—Bueno, es que me parece que sois incompatibles —apunté diplomáticamente—. Pero como profesional te respeta muchísimo.
—¿Ah, sí? —exclamó Lily con una sonrisa escéptica.
—Mira, aquí entre nosotras —me apresuré a explicar—, el caso es que Peter tiene bastantes problemas en el trabajo, así que anda un poco tenso.
—¿Tenso? Ay, cariño, pero si daba más brincos que el Ballet Nacional.
—Bueno…
—Y ya me di cuenta de que iba arregladísimo. ¿Tú sabías que llevaba una corbata de Hermés?
—¿Sí? No sé. La verdad es que no me fijo en las etiquetas.
—Pues sí, de Hermés. Valen unas setenta libras. Y como yo sabía que no se la habías comprado tú, me pregunté quién se la habría regalado.
Me quedé mirándola.
—Se la compró él.
—¿Sí?
—Sí, como una inversión. Se ve que su cazatalentos le ha aconsejado que vaya elegante. Es que Peter anda detrás de otro trabajo. No te había comentado nada, pero es que están a punto de echarle.
—¿De verdad? ¡Es terrible!
—Pues sí, porque él estaba encantado en Fenton & Friend.
—No me extraña.
—¿Cómo?
—Que cualquier hombre estaría encantado en Fenton & Friend.
—¿Por qué lo dices?
—Pues porque aquello está lleno de chicas guapas —contestó Lily, mientras ajustaba el broche de Jennifer.
—¿Ah, sí?
—Y el otro día me pareció oír que alguien había visto a Peter almorzando con una rubia muy atractiva. Claro que puedo estar equivocada.
—Es verdad, te equivocas. Porque Peter tiene que salir a comer a veces con autores y agentes. Forma parte de su trabajo.
—Claro que sí, Faith. Pero…
—¿Pero qué?
—Pues que es un editor y…
—¿Sí?
—Mira, no me gusta nada decir esto, cariño, pero puede que ande flirteando con alguien.
Me la quedé mirando a los ojos. Lily tiene unos ojos castaños enormes, hipnóticos, de pestañas larguísimas y espesas.
—¿Cómo? —Oía los latidos de mi propio corazón.
—Puede que esté detrás de un capítulo nuevo —prosiguió ella con voz suave, antes de beber otro sorbo de zumo.
—Lily, ¿de qué estás hablando?
—Puede que en la estantería de la vida haya estado hojeando más de un libro…
—Oye…
—Que conste que te digo esto solo porque el discurso que hizo anoche fue rarísimo. Hasta Katie se dio cuenta de que había tenido un lapsus. ¿Tú no?
—Bueno, yo…
—Al fin y al cabo lleváis mucho tiempo casados.
—Pero…
—Lo único que digo es que yo en tu lugar, bueno, estaría un poco en guardia.
—¿En guardia?
—Sí, alerta. Te lo digo como amiga.
—Ya lo sé.
—Por tu propio bien.
—Ya. Gracias.
—Pero creo que deberías registrarle…
—¿Cómo? ¿Registrarle los bolsillos? —exclamé horrorizada. Lily jugueteaba con la pulsera budista que llevaba en la muñeca.
—Es lo que harían muchas mujeres, Faith. Pero no te preocupes, cariño. Estoy segura de que no hay ningún motivo de alarma.
—Bueno, no sé. —De pronto sentí un miedo horrible—. Puede que sí.
—No, no, seguro que no pasa nada. Yo lo único que digo, como tu mejor amiga, es que tal vez deberías… no sé, andarte con ojo.
—¿Cómo?
—Deberías aprender a avistar las señales.
—No sabría cómo.
—Claro que no. ¡Eres tan confiada! Pero ahí sí que te puedo ayudar. Mira, precisamente el mes pasado salió un artículo larguísimo sobre ese tema en el
Moi!
Lily se levantó para rebuscar en una pila de revistas viejas que había en el suelo.
