Read Historias Robadas Online

Authors: Enrique J. Vila Torres

Historias Robadas (20 page)

BOOK: Historias Robadas
2.16Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¡Antonio, hombre! ¿Qué te trae por aquí? Qué sorpresa tan agradable.

—Bueno, Vicente… —contestó Antonio—. Hace tiempo que quería hablar contigo sobre aquella noche de octubre en la que hablamos de vuestra futura adopción. Entonces sentí vergüenza ajena por el comentario de Adela… y en nombre de todos quería reparar un poco el daño que os hizo. Desde luego, ninguno de los otros pensamos así, y Manuel me ha pedido que te traslade sus disculpas.

—Deja, deja… Ya sabemos todos cómo es Adela: un poco impulsiva. Quien nos debe dar pena es el pobre Manuel, que tiene que aguantarla a diario…

—Cierto —prosiguió su amigo—, de todos modos, no vengo para hablar de ellos. Quiero proponerte algo, para que lo consultes con Amparo.

—Dime, te escucho, aunque no tengo mucho tiempo: en treinta minutos entro a una reunión importante…

—Seré breve y directo, amigo —contestó el hombre—. El caso es que hace ya que estamos al tanto de vuestros enormes deseos de ser padres. Y de que habéis iniciado los trámites para la adopción con don Lucas, un buen abogado y muy próximo al Opus, como sabes. En ese sentido estáis en buenas manos.

»Pero también sabemos todos de la inestabilidad y depresión en la que se encuentra la buena de Amparo. Y creo que tengo una solución más rápida y segura para que acabéis de solventar vuestro, llamémosle,
problema
… Lo mismo vuestro abogado ya os ha hablado de esta posibilidad, sé que también lo hace, pero yo os digo ahora que podéis conseguir un bebé más rápido, sin los trámites largos y costosos de la adopción… —Antonio hizo una pausa—. Y… bueno, esto es algo más delicado… El caso es que si queréis, se podría inscribir como nacido en vuestra propia casa, como hijo biológico vuestro. Así directamente, sin más trámites. De ese modo no dejáis rastro de la adopción, y ese crío, cuando crezca, no tendrá forma humana de saber que no es hijo vuestro.

»Creo que este paso sería muy positivo para Amparo, pues si conseguís disimular que no sois los padres biológicos y vuestro hijo vive siempre en la ignorancia, os haréis todos un favor. Sobre todo tu mujer. Reconóceme que no será capaz de aguantar la incertidumbre de si su hijo la querrá o no, cuando finalmente descubra que no es fruto de su vientre…

Vicente miró con sorpresa y recelo a su amigo. De no conocerlo tanto, y tantos años, sin duda desconfiaría. Sin embargo, su experiencia y contactos con la alta sociedad valenciana y el clero le proporcionaban una buena carta de presentación, y cierta verosimilitud a sus contactos con esa «mafia», no podía llamarse de otra manera, de compraventa de niños.

—Si aceptáis la opción que os propongo —incidió—, de verdad os quedaréis más tranquilos, y todo será más rápido.

—Reconozco que me sorprendes, Antonio —habló por fin—. Ya en su día le planteamos esa posibilidad a nuestro abogado, y sin negar que pudiese hacerse, nos insistió en la vía legal de la adopción… Además, nos dijo que la opción de la inscripción falsa del bebé comprado, que él había hecho en otras ocasiones, ahora era muy peligrosa y se había encarecido considerablemente… ¿Cómo es que tú puedes…?

—Vamos, vamos… Lo que ocurre es que don Lucas anda asustado con la nueva situación política. Tiene un buen negocio con esto de las adopciones, reconozcámoslo, y no quiere perderlo, y además pretende lavar su imagen. Pero es solo temor, por eso se ha apartado momentáneamente del camino…, aunque descuida, que las tramas siguen, y yo sé cómo contactar con quienes las llevan. Deja de gastar dinero con don Lucas y las monjas. No es que no se lo merezcan, también hacen su trabajo convenciendo a las madres para que den a sus hijos en adopción, pero lo que te propongo es más rápido.

