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Authors: Enrique J. Vila Torres

Historias Robadas (3 page)

BOOK: Historias Robadas
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El reglamento de ingreso de hijos de presos en centros estatales era muy preciso en todo el proceso burocrático, que finalizaba con la pérdida de la tutela de los padres en beneficio del Estado franquista. La Junta Local del Patronato de la Merced tenía que confeccionar en impresos oficiales una lista de los afectados, en la que constaban todos los datos del ingresado, de sus padres, y de por qué estos se encontraban en prisión.

El ingreso de los niños en los establecimientos de auxilio social o cualquier centro público a través del Patronato de la Merced, y más tarde del Patronato de San Pablo, implicaba para la familia precisamente lo contrario a lo que afirmaba la propaganda: la posibilidad de perder de forma automática la tutela legal. El decreto precisaba aún más: únicamente podían obtener la tutela «personas irreprochables desde el triple punto de vista religioso, ético y nacional», que en el periodo de posguerra tenía una significación política obvia, muy diferente de la de los padres y madres encarcelados.

Al poco, una nueva ley completó las posibilidades de desaparición de aquellos que se encontraban en la «zona de riesgo»: la ley de 4 de diciembre de 1941 permitía que todos aquellos niños y niñas que no recordaran sus nombres, que hubieran sido repatriados por diversos medios, o cuyos padres no fueran localizables, podían ser inscritos en el Registro Civil, según criterio de los Tribunales de Menores, con otros nombres: «Si no se pudiera averiguar el Registro Civil en el que figuren inscritos los nacimientos de los niños que los rojos obligaron a salir de España y que han sido o sean repatriados, se procederá a inscribir su nacimiento en dicho registro. Igual inscripción se hará si resultasen infructuosas tales gestiones, respecto a los niños cuyos padres y demás familiares murieron o desaparecieron durante el Glorioso Movimiento Nacional».

La aparente bondad identificadora de la ley abrió un espacio que facilitó cambios de nombre de hijos de presos, fusilados y exiliados y, evidentemente, el camino de adopciones irregulares, a causa de la política punitiva de la dictadura franquista.

V. A. G. era hija de un capitán del ejército republicano y este es su testimonio: «No sé dónde estuve, eran hombres que me cogieron. He sabido después que era la Diputación de Madrid. Me llevaban a un sitio, me llevaban a otro… y entonces dije que yo me llamaba V. A. G., que era hija de M. A., que mi padre era capitán y que vivíamos en la calle…, pero me ponen el nombre de Flores Ruiz. No he comprendido, ¿por qué me cambian el nombre? También me dieron la edad que me han puesto. Cada vez que una familia venía para coger a una niña, me llevaban a mí, para que me vieran, a la oficina de sor Luz, que era la directora. Me miraban, me miraban y entonces me decía: “Bueno, pues ya está”. Y me llevaban otra vez al hospicio».

En otras ocasiones, la documentación del nacimiento fue alterada para impedir que los padres siguieran las huellas de los hijos y facilitar las adopciones o las inscripciones falsas, en ocasiones con connivencia de religiosos. La Casa Cuna Provincial de Sevilla firma un documento con esta modalidad de desaparición, una carta en la que el capellán de la institución, J. A. G., da instrucciones a los nuevos padres sobre cómo han de proceder para alterar datos sin que quede rastro de la manipulación, y la madre no pueda hacer reclamación alguna:

Mis queridos amigos,

Cuando la superiora hacía unas horas me había entregado esos papeles, fue cuando la madre de la niña se presentó en la Diputación a decir que aquí no le daban razón de una niña que en tal fecha ella echó. Al ver esto y prever que les podían hacer pasar a ustedes un mal rato, decidí no hablar ni tocar el asunto en la Diputación hasta que no estuviera alejada la idea de esta mujer y cuando ustedes fueran, ni se acordaran que tal mujer había ido a reclamar nada. Y así ha ocurrido, pues ya ni la superiora de aquí ni en la Diputación se acuerdan de nada; yo he ido a explorar el terreno y no me han dicho ni una palabra, sino que todo bien y que podéis prohijarla cuando queráis. Y ahora buscando entre los papeles de mi archivo los encuentro y se los envío para que hagáis lo siguiente. El papel ese grande lo tienen que rellenar entre ustedes, el alcalde y el párroco y debidamente firmado lo traen ustedes cualquier día a la Diputación… Si queréis que la niña no aparezca con vestigio ninguno de la cuna, luego que arregléis lo del notario, vais al Palacio Arzobispal con los documentos de la prohijación de la Diputación y con la prohijación notarial y allí en la vicaría del arzobispado les arreglan el asunto de la manera que mandan un oficio a la casa cuna para que se inutilice la partida de bautismo de la niña, y otro oficio a la parroquia que ustedes quieran para que pongan una fe de bautismo como si la niña se hubiese bautizado en aquella iglesia.

