La chica del tiempo (6 page)

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Authors: Isabel Wolff

Tags: #Romántico

BOOK: La chica del tiempo
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—Buenos días —dije con una ancha sonrisa para disimular mi enfado con Terry, y porque siempre sonrío más cuando hace mal tiempo—. Me temo que los pronósticos no son muy buenos —comencé, mientras me volvía hacia el mapa—. La nieve que cayó ayer se ha convertido en aguanieve y, puesto que las temperaturas han vuelto a bajar, esto significa que hay muchas posibilidades de hielo negro, así que vayan con cuidado si salen con el coche —añadí, mientras escuchaba las charlas incesantes en realización:

«¡…Terry es un hijo de puta!».

—… la fuerza del viento aumenta en el sur y el sureste… —«¡…ha cortado dos minutos de la entrevista de Sophie!».

—… vuelve a soplar un viento fuerte del este… —«… y eso que estaba interesantísima…».

—… que probablemente traiga un poco de sol en el norte… —«Yo una vez tuve un quiste de ovario».

—… en el resto del país tendremos un día frío y nublado… —«… muy doloroso…».

—… con un setenta por ciento de probabilidades de nevada… —«… se ve que tenía el tamaño de un limón…».

—… y con el sistema frontal en el Atlántico… —«… y estaba lleno de pus…».

—… vamos a entrar en un período prolongado de bajas pensiones… —«¿Bajas pensiones?».

—… bajas presiones, quiero decir. Así que, resumiendo… —«Faith parece cansada…».

—… un día frío y nublado para casi todos… —«Terry, siéntate derecho».

—… aunque puede aparecer el sol en el norte… —«Y tiene el pelo hecho un desastre. Estamos listos, Faith. Diez, nueve, ocho…».

—… pero las temperaturas bajarán en el sur y el sureste… —«… siete, seis, cinco…».

—… hasta los cuatro grados… —«… tres, dos…».

—… así que acuérdense de abrigarse bien… —«… uno y…».

—Hasta dentro de media hora.

«… cero. ¡Corte al gato que patina!».

Una vez he dado el primer informe, el resto de la mañana se pasa volando. Entre un informe y otro miro los mapas, llamo a la oficina de meteorología y pongo al día el boletín. El informe de las nueve y media es el último. Luego se acaba el programa. A continuación se celebra una reunión rápida en la sala de juntas, y después me quito el maquillaje y me siento en mi mesa para atender el correo. Me llegan montones de cartas. La mayoría de niños que quieren que les ayude con sus deberes de geografía. A veces me preguntan de qué están hechas las nubes, o por qué la escarcha es blanca o cuál es la diferencia entre la nieve y el aguanieve o cómo se forma el arco iris. O me dan las gracias por animar a la gente.

«Lo que me gusta de usted —escribía el señor Barnes de Tunbridge Wells— es que hasta el mal tiempo lo anuncia con una sonrisa». También, y estas las odio, hay cartas sobre mi aspecto. El menor cambio, como un corte de pelo, suele ser recibido con un montón de reproches. Además me envían peticiones de gente que debe de pensar que yo soy Dios. «Querida Faith —me escribió una tal señora McManus de Edimburgo esta mañana—, por favor, por favor, POR FAVOR, ¿no podríamos tener un tiempo un poco mejor en Escocia? No hemos visto un rayo de sol desde hace meses!».

