Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España (36 page)

BOOK: Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España
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Capítulo C: Cómo los sobrinos del gran Montezuma andaban convocando e atrayendo a sí las voluntades de otros señores para venir a Méjico y sacar de la prisión al gran Montezuma y echarnos de la ciudad y matarnos

Desque el Cacamatzín, señor de la ciudad de Tezcuco, ques, después de Méjico, la mayor y más principal ciudad que hay en la Nueva España, entendió que hacía muchos días questaba preso su tío Montezuma e que en todo lo que nosotros podíamos nos íbamos señoreando, y aun alcanzó a saber que habíamos abierto la casa adonde estaba el gran tesoro de su abuelo Axayaca, y que no habíamos tomado cosa ninguna dello, e antes que lo tomásemos, acordó de convocar a todos los señores de Tezcuco sus vasallos, e al señor de Cuyuacán, que era su primo y sobrino del Montezuma, e al señor de Tacuba, e al señor de Iztapalapa, e a otro cacique muy grande, señor de Matalcingo, que era pariente muy cercano del Montezuma, y aun decían que le venía de derecho el reino y señorío de Méjico, y este cacique era muy valiente por su persona entre los indios. Pues andando concertando con ellos e con otros señores mejicanos que para en tal día viniesen con todos sus poderes y nos diesen guerra, paresce ser que al cacique que he dicho que era valiente por su persona, que no le sé el nombre, dijo que si le daban a él el señorío de Méjico, pues le venía de derecho, quél con toda su parentela y de una provincia que se dice Matalcingo serían los primeros que vernían con sus armas a nos echar de Méjico, o no quedaría ninguno de nosotros a vida. Y el Cacamatzín, según paresció, respondió que a él le venía el cacicazgo y él había de ser rey, pues era sobrino del Montezuma, e que si no quería venir, que sin él y su gente haría la guerra; por manera que ya tenía en Cacamatzín apercebidos los pueblos e señores por mí nombrados, y tenía ya concertado que para tal día viniesen sobre Méjico e con los señores que dentro estaban de su parte les darían lugar a la entrada. E andando en estos tratos, lo supo muy bien el Montezuma por la parte de su gran deudo que no quiso conceder en lo que Cacamatzín quería, y para mejor lo saber envió Montezuma a llamar todos sus caciques y principales de aquella ciudad, y le dijeron cómo el Cacamatzín los andaba convocando todos con palabras o dádivas para que le ayudasen a darnos guerras y soltar al tío. Y como el Montezuma era cuerdo y no quería ver su ciudad puesta en armas ni alborotos, se lo dijo a Cortés según y de la manera que pasaba; el cual alboroto muy bien sabía nuestro capitán y todos nosotros, mas no por tan entero como se lo dijo. Y el consejo que sobrello se tomó era que nos diese de su gente mejicana, e iríamos sobre Tezcuco, y que le prenderíamos o destruiríamos aquella ciudad e sus comarcas; e al Montezuma no le cuadró este consejo. Por manera que Cortés le envió a decir al Cacamatzín que se quitase de andar revolviendo guerra, que será causa de su perdición, y que le quiere tener por amigo, y que en todo lo que hobiese menester de su persona lo hará por él, e otros muchos cumplimientos. Y como el Cacamatzín era mancebo y halló otros muchos de su parescer que le acudirían en la guerra, envió a decir a Cortés que ya había entendido sus palabras de halagos, que no las quería más oír sino cuando le viese venir, que entonces le hablaría lo que quisiese. Tomó otra vez Cortés a le enviar a decir que mirase que no hiciese deservicio a nuestro rey y señor, que lo pagaría en su persona y le quitaría