Authors: Alfredo Grimaldos
La CIA crea la red «Gladio» hace cincuenta años, para impedir que, en los países de la Europa Occidental, la izquierda pueda llegar al poder. Esta organización clandestina, íntimamente conectada con la OTAN, tiene en España, a través del SECED, y más tarde del CESID, una significativa actividad. De forma especial durante los años de la Transición. La ultraderecha italiana, controlada por la CIA y los servicios secretos del país trasalpino, actúa intensamente durante los años setenta y ochenta en nuestro país.
Los crímenes del Batallón Vasco Español y después de los GAL, la matanza de Atocha y el golpe de Estado del 23-F, entre otros acontecimientos, tienen algún tipo de relación con «Gladio». El descubrimiento de esta red desvela la identidad de varios de los oscuros instigadores de los llamados «años del plomo» en Italia y de muchos asesinatos, masacres, cuartelazos y golpes de Estado en la Europa de la Guerra Fría.
El 10 de octubre de 1991, el Tribunal Civil y Penal de Venecia hace pública la sentencia del procedimiento penal 1/89 contra los jefes de los servicios secretos italianos Fulvio Martini y Paolo Incerilli. En la sentencia del magistrado Felice Casson se señala: «La organización Gladio tuvo su origen en 1956 en un acuerdo entre el servicio secreto militar italiano (SIFAR) y el estadounidense (CIA)». Efectivamente, a partir de ese momento los servicios de inteligencia de ambos países se coordinan para emprender operaciones subversivas contra la estabilidad democrática, a fin de que el proyecto comunista italiano jamás llegue a ganar unas elecciones generales. Con ese fin, crean una banda armada respaldada clandestinamente por algunas instancias estatales, al margen de cualquier control de los poderes judicial y legislativo, desencadenan la «guerra sucia» y fomentan la tensión terrorista, para condicionar el curso político del país.
Pero todo viene desde mucho más atrás: «El adiestramiento en pro de la osadía fue incorporado a los planes formativos del Ejército italiano en tiempos de Benito Mussolini, por lo que su connotación fascista generaba el malestar y la protesta del principal partido de la oposición, el PCI (Partido Comunista Italiano)», continúa Perote relatando su experiencia en Cesano.
Fueron ochenta días duros en los que vi morir a dos compañeros por caída libre desde unas torretas que formaban parte de la «palestra», un circuito de ejercicios de riesgo que rayaba en lo irracional. La palestra hizo que varios colegas italianos optaran por retirarse. A estas alturas de mi vida, creo que aquello, más que un plan de entrenamiento y aprendizaje, era un método de selección y catalogación. A mi juicio, el Ejército italiano buscaba entre su gente a aquellos capaces de asumir la obediencia ciega. Nuestra preparación para infiltrarnos en la retaguardia comunista era definida como «Ejercicios de patrulla de largo alcance». Ése y sólo ése era el
stay behind
para el que me instruyeron. Puedo decir, sin embargo, que muchos de mis colegas italianos acabaron siendo operativos en el noroeste de su país, un territorio que ellos consideraban «zona roja». Desde la posguerra, el Estado Mayor italiano venía operando allí a través de Osoppo, una división partisana desaparecida o modificada cuando, en 1956, se creó la red Gladio.
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Las investigaciones del juez italiano Felice Casson sobre el atentado de Peteano de Sagredo, cometido en el norte de Italia el 31 de mayo de 1972, en el que mueren tres carabineros, conducen al descubrimiento de un «ejército duplicado» y clandestino, una especie de OTAN paralela, creado a mediados de los cincuenta, con una estructura controlada por los servicios de inteligencia norteamericanos. «Gladio», el nombre con el que se conoce la rama italiana de esta red secreta, se acaba empleando para denominar a toda la organización. Pero en Bélgica, originariamente, adopta el nombre de «Red Retaguardia», y en Grecia, el de «Vellón», o «Piel de oveja».
Durante la dictadura franquista, en España la red «Gladio» está coordinada desde el SECED. El 7 de noviembre de 1988, el escurridizo y turbio político italiano Giulio Andreotti admite ante el pleno del Legislativo italiano que «Gladio» siempre tuvo el apoyo financiero y político de los gobiernos norteamericano, italiano, español, británico y francés.
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La conmoción provocada por el descubrimiento de la red aumenta tras las declaraciones del entonces ministro de Defensa belga, Guy Coeme. Para él, «Gladio es una organización secreta, enraizada en los servicios de información militares, que ha actuado coordinadamente en toda Europa».
En Italia, el magistrado veneciano Felice Casson es quien empieza a desvelar parte de la cadena de sucesos sangrientos del período de la «estrategia de la tensión». Como golpes de Estado fallidos, logias masónicas secretas dedicadas al tráfico de armas y a las «presiones al Estado», y muchas muertes aún sin explicar. Las declaraciones de André Moyen, funcionario de los servicios secretos belgas, a los medios de comunicación vienen a confirmar la participación del espionaje español en la red «Gladio» a partir de la década de los sesenta. «Los servicios españoles han jugado un papel de faro en el reclutamiento de agentes y en el suministro de información y material para la acción de los servicios paralelos», afirma.
