La chica del tiempo (2 page)

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Authors: Isabel Wolff

Tags: #Romántico

BOOK: La chica del tiempo
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—Llámame mañana a las seis, mamá, para poder jugar con el ordenador antes de ir al cole.

La verdad es que a mí me pareció muy triste. Ahora sigue igual. Pero él está encantado con sus videojuegos y sus CD-ROM, así que nosotros no queremos intervenir. Como ya he dicho, no es que todo se le dé bien. Su ortografía, por ejemplo, deja mucho que desear.

Pero, aparte de los ordenadores, es un fenómeno en matemáticas. De hecho le llamamos «el matemático». Por eso lo enviamos a Seaworth, porque donde estaba no le iba muy bien. Pero no hubo manera de que se fuera sin Katie, lo cual estuvo bien también para ella porque… En fin, no vayan a pensar que soy injusta con mis hijos, pero la verdad es que no son como otros niños. Katie, para empezar, es muy precoz para su edad. Solo tiene catorce años, pero es tan seria… No hace nada más que leer. Supongo que ha salido a Peter, porque lo que le va son los libros, no los bits. No está obsesionada con la moda, como otras chicas de su edad. Tampoco da señales de la típica rebeldía adolescente. Parece, sencillamente, tan sensible como yo. Y como yo nunca me he rebelado contra nada, de alguna forma me gustaría que ella lo hiciera. Sigo esperando que algún día llegue con el pelo teñido de verde y a lo mohicano, o por lo menos con un pendiente en la nariz. Pero no hay forma: lo único que le interesa es leer. Ya he dicho que le gusta muchísimo la psicología, tiene un montón de libros sobre Jung y Freud y le encanta practicar sus habilidades psicoterapéuticas con toda la familia. De hecho, cuando esta tarde nos sentamos a la mesa, empezó enseguida:

—Dime, abuela, ¿cómo te sentiste cuando te divorciaste? —le preguntó a mi suegra. Yo miré a Sarah como pidiéndole disculpas, pero ella se limitó a sonreír.

—Me sentí bien, Katie, porque cuando dos personas no son felices juntas, a veces es mejor que se separen.

—¿Tú dirías que esos fueron los factores principales en la ruptura de las relaciones entre el abuelo y tú?

—Bueno, cariño… —Sarah bajó el menú—. Yo creo que nos casamos muy jóvenes.

A veces la gente dice lo mismo sobre nosotros. Peter y yo nos casamos cuando teníamos veinte años, y a veces me preguntan —y la verdad, me gustaría que no me lo preguntaran tanto— si me he arrepentido alguna vez. Pues no. Nunca, nunca me he planteado qué habría pasado si no llego a casarme, porque he sido muy feliz en todos los sentidos. Peter es un hombre decente y honrado y muy trabajador. Es estupendo con los niños y es amable y considerado con su madre. Además es bastante guapo, pero tendría que adelgazar un poquito.