—A ver, ¿dónde está? ¡Ah, aquí! Ha habido suerte. «Cómo saber si te engañan —leyó—. Siete señales clásicas: Uno, él está distraído y distante. Dos, “trabaja” hasta tarde. Tres, ha adelgazado. Cuatro, su guardarropa ha mejorado. Cinco, no le interesa el sexo. Seis, se ha comprado un teléfono móvil. Y siete» —y me parece que esta es la decisiva, Faith…
De pronto llamaron a la puerta.
—Lily. —Era Polly de nuevo—. Lily, lo siento, pero te llama Madonna, por la línea uno.
—¡Ay, Dios! —exclamó mi amiga, poniendo los ojos en blanco—. Le tengo dicho que no me llame durante la pausa del almuerzo. En fin —suspiró—. Vamos a sacarla en la portada de junio. Perdona, Faith, cariño, pero tengo que trabajar. —Me tiró un beso y luego movió la pata de Jennifer arriba y abajo—. No quiero que te preocupes —añadió, mientras yo abría la puerta—. De todas formas, estoy segura de que al final todo será para bien, como tú dices siempre.
Volví al centro de Londres como en trance. Tenía lo que quería, era verdad. Mis dudas se habían disipado, sustituidas por un puro terror. Peter tenía una aventura. Lily no me lo había dicho con todas las letras, pero era evidente que pensaba que algo estaba pasando y ella es… bueno, una mujer de mundo. Tenía la moral por los suelos, y al salir del metro en Turnham Green y echar a andar hacia mi casa, empezaron a rondarme por la cabeza un montón de ideas demenciales: que Peter estaba enamorado de otra mujer, que en cualquier momento me dejaría, que yo había sido una mala esposa, que Peter se había visto obligado a buscar consuelo en otra parte, que tendríamos que vender la casa, que nuestros hijos sufrirían, que nuestro perro se convertiría en delincuente, que no volveríamos a ir a Ikea, que…
Ya había llegado a la verja del jardín, y el corazón me dio un vuelco. Porque allí, en la puerta, había un ramo enorme de flores blancas y amarillas. Lo cogí con una mano y metí la llave con la otra. Nada más entrar Graham me saltó encima para saludarme, mientras yo leía la tarjeta. El teléfono empezó a sonar, pero yo no hice ni caso.
«Feliz aniversario, Faith —leí—. Siento haberme olvidado. Con todo mi amor, Peter». Qué alivio. Me dejé caer en la silla del recibidor.
—¡Pues claro que no tiene ninguna aventura! —dije a Graham, tendiendo la mano hacia el teléfono—. Peter me quiere y yo le quiero a él y se acabó. ¿Diga?
—Faith, cariño, soy Lily. Siento que nos interrumpieran esta tarde.
—No, no te preocupes —repliqué alegremente—. Ya te había dicho todo lo que quería decir y aunque te agradezco muchísimo tus consejos, la verdad es que creo que no tienes razón. Para ser sincera, pienso que mi reacción fue un poco exagerada. Es que últimamente ando de capa caída, ¿sabes?, y vuelvo cansadísima del trabajo, así que…
—No, pero es que quería decirte una cosa. Es una cosa muy importante: la séptima señal. Se ve que está totalmente garantizada, vaya, que no falla nunca. Si se da esta señal, está clarísimo que el hombre anda metido en algún lío.
—¿Ah, sí? ¿Y qué es?
—¡Que te mande flores!
—¿Qué ven ustedes al levantarse? —preguntaba Terry a la cámara alegremente unos días más tarde—. ¿Por qué no levantarse con la AM-UK!? Un programa lleno de energía y entusiasmo que comienza a las… —echó un vistazo al reloj— siete y media. Y los temas que trataremos hoy: Contactos en Internet, cómo ligar en la red; mujeres barbudas, por qué prefieren la aspereza a la suavidad; y nuestra Fobia de la Semana: planchas de cocina. Además de las noticias, el tiempo y los deportes.