Por otra parte, la desaparición de los hijos de las reclusas en el momento del parto fue una realidad practicada sin demasiados escrúpulos. Emilia Girón, hermana de uno de los guerrilleros más activos en la posguerra, fue encarcelada en Salamanca y dio a luz en aquella prisión. En cuanto nació la criatura, «lo llevaron a bautizar y no me lo devolvieron. Por ejemplo, esta mañana nació el niño y fueron por él para bautizarlo, pero el niño ya no volvió para mí. Ya no lo volví a ver más…, yo no sé quién se lo llevó. Era duro de buscar. Aquel niño no lo volví a ver. No. ¿Cuántos llevaron más que al mío? Para eso no hacían falta permisos. Si, por ejemplo, tú estás pariendo, viene un matrimonio que no tiene hijos y quiere reconocerlo, te lo quitan y lo llevan y nada más».

Siempre ha estado claro.

En España, el origen del robo de bebés tuvo unos tintes evidentemente políticos, tras la guerra civil entre fascistas y demócratas. Pero al poco tiempo esta práctica cruel se convirtió en un vil negocio de compraventa de bebés del que trata esta novela, y que se alargó al menos hasta bien entrados los años ochenta del pasado siglo
XX
: cómo el origen del mal fue posiblemente ideológico, para luego convertirse de forma inmediata y continuada en un entramado con ánimos exclusivamente de enriquecimiento económico, al margen de toda ideología política.

II. Mellizos en Zaragoza

En muchas ocasiones, las despiadadas mafias que se dedicaron en España al hurto y robo de bebés a sus madres biológicas, para luego venderlos como simple mercancía, llegaron a límites insospechados en su avaricia y locura por conseguir sus objetivos.

Normalmente, los niños que decidían robar eran seleccionados entre las madres biológicas de bajo estrato social, con poca cultura, muy jóvenes y sin apoyo de la familia, o en circunstancias económicas o sociales extremas. En definitiva, presas fáciles de esos hurtos, pues en sus condiciones poco podían hacer para recuperar a sus niños.

Sin embargo, debía ser tal el negocio y mover tantos millones de pesetas que en algunos casos —supongo que cuando «escaseaban» las existencias de su mercancía humana— estos desalmados (médicos, enfermeras, encargados, auxiliares, religiosas, funcionarios…) se arriesgaban a una práctica consistente en robar uno de los bebés, solo uno, si los partos eran de gemelos o mellizos.

Con estas características conocemos varios testimonios en el despacho y no dejan de llegarnos consultas similares. Curiosamente, la condición social o económica de la madre era lo de menos, pues parecía más fácil o menos «doloroso» —así pensarían los desalmados que robaban la criatura— cuando la madre biológica que acababa de parir se quedaba con uno de los niños.

Falaz y triste consuelo, digo yo.

En estos casos en los que tras el parto la madre biológica se va a su casa con un niño que supuestamente es el único que ha sobrevivido resulta complicado descubrir la verdad, y aún más: lo difícil es comenzar la investigación, pues lo cierto es que muchos de los padres que suponen que el fallecimiento de uno de sus mellizos o gemelos no fue real olvidan sus dudas consciente o inconscientemente, centrándose en el amor infinito por la criatura con la que sí se quedaron.

Tal vez sea esa la razón por la que estos partos dobles pasasen a ser un plato codiciado por esas corruptas mafias, que confiaban, muchas veces con acierto, en que las suspicacias y posteriores investigaciones de los padres o de los propios hermanos biológicos se perderían en el olvido al haberse quedado con al menos uno de los nacidos.

Las madres biológicas que fueron privadas de su único bebé sufren el dolor de la ausencia absoluta de un amor privado por el robo. En los casos que en este capítulo tratamos, por contra, se podría pensar que el dolor era menor, y por lo tanto que no iba forzar a la investigación o persecución del delito.

Pero yo creo que no era así.

Porque si bien el niño que se quedaba con su familia de origen era como un bálsamo que suavizaba el daño de la desaparición del otro, la verdad es que las madres biológicas que se suponen engañadas y a las que se les hurtó el bebé sufren igual el dolor, la ausencia y el desgarrado sentimiento de odio hacia esos seres inmundos que robaron la vida de su vientre. La misma historia robada, ya sea en uno u otro caso.

Además, en estos tristes supuestos, aparece el hermano que se salvó del delito, el niño que se quedó con sus padres biológicos y ve cómo a lo largo de su vida nace en su interior otro tipo de búsqueda desesperada, no menos dolorosa que la de los padres: la búsqueda de un hermano que tuvo y al que en muchas ocasiones jamás podrá abrazar.

En estos casos, como en todos los demás de desapariciones misteriosas de recién nacidos dados por muertos sin estarlo, la labor de investigación posterior es muy importante para esclarecer la verdad, y aquí, además de la tarea que los abogados realizamos a nivel judicial, es vital también la de nuestros compañeros criminólogos, investigadores privados.