la vida por ello. Y respondió que ni conocía a rey ni quisiera haber conocido a Cortés, que con palabras blandas prendió a su tío. Desque envió aquella respuesta, nuestro capitán rogó al Montezuma. pues era tan gran señor y dentro en Tezcuco tenía grandes caciques y parientes por capitanes, y no estaban bien con el Cacamatzín, por ser muy soberbio y malquisto, y pues allí en Méjico con el Montezuma estaba un hermano del mismo Cacamatzín, mancebo de buena disposición, questaba huido del propio hermano por que no le matase, que después del Cacamatzín heredaba el reino de Tezcuco, que tuviese manera y concierto con todos los de Tezcuco que prendiesen al Cacamatzín, o que secretamente le enviase a llamar, y que si viniese que le echasen mano y le tuviese en su poder hasta que estuviese más sosegado, y que pues que aquel su sobrino estaba en su casa y le sirve, que le alce luego por señor y le quite el señorío al Cacamatzín, questá en su deservicio y anda revolviendo todas las ciudades y caciques de la tierra por señorear su ciudad e reino. Y el Montezuma dijo que le enviaría luego a llamar; mas que sentía dél que no querría venir, y que si no viniese que se ternía concierto con sus capitanes y parientes que le prendan. Y Cortés le dio muchas gracias por ello, y aun le dijo: «Señor Montezuma: bien podéis creer que si os queréis ir a vuestros palacios, que en vuestra mano está, que desde que tengo entendido que me tenéis buena voluntad yo os quiero tanto, que no fuera yo de tal condición que luego no os fuera acompañando para que os fuérades con toda vuestra caballería a vuestros palacios, y si lo he dejado de hacer es por estos mis capitanes que os fueron a prender. porque no quieren que os suelte; e porque Vuestra Majestad dice que quiere estar preso por excusar las revueltas que vuestros sobrinos traen por haber en su poder esta vuestra ciudad e quitaros el mando». Y el Montezuma dijo que se lo tenía en merced, y como iba entendiendo las palabras halagüeñas de Cortés e vía que lo decía no para soltalle, sino para probar su voluntad, y también Orteguilla, su paje, se lo había dicho al Montezuma, que nuestros capitanes eran los que le aconsejaron que le prendiesen e que no creyese a Cortés, y que sin ellos no le soltaría, dijo el Montezuma que muy bien estaba preso, y que hasta ver en qué paraban los tratos de sus sobrinos, y que luego enviaría mensajeros a Cacamatzín rogándole que viniese antél, que le quería hablar en amistades entre él y nosotros. Y le envió a decir que de su prisión que no tenga él cuidado, que si se quisiese soltar que muchos tiempos ha tenido para ello, y que Malinche le ha dicho dos veces que se vaya a sus palacios, y que él no quiere, por cumplir el mando de sus dioses que le han dicho que esté preso, y que si no lo está que luego será muerto; y questo que lo sabe muchos días ha de los papas questán en servicio de los ídolos y que a esta causa será bien que tenga amistad con Malinche y sus hermanos. Y estas mismas palabras envió el Montezuma a decir a los capitanes de Tezcuco cómo enviaba a llamar a su sobrino para hacer las amistades, y que mirasen no les trastornase su seso aquel mancebo para tomar armas contra nosotros. Y dejemos esta plática, que muy bien la entendió el Cacamatzín, y sus principales entraron en consejo sobre lo que harían, y el Cacamatzín comenzó a bravear, y que nos había de matar dentro de cuatro días, e que el tío era una gallina, y que por no darnos guerra cuando se lo aconsejaban, al bajar la sierra de Chalco, cuando tuvo allí buen aparejo con sus guarniciones y que nos metió él por su persona en su ciudad, como si tuviera conoscido que íbamos