—¿En qué sentido?
—No, nada. Cosas sin importancia.
—¿Como qué? ¿Graham?
—No, no, no es eso. Eso va mejorando. No, otras cosas.
—¿Qué cosas?
—Bueno, áreas de conflicto.
—¿Conflicto? Vaya por Dios.
—Bueno, no sé, diferencias de opinión. Nada más. Diferencias de actitud. Pero no tienen ninguna importancia, de verdad. Y supongo que es normal, ¿no?
—¿Ah, sí?
—Claro. Vaya, seguro que nosotros también tuvimos nuestras diferencias. Al principio, quiero decir.
—¿Ah, sí?
—Creo que sí. —Se produjo un silencio—. Sí. Estoy segura.
—¿Como qué?
—Bueno… —Me lo quedé mirando un momento. La verdad es que no se me ocurría nada—. Tendría que pensarlo. Ha pasado mucho tiempo.
—Es verdad. Ha pasado mucho tiempo. ¡Ya me acuerdo de una cosa! —exclamó de pronto con aire triunfal—. Tú no compartías mi gusto en música pop.
—¿Ah, no?
—No. Te burlabas de mí.
—¿De verdad?
—Sí. Porque me gustaban Gladis Knight and the Pips.
—Ah sí, ya me acuerdo.
Nos quedamos mirando sonrientes.
—«Eres lo mejor que me ha pasado» —dijo Peter.
—¿Cómo? —Tenía la cara caliente y se me había acelerado el pulso.
—«Eres lo mejor que me ha pasado».
—¿De verdad?
—Sí. Creo que era su mejor tema.
—Ah. Sí, supongo. La verdad es que no me gustaban mucho.
—No. Tú preferías a Tom Jones.
—Sí. «No es raro» —dije yo.
—A mí me lo parecía, porque Tom Jones era un poco antiguo para ti.
—No, digo que «No es raro» era mi canción favorita. Y mira, Tom Jones todavía es popular. Su atractivo ha durado generaciones.
—Sí. Así que todo va bien con Jos, ¿eh? —Asentí con la cabeza—. Bien. Entonces no estás preocupada por nada, ¿no?
—Claro que no.
—¿No tenéis problemas?
—No.
—¿Ni sois incompatibles en nada?
—No. ¿Por qué lo preguntas?
—Bueno, porque los niños me llamaron desde Francia y Katie insinuó que tal vez había… un par de problemillas.
—¿Ah, sí? Pues Katie se equivoca. Además, ya sabes cómo le gusta pasarse analizando las cosas.
—Desde luego. Así que eres feliz con Jos, ¿no?
—Sí. Y ya que hablamos del tema, ¿qué tal tú? ¿Tienes algún problema?
—¿Cómo? ¿Con Andie? —Asentí—. No, qué va. Bueno, cómo tú… En fin —suspiró—, algunas cosillas sin importancia.
—¿Qué cosas? —pregunté. No es que sintiera curiosidad ni nada de eso.
Peter exhaló el aire ruidosamente entre los labios.
—Bueno… nada, tonterías sin importancia. Nada en realidad. Menudencias.
—¿Cómo qué?
—Pues…
—¿Sí?
—Sería desleal que te lo dijera.
—Claro. Lo mismo digo.
—En todo caso, solo son detalles muy pequeños.
—Vaya, pues… estupendo.
—Sí.
—Porque las cosas pequeñas no tienen importancia.
—No.
—Bueno, ¿y qué tal las vacaciones?
—Ah, pues… genial. —Peter removió de nuevo el café—. De maravilla. Es una zona muy interesante de Estados Unidos, ¿sabes?
—Sí, eso he oído.
—Fue en Virginia donde se estableció el primer asentamiento europeo.
—En 1607.
—Se llamó Virginia en honor de Isabel I, la Reina Virgen.
—Ya.
—También se lo conoce como el estado Old Dominion.
—Sí. Y dicen que es uno de los mayores productores de tabaco.
