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Authors: Cecilia Samartin

Tags: #Relato, Romantico

La abuela Lola (34 page)

BOOK: La abuela Lola
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—¿Tú crees que ya he cortado suficiente pan, mami? —preguntó, ansiosa por cambiar de tema.

Poco después llegaron Gabi y Terrence. Aunque todo el mundo sabía que ambos estaban saliendo juntos, nadie se atrevía a hacerle demasiadas preguntas a Gabi sobre cómo iban las cosas entre ellos. Gabi siempre había sido muy reservada sobre su vida sentimental y todos sabían que seguramente ella revelaría mucho más cuanto menos le preguntaran. Así las cosas, nadie esperaba realmente que aquella relación con Terrence se convirtiera en algo serio. Si se prolongaba durante unos meses, ya habría durado más que la mayoría de las relaciones de Gabi.

Momentos después, Charlie Jones subió pesadamente las escaleras del porche, tan contento como desde que había adquirido la dentadura nueva. Lola le había comentado a Sebastian que durante aquella semana Charlie y ella habían mantenido una seria conversación y que el monstruo de ojos verdes había regresado a su cueva.

—Vale, Sebastian, estamos listos —anunció Lola, y el niño fue corriendo hasta la cocina para recoger una fuente sobre la que había un montón de aperitivos: surullitos, sabrosos buñuelos de harina de maíz y empanadillas rellenas de langosta.

Se le hizo la boca agua cuando los llevó hasta la mesa. Lola le había asignado a Jennifer la labor de servir la bebida, así que comenzó por preguntarle a todo el mundo si querían vino o cerveza como si fuera una camarera profesional.

Cuando Jennifer hubo servido a todos sus respectivas bebidas, Gabi, que estaba reclinada en el sofá junto a Terrence, puso los pies sobre la mesa de centro y admiró el cochinillo sobre la encimera.

—Hace años que no comemos cochinillo asado, mami, ¿a qué se debe la ocasión?

—La ocasión especial es que este es el séptimo domingo seguido que llevo preparando la comida para mi familia y amigos, y quiero celebrarlo.

Levantó la copa y todo el mundo hizo lo mismo, pero Sebastian sintió que le embargaba la pesadumbre cuando se preguntó si su padre estaría comiéndose de cena una grasienta hamburguesa con queso o conduciendo su todoterreno por toda la ciudad en busca de algo que hacer o alguien con quien hablar. Contempló a su madre, que parecía pensativa mientras bebía un sorbo de vino. Esa misma semana, cuando Lola le comentó por primera vez sus planes de organizar una comida ese domingo, había dejado bastante claro que ella no acudiría si su marido se encontraba allí. Y amenazó con no volver nunca más si Susan aparecía.

Durante varios días, a Lola se le presentó el dilema de qué hacer. Había invitado a todo el mundo a su comida especial y no le cabía en la cabeza tener que retirarle la invitación a nadie. La disyuntiva se resolvió cuando Mando le informó de que Susan y él estarían fuera de la ciudad ese fin de semana y no podrían asistir. Lola sospechó que Susan habría presionado por su parte cuando se enteró de que Gloria estaría allí. Por muy decepcionada que se sintiera, Lola le deseó a su hijo un agradable fin de semana y le hizo prometer que iría a verla la semana siguiente.

—¿Por qué no puedes dejar eso atrás, nena? —le preguntó Lola a su hija—. Ese asunto entre Susan y tú tuvo lugar hace tanto tiempo que apenas puedo recordar de qué se trataba.

—Yo recuerdo «ese asunto», como tú dices, muy bien —le espetó Gloria—. Y no quiero hablar más de ese tema.

—A veces, olvidarse de las cosas puede ser una bendición —repuso Lola, y Sebastian, que estaba escuchando entre bastidores, se estaba muriendo por preguntar qué era «ese asunto» del que hablaban, pero sabía que era inútil intentarlo.

