—¿Cuándo vas a presentarme a tus padres? —me preguntó Jos cuando entré en el baño para ponerme las lentillas.
—Pues… cuando vuelvan de Francia, la semana que viene. ¿De verdad quieres conocerlos?
—Sí. Al fin y al cabo, llevamos juntos tres meses. Lo nuestro va en serio, ¿no?
En serio. De nuevo esa expresión.
—Sí.
Jos cogió su cepillo de dientes del vaso donde están los cepillos de todos. La verdad es que a mí no me gustaba que lo tuviera allí, pero tampoco quería decírselo. Cuando puso la pasta de dientes me di cuenta de que él siempre aprieta el tubo por el final, como es debido, mientras que Peter siempre lo estruja por el centro.
—También va siendo hora de que conozcas a mi madre —dijo Jos, cerrando el tubo de pasta—. ¿Te apetece?
—Claro que sí.
Jos se lavó los dientes, se enjuagó la boca y luego me dio un beso mentolado.
—Te quiero, Faith —sonrió—. Eres mi inspiración.
Al oír esto miré el mural a medio terminar. El mar es de un turquesa luminoso, el cielo totalmente azul. Las palmeras parecen tan reales que casi se oye el rumor de las ramas en la brisa. Me di cuenta de que Jos ha cambiado mis perspectivas, ha ensanchado mis miras. Y sin embargo…
—Me agradaría que me dijeras que me quieres —añadió suplicante, mirándose al espejo.
—Ya sabes que sí.
—Entonces dilo: «Te quiero».
—Que sí.
Jos me miró con los ojos entornados y comenzó a ponerse espuma de afeitar.
—Jos, ¿tú por qué me quieres? —pregunté de pronto, sentada en el borde de la bañera.
—¿Que por qué te quiero? —Ahora tenía la cara cubierta de espuma como si fuera una máscara—. ¿Que por qué te quiero? Pues porque eres adorable —sonrió—. ¿Por qué lo preguntas?
—Porque puede que sea atractiva, pero tampoco tanto. Y no soy rica ni famosa. Tengo dos hijos adolescentes y un perro al que no soportas. Además, con la cantidad de mujeres que hay, ¿por qué te fijaste en mí? —pregunté con atrevimiento.
—¿Sabes por qué? Por lo enfadada que estabas. Estoy acostumbrado a que las mujeres me sonrían, a que intenten conquistarme. Pero tú hiciste justo lo contrario. Estabas furiosa conmigo, Faith. De hecho me mandaste al cuerno.
—Sí, es verdad. —Reí.
—Y cuanto más furiosa estabas, más pensaba yo: Voy a conseguir que esa mujer me quiera.
Miré por la ventana. El resplandor del cielo amenazaba con lluvia de verano. El sol era un brumoso disco blanco, intentando abrirse camino entre el velo de nubes.
—Dilo. —Me abrazó. Yo me miré los pies y advertí que tenía estropeado el esmalte de las uñas—. Venga, Faith, di que me quieres.
—Ya sabes que sí —murmuré.
Sonrió con una expresión un poco rara y me acarició el pelo. Luego se vistió para irse a trabajar. Muchos fines de semana tienen ensayo en Covent Garden. Hoy era el primer ensayo general de
Madame Butterfly
, y Jos tenía que ir para ver si la escenografía funcionaba bien.
—¡Volveré a casa a las siete! —me dijo desde la puerta—. ¿Me oyes, Faith? ¡A casa! ¿Me has oído? Estaré de vuelta a las siete.
—Vale —contesté.