para hacelle algún bien, e que cuanto oro le han traído de sus tributos nos daba, y que le habíamos escalado y abierto la casa donde está el tesoro de su abuelo Axayaca, y que sobre todo esto le teníamos preso, y que ya le andábamos diciendo que quitasen los ídolos del gran Huichilobos, e queríamos poner los nuestros, e que porque esto no viniese a más mal, y para castigar tales cosas e injurias, que les rogaba que le ayudasen, pues todo lo que les ha dicho han visto por sus ojos, y cómo quemamos los capitanes del mismo Montezuma, que ya no se puede compadescer otra cosa sino que todos juntos a una nos diesen guerra. Y allí les prometió el Cacamatzín que si quedara con el señorío de Méjico que les había de hacer grandes señores, y también les dio muchas joyas de oro y les dijo que ya tenía concertado con sus primos los señores de Cuyuacán y de Iztapalapa y el de Tacuba y otros deudos que le ayudarían, e que en Méjico tenía de su parte otras personas principales que le darían entrada y ayuda a cualquiera hora que quisiese, y que unos por las calzadas y todos los más en sus piraguas y canoas chicas por la laguna podrían entrar sin tener contrarios que se lo defendiesen, pues su tío estaba preso, y que no tuviesen miedo de nosotros, pues saben que pocos días había pasado que en lo de Almería sus capitanes del mismo su tío habían muerto muchos teules e un caballo, lo cual bien vieron la cabeza del un teule el cuerpo del caballo, e que en una hora nos despacharían e con nuestros cuerpos ternían buenas fiestas y hartazgas. Y desque hobo hecho aquel razonamiento, dicen que se miraban unos capitanes a otros para que hablasen los que solían hablar primero en cosas de guerra, e que cuatro o cinco de aquellos capitanes le dijeron que cómo habían de ir sin licencia de su gran señor Montezuma y dar guerra en su propia casa y ciudad, y que se lo envíen primero a hacer saber, e que si es consentidor, que irán con él de muy buena voluntad, e que de otra manera que no le quieren ser traidores. Y paresció ser quel Cacamatzín se enojó con los capitanes que le dieron aquella respuesta, y mandó echar presos tres dellos, y como había allí en el consejo e junta que tenían otros sus deudos y ganosos de bullicios, dijeron que le ayudarían hasta morir. E acordó de enviar a decir a su tío el gran Montezuma que había de tener empacho envialle a decir que venga a tener amistad con quien tanto mal y deshonra le ha hecho teniéndole preso; e que no es posible sino que nosotros éramos hechiceros y con hechizos le teníamos quitado su gran corazón y fuerza, o que nuestros dioses y la gran mujer de Castilla que les dijimos que era nuestra abogada nos da aquel gran poder para hacer lo que hacíamos. E en esto que dijo a la postre no lo erraba, que ciertamente la gran misericordia de Dios y su bendita Madre Nuestra Señora nos ayudaba. Y volvamos a nuestra plática, que en lo que se resumió fue enviar a decir que vernía, a pesar nuestro e de su tío, a nos hablar y matar. Y cuando el gran Montezuma oyó aquella respuesta tan desvergonzada, rescibió mucho enojo, y luego en aquella hora envió a llamar seis de sus capitanes de mucha cuenta y les dio su sello y aun les dio ciertas joyas de oro y les mandó que luego fuesen a Tezcuco y que mostrasen secretamente aquel su sello a ciertos capitanes y parientes questaban muy mal con el Cacamatzín, por ser muy soberbio, y que tuviesen tal orden y manera que a él y a los que eran en su consejo los prendiesen y que luego se los trujeran delante. Y como fueron aquellos capitanes y en Tezcuco entendieron lo que Montezuma mandaba, e el Cacamatzín era malquisto, en sus propios palacios le prendieron, questaba