Authors: Alfredo Grimaldos
«La certeza de que los compuestos organofosforados son también agentes agresivos de "guerra química"
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y la más que sospechosa actitud desarrollada por todos los grupos políticos, amparando la postura oficial y desentendiéndose del problema que afecta a tan importante número de víctimas, implica la intervención de un poder tan grande e irresistible como para ser capaz de imponer y sostener un unánime pacto de silencio en todos», afirma Jesús Castrillo. «En definitiva, sólo la implicación de los intereses de una superpotencia justificaría el despliegue de medios políticos efectuados para ocultar las causas reales de tan grave enfermedad.»
Todo parece indicar que el síndrome tóxico se desarrolla en dos ondas epidémicas diferenciadas. La primera de ellas se produce a principios o mediados de enero de 1981. Coincide con una enfermedad no determinada que se desarrolla en pleno invierno en la zona norteamericana de la base de Torrejón y que afecta también a algunos militares españoles. Es probable que esta primera onda epidémica sea consecuencia de algún escape provocado accidentalmente con armamento bacteriológico, cuya presencia en la base es contraria a la legalidad internacional y contraviene el tratado bilateral que permitió su creación. Un serio inconveniente en tiempos del «OTAN, de entrada, no».
Jesús Castrillo concluye:
Con la segunda onda, mediante tomates tóxicos tratados con productos organofosforados, se trataba de inducir una epidemia más amplia, más extendida, cuyos signos y síntomas no sólo abarcasen los de la primera, sino que los agravasen, de forma que al derramarse la enfermedad no sólo en Torrejón de Ardoz, sino por una gran parte del territorio nacional, Torrejón fuese sólo un árbol más, y sin importancia cualitativa, en la atormentada geografía de la enfermedad. Toda la mentira generada en torno a la investigación era precisamente para ocultar el origen de esa segunda onda epidémica generada intencionadamente, envenenando unas partidas de tomates en Roquetas de Mar.
La razón de Estado y el pacto de silencio entre los grandes partidos impidió que se aclarara quién estaba en realidad detrás de aquel envenenamiento masivo, que pudo ser provocado por la mano negra de los servicios de inteligencia norteamericanos. Veinticinco años después, sigue vigente la llamada de atención que hizo el Working Group de la Organización Mundial de la Salud: «Mientras siga sin descubrirse la causa precisa que la provocó, no puede tenerse la seguridad de que este tipo de enfermedad no vuelva a repetirse».
La presentación de una delegación española en la reunión que la Comisión Trilateral celebra en Tokio el 19 de abril de 1979 se ofrece a los medios de comunicación como un acontecimiento histórico a partir del cual se intensificará la presencia de nuestro país en los centros y áreas de decisión mundial. Pero la realidad y el significado de la entrada de España en la Comisión Trilateral es muy distinta: la política que van a continuar llevando los distintos gobiernos de UCD y, posteriormente, los del PSOE y el PP, transcurrirá por las líneas trazadas desde Estados Unidos para los países dependientes del Imperio. El magnate David Rockefeller, presidente del Chase Manhattan Bank y principal impulsor de la Comisión, afirma que la entrada de España en la Trilateral viene dada por nuestra «influencia económica en Europa».
Desde su fundación, en 1973, como departamento adjunto del Chase Manhattan Bank, la Comisión Trilateral actúa con la intención de convertirse en el principal centro de investigaciones y decisiones del capitalismo mundial. Con tres puntos de apoyo: Estados Unidos, Europa Occidental y Japón. Pero, a la hora de la verdad, la idea de una Europa fuerte en lo económico y en lo político no resulta nada atrayente para los norteamericanos. Desde el principio se da una estrecha conexión entre los hombres de la Trilateral en España y los intereses económicos y políticos de los Estados.
Entre los trece personajes que integran la primera hornada de «trilaterales» españoles
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aparecen Claudio Boada (presidente de Ford España), Jaime Carvajal y Urquijo (consejero de Standart Eléctrica), Antonio Garrigues Walker (vicepresidente de IBM, vocal de Ford España...), Alfonso Osorio (presidente de inversiones ESSO, vicepresidente de PETROMED) y José Vilá Marsans (vicepresidente de Bebidas Americanas, Pepsi y Mirinda). En la plantilla, también tienen un espacio básico los medios de comunicación, representados por Luis María Ansón, en ese momento presidente de la agencia oficial EFE.
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Y no faltan los grandes padrinos de la CEOE: Carlos Ferrer Salat, José Luis Cerón Ayuso y José Antonio Segurado. Ansón y Carvajal son, además, los hombres del rey en la Trilateral. Carvajal es amigo de Juan Carlos I desde la infancia y fue senador por designación real en 1977. Por su parte, Ansón ha pertenecido al consejo privado del padre del monarca.