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«Según mis informaciones, en el interior de "Gladio" existieron disidencias. Hubo una fracción que superó a "Gladio" en importancia y actividad. Se trata de la red CATENA (cadena en italiano), que multiplicó en Europa las acciones anticomunistas de todo tipo.» En 1980, la red CATENA presta apoyo a varios ultraderechistas implicados en tres asesinatos cometidos en Madrid, para que abandonen España antes de ser detenidos.
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En un informe titulado «La CIA conspira en España», de enero de 1984, del que se publican algunos extractos en la prensa española
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, se da a conocer la información descubierta en Atenas por un colectivo del PASOK (Movimiento Socialista Panhelénico) griego sobre los «Planes opcionales para España» y sobre la Operación Transición. En él se señala que una de las primeras sorpresas del equipo de expertos que elabora el documento fue «descubrir que la actuación de la CIA se canaliza por dos vías, una institucional, a partir de las gestiones directas de la embajada norteamericana en Atenas, y otra paralela, ilegal, clandestina. La primera está orientada hacia la Administración, el Ejército, los Servicios de Información, la prensa y los grupos financieros. Y, antes del golpe de los coroneles de 1967, hacia los partidos políticos y los sindicatos». En el informe se señala que la mayoría de las actuaciones de los servicios de información norteamericanos en los países del Mediterráneo están coordinadas desde la estación de la CIA en Italia y una de sus principales bases es la embajada estadounidense de Madrid.
Según el ex coronel italiano Alberto Bolo, durante los años setenta, la red «Gladio» dispone de un campo de entrenamiento militar en Maspalomas, localidad situada a 70 kilómetros de Las Palmas de Gran Canaria. Bolo, que forma parte de la red controlada por la CIA hasta 1976, declara al programa de TVE
Informe Semanal
, en noviembre de 1990, que cuando él se dirigía a Maspalomas, hacía escala en Barcelona, donde le recogían militares españoles en un vehículo del Ejército. También afirma que asistían a los cursos de instrucción de la base situada en Canarias alrededor de quinientos individuos, algunos españoles y casi todos los demás europeos.
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En el programa televisivo explica, además, que los «gladios» no estaban seleccionados por su capacidad física o sus conocimientos militares. Eran personas que sabían varios idiomas y su labor debía ser más informativa que operativa. A raíz de estas declaraciones de Bolo, el secretario general de la OTAN, Manfred Woerner, declara en Budapest que «Gladio» es un «secreto oficial». Al mismo tiempo, el Gobierno de Bélgica ordena disolver la red y estudiar sus implicaciones en atentados de la extrema derecha cometidos durante la década de los ochenta.
Tienen que pasar diecisiete años y terminar la Guerra Fría para que, después de las luchas y los trabajos incansables de grupos pacifistas y defensores de los derechos humanos, e incluso de la propia Magistratura italiana, finalmente la OTAN reconozca, de forma oficial, su responsabilidad en el derribo del avión comercial DC-9 Itavia el 27 de junio de 1980. Este aparato sufre el ataque de varios cazas de la Alianza, sobre el cielo de la isla de Ustica, al norte de la isla de Sicilia, y se hunde en aguas meridionales del mar Tirreno con 81 personas a bordo.
A principios de 1997, un oficial de la OTAN ofrece, por fin, las pertinentes aclaraciones en relación con este caso ante el juez instructor Rosario Priore, en Roma, y deja al descubierto decenas de falsificaciones llevadas a cabo por militares italianos y centros de radar para ocultar el ataque. Durante esas mismas fechas de 1980 también habían sido abatidos por aviones de la OTAN varios aparatos libios, intentando provocar un conflicto bélico con el régimen de Gaddafi. Un error militar hizo que fuera derribado también el avión comercial. Pero la OTAN lo máximo que llega a reconocer oficialmente es que «el 27 de junio de 1980 había un portaaviones de la Alianza en el Tirreno meridional».
En Italia, la Alianza presta cobertura directa a la red «Gladio» y sus tentáculos intervienen, de forma muy activa, en la llamada «estrategia de la tensión». La gravedad de los hechos provocados por «Gladio» y sus implicaciones políticas al más alto nivel son también recogidos en la sentencia del Tribunal de Venecia del 10 de octubre de 1991 y reconocidos ante los medios de comunicación por el entonces presidente de la República italiana, Francesco Cossiga. La sentencia dice más adelante: «No hay duda de que la creación y la actividad de Gladio tuvieron relevancia política y comportaron "cargas financieras" para el Estado italiano, además de "modificaciones", por no decir violaciones de las leyes ordinarias, como aquellas en materia de introducción y transporte de armas y explosivos». Es consciente de todo esto el abogado del Estado que, en fecha 7 de enero de 1991, requiere la opinión del presidente del Consejo de Ministros sobre el complejo clandestino denominado «
Stay Behind
» (restare indietro, «quedar detrás»). La respuesta que recoge la sentencia termina así: «El acuerdo del 28 de noviembre de 1956, alcanzado entre los servicios de información italianos y estadounidenses para la creación de la organización clandestina, no es un tratado internacional sino que forma parte de la ejecución y actuación del tratado OTAN aprobado por la ley n.° 465/49».