Unos minutos más tarde Graham ladró al oír al cartero. Había una postal de los niños —
On s'amuse
, escribían— y otro horrible sobre marrón. Lo dejé con los demás, en la pila encima de la caldera, y luego puse Radio 4. Estaban emitiendo el programa
Verdades de casa
, con John Peel, y hablaban de álbumes de fotografía. De fondo se oía la canción «De esto están hechos los recuerdos». Saqué unos cuantos álbumes de fotos y me puse a hojearlos mientras tomaba el té. «Un beso fresco y tierno. Añadir una noche de pasión», cantaba Dean Martin. En una foto aparecíamos Peter y yo en la universidad, cada uno con su bufanda en torno al cuello del otro. «Un hombre, una mujer». No se veía bien dónde terminaba la suya y empezaba la mía. «Un poco de dolor, un poco de alegría». Peter me rodeaba con el brazo y los dos reíamos como locos. Me acordaba muy bien de aquella foto. Nos la hicimos en marzo de 1985. Solo llevábamos saliendo un mes. «De esto están hechos los recuerdos». Peter me gustaba desde el baile del primer año, pero era demasiado tímida para declararme. Un día se sentó a mi lado en un seminario y… bueno, no hizo falta más. «Tus labios junto a los míos. Dos sorbos de vino». Miré de nuevo la foto. «De esto están hechos los recuerdos». Se había descolorido un poco con el tiempo. Parecíamos tan enamorados y tan jóvenes. Claro, lo éramos. Solo teníamos diecinueve años. Peter era mi primer novio, y yo su tercera chica. «Añadir las campanas de boda». En el siguiente álbum aparecían fotos de la boda, al año siguiente. Peter estaba contento, pero un poco asustado, como suelen estarlo los novios jóvenes. «Una casa donde habitan los amantes». Yo me protegía del viento con una capa de terciopelo. En la foto estaba Sarah, hablando con mi madre, por entonces no era mucho mayor que yo ahora, y Lily, por supuesto, muy elegante pero un poco… decepcionada. También salía Mimi, que entonces tenía el pelo largo, charlando con mi padre. «Tres niños para añadir sabor». El siguiente álbum contenía algunas de las primeras fotos de Katie, que ya de pequeña estaba muy seria. «Remover con cuidado durante días». Ahí estaba Peter, el día de la graduación, con la túnica académica y Katie en brazos. «El sabor permanece». Se había puesto el birrete. Yo estoy a su lado, con un vestido de Laura Ashley, embarazadísima de Matt. «Estos son los sueños que saborearás. » El siguiente álbum era de unas vacaciones en Gales. Debía de ser 1989. «De esto están hechos los recuerdos». Peter era ayudante de redacción en Fenton & Friend y estábamos sin un duro. Pero pasamos una semana estupenda en Tenby y Matt dio sus primeros pasos en la playa. Cada vez que se caía yo corría a ayudarle y él lloraba porque quería hacerlo solo. «De esto están hechos los recuerdos». Y mientras la musiquilla familiar de John Peel se desvanecía, abrí el siguiente álbum, que se titulaba «Chiswick, 93». Acabábamos de comprar esta casa. Tuvimos que apretarnos muchísimo el cinturón, pero acababan de ascender a Peter y yo estaba solicitando el trabajo en la AM-UK! Ahí estábamos los cuatro en la cocina, en la primera noche que pasamos aquí. Los niños estaban encantados de tener un jardín, después de haber vivido en un piso. Yo había preparado una enorme fuente de espaguetis. «Servir generosamente con amor». Nos goteaban por la barbilla y estábamos muertos de risa. Peter nos rodeaba con sus brazos. «Un hombre, una mujer». Yo le estoy poniendo un babero a Matt. «Un amor, una vida». Debíamos haber puesto la cámara en automático para sacar la foto. «De esto están hechos los recuerdos…».
«Y ahora —oí decir a John Peel—, la romántica historia de una mujer que ha encontrado un nuevo amor… con su ex marido».
La mujer comenzó a contar la amarga historia de su divorcio.
«Yo no me imaginaba nada… alguien que había conocido en el trabajo… es como si te destrozaran el corazón… como si mi vida se detuviera… como no tenía hijos me marché a Devon… él se quedó con su amante —dijo con asco. Sonreí comprensiva—. Poco a poco comencé a recuperarme… un par de relaciones… nuevos amigos… pero entonces…».