Vicente escuchaba atento y esperanzado.

—Mira —siguió Antonio—, ve mañana a esta dirección de la avenida Barón de Cárcer. Está muy cerca del mercado central. Encontrarás un horno. Entras, esperas a que no haya clientes y preguntas por la señora Magdalena V. G. Suele estar en la trastienda haciendo bollos, pasteles y demás… Es cocinera. Habla con ella y le dices que vas por el asunto de los niños, y que te ha enviado el padre Bautista. Díselo así, es una especie de salvoconducto, por precaución.

»Ánimo y hazme caso, ella te dirá lo que tienes que hacer y vuestro gran problema y deseo se habrá resuelto de la mejor manera posible, y con una total discreción y seguridad. Te saldrá un poco más caro, eso sí, que hay que tener contenta a mucha gente. Pero valdrá la pena. Por mí no te preocupes, favor de amigo… Aunque bueno, si crees que un hijo vale por una buena caja de habanos, tampoco seré yo quien te los niegue —rió.

Vicente quedó inmerso en un maremágnum de ideas que le corroían. ¿Legalidad? ¿Ilegalidad?… ¿Cometer un delito tan grave para aplacar su deseo de ser padres?… Esa noche no durmió. Tampoco lo hizo Amparo, a quien Vicente le contó la propuesta de su común amigo, redoblando así su ansiedad y nerviosismo ante la posibilidad de conseguir por fin un hijo deseado. Estaban tan cerca… Habían esperado tanto, y veían una solución tan fácil y segura…

Aunque esa noche ninguno de los esposos pudo conciliar el sueño, debatiéndose entre las dudas y los remordimientos, en el fondo de sus corazones la decisión ya estaba tomada.

No podían esperar más.

Comprarían ese niño.

6

Yegane y Youseff fueron severamente castigados por sus respectivos padres, tras la noche furtiva de amor prohibido que habían pasado juntos.

Aun así, pese a que los golpes recibidos les dolieron y dejaron marcas indelebles en sus cuerpos, sus corazones jamás se arrepintieron de lo que habían hecho, y en sus almas y sus mentes permaneció imborrable el recuerdo de aquella noche ya de por vida.

En el caso de Yegane, el castigo fue brutal. Con tan solo diecisiete años había desaparecido de la casa de sus padres durante una noche entera, y además reconoció abiertamente que había perdido la virginidad, con lo que esa joven había dejado de tener cualquier valor «comercial» en la machista sociedad árabe.

Su padre Mohamed, desesperado y humillado, vio cómo surgía en su interior un odio profundo e irracional hacia su hija, la bella Yegane, que hasta ese momento siempre había sido su favorita. ¿Cómo había sido posible aquella traición? ¿Cómo esa mocosa mimada, a quien había amado de forma ciega e incondicional, la misma a la que la naturaleza o los designios de Alá habían concedido una belleza de tal calibre, similar a la de las mujeres que sin duda esperaban a todos en el paraíso prometido tras la muerte, había podido tirar por la borda las esperanzas de toda la familia?

Estaba enfurecido: consigo mismo; con Youseff, ese bastardo impío que había desvirgado a su hija; con su esposa Naima, que no la había vigilado ni educado bien; y sobre todo con Yegane, a la que cada día que pasaba odiaba con más fuerza, hasta el punto de desear que no hubiese visto la luz, y hubiera ardido eternamente en el infierno descrito por el profeta Mahoma.

Y es que en muchos pueblos árabes, la prueba de la virginidad continúa siendo un requisito para el matrimonio. La madre despliega una sábana ensangrentada ante la comunidad la mañana después de la boda para demostrar el honor de su hija. Sin esa prueba, seguramente el marido pida el divorcio. La virginidad mantiene intacto el honor de la familia. Aun así, el problema de la prueba de la virginidad podía resolverse con algún truco o ungüento secreto, conocido por una tía lejana de Mohamed a quien todos consideraban medio bruja, que vivía en un pueblucho cercano a la localidad de Kasba Tadla, a los pies del imponente macizo del Atlas.