Yo contesto a todo el mundo, a menos que se trate de algún chiflado. Luego ordeno mi mesa y me voy a casa. Muchas veces me preguntan cómo paso el resto del día. Pues bien, hago un poco de todo. Doy de comer a Graham, claro, y lo saco de paseo. A lo mejor salgo con alguna amiga o voy de compras. Hago el trabajo de la casa (lo odio, pero no podemos permitirnos una asistenta), relleno los formularios de los concursos y leo. En un mundo ideal realizaría algún trabajo por la tarde, pero no puedo porque estoy agotada. En cualquier caso sería un poco violento, porque la gente me conoce de la tele. Pero lo primero que hago al llegar a casa es echarme a dormir un par de horas, así que eso es lo que hice esta mañana. Bueno, por lo menos lo intenté. El caso es que no dejaba de pensar en lo que Lily había querido decir la noche anterior. Ya he mencionado que a veces dice cosas que no me gustan, incluyendo algún que otro comentario poco caritativo sobre Peter. Pero por lo general me olvido de ellas. Esta vez, sin embargo, no podía. ¿Por qué demonios había dicho aquello y qué podía significar? Lily es tan lista y tan perspicaz… ¿Sería un simple comentario sin importancia? Intenté contar ovejas, pero no dio resultado. Intenté recordar todas las estaciones de los boletines meteorológicos, pero nada. Intenté recordar los nombres de todos los autores de Peter, pero seguía sin poder dormir. Así que puse la radio para distraerme, y tampoco eso me sirvió de nada. Abrí mi libro,
Madame Bovary
, y ni siquiera eso me ayudó. No hacía más que dar vueltas al comentario de Lily, vueltas y vueltas y vueltas. No hacía más que rondarme la cabeza como un mosquito en una habitación de hotel: bzzzzzzz… bzzzzzzz… bzzzzzzz. Intenté apartarlo a manotazos, pero volvía una y otra vez. Hasta me eché la manta por la cabeza. Pensé en los niños y en Graham, pensé en el programa y cómo había ido. Pensé en mis padres, de viaje, y en el hombre que había venido a arreglar el tejado. Pensé en mi tarjeta del supermercado e intenté recordar cuántos puntos había acumulado. Pero el curioso comentario de Lily seguía resonando en mi mente. ¿Qué quería decir con eso? ¿Qué demonios significaba?

—¡Se acabó! —exclamé por fin—. ¡Voy a averiguarlo ahora mismo!

—¡Querida! —me saludó Lily, que había salido a recibirme al ascensor de la planta 49 del Canary Wharf una hora y cincuenta minutos más tarde—. ¡Menuda sorpresa! ¿Qué haces aquí?

—Bueno, pasaba por aquí…

—¿Ah, sí? Estupendo, estupendo. Podemos compartir mi almuerzo. ¿Cómo estás?

—No muy bien. La verdad es que tengo bastante resaca.

—Ay, cariño —murmuró ella—. ¡La ira de las uvas! Pero fue una velada maravillosa —añadió, mientras se metía el perro bajo el brazo izquierdo—. A Jennifer le encantó, ¿verdad, cariñín? —Jennifer me miró sin expresión alguna—. Es maravilloso que pudieras levantarte tres horas después y anunciar el tiempo con toda tranquilidad. Esa chica, Sophie, es muy buena. Tal vez deberíamos hacer algo con ella en el
Moi!
En cambio ese Terry como se llame es un rollo. Un caso evidente de don nadie. Pero dime, ¿dónde están tus encantadores hijos? —preguntó mientras pasábamos junto a una percha de ropa de diseño.

—Han vuelto al colegio. —Una boa de plumas rosas se alzó en la brisa de la perfumada estela de Lily—. Peter los llevó a la estación esta mañana. Hoy empezaban las clases.

—Mira que son monos —exclamó Lily, acariciando el moño de Jennifer—. ¡Esa Katie con su psicoanálisis! ¡Es de muerte! Un día tenemos que darle una buena sesión de maquillaje. A ver, Jasmine. —Lily se había detenido ante la mesa de una veinteañera de cara muy pálida—, te tengo dicho que no tomes café a la hora de comer. Sabes que luego te impide dormir la siesta.

Pasamos junto a la mesa de diseño, donde unas chicas de piernas muy largas inspeccionaban el portafolio de un fotógrafo, inclinadas sobre la caja difusora y por fin entramos en el despacho de Lily. Es una sala de paredes de cristal llena de macetas de orquídeas, pósters de modelos de labios fruncidos, portadas enmarcadas del
Moi!
y los relucientes premios del gremio. Lily señaló el mueble estantería en el que se exhibían todas las revistas de la competencia.