«¿Sí? —la animó John Peel—. ¿Entonces…?».
«Yo quería recuperar mi antigua vida. Durante cinco años intenté reprimir los recuerdos, pero no podía. Habían sido muchos años de compartir experiencias, de compartir la vida. Las viejas fotografías… nuestra historia. Yo quería recuperarla. Mi deseo de volver al pasado era cada vez más fuerte. No podía desprenderme de mi antigua vida como un lagarto que cambiara de piel».
«¿Qué hizo?».
«Pues un día le llamé al trabajo. Hacía seis años que no hablaba con él y no tenía ni idea de su situación. Me habían dicho que su relación no había durado mucho, pero no sabía si estaba con otra. Tampoco sabía qué quería decirle. Fue simplemente uno de esos momentos en los que una decide actuar, porque sabía que si no lo hacía en aquel instante, en ese mismo instante, no lo haría nunca. Tenía el corazón en un puño. Por fin él contestó el teléfono. Yo le dije: “Mark, soy Gill”. Se produjo un silencio y yo pensé que había cometido un error, que aquello era una tontería y que me arrepentiría el resto de mi vida. Pero entonces él contestó: “Gill, dime dónde estás y no te muevas. Voy para allá ahora mismo”. Y desde entonces no nos hemos separado».
«¿Y ahora cómo están?», preguntó John Peel.
Se produjo una corta pausa durante la cual oí las uñas de Graham en el linóleo y luego noté su cabeza en el regazo.
«Bueno, mentiría si dijera que estamos mejor que antes. Es evidente que habría sido mejor si él no hubiera tenido aquella aventura. Pero es diferente. Sí, nuestro matrimonio se ha salvado. —Acaricié distraída a Graham—. Hemos pegado los trozos, digamos, y aunque es verdad que se ven las junturas, esas junturas forman también parte de nuestra historia, de nuestra identidad, y sabemos que tienen su lugar».
Ahora aparecían fotos del perro tumbado en el regazo de Peter, cogiendo pelotas de tenis en el parque, saltando y dando giros en el aire, mientras los niños gritaban y aplaudían. Al volver la página me encontré con una foto mía. No era muy interesante, simplemente estaba planchando las camisas de Peter. No sé por qué me sacó esa foto, debió de ser un capricho del momento. Yo estoy mirando a la cámara y riendo. Debía de ser el otoño de 1999, antes de que Peter empezara a tener problemas en el trabajo, cuando las cosas todavía iban bien. Y de pronto vi a Andie en mi lugar, planchando las camisas de Peter y riendo, y no pude soportar la idea de que hiciera una cosa tan común y corriente para Peter, o que metiera su ropa en la lavadora, o le pasara la esponja por la espalda en la bañera. No podía soportar la idea de que Andie supiera todos esos pequeños detalles que yo conozco de Peter, como que le falta el dedo pequeño del pie izquierdo, por ejemplo, o que le gusta Gladis Knight and the Pips. Y no podía soportar la idea de que Andie compartiera los infinitos momentos de intimidad doméstica que Peter siempre, siempre había compartido conmigo.
Cuando terminó el programa y volvió a sonar la voz de Dean Martin noté de nuevo un nudo en la garganta y una opresión en el pecho. Estaba mirando una foto del último mayo, en la que salimos Peter y yo sentados en el banco del jardín. Peter me rodea con el brazo. «Un hombre, una mujer». La imagen se tornó borrosa y grandes lagrimones me surcaron la cara. «Un amor, una vida». Entonces oí un gemido: Graham odia verme llorar. Me puso las patas en el regazo e intentó lamerme la cara. «De esto están hechos los recuerdos». «Desde luego», pensé con amargura. En todas aquellas fotos Peter y yo estábamos juntos. Juntos. Pero pronto estaríamos definitivamente separados.
—¡Ay, Peter! —sollocé.
En un proceso de divorcio es normal sentirse trastornada. Las emociones van de un lado a otro, arriba y abajo como en una noria, y la perspectiva queda totalmente distorsionada. Vamos, que no puede una confiar en su propio criterio.