Pese a la lejanía, hubiese valido la pena visitar a la tía Selena, así se llamaba la vieja bruja, con el fin de reparar el asunto de la virginidad de su hija… Sin embargo, también esto se había convertido en una cuestión imposible. Parecía que toda la ira de Alá se había centrado en la familia, pues en diciembre de ese año de 1978, entre sollozos, la hija maldita había soltado la última noticia, esta sí irreparable.

Yegane había quedado embarazada de Youseff, y esperaba a su hijo bastardo e impío en el mes de julio del año siguiente.

La situación se tornó dramática. La joven fue relegada a un enclaustramiento en el domicilio familiar, del que no podía salir salvo acompañada por su madre, y solo de forma esporádica y por estricta necesidad. El resto de los miembros de la familia le habían retirado la palabra por designio del padre. Yegane se encontró sola, aislada, sin nadie con quien hablar, sin nada que hacer excepto pensar en su amado Youseff y en la desgracia que le había traído ese amor loco, esa pasión desbordada.

Sin embargo, en su soledad y mientras el frío invierno marroquí atenazaba las almas del resto de los pobladores de Segangan adormeciendo sus cuerpos acostumbrados al calor mediterráneo, y convertía las noches en pasajes con calles desiertas y gélidas, como sacadas de antiguos cuentos de terror, en casa de los Abdelouahad brillaba una luz de ilusión y de alegría, que parecía salir del interior del cuerpo de la prisionera.

Porque pese a su tristeza y aislamiento, Yegane estaba iluminada e irradiaba una esperanza, una ilusión por esa criatura que crecía en su interior, y que representaría por siempre el fruto de su inmenso amor por Youseff.

Lo que no sabía la bella muchacha es que en la mente de su estricto y rencoroso padre ya estaban urdidos los planes para deshacerse de ese impío fruto, y además sacar una renta del mismo, que al menos paliase en una mínima parte la desgracia que había significado la pérdida de la virginidad y el embarazo de su hija para toda la familia.

7

A cientos de kilómetros de allí, el matrimonio valenciano formado por Vicente y Amparo se hallaba rebosante de alegría y esperanza. Corría ya el mes de junio de 1979. Como decidieron en su día y siguiendo las indicaciones de su amigo Antonio, ambos habían acudido al horno de la avenida Barón de Cárcer, y habían preguntado por la señora Magdalena. Esta los atendió muy amablemente y los emplazó en su domicilio, situado pocas calles más allá, en pleno barrio del Mercat del centro histórico de la capital del Turia, dos días más tarde.

Una vez llegado el día de la reunión, la anciana, de cabellos blancos recogidos en un austero moño, profundas arrugas marcadas sobre su tez morena y ojos tristes pero de mirada intensa y cargados de experiencia, les presentó a su amiga María Rosa G. V., que residía en Onteniente, a unos 70 kilómetros al sur de la capital.

María Rosa, que debía rondar los sesenta años, transmitía paz y seguridad. Supieron después que era funcionaria del Estado, a punto de jubilarse, y que trabajaba para la Diputación de Valencia en la sección de archivos. Sin embargo, en sus ratos libres, además de aporrear el piano para martirio de los vecinos de la finca donde residía, se dedicaba a otras actividades ilícitas y que, siendo mucho más lucrativas, complementaban holgadamente su sueldo.

Formaba parte de una tétrica mafia de compraventa de bebés, que extendía sus tentáculos por toda España, una pieza más del engranaje que tenía encomendada la tarea de «captar» matrimonios deseosos de ser padres por una vía más rápida que la de la adopción.

Se la veía acostumbrada a tratar con parejas como Amparo y Vicente, pues conocía muy bien todos los deseos y anhelos que pasaban los matrimonios en estos trances.