En este capítulo, además de la narración de la desgarradora historia, intentaré mostrar de forma más detallada los vericuetos de esa labor de investigación, por si pudiese servir de pista a alguien que se encuentre en la misma situación… En cualquier caso, mi recomendación, como siempre, ya lo sabe, es acudir al asesoramiento de un buen profesional. Juntos, abogados e investigadores, atamos los cabos de los inconexos datos y pruebas que vamos consiguiendo, para llegar a la verdad.

Por otro lado, el supuesto real que a continuación novelo para que lo conozca con una lectura lo más entretenida posible es uno de los casos de robo de bebés que he conocido en el despacho, más cercano en el tiempo a la finalización de la guerra civil española.
[3]

1

Una tarde de mayo de 1950 tuvo lugar una reunión con tintes mafiosos y en la que se cocieron oscuros negocios de carne y sangre, en un céntrico despacho de la capital aragonesa.

El local era una estancia sobria y elegante, excesivamente oscura en su conjunto pese a los amplios ventanales que dominaban toda la pared este, y desde los que se tenía una magnífica perspectiva de la calle Alfonso I, donde radicaba el inmueble.

Los muros del despacho se adornaban con friso de madera de arce. Los techos eran altos, ornamentados de profusas tallas que representaban hojas, estrellas, cabezas de angelillos y viejos héroes locales. En las ventanas, más madera noble con un tono más claro que la de las paredes. Y todos los muebles, también de recia caoba o nogal, eran antiguos y carísimos, heredados seguramente de lejanas generaciones o comprados a precio de oro en alguno de los muchos anticuarios que comerciaban en la ciudad de Zaragoza.

En el suelo lucía un parqué de madera también muy oscura, con aspecto de haber estado mil veces pulido, con la intención de mantener su esplendor pese a los muchos años y pisadas que lo habían envejecido. Tras el escritorio principal, un enorme crucifijo dominaba sobriamente toda la pared, y a su lado y algo más a la derecha, el victorioso general Francisco Franco vigilaba desde un enorme retrato, con una medio sonrisa algo cínica, los acontecimientos que se desarrollaban en el intimidante y sombrío despacho.

Allí estaban reunidos, sentados en unos cómodos sofás de cuero, degustando bebidas alcohólicas de excelente añada, un lujo impensable para la época, cuatro personajes que decidirían los designios de miles de niños nacidos durante aquellos años.

Un prestigioso médico, Agapito B. C., catedrático en una universidad de la capital de España; Demetrio F. G., un alto dirigente político, afiliado a las JONS y miembro asimismo de la dirección del Ministerio de Justicia; y monseñor Honorato, un representante del clero vinculado al arzobispado de Zaragoza, y también miembro del Ministerio de Educación del gobierno del dictador Franco.

Como anfitrión, un célebre abogado aragonés, dueño del despacho en el que se reunían, Idelfonso J. K., hombre austero, radical en sus ideas políticas y sociales, de vida en apariencia recta y ordenada, aunque hipócrita, ciegamente enamorado del dinero, tan necesario para mantener vivas sus secretas y ocultas pasiones, por completo prohibidas en la época, pero que los más privilegiados económicamente podían conseguir: el juego, las putas y el alcohol.

El abogado, de cincuenta años de edad, presentaba una imagen desigual. Pulcramente vestido, siempre iba de oscuro y nadie podía negar que era uno de los hombres más elegantes de la ciudad. Sin embargo, su físico deteriorado por sus inconfesables vicios no era buena percha para los caros ropajes con los que se engalanaba. Las arrugas, la nariz enrojecida surcada de venitas a punto de estallar, fruto de sus esporádicas pero brutales ingestas de alcohol, la enorme barriga, y sobre todo las profundas ojeras, de un tono violáceo, que acunaban unos ojillos negros en permanente estado de irritación, daban al hombre, que además no podía disimular una avanzada calvicie, un aspecto bastante triste y depauperado.

Muchos rumores corrían por la ciudad sobre sus pecaminosas aficiones. Lo cierto es que además de esos goces dichosos, pecado solo para la Iglesia y de los que Idelfonso debía gozar en silencio, lo que más estaba estropeando el físico del abogado era su profunda, arraigada e incurable maldad y falta de escrúpulos… Porque solo esa maldad podía ser la instigadora de la mafia de compraventa de vidas que estaba empeñado en asentar en España, junto con un importante grupo de colegas con la misma macabra idea, diseminados por todo el territorio nacional.

Sin embargo, para sus entonces invitados —importantísimos representantes de la ciencia, la política y la religión—, en nada importaba el aspecto físico o la catadura moral de ese hombre, sino sus contactos, proyectos y ambiciones, que en esa reunión se iban a despachar.

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