Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España (38 page)

BOOK: Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España
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Capítulo CV: Cómo se repartió el oro que hobimos, así de lo que dio el gran Montezuma como lo que se recogió de los pueblos, y de lo que sobrello acaesció a un soldado

Lo primero se sacó el real quinto, y juego Cortés dijo que le sacasen a él otro quinto como a Su Majestad, pues se lo prometimos en el Arenal cuando le alzamos por capitán general y justicia mayor, como ya lo he dicho en el capitulo que dello habla. Luego tras esto dijo que había hecho cierta costa en la isla de Cuba, que gastó en el armada; que lo sacasen del montón, y demás desto, que se apartase del mismo montón la costa que había hecho Diego Velázquez en los navíos que dimos al través, pues todos fuimos en ello, y tras esto, que para los procuradores que fueron a Castilla, y demás desto, para los que quedaban en la Villa Rica, que eran setenta vecinos, y para el caballo que se le murió, y para la yegua de Juan Sedeño que mataron los de Tascala de una cuchillada; pues para el fraile de la Merced y el clérigo Juan Díaz, y los capitanes, y los que traían caballos dobladas partes, e escopeteros y ballesteros por el consiguiente, e otras sacaliñas, de manera que quedaba muy poco de parte, y por ser tan poco, muchos soldados hobo que no lo quisieron rescibir, y con todo se quedaba Cortés, pues en aquel tiempo no podíamos hacer otra cosa sino callar, porque demandar justicia sobrello era por demás; y otros soldados hobo que tomaron sus partes a cien pesos, y daban voces por lo demás, y Cortés secretamente daba a unos y a otros, por vía que les hacía merced, por contentallos. y con buenas palabras que les decía sufrían. Pues vamos a las partes que quedaban a los de la Villa Rica, que se lo mandó llevar a Tascala para que allí se lo guardasen, y como ello fue mal repartido, en tal paró todo como adelante diré en su tiempo. En aquella sazón muchos de nuestros capitanes mandaron hacer cadenas de oro muy grandes a los plateros del gran Montezuma, que ya he dicho que tenía un gran pueblo dellos, media legua de Méjico, que se dice Escapucalco, y asimismo Cortés mandó hacer muchas joyas y gran servicio de vajilla, y algunos de nuestros soldados que habían hinchido las manos; por manera que ya andaban públicamente muchos tejuelos de oro marcado y sin marcar, y joyas de muchas diversidades de hechuras; e el juego largo, con unos naipes que hacían de cueros de atambores, tan buenos y tan bien pintados como los de verdad, los cuales naipes hacía un Pedro Valenciano, y de esta manera estábamos. Dejemos de hablar en el oro y de lo mal que se repartió y peor se gozó, y diré lo que a un soldado que se decía Fulano de Cárdenas le acaesció. Paresce ser aquel soldado un piloto y hombre de la mar, natural de Triana o del Condado, e el pobre tenía en su tierra mujer e hijo, y, como a muchos nos acontesce, debría destar pobre, y vino a buscar la vida para volverse a su mujer e hijos, e como había visto tanta riqueza en oro, en planchas y en granos de las minas, y tejuelos, y barras fundidas, al repartir dello vio que no te daban sino cien pesos, cayó malo de pensamiento y tristeza, y un su amigo, como le veía cada día tan pensativo y malo, íbale a ver y decíale que de qué estaba de aquella manera y sospiraba tanto de rato en rato; y respondió el piloto Cárdenas, que es el questaba malo: «¡Oh, cuerpo de tal conmigo! ¿Y no he de estar malo, viendo que Cortés ansí se lleva todo el oro, y como rey lleva quinto, y ha sacado para el caballo que se le murió, y para los navíos de Diego Velázquez, y para otras muchas trancanillas? Y que muera mi mujer e hijos de hambre pudiéndolo socorrer cuando fueron los procuradores con nuestras cartas y le enviamos todo el oro y plata que habíamos habido en aquel tiempo». Y respondióle aquel su amigo: «¿Pues qué oro teníades vos para les enviar?» Y el Cárdenas dijo: «Si Cortés me diera mi parte de lo que me cabía, con ello se sostuvieran mi mujer e hijos, y aun les sobraran; mas mira qué embustes tuvo, hacernos firmar que sirviésemos a Su Majestad con nuestras partes, y sacar del oro para su padre Martín Cortés sobre seis mil pesos, e lo que escondió; y yo y otros pobres questemos de noche y de día batallando, como habéis visto en las guerras pasadas de Tabasco y Tascala, y lo de Cingapacinga e Cholula, y agora estar en tan grandes peligros como estamos, y cada día la muerte al ojo si se levantasen en esta ciudad. E que se alce con todo el oro y que lleve quinto como rey». Y dijo otras palabras sobrello, y que tal quinto no le habíamos de dejar sacar, ni de tener tantos reyes, sino solamente a Su Majestad. Y replicó su compañero y dijo: «Pues esos cuidados os matan, y ahora veis que con todo lo que traen los caciques y Montezuma se consume en el uno en papo y otro en saco e otro so el sobaco, y allá va todo donde quiere Cortés, él y estos nuestros capitanes, que hasta el bastimento todo lo llevan; por eso, dejaos de esos pensamientos y rogad a Dios que en esta perdamos las vidas». Y ansí cesaron sus pláticas, las cuales alcanzó a saber Cortés; y como le decían que había muchos soldados descontentos por las partes del oro y de lo que habían hurtado del montón, acordó de hacer a todos un parlamento con palabras muy melifluas; y dijo que todo lo que tenía era para nosotros, y que él no quería quinto, sino la parte que le cabe de capitán general, y cualquiera que hobiese menester algo, que se lo daría, y aquel oro que habíamos habido que era un poco de aire; que mirásemos las grandes ciudades que hay, y ricas minas; que todos seríamos señores dellas, y muy prósperos y ricos; y dijo otras razones muy bien dichas, que las sabía bien proponer; y demás desto, a ciertos soldados secretamente daba joyas de oro, y a otros hacía grandes promesas; y mandó que los bastimentos que traían los mayordomos de Montezuma que lo repartiesen entre todos los soldados como a su persona. Y demás desto llamó aparte al Cárdenas y con palabras le halagó, y le prometió que en los primeros navíos le enviaría a Castilla a su mujer e hijos, y lo dio trecientos pesos, ansí se quedó contento con ellos. Y quedarse ha aquí, y diré cuando venga a coyuntura lo que al Cárdenas acaesció cuando fue a Castilla, y cómo le fue muy contrario a Cortés en los negocios que tuvo ante Su Majestad.

