La chica del tiempo

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Authors: Isabel Wolff

Tags: #Romántico

BOOK: La chica del tiempo
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Faith tiene treinta y cinco años, unos kilos de más, un perro con un alto coeficiente intelectual, un hijo de doce años obsesionado por invertir en Bolsa y una hija que interpreta la vida a través de las teorías de Freud. Su trabajo en una cadena de televisión como la chica del tiempo le obliga a madrugar demasiado; por si no fuera suficiente, tiene un marido que además de roncar, no levantar la tapa del váter ni ponerle el tapón al dentífrico, últimamente se comporta de una forma un tanto extraña: viste mejor, está algo más delgado y trabaja a todas horas.

Las sospechas surgidas a raíz de un comentario de su peculiar amiga Lily, editora de una revista de moda y personaje habitual en las fiestas de la alta sociedad londinense, harán que Faith se obsesione por demostrar la infidelidad de su marido. Husmeará en los bolsillos, escrutará cualquier movimiento extraño, dudará de cualquier nombre de mujer hasta entonces nunca oído e incluso contratará los servicios de un detective. Pero esas investigaciones tan solo darán como fruto más dudas y dolores de cabeza, porque enfrentarse a la posible infidelidad de su marido es cuestionarse también la vida que ha llevado hasta ahora al lado del único hombre al que ha querido. Pero por otro lado, ¿no sería hora ya de afrontar una nueva vida y recuperar de ese modo el tiempo perdido?

Isabel Wolff

La chica del tiempo

ePUB v1.2

Jianka
08.03.13

Título original:
Out of the blue

Isabel Wolff, 2001.

Traducción: Sonia Tapa

Diseño/retoque portada: Eva Mutter

Editor original: Jianka (v1.0 a v1.2)

ePub base v2.0

Para mis ahijados Nadia,

Raphael y Laurie.

Ningún perro sufrió daño alguno

durante la creación de este libro.

Agradecimientos

Una vez más tengo una inmensa deuda de gratitud con mi agente Clare Conville y mi editora Rachel Hore. Quisiera dar las gracias, por su información sobre la predicción meteorológica, a Helen Young, Sarah Wilmshurst, Andrea McLean y Tanya James. Por sus conocimientos sobre la televisión matinal estoy en deuda con Andrew Thompson y Michael Metcalfe. Por compartir conmigo unos cuantos secretos de los camerinos quisiera dar las gracias a Judy Thonger y Marilyn Widees. Gracias también a Sarah Anticoni y Emma Arkel por su información sobre el divorcio, y a Ian Terry y Annie Sinclair por explicarme cómo es la vida de un detective privado. Tengo una gran deuda de gratitud con Colin Maxwell, de la Royal Opera House, y con Emily Stubbs, de Wigmore Hall. También estoy muy agradecida a mi madre, Ursula, por las historias de su época en el colegio de monjas. Muchas gracias a Catherine O'Sullivan, Kate Williams, Eleana Haworth, Amanda Denning y Jane Cole por su valiosa información. Gracias también a Lucy Ferguson por su ojo de lince a la hora de corregir el libro. Una vez más estoy en deuda con mi padre, Paul, y con Louise Clairmonte por leer el manuscrito y ayudarme con sus comentarios. Quisiera dar las gracias además a todo el mundo en Battersea Dogs' Home, a Marian Covington en Chelsea y el hospital Westminster, a Hester Lacey del
Independent
, y a Gareth y Helen Pugh, del hotel Painswick. También estoy agradecida a Peta Heskell por enseñarme a flirtear, a Patrick Harris por sus consejos sobre música, a Julien Hofer por sus conocimientos sobre juegos de ordenador y a Jonathan Dicker por su información sobre finanzas en Internet. Quiero dar las gracias a todo el mundo de HarperCollins, especialmente a Fiona McIntosh, Yvette Cowles, Amanda McElvie, Anne O'Brien, Venetia Butterfield, Tilly Ware y Jennifer Parr, con quienes todo es una gran diversión.