Aunque, qué cosas, esta misma tarde me di cuenta de que parece más delgado. Supongo que habrá perdido algún kilo con tanto estrés. Además, últimamente se arregla mucho. Hasta he notado que se ha comprado un par de corbatas nuevas, muy bonitas. Dice que tiene que estar preparado para realizar una entrevista en cualquier momento, de modo que se pone muy elegante para ir al trabajo. Así que, a pesar de sus problemas, se le ve estupendo. La verdad es que después de estar tanto tiempo con él, a mí no podría gustarme ningún otro. Muchas veces me preguntan si tengo fantasías con algún otro hombre. Pues bien, después de pasarme quince años con el mismo, la respuesta es definitiva, categórica y rotunda: casi nunca. Vaya, no quiero que se me malinterprete; al fin y al cabo tampoco soy de piedra. Sé reconocer cuando un hombre es atractivo. Por ejemplo, el tipo aquel que vino la semana pasada a arreglar la lavadora. Ahora el programa de las prendas delicadas funciona otra vez. Pues sí, objetivamente hay que decir que el chico era bastante guapo. Lo admito, estaba buenísimo. Y a decir verdad, estos días he tenido unos sueños un poco raros con él, sueños muy vívidos en los que aparecían cosas muy curiosas, como un teléfono móvil, un mando a distancia y, lo más raro, ¡un helado de grosella! Vete a saber qué significa. La verdad es que hasta fui a preguntarle a Katie. Ella me miró de forma muy peculiar y afirmó que era mi «ello». Como ya he dicho, yo siempre le sigo la corriente. Sin duda mis sueños son solo el producto de mi gran imaginación. Así que, volviendo a lo de antes, no, no me fijo en ningún otro hombre, aunque en mi trabajo conozco a bastantes tipos atractivos. Pero no suelen gustarme porque soy una mujer felizmente casada y el sexo no lo es todo. Además, Peter está muy preocupado estos días. Pero sí, respondiendo a su pregunta, nuestra relación va de maravilla, y por eso quería celebrar nuestros quince años de casados. Así que reservé una mesa en Snows, justo en Brook Green, un poco más abajo. Nosotros no salimos mucho a cenar fuera. Peter a veces tiene alguna cena con autores o con agentes, y lo cierto es que últimamente le pasa muy a menudo. Pero nosotros, él y yo, no salimos mucho. No nos lo podemos permitir, con lo de las matrículas de los colegios y esas cosas, aunque por suerte Matt ha conseguido una beca. La profesión editorial no da mucho dinero. Y yo solo trabajo media jornada, porque a las once de la mañana ya estoy en casa. Pero quería darle un gusto a Peter, así que me decidí por celebrar una fiestecilla en Snows. El nombre significa nieve, lo cual resultó de lo más apropiado, porque hoy había una capa de más de tres centímetros. Empezó a caer esta mañana y para mediodía ya empezaba a acumularse en montoncitos. Me encanta que nieve porque se oye como un susurro un poco fantasmal y el mundo se queda en silencio como si la gente estuviera durmiendo. Entonces siempre salgo corriendo de la casa y me pongo a dar palmadas y a gritar: —¡Despertad! ¡Despertad!

Además, la nieve siempre me recuerda nuestra boda, porque ese día también nevaba.

Así que allí estábamos, en el restaurante. Yo me puse a mirar por la ventana los copos de nieve que caían suavemente contra el cristal. Estaba pensando qué me traerían los próximos quince años de mi vida. Empezaba a notar los efectos del champán. No champán auténtico, claro, sino ese vino italiano espumoso que se le parece tanto. De todas formas está muy bueno, y a mitad de precio.

—¿Van a venir tus padres, Faith? —me preguntó Sarah mientras mordisqueaba una aceituna.

—No. Están otra vez de vacaciones, me parece que buceando en Santa Lucía. O a lo mejor esquiando en Alaska, o haciendo 
puenting
en Botsuana…

Mis padres están jubilados, pero no paran. Cuando no están de crucero, se van de safari o de aventura por los rincones más exóticos del mundo. ¿Y por qué no? Al fin y al cabo se han pasado la vida trabajando y ahora les ha llegado el momento de pasarlo bien.

—No —proseguí—, la verdad es que no recuerdo dónde están. Salen tanto de viaje…

—Eso es porque tienen la típica personalidad evasiva —anunció Katie con cierto desdén—. Las vacaciones constantes son una forma de evitar pasar tiempo con nosotros. Vamos, ¡si se largaron en el mismo momento en que el abuelo se jubiló del Abbey National!

—Sí, lo sé, cariño, pero nos mandan muchas postales muy bonitas —dije yo—. Y nos llaman de vez en cuando. Y a la abuela le encanta charlar contigo, ¿a que sí, Matt?

—Eh… sí —respondió él un poco nervioso—. Sí.

Últimamente he notado que cada vez que mi madre llama por teléfono, quiere hablar con Matt. Le encanta charlar con él. Hasta le llama al colegio. Es estupendo que tengan tan buena relación.

—Pues yo envidio a tus padres —comentó Sarah—. A mí me encantaría viajar, pero es imposible, por la tienda.

Sarah tiene una librería de segunda mano en Dulwich. La compró hace veinte años, con la pensión que le pasó su esposo, John, que la abandonó por una norteamericana y se trasladó a Estados Unidos.