A su abuela no le gustaba hablar sobre ello y, siempre que le preguntaba a su madre, ella le respondía que se lo contaría cuando fuera mayor y más capaz de comprenderlo. Ni siquiera Jennifer pudo aclarárselo. Lo único que su hermana sabía era que, fuera lo que fuese «aquel asunto», había tenido lugar poco después de que Sebastian naciera, y ella era demasiado pequeña como para acordarse.

Los surullitos y las empanadillas eran ligeros y sabrosos, y Sebastian se colocó cerca de la fuente y se metió uno tras otro en la boca. Se estaba llenando, pero también tenía la firme intención de comerse una buena ración del plato principal con la esperanza de que, la próxima vez que acudiera a su reconocimiento médico, el doctor Lim le dijera que había engordado otros dos kilos y medio más y volviera a mencionar el tema de su operación de corazón, y esta vez no quedara otra posibilidad que abordar el asunto.

Como si le hubiera leído la mente, Lola comentó:

—El peso que Sebastian ha ganado le sienta realmente bien.

—¿Sabes qué, mami? —dijo Gabi—. Yo estaba pensando exactamente lo mismo. Estás estupendo, hombrecito, y ya no eres tan pequeño. ¿Cuánto has engordado?

—Como mínimo, dos kilos y medio —respondió él con la boca llena, y todo el mundo se echó a reír.

—Pues yo creo que además ha crecido un poquito —añadió Terrence. —Ven aquí —le dijo, y Sebastian se separó de los aperitivos para ir hasta Terrence, que lo miró de arriba abajo y le apretó los hombros con ambas manos como para probar la fuerza de sus músculos y se quedó impresionado—. Definitivamente, estás echando carnes. En pocos años no me sorprendería que llegaras a ser tan alto como yo.

A pesar de todos los ánimos, Sebastian sintió un poquito de lástima por sí mismo. Quizá era porque echaba de menos a su padre o porque temía tener demasiadas esperanzas con respecto al futuro. Cualquiera que fuera la razón, las palabras se le escaparon antes de que pudiera contenerse:

—No creo que vaya a vivir tanto como para saberlo —dijo, y todos se quedaron en silencio.

Gabi fue la primera en hablar.

—No deberías decir cosas así, hombrecito. Tú nos sobrevivirás a todos.

—Pues claro que sí —afirmó Terrence.

—Estoy bastante seguro de que le quedan unos cuantos años más que a mí —añadió Charlie Jones con una carcajada, pero todos los demás se quedaron callados, y cuando Sebastian levantó la vista hacia su madre, ella estaba mirando su copa de vino como perdida en una ensoñación.

Lola se enderezó en el asiento, comprendiendo que aquella era la oportunidad que había estado esperando. Se aclaró la garganta y dijo:

—El médico cree que Sebastian está casi listo para otra operación, ¿verdad, Sebastian?

El niño estaba a punto de contestar cuando Gloria plantó la copa firmemente sobre la mesa.

—No quiero hablar de la operación de Sebastian en este momento, mami.

—Tú nunca quieres hablar de nada —le espetó Lola con decisión.

Gloria dio un golpe sobre la mesa con la mano abierta.

—Pues eso es porque no quiero escuchar la opinión de todo el mundo sobre lo que debo hacer y por qué.

—Mírate, ya estás disgustándote otra vez —le dijo Lola, haciéndole un gesto con la mano—. Y ni siquiera estábamos hablando de ti.

—Sí, pero ya sé adónde va a parar esto.

—¿Y se puede saber adónde va a parar? —preguntó Gabi.

Gloria giró bruscamente la cabeza para mirar a su hermana y después a todos los demás que se encontraban en la habitación, salvo a Sebastian.

—De todas maneras, ya sé lo que todos pensáis —rezongó—. Y no necesito que me lo volváis a repetir.

—¡Oh! ¿En serio? —exclamó Lola—. ¿Por qué no nos dices lo que pensamos para que sepamos qué es lo que se nos pasa por la cabeza?