El personaje clave durante la fase inicial de los contactos del empresariado español con los promotores de la Comisión es Antonio Garrigues Walker, un hombre muy ligado a los Rockefeller. Como su hermano Joaquín, que ha trabajado en Nueva York para el Chase Manhattan Bank y en ese momento es ministro de Obras Públicas en el Gobierno de Adolfo Suárez. Joaquín Garrigues está casado con la hija del ex embajador español en Estados Unidos José María de Areilza. Otro de los hermanos Garrigues se casa con una sobrina de Nelson Rockefeller. Todo un clan para la Trilateral. Antonio Garrigues Walker declara en ese momento que «el empresariado español, aunque yo no lo represente ni hable en nombre de él, es partidario de la entrada de España en la OTAN».
La Comisión Trilateral, fundada en julio de 1973, tiene como primer presidente a Zbigniew Brzezinski. Posteriormente, este político norteamericano de origen polaco será consejero de Seguridad del presidente Carter. La Comisión nace con el propósito formal de analizar los principales problemas con los que se enfrentan Estados Unidos, Japón y Europa Occidental. Está considerada una especia de Gobierno mundial en la sombra. Según el propio Brzezinski, su ideólogo, es «el conjunto de potencias financieras e intelectuales mayor que el mundo haya conocido nunca». Dadas las perspectivas inquietantes que presenta la década de los setenta para el capitalismo internacional, los dirigentes de los países más desarrollados ven la necesidad de promover una mayor cooperación entre políticos, académicos, empresarios y banqueros, que facilite el logro de opciones comunes que tiendan a conseguir una reestructuración del orden internacional y aseguren la estabilidad de sus intereses. Los mayores productores mundiales de petróleo, acero y automóviles, los propietarios de las más influyentes cadenas de radiotelevisión y los principales grupos financieros del planeta están en manos de miembros activos de la organización recién creada. Con el transcurso del tiempo y las sucesivas incorporaciones, irá en aumento la concentración de grandes firmas en el seno de la Comisión.
El carácter ocultista con el que nace la Comisión desaparece cuando Jimmy Carter llega a ocupar la presidencia de Estados Unidos. Su Gobierno está formado por un equipo casi monocolor de trilaterales. «El mundo se preguntó en qué consistía aquella "mafia". Para entonces, la Comisión ya Llevaba tres años de rodaje interno que le habían servido para engrasar todas sus piezas, hasta conseguir una maquinaria de gran perfección», escribe Joaquín Estefanía.
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Ramsey Clark, antiguo secretario de Justicia norteamericano, sintetiza el ascenso directo del capital transnacional al poder en Estados Unidos: «Desde el segundo período presidencial de Ulysses Grant, es decir, cuando el mayor número de miembros del Gabinete estaban conectados con la compañía de Ferrocarriles de Pennsylvania, nunca se había visto un gobierno más estrechamente vinculado a las corporaciones industriales como el de Jimmy Carter».
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La estrategia de la Comisión, encaminada a favorecer la expansión de las grandes corporaciones, tiene que chocar, inevitablemente, con las fronteras políticas locales, que resultan demasiado estrechas y limitadas. «Ha llegado el momento de levantar el asedio al que están sometidas las empresas multinacionales, para permitírseles continuar su inacabada tarea de desarrollo de la economía mundial», afirma David Rockefeller. El estudio titulado «Sobre la democracia parlamentaria», patrocinado por la Comisión Trilateral, constituye un elocuente manifiesto a favor de la plutocracia: «Cada sociedad democrática ha tenido una población marginada, de mayor o menor tamaño, que no ha participado activamente en la política. De por sí, esta marginalidad de parte de un grupo es intrínsecamente antidemocrática, pero ha sido también uno de los factores que ha permitido a la democracia funcionar eficazmente». El asunto lo dejan muy claro: «El funcionamiento eficaz de un sistema democrático exige, por lo general, cierta apatía y falta de participación de algunos individuos y grupos». Una cita con las urnas de vez en cuando y ya están listos.
Para comprender el origen de la estrategia de la Trilateral hay que recordar que la actitud proteccionista y prepotente de Estados Unidos suscita resentimientos en Europa y que, por consiguiente, hay que cambiar de táctica: sustituir la presencia directa por otro tipo de implantación más discreta, pero también dominante. De esta «presencia» se encargan los servicios secretos, las compañías transnacionales y sus aliados europeos, militares, políticos y financieros.