—Ah, se me olvidaba, os he traído un regalito de aniversario. —Sara me tendió un paquete con muchas cintas dentro del cual (Peter me ayudó a abrirlo) había dos copas de cristal preciosas.

—¡Qué bonitas, Sarah! Muchas gracias.

—Sí, gracias, mamá —dijo Peter.

—Es que el decimoquinto aniversario son las bodas de cristal —explicó ella, mientras yo advertía que en la caja había una pegatina roja en la que ponía FRÁGIL—. En fin, qué bien que estemos todos reunidos —añadió encantada.

—Todos menos Lily —repliqué—. Ha dicho que se retrasaría un poco. —Al oír esto Peter puso los ojos en blanco.

—¿Lily Jago? —preguntó Mim—. ¡Vaya! Me acuerdo que estaba en tu boda. Era tu dama de honor, ¿no? Ahora es famosa.

—Sí —dije con orgullo—. Y se lo merece, porque ha trabajado muchísimo.

—¿Cómo es? —quiso saber Mimi.

—Como lady Macbeth —respondió Peter echándose a reír—, pero no tan simpática.

—¡Cariño! ¡No digas esas cosas! Es mi mejor amiga.

—Trata a las personas como si fueran pañuelos desechables, y va por la vida pisoteando a quien haga falta.

—Eso no es verdad, Peter, y tú lo sabes. Es una mujer muy trabajadora y con mucho talento. Se merece el exitazo que está teniendo.

Antes me dolía que a Peter no le cayera bien Lily, pero hace mucho que me acostumbré. Él no entiende que siga siendo amiga suya y yo ya ni siquiera intento explicárselo. La verdad es que quiero mucho a Lily. La conozco desde hace veinticinco años, desde el colegio, así que nuestra relación es indestructible. Pero bueno, tampoco es que esté ciega. Ya sé que Lily no es un angelito, precisamente. Es bastante susceptible, por ejemplo, y tiene una lengua viperina. También es un poco descarada con los hombres. ¿Pero por qué no iba a serlo? Está soltera, es guapa, ¿por qué no iba a coquetear? ¿Qué hay de malo en que una mujer despampanante que está en lo mejor de su vida, tenga amantes a porrillo y se lo pase bien? ¿Qué hay de malo en que una mujer de treinta y cinco años pase fines de semana románticos en el campo en hoteles con jacuzzis y toallas esponjosas? ¿Qué hay de malo en que le regalen flores y champán y otras cosas? Vaya, una vez te casas, se acabó: el romanticismo desaparece y la otra persona pierde toda la novedad. Así que no le reprocho nada a Lily, aunque la verdad es que me parece que con los hombres no tiene mucho tino. Prácticamente cada semana nos la encontramos en el
Hello!
o el
OK!
con algún futbolista, un cantante de rock o un actor. Y yo siempre pienso: Mmmm, no sé. Lily se merecería algo mejor. Así que no, la verdad es que no tiene muy buen gusto con los hombres, aunque por lo menos últimamente, gracias a Dios, ha dejado de salir con los casados. Sí, me temo que en eso era un poco desastre. Yo una vez le recordé que el séptimo mandamiento prohíbe el adulterio.

—Yo no he cometido adulterio —me replicó ella indignada—. Soy soltera, así que lo único que he hecho ha sido fornicar.

Todavía hay que decir que a Lily no le interesa el matrimonio: está totalmente dedicada a su carrera. Ella está «libre y sin compromiso», como dice siempre. Y la verdad es que sería un reto para cualquier hombre. Para empezar es una persona muy dogmática y bastante rencorosa. Peter piensa que es peligrosa, pero se equivoca. Lo que pasa es que Lily es muy tribal. Quiero decir que es leal a sus amigos pero inclemente con sus enemigos, y yo sé muy bien a qué categoría pertenezco.

—Lily tenía otras doce invitaciones esta noche —expliqué—. ¡Conoce a tanta gente!

—Sí, mamá —saltó Katie—, pero tú eres su única amiga.

—Sí, puede que sí —repliqué con un poquitín de orgullo—, pero a pesar de todo creo que es un detalle que venga a la cena.

—Sí, cuánta consideración —se burló Peter. Ya llevaba encima un par de copas—. Seguro que hace una entrada espectacular.