Gloria miró a su madre con ojos entrecerrados.

—Esto no es un juego, mami. No es algo con lo que puedas jugar, como el color de tu pelo. Es la vida de mi hijo. —Vació la copa de vino y la dejó sobre la mesa de nuevo—. La última vez que os hice caso casi lo perdí.

—¡Gloria, por favor! —murmuró Gabi.

—Fue la segunda operación la que más lo perjudicó. Pero todo el mundo insistió en que teníamos que pasar por ello, que era la única solución, y Dean fue el cabecilla de la jauría. Le escuché, aunque en lo más profundo de mi ser sabía que no debíamos hacerlo, que solamente saldrían más desgracias de aquello. Y yo era la que llevaba la razón.

—El «cabecilla de la jauría», como tú lo llamas, es el padre de Sebastian —puntualizó Lola.

Gloria pegó un bote en la silla.

—¡Y yo soy su madre y sé que si se somete a otra operación…! —se detuvo abruptamente y se quedó callada un instante mientras miraba fijamente con ojos feroces el mantel. Sebastian se temía que volviera a marcharse furiosa otra vez y lo arrastrara con ella, pero Gloria se aclaró la garganta y dijo con una voz mucho más contenida—: Yo sé lo que es mejor para mi hijo.

Lola no añadió nada más, pero más tarde, cuando ella y Sebastian se encontraban en la cocina, le susurró:

—No te preocupes, Sebastian, no hemos acabado todavía.

Al principio, Sebastian pensó que se refería a la comida que estaban preparando, pero entonces se dio cuenta de que Lola estaba hablando de la operación. Trató de parecer convencido por el bien de su abuela, pero dudaba de que Lola lograra que su madre cambiara de idea sobre absolutamente nada y mucho menos sobre su operación. Y, por primera vez, se sintió algo inquieto al pensar en someterse a otra intervención quirúrgica. Nunca antes había oído hablar a su madre con tanta vehemencia sobre el tema. Ni siquiera cuando discutía con el doctor Lim le brillaba tantísimo el miedo en los ojos.

—¿Quieres que prepare más tostones? —le preguntó el niño a su abuela.

Después de la comida todo el mundo se apartó un poco de la mesa para hacer hueco a sus hinchadas barrigas. La carne estaba jugosa y llena de sabor, pero a Sebastian lo que más le gustó fue la crujiente piel del cochinillo, pues le parecía que la concentración de grasa, los condimentos y la textura eran exquisitos.

—Es casi como en casa, ¿verdad? —preguntó Lola.

Gloria asintió satisfecha. Sebastian se sintió aliviado al ver que parecía más calmada. Él sabía mejor que nadie que los disgustos de su madre podían prolongarse durante días e incluso semanas.

—Y, aun así, no es exactamente lo mismo —comentó Lola—. Nunca lo ha sido. Incluso aunque haya preparado el cochinillo igual que como lo hacía en la isla, nunca es lo mismo.

—Ya sé que yo solo tenía cinco años cuando nos marchamos, pero para mí está tan bueno como siempre —dijo Gabi.

—Mami tiene razón —afirmó Gloria con nostalgia—. Comer al aire libre en una de las lechoneras de las colinas… Hay algo en estar allí que hace que la comida sepa de algún modo mejor.

—El mejor cochinillo que he probado en mi vida fue el día antes de que nos fuéramos de Puerto Rico —les contó Lola.

—¿Y por qué se marcharon, señora Lola? —preguntó Terrence.

—Oh, por muchas razones —le respondió ella haciendo un gesto con la mano—. Mi marido, que en paz descanse, llevaba años queriendo ir a Nueva York. No hacíamos más que oír que allí había muchas oportunidades, y lo sencillo que era conseguir trabajo, y las cosas no se nos estaban poniendo nada fáciles en la isla. Finalmente, se nos acabaron las excusas y nos rendimos. —La expresión de Lola se ensombreció después de decir aquello, y pareció que no iba a añadir nada más.