Enero

Es curioso lo deprisa que pueden cambiar las cosas, ¿no? En un instante, en un abrir y cerrar de ojos. Es justamente lo que ha pasado esta noche porque… bueno, la verdad es que no sé muy bien cómo explicarlo. Digamos que ya nada parece lo mismo. La tarde comenzó bien. En realidad parecía todo un éxito. Estábamos en el restaurante, pasándolo de miedo, charlando, riéndonos… Una fiestecilla íntima: solo nosotros ocho. Yo había planeado la velada en plan sorpresa para que Peter se animara un poco, porque está pasando por un mal momento. Él no sospechaba nada. De hecho, por primera vez en la vida, hasta se le había olvidado que era nuestro aniversario. Sí, cuando llegó a casa quedó clarísimo que no se acordaba en absoluto.

—Vaya, Faith, lo siento —suspiró cuando abrió mi tarjeta de felicitación—. Hoy es día seis, claro. —Asentí—. La verdad es que se me ha olvidado por completo.

—No importa —repliqué de buen humor—. De verdad, cariño. Ya sé que tienes muchas cosas en la cabeza.

Es que está pasando un mal momento en el trabajo. Es director editorial de Fenton & Friend. Antes le encantaba, pero hace un año entró una nueva directora general, una tal Charmaine, que le está dando un montón de dolores de cabeza. Ella y su siniestro adlátere, Oliver. El caso es que entre los dos le están haciendo la vida imposible.

—¿Qué tal ha ido hoy? —pregunté con cautela mientras colgaba su abrigo.

—Fatal —contestó él con cansancio. Se mesó el pelo y se aflojó la corbata—. La bruja me ha estado dando la tabarra con las malditas cifras de ventas. Dale que dale que dale, y delante de todo el mundo. Ha sido horrible. Y Oliver allí mirando, con esa sonrisa de idiota, venga a hacerle la pelota. Te aseguro una cosa, Faith —añadió con un suspiro—, me van a dar el bote, lo tengo clarísimo. A mí me echan, te lo digo yo.

—Deja que se encargue Andy.

Peter se quedó con la mirada perdida.

—Sí, habrá que confiar en Andy.

Se trata de Andy Metzler, por cierto. Es un cazatalentos, norteamericano. Uno de los mejores de la ciudad. Peter lo pone por las nubes. No deja de hablar de él. Que si Andy esto y Andy lo otro… Así que espero que ese tal Andy haga algo útil. Pero sería muy duro para Peter tener que marcharse de Fenton & Friend, porque lleva allí trece años. Ha sido un poco como nuestro matrimonio, la verdad: una buena relación estable basada en el afecto, la lealtad y la confianza. Y ahora parece que todo podría terminar.

—Supongo que las cosas cambian —añadió Peter de mala gana, mientras preparaba un par de copas—. Lo digo en serio, Faith. —Se había puesto a quitar las últimas bolas del árbol de Navidad—. Me van a dar la patada porque el capullo de Oliver quiere mi puesto.

Peter intenta tomárselo con filosofía, pero el caso es que está deprimido. Por ejemplo, no es tan gracioso como suele ser y le cuesta dormir, así que desde hace unos seis meses nos acostamos en habitaciones separadas. Lo cual no está mal, ya que yo me levanto a las tres de la mañana para ir a la tele. Hago los informes meteorológicos en la AM-UK! Llevo allí ya seis años y me encanta, a pesar de los madrugones. Por lo general el despertador solo suena un segundo. Yo me levanto y Peter se vuelve a dormir. Pero de momento no puede soportar que lo despierten, así que se ha trasladado a la habitación del segundo piso. A mí no me importa, porque lo entiendo. Además, el sexo no lo es todo. En cierto modo hasta me gusta, porque así puedo dormir con Graham. Graham es encantador y muy listo. Ronca un poco, eso sí, pero si le doy un golpecito en el pecho y le digo «Shhhh, cariño», él abre los ojos, me mira todo cariñoso y se vuelve a dormir. Menuda suerte tiene. Duerme de maravilla, aunque a veces tiene pesadillas y se mueve muchísimo y da patadas. Pero a él no le importa que lo despierte en plena noche cuando me levanto para ir a trabajar. De hecho hasta le gusta levantarse conmigo. Se sienta a la puerta del baño mientras me ducho. Luego, cuando oigo que llega el taxi, me pongo el abrigo y me despido de él con un abrazo.