—Cariño, Lily no puede evitarlo. Vaya, que no es culpa suya ser tan guapa.

Porque lo es. Es de esas que quitan el hipo. Todo el mundo se la queda mirando. Para empezar es altísima y delgadísima, y siempre viste de manera exquisita. No como yo. A mí me dan una pequeña asignación para la ropa que llevo en la tele y me la suelo gastar en
Principies
, porque me gusta su estilo. Solo últimamente me interesa un poco más
Next
y
Episode
. Pero a Lily le dan una fortuna solo para ropa, y los diseñadores también le mandan cosas, así que siempre va de punta en blanco. Y hasta Peter tiene que reconocer que tiene mucho talento, mucho valor y mucho empuje. Porque la verdad es que sus comienzos fueron duros. Yo recuerdo el día que llegó al colegio, St Bede. Me acuerdo perfectamente. Una mañana, después de misa, fuimos al salón de actos. La reverenda madre estaba en el escenario y a su lado había una niña nueva. Todas nos moríamos por saber quién era.

—Niñas —dijo la reverenda madre cuando las voces se acallaron—, esta es Lily Jago. Tenemos que ser todas muy buenas con ella, porque Lily es muy pobre.

Por más años que viva nunca olvidaré la expresión de rabia de Lily. Las niñas, por supuesto, no fueron buenas con ella, sino todo lo contrario. Se burlaban de su acento y de su falta de clase, despreciaban su evidente pobreza y se reían muchísimo de sus padres. La llamaban «Lily White», cosa que a ella le sentaba fatal. Luego, cuando se dieron cuenta de lo lista que era, la odiaron también por eso. Pero yo no la odiaba. A mí me caía bien, me atraía, tal vez porque yo también estaba marginada. En el colegio se reían de mí y decían que era una ingenua. Se ve que nunca entendía los chistes. Como el típico de: «¿Para qué quiere una gallina cruzar la calle? Para ir al otro lado». A mí me parecía evidente. No le veía la gracia, la verdad. O sea, ¿para qué si no una gallina iba a cruzar la calle? ¿Entienden lo que quiero decir? Las niñas decían que yo era una inocente. ¡Qué tontería! No soy nada inocente, lo que pasa es que soy confiada. Sí, quiero confiar en la gente. Yo doy a todo el mundo el beneficio de la duda y tiendo a creer lo que me dicen. Soy así porque quiero ser así. Decidí hace mucho tiempo que no quería ser una escéptica como Lily. Ella es muy suspicaz, y aunque yo la quiero mucho, no me gustaría ser así. Seguramente por eso llevo siempre el monedero lleno de monedas extranjeras, por ejemplo, porque nunca me molesto en comprobar el cambio y los tenderos no hacen más que darme centavos, pfennigs y francos. Pero a mí no me importa, porque no quiero estar siempre en guardia. Supongo que soy optimista por naturaleza. Siempre confío en que las cosas saldrán bien. También confío en mi matrimonio. Sencillamente no creo que Peter me traicionara nunca. Y no lo ha hecho, así que no me falta razón. También creo que cada uno nos trazamos nuestro propio destino con nuestra actitud.

Pero en fin, la verdad es que me gustaba que Lily fuera un poco atrevida, porque yo nunca podría serlo. Recuerdo que una vez, cuando teníamos trece años, nos escapamos al pueblo. A la hermana St Wilfred le dijimos que íbamos a dar un paseo, pero lo que hicimos fue coger el autobús hasta Reading (que pagamos con mi dinero, claro). Compramos chucherías y Lily compró tabaco y se puso a hablar con unos chicos. Luego, a la vuelta, hizo una cosa horrible: entró en un quiosco y robó una revista, la
Harpers and Queen
. Yo le dije que la devolviera, pero ella no quiso, aunque me prometió que se confesaría. Y luego, más tarde en el dormitorio, no hacía más que mirar aquella revista, totalmente extasiada. Pasaba las páginas con reverencia, como si se tratara de un texto sagrado. Entonces juró en voz alta que algún día ella dirigiría una revista como aquella. Las niñas se echaron a reír, pero su promesa se ha hecho realidad.

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