—Pero primero —terció Sophie, leyendo su
autocue
— reflexionaremos sobre una cuestión muy antigua: ¿Cuál es el significado de los nombres? El sociólogo Ed McCall acaba de escribir un libro sobre nombres: qué significan y cómo pueden influir en nuestras vidas. Ed, bienvenido al programa.
Yo estaba escuchando al lado del mapa isobárico, y la verdad es que fue estupendo. Los temas interesantes no se dan con mucha frecuencia en el programa, pero esta entrevista era fascinante, y Sophie la llevaba muy bien.
—He llegado a la conclusión —decía Ed McCall— de que la gente tiende a realizar una carrera que concuerde con su apellido. Por ejemplo, hay un hombre llamado James Juez que es juez. Tenemos también a sir Hugo Pez, presidente de la compañía de aguas Thames Water; una tal Linda Iglesia a la que acaban de ordenar vicario. Y hace poco he conocido a una mujer policía, en Tasmania, llamada Lauren Orden.
—Tengo entendido que en la profesión médica existen algunos ejemplos fascinantes.
—Así es. Por ejemplo el doctor Picor, especialista en alergias, los dermatólogos Poro y Pellejo, o el doctor Chaval, que es pediatra.
—Es genial, Sophie —oí a Darryl por mi auricular.
—¿Algún otro? —preguntó Sophie con una sonrisa.
—Sí, existen muchos ejemplos de este tipo, de modo que he llegado a la conclusión de que estas personas fueron atraídas a sus profesiones, ya fuera consciente o inconscientemente, por sus apellidos.
—Supongo que podríamos llamarlo determinismo nominativo —sugirió Sophie, siempre tan académica.
—Sí… así es —respondió él inseguro—, aunque es una expresión muy técnica. Pero sí, yo creo que los nombres determinan en cierto modo nuestra vida, que no son solo etiquetas sino que forman parte inherente de nuestra identidad.
—¿Y sucede lo mismo con los nombres de pila?
—Desde luego.
—Vaya, ¿y qué significa Sophie? —interrumpió Terry con una mueca—. ¿Listilla presumida?
—¿Cómo dice?
—¡Calla, Terry! —oí a Darryl exclamar.
—No, no —replicó Ed McCall, evidentemente horrorizado por los insultos de Terry—. En realidad el nombre de Sophie significa sabiduría y tengo que decir —añadió galante— que en este caso el nombre es de lo más adecuado.
—¿Y qué significa Terry? —preguntó Sophie.
—Terry es el diminutivo de Terence, o también podría derivar de Thierry, un nombre francés de la época normanda.
—Ya no es un nombre muy popular, ¿no? —prosiguió Sophie con tono muy dulce. Ah. Era evidente que había leído el libro—. De hecho usted señalaba que Terry es un nombre bastante pasado de moda hoy en día.
—Así es. Era muy popular en los años cincuenta.
—¡En los años cincuenta! —exclamó Sophie—. ¡Vaya! Estoy segura de que Terry no puede ser tan mayor, ¿verdad, Terry?
—No, no, no. Yo nací mucho más tarde.
—Por supuesto —concedió Sophie, mientras el cámara enfocaba sádicamente la cara enrojecida de Terry—. Estoy segura de que naciste muchísimo más tarde.
—Sí, sí, así es.
—Vamos, seguro que nadie se creería que pudieras haber nacido en… ¿1955? —concluyó con una sonrisa.
Touché. Terry se lo merecía. Por una vez se había quedado sin palabras.
—¿Y qué significa el nombre de nuestra chica del tiempo, Faith? —prosiguió Sophie tranquilamente, mientras Terry hervía de rabia. Me señaló con un elegante gesto mientras la luz roja de mi cámara se encendía.
—Faith significa fiel. Es uno de esos nombres de virtudes abstractas que inventaron los puritanos —explicó Ed—. Como Caridad o Gracia. Eran nombres principalmente de mujer, por supuesto, como un medio de control social. Como si las niñas a las que daban nombres virtuosos fueran a desarrollar estas características. Había algunos nombres verdaderamente horrorosos —añadió—, pero por suerte no han sobrevivido. ¿Se imagina llamar a una hija Abstinencia o Humildad?