platicando con aquellos sus confederados en cosas de la guerra. Y también trajeron otros cinco presos con él. E como aquella ciudad está poblada junto a la gran laguna, aderezan una gran piragua con sus toldos y le meten en ella con los demás, y con gran copia de remeros los traen a Méjico. Y desque hobo desembarcado le meten en sus ricas andas como rey que era, y con gran acato le llevan ante Montezuma, y paresce ser estuvo hablando con el tío y desvergonzóse más de lo que antes estaba, y supo Montezuma de los conciertos en que andaba, que era alzarse por señor de Méjico, lo cual alcanzó a saber más por entero de los demás prisioneros que le trujeron, y si enojado estaba de antes del sobrino, muy más lo estuvo entonces. Y luego se lo envió a nuestro capitán para que le echase preso, y a los demás prisioneros mandó soltar. E luego Cortés fue a los palacios e al aposento del Montezuma y le dio las gracias por tamaña merced, y se dio orden que se alzase por rey de Tezcuco al mancebo questaba en compañía del gran Montezuma que también era su sobrino, hermano del Cacamatzín, que ya he dicho que por su temor estaba allí retraído al favor del tío por que no le matase, que era también heredero muy propinco del reino de Tezcuco. Y para lo hacer solenemente y con acuerdo de toda la ciudad mandó a Montezuma que viniese antél los más principales de toda aquella provincia, y después de muy bien platicada la cosa le alzaron por rey y señor de aquella gran ciudad, y se llamó don Carlos. Ya todo esto hecho, como los caciques y reyezuelos, sobrinos del gran Montezuma, que eran el señor de Cuyuacán, e el señor de Iztapalapa, y el de Tacuba, vieron y oyeron la prisión del Cacamatzín y supieron que el gran Montezuma había sabido que ellos entraban en la conjuración para quitalle su reino y dárselo a Cacamatzín, temieron y no le venían a hacer palacio como solían. Y con acuerdo de Cortés, que le convocó e atrajo al Montezuma para que los mandase prender, en ocho días todos estuvieron presos en la cadena gorda, que no poco se holgó nuestro capitán y todos nosotros. Miren los curiosos letores cuál andaban nuestras vidas tratando de nos matar cada día y comer nuestras carnes, si la gran misericordia de Dios, que siempre era con nosotros y nos socorría, e aquel buen Montezuma a todas nuestras cosas daba buen corte. E miren qué gran señor era questando preso ansí era tan obedescido. Pues ya todo apaciguado e aquellos señores presos, siempre nuestro Cortés con otros capitanes e el fraile de la Merced estaban teniéndole palacio, e en todo lo que podían le daban mucho placer y burlaban, no de manera de desacato, que digo que no se sentaba Cortés ni ningún capitán hasta que Montezuma les mandaba traer sus asentaderos ricos y les mandaba asentar, y en esto era tan bien mirado, que todos le queríamos con gran amor, porque verdaderamente era gran señor en todas las cosas que le velamos hacer. Y volviendo a nuestra plática, unas veces le daban a entender las cosas tocantes a nuestra santa fe, y se lo decía el fraile con el paje Orteguilla, que parescía que le entraban ya algunas buenas razones en el corazón, pues las escuchaba con atención mejor que al principio. También le daban a entender el gran poder del emperador nuestro señor, y cómo le dan vasallaje muchos grandes señores que le obedecían, y de lejos tierras, y le decían otras muchas cosas que él se holgaba de las oír, y otras veces jugaba Cortés con él al totoliques, como he dicho otra vez, y desta manera siempre le teníamos palacio. Y él, como no era nada escaso, nos daba cada día cual joyas de oro o mantas. Y dejaré de hablar en ello y pasaré adelante.