—Nos estabas hablando sobre el mejor cochinillo que has comido en tu vida —le recordó Sebastian, ansioso por escuchar la parte de la historia relacionada con la comida.

—Sí, es verdad —le respondió su abuela, animándose un poco—. Mi madre quería dar una gran fiesta de despedida para nosotros, la primera celebración de verdad que había organizado en años. La gente iba a venir de todos los rincones de la isla para decirnos adiós y, por supuesto, ella quería asar el cochinillo más grande que pudiera conseguir. Ese normalmente era trabajo de hombres, pero incluso cuando mi padre estaba vivo, ambos disfrutaban cocinando hombro con hombro. Así que me pasé la mayor parte del día fuera con ella, mientras atizaba el fuego y rociaba el cochinillo con su propio jugo, porque nunca lo dejaba desatendido una vez que había empezado a asarse.

»—Cuando nos instalemos en nuestra nueva casa, podrás venir a visitarnos tantas veces como quieras —le dije mientras el humo dulzón hacía volutas a nuestro alrededor.

»Mi madre no pronunció palabra mientras avivaba las brasas con un palo largo. Nunca había vuelto a ser la misma desde que mi padre murió, y yo suponía que siempre que se quedaba ensimismada era porque estaba pensando en él.

»Sin levantar la mirada, preguntó:

»—¿Recuerdas lo último que comimos antes de que tu tío Jorge muriera en aquel accidente?

»¿Cómo podría haberlo olvidado? Murió el día de Navidad, cayéndose de la parte trasera de un camión cuando iba de camino a casa, y en la cena de Nochebuena siempre comíamos cochinillo.

»—¿Y qué hay de lo que comimos antes de que tu padre falleciera?

»Habíamos celebrado el bautizo del nuevo bebé de Angélica y, en esas ocasiones siempre asábamos un cerdo. Mi madre levantó la mirada, con los ojos irritados por el humo, y me pareció tan frágil en aquel momento que quise abrazarla, pero me contuve. No le solían gustar las demostraciones de afecto.

»—No he vuelto a asar un cerdo desde entonces —me confesó—, pero he pensado que merecía la pena correr el riesgo.

»No supe a qué se refería, pero dos semanas después del día en el que abandonamos Puerto Rico ella falleció, y yo lo comprendí todo perfectamente.

Toda la habitación se quedó en silencio durante un par de segundos, cada cual intentando asimilar la historia de Lola lo mejor posible.

—¡Por Dios, mami! —exclamó Gabi rompiendo el silencio—. ¡Está claro que sabes cómo aguar una comida!

—Es la verdad. ¿Preferiríais que me inventara una mentira piadosa? —preguntó Lola.

—¡Vamos, abuela!-exclamó Jennifer cruzándose de brazos—. Me encantan tus historias, pero no esperarás que nos creamos esta, ¿verdad? Quiero decir, toda esa gente se hubiera muerto de todos modos, por mucho que hubieran comido cerdo asado, pollo a la barbacoa o nada en absoluto. Fue solamente una coincidencia.

—Las coincidencias no existen —le respondió Lola con gravedad—. Todo sucede por alguna razón. Incluso aunque al principio no entendamos cuál es, al final siempre lo hacemos.

—Pero algunas cosas ocurren de forma casual —insistió Jennifer—. No significan nada, simplemente, pasan.

—¿Como qué? —preguntó Lola—. Dame un ejemplo de alguna cosa que haya sucedido en tu vida al azar.

—Vale, te pondré uno —accedió Jennifer, aceptando el reto con un gesto brusco de la cabeza—. Cuando piensas en los miles de millones de familias en las que podría haber nacido y en que es esta en la que al final lo he hecho…, bueno, eso fue el azar, simplemente sucedió, pero no significa nada.

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