Algunos amigos piensan que Graham es un nombre muy raro para un perro. Supongo que tienen razón, si lo comparamos con nombres como Rover, Gnasher o Shep. Pero nosotros nos decidimos por Graham porque a Graham me lo encontré en Graham Road, en Chiswick, donde vivimos. Eso fue hace dos años. Había ido al dentista a que me pusiera un empaste y al salir me encontré con el chucho este. Era muy jovencito y estaba en los huesos. Me miraba todo expectante, como si nos conociéramos desde hacía años. Y luego me siguió hasta casa, trotando tranquilamente detrás de mí, se sentó frente a la puerta y no hubo manera de que se moviera. Así que al final le dejé entrar, le di un bocadillo de jamón y ya está. Llamamos a la policía y a la perrera, pero nadie lo reclamó. Y la verdad es que me habría llevado un disgusto si lo hubieran reclamado, porque lo nuestro fue amor a primera vista, igual que con Peter. Ahora lo adoro. A Graham, quiero decir. Sí, nos caímos estupendamente desde el principio. Y yo creo que lo quiero tanto porque me conmueve la fe que tiene en mí.

A Peter le pareció bien. A él también le gustan los perros. Y los niños, por supuesto, encantados. Aunque Katie, que quiere ser psiquiatra, dice que lo mimo demasiado. Sostiene que estoy proyectando en él mis deseos maternales frustrados, porque yo quería otro hijo. Qué tontería, ¿verdad? Pero a los adolescentes hay que tomarlos muy en serio, porque si no se ponen hechos unas fieras. En fin, el caso es que Graham es el benjamín de la familia. Solo tiene tres años. No tiene pedigrí, pero se le nota mucha clase. Es un collie cruzado con algo, tiene el pelaje muy suave, de color rojo dorado, con una mancha blanca en el pecho, y una elegancia y un encanto de zorro. Nos lo llevamos casi a todas partes, aunque a los restaurantes no, claro. Así que esta tarde Peter lo colocó en su cojín, le puso la tele (le encanta el programa Comer y beber), y le dijo:

—No te preocupes, chavalote. Mamá y yo vamos a salir solo un ratito.

Pero Peter no tenía ni idea de lo que yo había planeado. Creía que iba a ser una cena improvisada, un
tête-à-tête
. Yo le había dicho que había reservado una mesa, pero él pensó que sería nada más para los dos, así que cuando llegamos al restaurante y vio a los niños allí y a su madre, Sarah, se llevó toda una sorpresa. Parecía encantado. También había invitado a Mimi, una antigua amiga de la universidad, y a su marido, Mike.

—¡Qué callado os lo teníais! —exclamó Peter echándose a reír—. Qué gran idea, Faith.

La verdad es que no solo lo hice por él, sino también por mí, porque me apetecía celebrar de alguna forma la fecha. Es que son quince años de casados. Quince años. Casi la mitad de nuestra vida.

—Quince años —dije con una sonrisa—. Y han pasado volando.

Porque he sido muy feliz en mi matrimonio y todavía lo soy. Por ejemplo, nunca me aburro. Siempre hay demasiadas cosas que hacer. No tenemos mucho dinero, claro, nunca lo hemos tenido, pero aun así nos divertimos un montón. Bueno, nos divertiríamos un montón si Peter no trabajara tanto, porque la verdad es que ahora Charmaine le obliga a leer manuscritos casi todas las noches y yo tengo que acostarme antes de las nueve y media. Pero los fines de semana recuperamos el tiempo perdido y lo pasamos fenomenal. Los niños, que durante la semana están internos en un colegio de Kent, vienen a casa y hacemos… bueno, de todo. Damos paseos por el río, cuidamos del jardín, vamos de compras al super. En ocasiones vamos a Ikea, al de Brent Cross, aunque otras veces, para variar, nos pasamos por el de Croydon. Y luego alquilamos un vídeo o vemos la tele y los niños van a visitar a sus amigos. Bueno, irían a visitarlos si tuvieran amigos. Los dos son bastante solitarios, me temo. Eso me preocupa un poco. Matt, por ejemplo, tiene doce años y le encanta jugar con su ordenador. Es un adicto. Ya de pequeño sabía manejar el ratón. Recuerdo que una vez, cuando tenía cinco años, me dijo a la hora de acostarse:

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