Capítulo CI: Cómo el gran Montezuma, con muchos caciques y principales de la comarca, dieron la obidiencia a su majestad, y de otras cosas que sobrello pasó

Como el capitán Cortés vio que ya estaban presos aquellos reyecillos por mi memorados y todas las ciudades pacíficas, dijo a Montezuma que dos veces le había enviado a decir antes que entrásemos en Méjico que quería dar tributo a Su Majestad, y que pues ya había entendido el gran poder de nuestro rey e señor, e que de muchas tierras le dan parias e tributos y le son sujetos muy grandes reyes, que será bien quél y todos sus vasallos le den la obidiencia, porque ansí se tiene por costumbre que primero se da la obidiencia que dan las parias o tributos. Y el Montezuma dijo que juntaría sus vasallos y hablaría sobrello, y en diez días se juntaron todos los más caciques de aquella comarca, y no vino el cacique pariente muy cercano del Montezuma, que ya hemos dicho que decían que era muy esforzado, y en la presencia y cuerpo y miembros y en el semblante bien lo parescía. Era algo atronado, e en aquella sazón estaba en un pueblo suyo que se decía Tula, y a este cacique, según decían, le venía el reino de Méjico después del Montezuma. Y como le llamaron, envió a decir que no quería venir ni dar tributo, que aun con lo que tiene de sus provincias no se puede sustentar; de la cual respuesta hobo enojo el Montezuma, y luego envió ciertos capitanes para que le prendiesen, e como era gran señor y muy emparentado, tuvo aviso dello y metióse en su provincia, donde no le pudo haber por entonces. Y dejallo he aquí y diré que en la plática que tuvo el Montezuma con todos los caciques de toda la tierra que había mandado llamar, que después que les había hecho un parlamento, sin estar Cortés ni ninguno de nosotros delante, salvo Orteguilla el paje, dicen que les dijo que mirasen que de muchos años pasados sabían por muy cierto, por lo que sus antepasados les han dicho, e ansí lo tienen señalado en sus libros de cosas de memorias, que de donde sale el sol habían de venir gentes que habían de señorear estas tierras, y que se había de acabar en aquella sazón el señorío y reino de los mejicanos, e quél tiene entendido, por lo que sus dioses le han dicho, que somos nosotros, e que se lo han preguntado a su Huichilobos los papas que lo declaren, y sobre ello les hacen sacrificios, y no quieren respondelles como suelen, y lo que más le da a entender el Huichilobos es que lo que les ha dicho otras veces aquello da agora por respuesta, e que no le pregunten más, e que ansí bien dan a entender que demos la obidiencia al rey de Castilla, cuyos vasallos dicen estos teules que son, y porque al presente no va nada en ello, y el tiempo andando veremos si tenemos otra mejor respuesta de nuestros dioses, y como viéramos el tiempo, ansí haremos. «Lo que yo os mando y ruego que todos de buena voluntad, al presente, se lo demos e contribuyamos con alguna señal de vasallaje, que presto os diré lo que mas nos convengan, y porque agora soy importunado a ello por Malinche, ninguno lo rehuse, y mira que en diez y ocho años ha que soy vuestro señor siempre me habéis sido muy leales, e yo os he enriquecido e ensanchado vuestras tierras, e os he dado mando e haciendas, e si agora al presente nuestros dioses permiten que yo esté aquí detenido, no lo estuviera sino que ya os he dicho muchas veces que mi gran Vichilobos me lo ha mandado». E desque oyeron este razonamiento, todos dieron por respuesta que harían lo que mandase, y con muchas lágrimas y sospiros, y el Montezuma muchas más. E luego envió a decir con un principal que para otro día darían la obidiencia y vasallaje a Su Majestad, que fueron en
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días del mes de
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de mill e quinientos y diez y nueve años. Después Montezuma volvió a hablar con sus caciques sobre el caso estando Cortés delante e nuestros capitanes y muchos soldados y Pero Hernández, secretario de Cortés, e dieron la obidiencia a Su Majestad, y con mucha tristeza que mostraron, y el Montezuma no pudo sostener las lágrimas. E queríamoslo tanto e de buenas entrañas, que a nosotros de velle llorar se nos enternecieron los ojos, y soldado hobo que lloraba tanto como Montezuma; tanto era el amor que le teníamos. Y dejallo he aquí, y diré que siempre Cortés y el fraile de la Merced, que era bien entendido, estaban en los palacios del Montezuma por alegralle, atrayéndole para que deje sus ídolos, y pasaré adelante.

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