En el proceso de «estrategia de la tensión» desarrollado en Italia durante varias décadas aparece implicada una larga lista, todavía incompleta, de nombres de políticos, democristianos y socialdemócratas. Desde el citado ex presidente de la República Francesco Cossiga hasta Giulio Andreotti, además de militares y altos miembros de los servicios secretos. Varios de ellos llegan a ser procesados por actividades terroristas, como los generales De Lorenzo y Miceli. Además, se evidencian conexiones directas de la red con el Vaticano y la Mafia. Michael Sindona, presidente de la Banca Privada, considerado próximo a los ambientes de la Mafia italoamericana, es quien pone a las autoridades sobre la pista de la conexión vaticana, al acusar al arzobispo Marcinkus, presidente del Instituto para las Obras de la Religión, la banca vaticana, y a Roberto Calvi, presidente del Banco Ambrosiano y miembro de la logia masónica P-2, de haberse involucrado con él en diversas operaciones consideradas de alto riesgo. A través de varias sociedades interpuestas, Calvi y el «banquero de Dios» operan juntos y destinan dinero a operaciones ocultas, pagando sobornos, moviendo dinero negro procedente de la evasión fiscal o lavando dinero de la Mafia y otras organizaciones criminales. Con la muerte de Pablo VI y la elección de Juan Pablo I, en 1979, la suerte de Marcinkus parece agotarse. Pero, en realidad, ocurre lo contrario; Juan Pablo I muere repentinamente (en todas las teorías sobre su supuesto asesinato aparece Marcinkus) y le sucede Juan Pablo II, un viejo amigo del «banquero de Dios», que no olvida sus aportaciones durante los años setenta al sindicato polaco Solidaridad.
Durante veinte años, Italia padece un terrorismo en gran escala dirigido por la CIA y los mandos de la OTAN. Los propios acusados en los procesos contra la red «Gladio» lo han explicado: «Gladio» sirve para evitar que el Partido Comunista llegue al poder en unas elecciones. Lo reconocen también el general Vito Micelli, ex jefe de los servicios secretos italianos, o el propio William Colby, ex director de la CIA.
La actividad de la red «Gladio» deja un aterrador reguero de muerte. El primer hito de esta historia se da en julio de 1964, cuando se produce un intento de golpe de Estado del general Giovanni de Lorenzo, jefe del SIFAR, con el visto bueno de los norteamericanos, contra la incorporación a la coalición de Gobierno del Partido Socialista Italiano. Cinco años después, el 7 de diciembre de 1969, se hace público en la prensa británica un «informe sobre la situación italiana», redactado por un agente del régimen de los coroneles griegos, que habla de una organización ligada a los servicios del coronel Papadopoulos, entonces jefe del Gobierno griego y agente de la CIA. El documento relaciona a los servicios de la dictadura griega con elementos de la extrema derecha y militares italianos, que tienen planeado realizar atentados en Italia para desestabilizar al Gobierno. Cinco días más tarde explota una bomba en el Banco de Agricultura de piazza Fontana, en Milán, que causa 17 muertos y 90 heridos. La policía detiene a un anarquista, Pinelli, al que se quiere responsabilizar del atentado. El sospechoso vuela desde un piso de la comisaría durante el tercer día de los interrogatorios. Diez años más tarde son condenados por los hechos dos fascistas y un miembro de los servicios secretos italianos.
En diciembre de 1970 hay un intento de golpe de Estado, encabezado por Valerio Borghese, que se refugia en España tras el fracaso de su plan. Tres años después se descubre un nuevo proyecto fascista de golpe de Estado, y en mayo de 1974 explota una bomba en Brescia, durante una manifestación sindical, que causa 8 muertos y un centenar de heridos. Tres meses más tarde, el 4 de agosto, explota una bomba en el tren Italicus, que causa 12 muertos y 45 heridos. La estrategia de la tensión auspiciada por la CIA continúa y en agosto de 1980 explota una nueva bomba en la sala de espera de segunda clase de la estación ferroviaria de Bolonia, que provoca 85 muertos y centenares de heridos. En diciembre de 1984, otro artefacto, colocado en el tren 904 Nápoles-Milán, explota cuando el convoy atraviesa el túnel de los Apeninos y provoca 16 muertos y un centenar de heridos.