfelder con Walters. La OAS se encarga, a partir de ese momento, de hacer los seguimientos de Humberto Delgado, en coordinación con la PIDE.
El mayor Fernando Eduardo da Silva Pais, director general de la PIDE, encarga a sus hombres Agostinho Barbieri Cardoso y Alvaro Pereira de Carvalho que secuestren a Humberto Delgado. Barbieri Cardoso es quien mantiene los contactos con la OAS. Se encargará de la operación el comando de Jean-Jacques Sussini. Tras salir forzosamente de Argelia en 1962, muchos miembros de la OAS se refugian en Portugal y pasan a servir a la PIDE. Intervienen en el hostigamiento de los militantes antisalazaristas y anticolonialistas portugueses exiliados en Francia. La policía gala conoce esas actividades de Barbieri Cardoso y, en el verano de 1963, tiene que asegurar la protección del escritor y militante antifascista portugués Castro Soromenho, que entonces reside en París.
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Los miembros del comando Sussini están reclamados en Francia, pero pueden actuar con completa libertad en Italia y, sobre todo, en España. Tras un frustrado intento de secuestro de Delgado en París, Carvalho decide que la operación se debe desarrollar en el país trasalpino. El 25 de septiembre de 1964 escribe una carta al general, que se encuentra en Argel, como miembro del Frente Interior. Le pide una reunión en Roma. Delgado desconfía de él y le cita en París. El encuentro se celebra el día 29 de diciembre, en el hotel Caumartin, y allí Carvalho le habla a Delgado del supuesto movimiento revolucionario que él debe encabezar. La siguiente cita será en España, cerca de la frontera con Portugal, en Olivenza. Un lugar muy simbólico: el «Gibraltar» portugués.
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Delgado y Arajaryr desembarcan en Algeciras sin ninguna dificultad. Desde allí se trasladan a Sevilla, y al día siguiente les recoge en la capital andaluza un taxista a quien han encargado llevarles hasta Badajoz.
En el lugar de la cita, en medio del campo, en la linde entre Olivenza y Villanueva del Fresno, Casimiro Monteiro dispara tres balazos contra el pecho de Humberto Delgado y después le da el tiro de gracia. Agostinho Tienza estrangula a Arajaryr Moreira. Los asesinatos se producen el día 13 de febrero, pero los cuerpos no aparecen hasta once días después. Desde el primer momento, el régimen portugués, en colaboración con el ministro de Información y Turismo español, Manuel Fraga Iribarne, lanza cortinas de humo sobre la desaparición de Delgado, a pesar de que la policía franquista sabe perfectamente que Humberto Delgado y Arajaryr han pernoctado la noche del 12 al 13 de febrero en Badajoz. Desde Lisboa, la agencia oficial ANI difunde continuas notas intoxicadoras, como que el general «podría encontrarse detenido en una prisión española». Por fin, el día 24 de abril aparecen los cadáveres y, poco después, son identificados. Entonces, el Gobierno de Salazar comienza a sostener la tesis de que el general ha sido asesinado por los comunistas o por los miembros del Frente Patriótico de Liberación Nacional.
La policía española tiene la certeza de que los enemigos políticos del general dentro de la oposición portuguesa no tienen nada que ver en el asunto. Argel está plagado de agentes y confidentes dedicados a controlar a los refugiados políticos antifranquistas y se sabe que los portugueses del Frente Patriótico de Liberación Nacional no han intervenido en el atentado contra Delgado. Están tan perplejos por su desaparición como el resto de la opinión pública internacional.
En España, los encargados de investigar los asesinatos, por encargo de la familia Delgado, son los abogados españoles Mariano Robles Romero-Robledo y Jaime Cortezo Velásquez-Duro. Desde el primer momento, tienen la seguridad de que la PIDE está detrás de lo ocurrido, pero el Gobierno portugués se niega a entregar a los culpables y a prestar la más mínima colaboración. Por tanto, en España no se celebra ningún juicio sobre el caso.
Después del 25 de abril, la Justicia portuguesa llega a la conclusión de que los responsables directos de las muertes de Delgado y Arajaryr Moreira son los miembros de la PIDE Casimiro Teles Jordao Monteiro —autor material de los disparos—, Antonio Rosa Casaco y Álvaro Pereira de Carvalho. También se condena como implicados en el atentado a Fernando da Silva Pais, director de la PIDE, y a Agostinho Barbieri Cardoso, subdirector.
No era la primera vez que Rosa Casaco participaba en una operación contra Delgado. Antes había formado parte del comando que, en enero de 1961, fue expulsado de Brasil porque las autoridades del país sospecharon que querían atentar contra la vida del general. Tras los asesinatos de Olivenza, Rosa Casaco continúa residiendo con toda normalidad en Lisboa, hasta la Revolución de los Claveles. El día siguiente de la caída de Marcelo Caetano —heredero y sucesor de Salazar—, cruza la frontera hacia España y se refugia en Madrid, protegido por el coronel Eduardo Blanco, director general de Seguridad, y por el comisario jefe de la Brigada Político-Social, Vicente Reguengo. En octubre de 1975, poco antes de la muerte de Franco, se traslada a Brasil, pero pronto vuelve a España, donde vive con toda tranquilidad hasta que es detenido, en abril de 1998,
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con ochenta y dos años ya, y puesto a disposición de la Justicia de Portugal, donde había sido condenado a ocho años de prisión.
Tras los asesinatos de Olivenza, el ministro de Información y Turismo español, Manuel Fraga Iribarne, en ningún momento deja de sostener, a través de la agencia oficial EFE (dirigida entonces por su amigo Carlos Mendo), que «no hubo intervención de la PIDE en los sucesos de Badajoz».
A las 10.20 del 16 de enero de 1966, un B-52 de las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos, proveniente de la base de Seymour Johnson (Carolina del Norte, Estados Unidos), colisiona con un avión nodriza KC135, que ha despegado de la base norteamericana de Morón de la Frontera, mientras ambos aparatos realizan una maniobra para repostar combustible en vuelo. En la bodega de la nave se alojan cuatro bombas termonucleares, de 70 kilotones y 7 metros de longitud cada una. Los norteamericanos no ofrecen ninguna explicación sobre cuál era el cometido de su bombardero, que participaba en unas maniobras por el Mediterráneo. Los acuerdos bilaterales de cooperación España-Estados Unidos prohíben a los aviones norteamericanos sobrevolar territorio español con material nuclear, pero nadie en el Gobierno levanta la voz frente a tan poderoso aliado.
Los cuatro miembros de la tripulación del KC135 mueren en el acto, lo mismo que tres de los siete tripulantes del B-52. Los otros cuatro consiguen salvarse saltando en paracaídas. Dos de las bombas chocan directamente contra el suelo, y su carga convencional explosiona liberando su contenido radiactivo, compuesto principalmente por plutonio y americio. Crean una nube radiactiva que se esparce sobre unas 226 hectáreas de terreno, debido al viento reinante. Esta área incluye la población de Palomares, una tranquila pedanía del término municipal de Cuevas del Almanzora (Almería). A finales de los sesenta, Palomares ni siquiera aparece en los mapas militares de la época, pero allí se va a producir el accidente nuclear más importante ocurrido en España, cuyas consecuencias sobre el medio ambiente de este rincón del sudeste peninsular están aún por determinar cuatro décadas después. Las otras dos bombas caen con el paracaídas abierto y no explotan. Una es encontrada, presuntamente intacta, en el lecho de un río seco, y la otra se sumerge en el mar.