—Sí, y de cacahuetes, manzanas y tomates.
—Eso.
—Y madera.
—Tengo entendido que además hay muchas minas de carbón.
—Sí, es verdad. Y cuenta con muchas ciudades históricas, como Williamsburg, Fredericksburg o Jamestown. Sí, es muy interesante.
—Vaya, pues sí parece que has tenido unas buenas vacaciones.
—¿Cómo está tu madre? —preguntó Peter.
—Ah, bueno, un poco arrepentida —contesté con recelo—. Se ha redimido trabajando mucho con Matt, que parece que ha recuperado bastante las asignaturas atrasadas. Ya tiene mucho vocabulario francés. También les ha enseñado a jugar al bridge.
—Ah, es un juego estupendo. Oye, me gustaría llevarme a los niños este fin de semana, porque hace casi dos meses que no los veo. Pensaba llevarlos a la nueva Tate.
—Buena idea.
—O a la Royal Academy.
—Genial.
Los dos sonreímos, un poco violentos.
—Bueno, más vale que le eche un vistazo a esto. —Peter cogió la pila de sobres marrones—. La cuenta del gas —anunció—. Setenta y tres libras con sesenta. Toma. Y esta es de tu contable. Esta otra es de Hacienda, y esta es de… ¡Vaya! Los fabricantes del desodorante Impulse. ¡Felicidades, Faith! Has ganado otro concurso. Un fin de semana en Roma para dos personas.
—¿Sí? ¡Qué bien!
—Tienes que llamarles para aceptar el premio. Es estupendo. Aunque no tan bueno como el divorcio, ¿no? Hablando de eso, en este sobre hay unos documentos de aspecto muy desagradable, de la oficina de Rory Cheetham-Stabb. Declaración del demandante en apoyo de la solicitud.
—Ah, sí, ya estoy al tanto —contesté—. Me han enviado un duplicado.
—¿Y lo has rellenado? —preguntó como quien no quiere la cosa.
—Sí.
—¿Cuándo? —Peter miró por la ventana. Estaba lloviendo.
—Ayer. Lo he firmado delante de Karen esta mañana. Nos darán la separación a finales de noviembre.
—Muchas precipitaciones.
—¿Qué?
—Que hay precipitaciones. Que llueve. ¿No es así como lo decís en los boletines del tiempo?
—Bueno, la verdad es que últimamente no hablamos de precipitaciones, sino más bien de porcentajes. «Esta mañana tenemos un sesenta por ciento de posibilidades de lluvia», por ejemplo. O: «Hay un diez por ciento de posibilidades de nieve».
—Y yo tengo un ciento diez por ciento de posibilidades de llevarme una bronca si llego tarde a mi cita con Andie —dijo él, levantándose—. Así que más vale que me vaya. Adiós, cariño. Tú sabes que te quiero, ¿verdad?
—Adiós —me despedí, un poco sorprendida por su declaración de afecto, aunque de pronto me di cuenta de que hablaba con el perro.
—Adiós, precioso —le dijo dándole un beso—. Y nada de volverte a escapar, ¿eh? Nos veremos muy pronto.
Pensé que había alguna posibilidad de que Peter me besara a mí también, pero no. Me dedicó una sonrisa un poco triste y se marchó sin más.
—Adiós, Faith —le oí decir desde la puerta.
—¡Hasta luego! —Esperé a oír el clic de la cerradura, pero Peter se dejó la puerta abierta. Qué cosa más rara.
«Diez, nueve, ocho…».
—De modo que el pronóstico es bastante inestable —terminaba mi boletín de las nueve y media el lunes por la mañana.
«Siete, seis…».
—En lugar del buen tiempo que cabría esperar en esta época del año.
«Cinco…».
—Se esperan bastantes lluvias.
«Cuatro…».
—La causa son estas líneas en las isobaras, que indican una oclusión.
«¿Una qué?», oí por los auriculares.
—Una oclusión se produce cuando se encuentran un frente cálido y un frente frío, lo cual por lo general provoca un tiempo nuboso, que es lo que cabe esperar los próximos días.