El más directo antecedente de la Comisión Trilateral es la formación, en 1952, de un comité encargado de crear «un organismo internacional en el que estadounidenses y europeos puedan reunirse con el fin de mejorar las relaciones entre los dos continentes». Forman parte de ese comité, entre otros, William Donovan, ex director de la OSS (antecesora directa de la CIA), el banquero portugués Nogueira, el hermano del dictador español Nicolás Franco, el industrial holandés Martens, antiguo coronel de la Wehrmacht, y su compatriota Joseph Luns, que llegará a secretario general de la OTAN a principios de los ochenta. La presencia del hermano de Franco en esa reunión puede contribuir a explicar sus estrechas relaciones primero con Gran Bretaña y después con Estados Unidos. Nicolás Franco es, durante muchos años, embajador de España en Lisboa, una plaza «clásica» del Intelligence Service británico, desde la que los espías británicos proyectan su red hacia América, el Mediterráneo y África.
Los antecedentes de la Comisión Trilateral hay que buscarlos en el llamado Club de Bilderberg, centro de reunión de grandes financieros mundiales, políticos conservadores y socialdemócratas, ejecutivos de grandes empresas multinacionales y altos cargos de los servicios de inteligencia occidentales.
La reunión a la que asiste Nicolás Franco es uno de los hitos previos a la fundación del Club. Esta entidad, concebida para el «estudio y la planificación del mundo desarrollado», nace, de hecho, en el curso de una reunión celebrada los días 29, 30 y 31 de mayo de 1954 en el hotel Bilderberg de la ciudad holandesa de Osterberch, bajo la hospitalidad del príncipe Bernardo, esposo de la reina Juliana.
A partir de 1955 hay una constante presencia española en las reuniones del Club. Manuel Fraga está presente en varias; en una, acompañado por Leopoldo Calvo Sotelo. Los nombres se repiten. Fraga asiste también al encuentro que se celebra en febrero de 1977, pocos meses antes de las primeras elecciones generales de la Transición.
En el verano del setenta y cinco, cuando ya parece inminente la muerte de Franco, se celebra una reunión del Club de Bilderberg muy importante para el futuro político de España. Tiene lugar en el hotel Son Viola, de Palma de Mallorca, y están presentes un total de 128 personas, presididas por Alexander Haig, comandante en jefe de las fuerzas aliadas en Europa. También acuden Joseph Luns, secretario general de la OTAN y Nelson Rockefeller, vicepresidente de Estados Unidos, que tendrá que volver tres meses después a España, para dar el pésame al rey Juan Carlos por la muerte de Franco. Los temas sometidos a debate son: «Uniformidad del armamento», «Ampliación del Mercado de las Armas uniformadas» y «La situación de la Península Ibérica».
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Sobre España se produce un acuerdo sustancial: «Es indispensable contar en este país con un tipo de hombres nuevos, capaces de garantizar la sustitución del franquismo sin traumas».
En junio de 1978, se celebra en la ciudad inglesa de Brighton una reunión a puerta cerrada, que algunos observadores relacionan con el Club de Bilderberg. Aparecen como organizadores del encuentro el Instituto para el Estudio del Conflicto, una entidad semifantasma relacionada directamente con la CIA, que poco antes ha organizado un seminario sobre «España y la OTAN»; el Instituto para la Investigación de las Relaciones Internacionales, y la organización Airus for Freedom and Interprise, plataforma de propaganda de los grupos conservadores en Europa en su lucha contra las nacionalizaciones. El corresponsal del diario
El País
en Londres, Ángel Santa Cruz, escribe que se trata de una reunión del Club de Bilderberg destinada a crear «una organización mundial destinada a luchar contra el comunismo» y a promover la «libertad y la libre empresa».
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A la conferencia asisten representantes de poderosas compañías multinacionales británicas y norteamericanas (entre ellas, la Standart Telephones, del grupo ITT; la azucarera Tate and Lyle, y el National Westminster Bank), junto con prominentes militares retirados, hombres de negocios y publicistas influyentes de Europa, América y países asiáticos como Tailandia, Corea del Sur o Filipinas.
Un político muy vinculado a la Trilateral, y directamente a los norteamericanos, es José Pedro Pérez Llorca, ministro de Asuntos Exteriores de UCD con los presidentes Suárez y Calvo Sotelo. Pérez Llorca ha compartido una especie de bufete-consulting con Luis Solana, otro futuro «trilateral» ligado a las multinacionales y al Banco de Urquijo. Solana llegará a presidente de la Telefónica, entidad fundamental para la consolidación de las inversiones de ITT en España. Él será el gran impulsor de la política de privatización de esta empresa pública. Junto con Enrique Múgica, Luis Solana es el «experto» en asuntos militares del PSOE. El nombre de ambos aparece, en 1982, en un organigrama elaborado por la Brigada Antigolpe de la policía, que investiga las conexiones de la trama que hay tras el intento de golpe de Estado del 23-F. En ese documento, a los dos se les atribuye una relación con algunos golpistas y con la CIA.
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