—Un mundo de inferiores —bromeó.

A continuación sacó de la neverita de la esquina una botella de un líquido verdoso.

—¿Quieres zumo de trigo?

—No… no, gracias.

Ella se sirvió un vaso y se sentó a su mesa.

—¿Sushi vegetariano? —me ofreció, tendiéndome un plato.

—No, no tengo hambre, gracias.

—Estos rollitos de algas están riquísimos.

—No, gracias.

—Y este shiitake es divino.

—Escucha, Lily, solo quería preguntarte una cosa…

—Claro que sí, cariño. Pregúntame lo que quieras. De pronto llamaron a la puerta y apareció Polly, la secretaria de Lily.

—Lily, acaba de llegar el
Vogue
de febrero.

Lily dio un respingo. Ella odia el
Vogue
. De hecho es una obsesión. Y todo porque en 1994, cuando trabajaba allí de redactora, no la ascendieron a subdirectora, un error profesional que Lily no olvida ni perdona. Ahora se puso a hojear la revista con gesto descuidado.

—Ah, qué aburrida —masculló—. Bah, un tema de lo más manido. ¡Dios mío! ¡Menudo topicazo! En
Moi!
evitamos los tópicos como al demonio. ¡Madre mía! ¡Otra vez Catherine Zeta-Jones! ¡Por Dios! —exclamó de pronto con expresión de disgusto—. Sally Desert está trabajando para ellos. ¡Yo no dejaría que esa enana espantosa me escribiera ni la lista de la compra! Voy a vender más ejemplares que el
Vogue
—anunció, arrojando la revista al suelo.

—Seguro que sí, Lily, pero…

—Tampoco vamos muy atrás —añadió, reclinándose en la silla y mirando hacia el techo con sus largos dedos entrelazados—. Muchos de sus clientes publicitarios están acudiendo a nosotros. Y no se lo reprocho. Nosotros sabemos cómo tratarlos —prosiguió, mientras daba a Jennifer trocitos de sushi—. Nosotros los adulamos, les ofrecemos muy buen precio…

—Lily…

Los cuidamos. Aquí se sienten especiales. En pocas palabras, nosotros no mordemos la mano que nos alimenta.

—Lily.

—Y en todo caso ahora se están dando cuenta de que el
Moi!
es la revista de moda del milenio.

Se acercó a la ventana para alzar las cortinas venecianas.

—¿No es maravilloso? ¿No es maravilloso? —repitió, mirando hacia el Dome—. Ven, Faith, mira. Mira todo esto. —Entrelazó su brazo con el mío—. ¿No te parece fantástico?

—Pues la verdad es que no —respondí con sinceridad, aspirando el aroma de su
Veneno Hipnótico
—. Para mí todo esto es mucho diseño y muy poca sustancia.

—Yo estaba allí —murmuró con aire soñador, sin hacer caso de mi comentario—. Yo estaba allí, Faith, en la fiesta.

—Ya lo sé.

—Con la reina y Tony Blair. ¿No te parece alucinante, Faith, que invitaran a tu amiga del colegio?

De pronto miré a Lily y retrocedí veinticinco años en el tiempo. Recordé a aquella niña tímida con su vestido de cuadros azules y su expresión atemorizada y desconcertada. Ahora se encontraba en uno de los edificios más altos de Londres, con el mundo a sus pies.

—¿No te parece alucinante? —insistió.

—¿Qué? Bueno, sí… O sea, no. En realidad no. Siempre supe que triunfarías.

—Sí —dijo, mirando el río moteado de barcos—. He triunfado, a pesar de que mucha gente me ha puesto obstáculos.

—¿Como quién?

—No, nadie importante. Gente insignificante dispuesta a impedir mi éxito. Pero ellos saben quiénes son. Y yo también lo sé —afirmó con cierto tono amenazador—. Nadie me va a detener. Nadie se va a interponer en mi camino.

—Lily —la interrumpí, deseando que dejara de hablar un segundo para escucharme.