«Tres, dos…».
—Con un cincuenta por ciento de probabilidades de lluvia.
«Uno…».
—Lo cual por otra parte significa un cincuenta por ciento de probabilidades de sol.
«Y cero…».
—Hasta mañana.
«Gracias, Faith».
—Y gracias a ustedes por estar con nosotros —dijo Terry—. En el programa de mañana entrevistaremos a la fundadora de
El Amor es Ciego
, una agencia matrimonial para gente increíblemente fea. También conoceremos a algunos de sus clientes.
—Además —terció Sophie— veremos más desastres decorativos. Y hablaremos con los autores de
El libro de las medias
, una guía para hacer cosas útiles con medias viejas. Y antes de terminar —añadió—, me gustaría dar las gracias a todos los telespectadores que me han escrito. Siento no haber podido contestar, pero se ve que hemos tenido un problema con el correo.
Sophie dedicó una sonrisa deslumbrante a la cámara y en cuanto aparecieron los créditos se levantó muy decidida. Yo me quité el maquillaje con un poco de crema, consulté una vez más los mapas del satélite y fui a la sala de juntas para la reunión semanal. Allí estaba Terry, hurgándose los dientes y Tatiana hablando en susurros por su teléfono móvil. Estaban también los productores e investigadores, con sus carpetas y sus notas. Y Darryl, claro, sentado al fondo. Mientras esperábamos a que llegaran todos me dediqué a hojear las revistas. Al final de la pila estaba el
Moi!
de octubre. Fui directamente a la sección diaria del corazón «Veo veo». Sí, ahí estaba yo, al principio de la página. Aparecía en la foto con Jos en el partido de polo. El pie de foto era sencillo, pero correcto: «Jos Cartwright y la señora Smith». Jos me rodeaba con el brazo y los dos sonreíamos. Habíamos salido muy bien, aunque a pesar de mi expresión alegre mis ojos no reflejaban la sonrisa. Claro que esa era la mañana que Jos había gritado a Graham, y yo estaba un poco tensa. Pero ahora las cosas iban muy bien. En general, quiero decir. Vaya, que nunca hay nada perfecto, ¿no? No se puede esperar perfección en las relaciones, sobre todo en las recientes. De pronto Darryl interrumpió mis pensamientos tamborileando con el bolígrafo en la mesa. No parecía muy contento.
—¿Dónde está Sophie? —preguntó irritado—. Quiero empezar de una vez.
—¡Ya estoy aquí! —contestó ella. Acababa de entrar en la sala sonriente, aunque sin aliento. Traía una enorme caja de cartón—. Siento llegar tarde.
—¿Qué es eso?
—Ahora verás.
Sophie sonrió a Terry y Tatiana y de pronto volcó la caja, dejando caer un mar de cartas que fluyó lentamente como lava. Había sobres blancos, rosas, amarillos y marrones. Había sellos extranjeros muy bonitos. Había postales y tarjetas. Venían con tinta verde, rotulador azul, lápiz y bolígrafo malva. Muchas estaban escritas a máquina, otras con mala letra, otras con elegante letra inglesa. Varias tenían pegados corazones y estrellas. Debía de haber más de quinientas cartas, todas dirigidas a Sophie.
—El correo perdido —anunció ella encantada—. Lo he encontrado esta mañana. Tiene gracia, ¿eh? Pensé que os gustaría saberlo.
—¡Madre mía! —exclamó Darryl—. ¿Dónde estaba?
—Ha sido una cosa rarísima —contestó Sophie con aire inocente, mirando a Terry y Tatiana—. Antes de empezar el programa fui al armario porque necesitaba un rotulador. Justo al fondo estaba esta caja. ¡Imaginad mi sorpresa cuando miré dentro! Es el correo de seis meses.
—¿Terry? —dijo Darryl—. ¿Nos lo puedes explicar?
—A mí no me miréis.
—Ya. ¿Tienes alguna idea de quién puede haber hecho esto?