Capítulo CVI: Cómo hobieron palabras Juan Velázquez de León y el tesorero Gonzalo Mexía sobre el oro que faltaba de los montones antes que se fundiese, y lo que Cortés hizo sobre ello

Como el oro comúnmente todos los hombres lo deseamos, y mientras unos más tienen más quieren, acontesció que como faltaban muchas piezas del oro conocidas de los montones, ya otras veces por mi dicho, y Juan Velázquez de León en aquel tiempo hacía labrar a los indios de Escapucalco, que eran todos plateros del gran Montezuma, grandes cadenas de oro y otras piezas de vajillas para su servicio. Y como Gonzalo Mexía, que era tesorero, le dijo secretamente que se las diese, pues no estaban quintadas y era conocidamente ser de las que habían dado el Montezuma, y el Juan Velázquez de León, que era muy privado de Cortés, dijo que no le quería dar ninguna cosa, y que no lo había tomado de lo que estaba allegado ni de otra parte ninguna, salvo que Cortés se las había dado antes que se hiciesen barras; y el Gonzalo Mexía respondió que bastaba lo que Cortés había escondido y tomado a los compañeros, y todavía como tesorero demandaba mucho oro que no se había pagado el real quinto, y de palabras en palabras vinieron a se desmandar y echaron mano a las espadas, y si de presto no los metiéramos en paz, entrambos a dos acabaran allí sus vidas, porque eran personas de mucho ser y valientes por las armas, y salieron heridos cada uno con dos heridas. Y como Cortés lo supo, los mandó echar presos cada uno en una cadena gorda, y paresce ser, según muchos soldados dijeron, que secretamente habló Cortés al Juan Velázquez de León, como era mucho su amigo, que se estuviese preso dos días en la misma cadena, y que sacarían de la prisión al Gonzalo Mexía como a tesorero; y esto lo hacía Cortés por que viésemos todos los capitanes y soldados que hacía justicia, y aun ser el Juan Velázquez uña y carne del mismo capitán, le tenía preso. Y porque pasaron otras cosas acerca del Gonzalo Mexía, que dijo a Cortés que tomaba escondidas sobre el mucho oro que faltaba, y que se le quejaban dello todos los soldados porque no se lo demandaba al mismo capitán, pues era tesorero, y porque es larga relación, lo dejaré de decir y diré que como Juan Velázquez de León estaba preso en una sala cerca del aposento de Montezuma, en una cadena gorda, y como el Juan de Velázquez era hombre de gran cuerpo y muy membrudo, y cuando se paseaba por la sala llevaba la cadena arrastrando y hacía gran sonido, que lo oyó el Montezuma y preguntó a su paje Orteguilla a quién tenía preso Cortés en las cadenas; y el paje lo dijo que a Juan Velázquez, el que solía tener guarda de su persona, porque ya en aquella sazón no lo era, sino Cristóbal de Olí. Y preguntó que por qué causa; y el paje le dijo que por cierto oro que faltaba. Y aquel mismo día fue Cortés a tener palacio al Montezuma, y después de los acatos acostumbrados y otras palabras que entre ellos pasaron, preguntó el Montezuma a Cortés que por qua tenía preso a Juan Velázquez, siendo buen capitán y muy esforzado, porquel Montezuma, como otras veces he dicho, bien conocía a todos nosotros, y aun sus calidades. Y Cortés le dijo medio riendo que porque era tabalilo, que quiere decir loco, y que porque no le dan mucho oro quiere ir por sus pueblos y ciudades a demandallo a los caciques, y porque no mate algunos, y por esta causa, lo tiene preso. Y el Montezuma respondió que le pedía por merced que le soltase, y que él enviaría a buscar más oro y le daría de lo suyo. Y Cortés hacia como que se le hacía de mal soltalle, y al fin dijo que sí haría por complacer al Montezuma. Y paréceme que le sentenció en que fuese desterrado del real y fuese a un pueblo que se dice Cholula, con mensajeros del Montezuma, a demandar oro; y primero los hizo amigos al Gonzalo Mexía e al Juan Velázquez; e vi que dentro de seis días volvió de cumplir su destierro, y desde allí adelante el Gonzalo Mexía y Cortés no se llevaban muy bien, y el Juan Velázquez vino con más oro. He traído esto aquí a la memoria, y aunque va fuera de nuestra relación, para que vean que Cortés, so color de hacer justicia, por que todos le temiésemos. era con grandes mañas. Y dejarémoslo aquí.