—Tienes que mantener los sentimientos a raya —me aconsejaba Lily una semana más tarde, en el bar Nail de Maddox Street. Había ido a hacerse su manicura semanal. Jennifer Aniston gruñía en mi regazo. Estábamos sentadas en los taburetes de color rosa Barbie en la barra en forma de zigzag—. Ahora estás deprimida no porque quieras volver con Peter, sino porque no quieres que él esté con otra.
Yo no lo había pensado así, pero no dejaba de tener razón.
—Es un síndrome psicológico muy normal —prosiguió ella, mientras la manicura, o más bien la «técnica en uñas» le quitaba el esmalte viejo
rouge noir
. Hacía tanto tiempo que sus uñas no veían la luz del día que habían tomado un violento tono amarillo—. Tú no quieres que Peter vuelva —aseguró por encima de la música.
—¿Ah, no?
—No. Pero tampoco quieres que esté con Andie.
—Eso seguro.
—Y por eso llevas deprimida toda la semana, porque se ha ido con ella a Estados Unidos.
En ese momento imaginé a Peter y Andie en Virginia, tal vez navegando por la bahía Chesapeake o de excursión por la cordillera Blue Ridge.
—Siento ser tan brusca, cariño —prosiguió Lily, entre sorbos de zumo de saúco que tomaba delicadamente con una pajita—. Ya sabes que por lo general no es mi estilo, pero es que solo analizando las cosas de la forma más clara puedo demostrarte que digo la verdad. Tú quieres a Jos. —Mientras tanto le aplicaban una primera capa de esmalte en sus uñas perfectas.
—¿Ah, sí? —pregunté, oliendo a acetona.
—Sí. Pero por desgracia te estás permitiendo ponerte sentimental con Peter.
—Pero es que estoy sentimental.
Lily colocó las manos bajo la máquina de secado. Me miré las cutículas, que las tengo destrozadas.
—Al fin y al cabo llevamos quince años casados.
—Sí, cariño, todo eso está muy bien, pero no te dejes llevar. Aunque pienso que eres muy buena al sentir todavía algo por él, después de lo que te ha hecho.
—Pues sí, siento algo por él.
—Pues es una tontería —aseveró ella, mientras le ponían una capa de bermellón con rápidas pinceladas—. Y una muestra de debilidad. Y más vale que no te dejes llevar demasiado, porque corres el riesgo de alejar a Jos. —Entonces me miró de reojo—. Y no querrás perderlo, ¿verdad? —Yo guardé silencio—. No, ¿verdad?
Yo estaba pensando, imaginándome cómo sería la vida sin Jos.
—¿Quieres quedarte sola, Faith? —la oí decir.
—No.
—¿Quieres tener que hacer vida social por tu cuenta? Hazme caso, Faith. Te aseguro que no es nada divertido.
—Pues tú pareces divertirte.
—Bueno, lo mío es diferente, porque siempre he estado sola. Pero para ti sería un infierno. Te sentirías tímida, muerta de miedo, vulnerable, sola. Si a eso le añades que cada vez que te guste un tipo habrá otras quinientas mujeres detrás de él… No, te aseguro que no tiene ninguna gracia.
—Sí, lo sé. Es que me siento un poco insegura.
—¿Por qué? ¿Qué pasa con Jos?
—No lo sé. No es que haya hecho nada. La verdad es que siempre se porta muy bien conmigo. Es muy atento y sensible y todo. Aunque el otro día se puso a gritarle a Graham, y a mí no me gustó ni un pelo.
—Bueno, es evidente que Graham y él no se llevan bien. Pero Jos y tú sí. El otro día en el polo pensé que erais de lo más compatible.
—¿Compatibles? —repetí, acordándome del cuestionario—. Sí, supongo que sí. Sé que tengo mucha suerte. Jos es muy guapo, y todo un artista. Pero hay algo… No sé exactamente qué es.