—Pues el chico del correo —sugirió Tatiana—. Tenía la ambición de ser presentador.
—¿Ah, sí? —terció Sophie con ojos como platos—. ¿Por qué no le preguntamos a él?
—No es posible. Se marchó la semana pasada —contestó Darryl.
—¿Adónde?
—A trabajar en el Savoy, creo.
—Vaya, pues eso no le ayudará mucho a progresar en su carrera en la televisión —señaló Sophie—. ¿No te parece, Tatty?
Tatiana se encogió de hombros.
—Es un misterio —dijo Terry—, pero como no creo que podamos resolverlo, sugiero que comencemos la reunión.
Darryl no escuchaba. Estaba leyendo las cartas que Sophie le tendía.
—Claro que no las he abierto todas —explicó—, porque no he tenido tiempo. Pero os voy a dar una muestra. Seguro que a Terry le encantará saber lo que los espectadores opinan de mí.
—«Querida Sophie —leyó—, creo que eres lo mejor del programa. Querida Sophie, sin tu sonrisa y tu ingenio no sería capaz de hacer frente al día. Querida Sophie, me levanto temprano solo para verte. Querida Sophie, eres muchísimo más inteligente que ese imbécil de tres al cuarto que se sienta contigo en el sillón».
—Ay, perdona, Terry —dijo con teatral exageración—, no quería herir tus sentimientos.
—«Querida Sophie, ¿por qué no eres tú la principal presentadora?».
Sophie abrió un pequeño sobre marrón.
—«Querida Sophie, ¿por qué estás haciendo esa birria de programa? ¡Deberías estar en el telediario!».
A estas alturas Terry tenía los labios tan finos y duros como una horquilla.
—Vaya, me alegro de saber que eres tan popular —terció Darryl—. Dime, ¿quieres denunciar este asunto?
Sophie negó con la cabeza.
—No quiero crear problemas —contestó mirando a Terry—. Solo quería que lo supierais.
—Bien. —Terry se cruzó de brazos y se inclinó en la silla con una sonrisa insolente—. Es verdad que todos deberían saberlo. Sí, todos deberían saber de ti —dijo con vehemencia. La temperatura en la sala descendió bruscamente del punto de ebullición a veinte grados bajo cero—. Hay cosas de ti que todos deberían saber, Sophie. —Entre ellos se cruzó una mirada de odio visceral. Los arañazos y estocadas de los últimos diez meses habían sido meras escaramuzas. Esto era una declaración de guerra—. ¿Te escriben muchos hombres? —preguntó Terry inocentemente, cogiendo una carta y volviéndola a tirar en la pila—, ¿o eres más popular entre las mujeres?
—Me parece que soy popular con todo el mundo —saltó ella, pero tenía el cuello colorado.
—Ya —replicó Terry con una sonrisa escéptica—. ¿De verdad? Yo no estoy tan seguro.
—Ya está bien —dijo Darryl. Tragó saliva nervioso y su nuez de Adán descendió por lo menos diez centímetros—. En fin, gracias por llamar nuestra atención sobre este asunto, Sophie. Vamos a comenzar con la reunión. Ideas, por favor. Y no olvidéis que este es un programa para toda la familia.
El viernes por la tarde fui a Charing Cross a recoger a los niños, que volvían a casa. Al día siguiente fueron a casa de Peter en metro y no volvieron hasta las ocho.
—¿Lo habéis pasado bien con papá? —pregunté mientras lavaba la lechuga.
—Estupendamente —contestó Matt—. Por la mañana fuimos a la Tate moderna.
—¿Y por la tarde? —pregunté. Se produjo un silencio—. ¿Qué hicisteis?
—Bueno, nada.
—Algo habréis hecho. Habéis estado fuera todo el día.
—Fuimos a tomar el té, nada más. Nada especial.
—¿Dónde? —insistí—. Venga, hablad de una vez.
—No fuimos a ningún sitio especial, de verdad —dijo Matt.