Capítulo CVII: Cómo el gran Montezuma dijo a Cortés que le quería dar una hija de las suyas para que se casase con ella, y lo que Cortés le respondió, y todavía la tomó, y la servían y honraban como hija de tal señor

Como otras muchas veces he dicho, siempre Cortés y todos nosotros procurábamos de agradar y servir a Montezuma y tenerle palacio, y un día le dijo el Montezuma: «Mira, Malinche, qué tanto os amo, que os quiero dar a una hija mía muy hermosa para que os caséis con ella y que la tengáis por vuestra legitima mujer». Y Cortés le quitó la gorra por la merced, y dijo que era gran merced la que le hacía, mas que era casado y tenía mujer, e que entre nosotros no podemos tener más de una mujer, y que él la ternía en aquel grado que hija de tan gran señor meresce, y que primero quiere se vuelva cristiana, como son otras señoras, hijas de señores. Y Montezuma lo hobo por bien, y siempre mostraba el gran Montezuma su acostumbrada voluntad. Mas he de un día en otro no cesaba Montezuma sus sacrificios, y de matar en ellos personas. Y Cortés se lo retraía, y no aprovechaba cosa ninguna, hasta que tomó consejo con nuestros capitanes que qué haríamos en aquel caso, porque no se atrevía a poner remedio en ello por no revolver la ciudad y los papas questaban en el Huichilobos. Y el consejo que sobre ello se dio por nuestros capitanes y soldados, que hiciese que quería ir a derrocar los ídolos del alto Huichilobos, y si viésemos que se ponían en defendello o que se alborotaban, que le demandase licencia para hacer un altar en una parte del gran cu y poner un crucifijo e una imagen de Nuestra Señora. Y como esto se acordó, fue Cortés a los palacios adonde estaba preso Montezuma, y llevó consigo siete capitanes y soldados, y dijo al Montezuma: «Señor: ya muchas veces he dicho a Vuestra Majestad que no sacrifique más ánimas a esos vuestros dioses que os traen engañados, y no lo quiere hacer, e hágoos saber, señor, que todos mis compañeros y estos capitanes que conmigo vienen os vienen a pedir por merced que les deis licencia para los quitar de allí y pornemos a Nuestra Señora Santa María y una cruz, y que si agora les dais licencia, que ellos irán a los quitar, y no querría que matasen algunos papas». Y desque el Montezuna oyó aquellas palabras y vio ir a los capitanes algo alterados, dijo: «¡Oh, Malinche, y como nos queréis echar a perder a toda esta ciudad! Porquestaban muy enojados nuestros dioses contra nosotros, y aun de vuestras vidas no sé en qué pararán. Lo que os ruego es que agora al presente os sufráis, que yo enviaré a llamar a todos los papas, y veré su respuesta». Y desque aquello oyó Cortés hizo un ademán que le quería hablar muy secretamente al Montezuma e que no estuviesen presentes nuestros capitanes que llevaba en su compañía, los cuales mandó que le dejasen solo, y los mandó salir. Y desque salieron de la sala dijo al Montezuma que por que no saliese de allí aquello e se hiciese alboroto, ni los papas lo tuviesen a mal derrocalle sus ídolos, que él trataría con los mismos nuestros que no se hiciese tal cosa, con tal que en un apartamiento del gran cu hiciesen un altar para poner la imagen de Nuestra Señora e una cruz, y quel tiempo andando verían cuán buenos y provechosos son para sus ánimas y para dalles salud y buenas sementeras y prosperidades. Y el Montezuma, puesto que con sospiros y semblante muy triste, dijo quél lo trataría con los papas; y en fin de muchas palabras que sobrello hobo se puso en
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días del mes de
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de mill e quinientos y diez y nueve años. E puesto nuestro altar apartado de sus malditos ídolos y la imagen de Nuestra Señora e una cruz, y con mucha devoción, y todos dando gracias a Dios, dijo misa cantada el padre de la Merced, y ayudaron a la misa el clérigo Joan Díaz y muchos de los nuestros soldados. Y allí mandó poner nuestro capitán a un soldado viejo para que tuviese guarda en ello, y rogó al Montezuma que mandase a los papas que no tocasen en ello, salvo para barrer y quemar ensencios y poner candelas de cera ardiendo de noche y de día, e enramallo y poner flores. Y dejallo he aquí. y diré lo que sobrello avino.