—Amigos, no os preocupéis —dijo tras presentarse—, habéis hecho bien en acudir a mí. Pronto os conseguiré ese hijo que tanto queréis. Sé que habéis estado en contacto con don Lucas, el abogado. —La anciana realizó un gesto de desaprobación, casi imperceptible—. Lo conozco bien, al muchacho. Un buen profesional. Y en cierto modo, he de confesarlo, hasta hace bien poco podía decir que era «mi competencia» en esta labor tan caritativa de proveer de niños a matrimonios como vosotros.

»Pero no me entendáis mal —prosiguió—. Esto no es un negocio propiamente dicho, y sé que don Lucas ha tomado miedo, y no quiere implicarse, de momento, en estos líos. Es muy presumido, y teme por su prestigio, aunque os garantizo que todos los que estamos en esto sabemos que ha mediado en la venta de muchísimos niños, además de aquellos para los que ha tramitado la adopción legal. Yo creo que más de los primeros, el muy… je, je, je, je… —María Rosa dejó escapar una risita malévola—. Pero bueno, vayamos a lo nuestro, que no está bien hablar mal de un colega, desde luego que no.

—Señora —intervino Amparo—, no nos importa los negocios de nadie…, solo queremos un hijo cuanto antes. Pagaremos lo que sea. Y no podemos aguantar los plazos de un proceso judicial, ni la lista de espera de niños que hay en la Casa Cuna Santa Isabel, con la que trabaja en adopciones legales don Lucas… Nos han dicho que para principios del año que viene… Y para eso aún quedan más de seis meses, y es que ya llevamos seis esperando y deshaciéndonos por dentro, señora. Yo no puedo más.

—Nada, nada, hija —calmó la abuela—, yo te comprendo. Aunque un hijo es para toda la vida… ¿y no podéis esperar ni un año? —Sonrió con sorna—. Pero bueno, menos mal que hay impacientes como vosotros. Si no fuese por eso, yo no me dedicaría a esto… Vayamos al asunto, pues, jóvenes amigos.

La mujer cambió el gesto y Vicente creyó ver que su mirada se afilaba.

—Necesitaré que tengáis preparado un millón de pesetas.
[6]
Lógicamente, en efectivo y en billetes grandes, ¡y que no sean nuevecitos del banco, eh! Vosotros lo tenéis guardadito en la hucha, desde ya mismo, esperando a que os llame. Yo creo que más o menos en quince días tendréis noticias de mí. —Y luego, después de una pausa—: El niño o la niña va a ser africanito, je, je, je.

La cara de los esposos cambió en un rictus de sorpresa. Se apretaron la mano que tenían entrelazada, y Vicente contestó raudo a la anciana.

—Espere, espere… Queremos un español. Nada de extranjeros, que una de las finalidades de todo esto es inscribirlo como propio, y que nunca sepa que no es nuestro… ¿Cómo va a ser moro?, ¿de qué serviría toda esta farsa?

—Tranquilo, joven, tranquilo —terció María Rosa—. Conozco bien mi trabajo y no soy tan bruta. Será africano, pero español: procede de Melilla. La entrega se hará allí. No preguntéis por qué. Os ha tocado. Es lo más próximo que tenemos en toda España, y también lo más seguro. Nuestros contactos en ese lugar tienen todo muy bien organizado, y digámoslo, hay un cierto relax policial y de la Administración.

»Deberéis tener preparado el dinero en metálico ya, y dispuestos los billetes para ir hasta Melilla. Os vais en avión, es más fácil sacar a la criatura así, no hay ningún peligro. Sacáis dos billetes para ir, los vuestros, y dejáis reservado para el día siguiente tres plazas, pues ya os traeréis para Valencia a vuestro hijo.

BOOK: Historias Robadas
2.16Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Amber Spyglass by Philip Pullman
Dakota Dream by Sharon Ihle
After the Cabaret by Hilary Bailey
Following Flora by Natasha Farrant
No One Needs to Know by Debbi Rawlins
The House Near the River by Barbara Bartholomew
To Dance with a Prince by Cara Colter
Perfect Slave by Becky Bell