—He derrotado a mis enemigos, Faith, con mi trabajo y mi visión de futuro. Y por eso
Moi!
va a ser la revista número uno, porque tenemos muchas ideas originales —afirmó con entusiasmo, volviendo a su mesa—. Mira, quiero que me des consejo sobre un nuevo reportaje que estamos planeando. Es secreto, por supuesto. ¿Qué te parece esto?

Me tendió el borrador de una página. El titular era: LAS RESPUESTAS A LAS CUESTIONES SOBRE BELLEZA CANINA.

«Soy un terrier de Yorkshire —leí—. Tengo un pelaje muy fino y suelto, y no consigo mantenerlo peinado. ¿Qué debería hacer?». «Soy un caniche enano —escribía otro—. Tengo el pelaje un poco descolorido y manchado, lo cual me provoca gran aflicción. ¿Qué productos puedo utilizar para restablecer su antiguo esplendor?».

—A los lectores les va a encantar —afirmó Lily muy emocionada—. Me gustaría editar un especial sobre perros, un suplemento, tal vez para el número de julio. Podría llamarlo Chienne. Lo podría patrocinar Winalot.

—¡Lily! —exclamé levantándome. Era la única manera de captar su atención—. Lily, no he venido solo de visita.

—¿Ah, no, cariño?

—No. Te he mentido.

—¿Ah, sí? Vaya, Faith, no es nada propio de ti.

—He venido por una razón —proseguí. Ahora el corazón me latía como loco—. Necesito preguntarte una cosa.

—Faith, cariño, Jennifer y yo somos todo oídos.

—Bueno —comencé nerviosa—, ya sé que te va a parecer una tontería, pero anoche dijiste algo que me inquietó mucho.

—Ay, Faith. —Lily bebió un sorbo de zumo de trigo—, pero si siempre estoy diciendo cosas que te inquietan, ya lo sabemos…

—Sí, pero esto no era uno de tus comentarios sin importancia. Y no es solo lo que dijiste, sino cómo lo dijiste.

—Bueno, dime qué era.

—Pues dijiste… dijiste… dijiste que pensabas que yo era maravillosa al confiar en Peter.

Lily arqueó las cejas unos tres centímetros en su alta frente.

—¡Pues es lo que pienso, cariño!

—¿Por qué?

—Porque creo que cualquier mujer que confía en cualquier hombre es una absoluta maravilla, dado que los hombres son todos unos animales. Pero vamos a ver, ¿tú por qué crees que yo me los quito de encima tan deprisa?

—Ah. O sea que no era más que un comentario general.

—Claro que sí. Mira que eres tonta, Faith. ¿Pero no te enorgullecías de no creerte nunca lo que digo?

—¡Sí, sí! —exclamé—. Bueno, es que sé que muchas veces dices las cosas en broma. Te gusta tomarme el pelo. Pero no me importa, ¿eh? Ya sé que conmigo es muy fácil.

—Eres demasiado confiada —afirmó, moviendo la cabeza con aire indulgente.

—Ya… Y tú eres tú.

—Sí. Siento haberte preocupado —dijo, mientras mordía con delicadeza su rollito de algas—. Es mi sentido del humor, cariño. Si ya lo sabes.

—Sí, lo sé. Pero es que anoche me quedé pensando si lo que dijiste era una broma o no.

—Pues claro que lo era. No le des más vueltas.

—Bien —dije, aliviada.

—Era solo una broma, Faith.

—Estupendo.

—Te estaba tomando el pelo. —Lily estaba hojeando un número del
Moi!

—Ya lo sé.

—Una tomadura de pelo. Ya sabes que me gustan.

—Sí, lo sé. Bueno, me alegro de haberlo aclarado.

—Aunque… —añadió sin levantar la vista.

—¿Aunque qué?

—Pues… —comenzó con un suspiro—. Ahora que ha salido el tema, debo decir que Peter no parecía muy relajado. De hecho estaba bastante cortante. Claro que conmigo siempre está cortante. Ya sé que no le caigo bien. Vamos, que le pongo negro —añadió con una carcajada.

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