Capítulo CVIII: Cómo el gran Montezuma dijo a nuestro capitán Cortés que se saliese de Méjico con todos los soldados, porque se querían levantar todos los caciques y papas y darnos guerra hasta matarnos, por que ansí estaba acordado y dado consejo por sus ídolos, y lo que Cortés sobrello hizo

Como siempre a la contina nunca nos faltaban sobresaltos, y de tal calidad que eran para acabar las vidas en ellos si Nuestro Señor Dios no lo remediara; y fue que como habíamos puesto en el gran cu, en el altar que hicimos, la imagen de Nuestra Señora y la cruz, y se dijo el santo Evangelio e misa, parece ser que los Vichilobos e el Tezcatepuca hablaron con los papas y les dijeron que se querían ir de su provincia, pues tan mal tratados son de los teules, e que adonde están aquellas figuras y cruz que no quieren estar, o que ellos no estarían allí si no nos mataban, e aquello les daban respuesta, e que no curasen de tener otra, e que se lo dijesen a Montezuma y a todos sus capitanes que luego comenzasen la guerra y nos matasen. Y les dijo el ídolo que mirasen que todo el oro que solían tener para honrallos lo habíamos deshecho y hecho ladrillos, e que mirasen que nos íbamos señoreando de la tierra y que teníamos presos a cinco grandes caciques, y les dijeron otras maldades para atraellos a darnos guerra. Y para que Cortés y todos nosotros lo supiésemos, el gran Montezuma envió a llamar a Cortés, para que le quería hablar en cosas que iban mucho en ellas. E vino el paje Orteguilla y dijo questaba muy alterado y triste Montezuma, e que aquella noche y parte del día habían estado con él muchos papas y capitanes muy principales, y secretamente hablaban que no lo pudo entender. Y desque Cortés lo oyó fue de presto al palacio donde estaba Montezuma, y llevó consigo a Cristóbal de Olí que era capitán de la guardia, e a otros cuatro capitanes, e a doña Marina, e a Jerónimo de Aguilar, y después que se le hicieron mucho acato, dijo el Montezuma: «¡Oh señor Malinche y señores capitanes: cuánto me pesa de la respuesta y mando que nuestros teules han dado a nuestros papas e a mí e a todos mis capitanes, y es que os demos guerra y os matemos e os hagamos ir por la mar adelante, lo que he colegido dello, y me paresce que antes que encomiencen la guerra, que luego salgáis desta ciudad y no quede ninguno de vosotros aquí; y esto, señor Malinche, os digo que hagáis en todas maneras, que os conviene; si no mataros han; e mira que os va las vidas». Y Cortés y nuestros capitanes sintieron pesar y aun se alteraron, y no era de maravillar, de cosa tan nueva y determinada, que era poner nuestras vidas en gran peligro sobrello en aquel instante, pues tan determinadamente nos lo avisaban Y Cortés le dijo quél se lo tenía en merced el aviso, y que al presente de dos cosas le pesaba: no tener navíos en que se ir, que los mandó quebrar los que trujo, y la otra, que por fuerza había de ir el Montezuma con nosotros para que le vea nuestro gran emperador, y que le pide por merced que tenga por bien que, hasta que se hagan tres navíos en el Arenal, que detenga a los papas y capitanes, porque para ellos es el mejor partido si la encomienzan ellos la guerra, porque todos morirán si la quisiesen dar; e más dijo, que por que vea Montezuma que quiere luego hacer lo que le dice, que mande a sus carpinteros que vayan con dos de nuestros soldados que son grandes maestros de hacer navíos a cortar la madera cerca del Arenal. E el Montezuma estuvo muy más triste que de antes, como Cortés le dijo que había de ir con nosotros ante el emperador, y dijo quél daría los carpinteros, y que luego despachase y no hobiese más