—¡Espantoso! —exclamó Sophie echándose a reír.
—Pero los nombres más atractivos todavía existen y creo que, efectivamente, influyen sobre el carácter. ¿Cómo puede una mujer llamarse Gracia y ser torpe, por ejemplo? ¿O llamarse Alegría y ser depresiva, o Esperanza y estar desesperada?
—O llamarse Faith y ser una adúltera —terció Terry, intentando meterse de nuevo en el programa—. ¿Qué me dices, Faith? ¿Tú eres fiel?
«Qué cara más dura», pensé.
—Solo a mi marido —contesté con una sonrisa.
—Ahora está de moda bautizar a los niños con nombres de sitios, ¿no es verdad, Ed? —preguntó Sophie.
—Así es. Ahora tenemos casi todos los estados norteamericanos: Atlanta, Georgia, Savannah, etc. Aunque Nebraska y Kentucky no suenan tan bien. Tenemos también Chelsea, claro, e India. Muchas veces se da a los hijos el nombre del lugar donde fueron concebidos. Valga como ejemplo Posh Spice y David Beckham, que han llamado a su hijo Brooklyn después de un viaje a Nueva York.
—Podría haber sido peor —apuntó Sophie—. Por lo menos no le llamaron Queens. —Ed se echó a reír. Por fin Sophie le agradeció su presencia en el programa—. Ha sido fascinante —concluyó—. El libro de Ed,
En nombre del nombre
sale publicado hoy. Es de la editorial Thorsons y cuesta seis libras con noventa y nueve.
—Y ahora —interrumpió Terry—, ha llegado el momento de echar un vistazo al tiempo. ¡A ver si Faith hace hoy honor a su nombre!
Una hora más tarde, al final del programa, Terry y Sophie se quedaron sentados, mirándose con amistosas sonrisas mientras salían los créditos, pero en el mismo segundo en que terminaron, Terry se levantó y se acercó a ella.
—¡No vuelvas a hacerme eso en tu vida! —gritó.
—Perdona, ¿hacer qué? —replicó Sophie con toda su dulzura, mientras se quitaba la petaca del micrófono de detrás de la falda.
—¡No vuelvas a hablar de mi edad en pantalla!
—¿Sí? Pues yo te agradecería que no me insultaras —replicó ella, quitándose el auricular.
—¡Tengo treinta y nueve! —gritó Terry, mientras Sophie iba ya hacia maquillaje para que le limpiaran la cara—. ¡Treinta y nueve! No cuarenta y seis. ¿Entendido, sabelotodo?
—Claro que tienes treinta y nueve, Terry. No sé cómo se me ha podido olvidar. Al fin y al cabo aquí todo el mundo dice que tienes treinta y nueve desde hace años.
Terry se puso rojo de rabia. Era como si Sophie acabara de declarar la guerra. Yo me alegré de que Sophie reaccionara un poco por fin, aunque esperaba que no tuviera que arrepentirse. Pero, como ya he dicho, procuro mantenerme al margen de las peleas en el trabajo.
Al ir a coger mi bolso vi un par de ejemplares de
En nombre del nombre
encima de la mesa de producción. Como no parecía que los quisiera nadie, metí una libra en la hucha de caridad y me llevé uno. Busqué el nombre de Peter en el índice. Decía que Peter significa roca, lo cual yo ya sabía. Pensé que Peter siempre había sido mi roca: fuerte, estable, firme. ¿Habrían sido las cosas muy diferentes si mi nombre fuera algo más atrevido, como Escarlata, Carmen o Cielo? Pero no, me llamo Faith, así que supongo que no podría ser atrevida aunque quisiera. Entonces decidí ser fiel a mi nombre y no albergar dudas sobre Peter. De modo que cuando abrí la puerta de mi casa y vi que Lily me había mandado el
Moi!
de diciembre, me dieron ganas de tirarlo a la basura. Claro que sabía que ella lo hacía con buena intención.