palabras, sino obras, y que entre tanto él mandaría a los papas y a los capitanes que no curasen de alborotar la ciudad, e que a sus ídolos de Vichilobos que mandaría aplacasen con sacrificios, e que no sería con muerte de hombres. Y con esta tan alborotada plática se despidió Cortés y los capitanes del Montezuma; y estábamos todos con gran congoja esperando cuándo habían de comenzar la guerra. Luego Cortés mandó llamar a Martín López, carpintero de hacer navíos, y Andrés Núñez, y con los indios carpinteros que le dio el gran Montezuma, después de platicado el porte que se podría labrar los tres navíos, le mandó que luego pusiese por la obra de los hacer y poner a punto, pues que en la Villa Rica había todo aparejo de hierro y herreros, y jarcia, y estopa, y calafates, y brea; y ansí fueron y cortaron la madera en la costa de la Villa Rica, y con toda la cuenta e gálibo della y con buena priesa comenzó a labrar sus navíos. Lo que Cortés le dijo a Martín López sobrello no lo sé, y esto digo porque dice el coronista Gomara en su historia que le mandó que hiciese muestra como cosa de burla, que los labraba, para que lo supiese el gran Montezuma. Remítome a lo que ellos dijeren, que gracias a Dios son vivos en este tiempo; mas muy secretamente me dijo el Martín López que de hecho y apriesa los labraba, e ansí los dejó en astillero, tres navíos. Dejémosles labrando los navíos y digamos cuáles andábamos todos en aquella gran ciudad, tan pensativos, temiendo que de una hora a otra nos habían de dar guerra, y nuestras naborías de Tascala e doña Marina ansí lo decían al capitán; y el Orteguilla. el paje de Montezuma, siempre estaba llorando y todos nosotros muy a punto y buenas guardas al Montezuma. Digo de nosotros estar a punto no había necesidad de decillo tantas veces, porque de día ni de noche no se nos quitaban las armas, gorjales y antipares, y con ello dormíamos. Y dirán agora dónde dormíamos; de qué eran nuestras camas, sino un poco de paja y una estera, y el que tenía un toldillo ponelle debajo, y calzados y armados, y todo género de armas muy a punto, y los caballos ensillados y enfrenados todo el día, y todos tan prestos, que en tocando al arma, como si estuviéramos puestos e aguardando para aquel punto; pues velas cada noche, que no quedaba soldado que no velaba. Y otra cosa digo, y no por me jactanciar de ello: que quedé yo tan acostumbrado a andar armado y dormir de la manera que he dicho, que después de conquistada la Nueva España tenía por costumbre de me acostar vestido y sin cama. e que dormía mejor que en colchones; e agora cuando voy a los pueblos de mi encomienda no llevo cama; e si alguna vez la llevo, no es por mi voluntad, sino por algunos caballeros que se hallan presentes, por que no vean que por falta de buena cama la dejo de llevar, mas en verdad que me echo vestido en ella. Y otra cosa digo: que no puedo dormir sino un rato de la noche, que me tengo de levantar a ver el cielo y estrellas, y me he de pasear un rato al sereno, y esto sin poner en la cabeza cosa ninguna de bonete ni paño, y gracias a Dios no me hace mal, por la costumbre que tenía. Y esto he dicho por que sepan de qué arte andábamos los verdaderos conquistadores, y cómo estábamos tan acostumbrados a las armas y a velar. Y dejemos de hablar en ello, pues que salgo fuera de nuestra relación, y digamos cómo Nuestro Señor Jesucristo siempre nos hace muchas mercedes. Y es que en la isla de Cuba Diego Velázquez dio mucha priesa en su armada, como adelante diré, y vino en aquel instante a la Nueva España un capitán que se decía Pánfilo de Narváez.

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