Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España (40 page)

BOOK: Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España
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Capítulo CXII: Cómo Cortés, después de bien informado de quién era capitán, y quién y cuántos venían en la armada, y los pertrechos de guerra que traía, y de los tres nuestros falsos soldados que a Narváez se pasaron, escribió al capitán y a otros sus amigos, especialmente Andrés de Duero, secretario del Diego Velázquez; y también supo cómo Montezuma enviaba oro y ropa al Narváez, y las palabras que le envió a decir al Montezuma; y de cómo venía en aquella armada el licenciado Lucas Vázquez de Ayllón, oidor de la Audiencia Real de Santo Domingo, e la instrucción que traía

Como Cortés en todo tenía gran cuidado e advertencia y cosa ninguna se le pasaba que no procuraba poner remedio y, como muchas veces he dicho antes de agora, tenía tan acertados y buenos capitanes y soldados, que, demás de ser muy esforzados, le dábamos buenos consejos, acordóse por todos que se escribiese en posta con indios que llevasen las cartas al Narváez antes que llegase el clérigo Guevara, con muchas quiricias y ofrescimientos, que todos a una le hiciésemos, que haríamos lo que su merced mandase, y que le pedíamos por merced que no alborotase la tierra ni los indios viesen entre nosotros divisiones. Y esto deste ofrescimiento fue por causa que, como éramos los de Cortés pocos soldados en comparación de los quel Narváez traía, por que nos tuviese buena voluntad, e para ver lo que sucedía, y nos ofreciésemos por sus servidores; y también debajo destas buenas palabras no dejásemos de buscar amigos entre los capitanes del Narváez, porquel padre Guevara y el escribano Vergara dijeron a Cortés que Narváez no venía bien quisto con sus capitanes, y que les enviase algunos tejuelos y cadenas de oro, porque dádivas quebrantan peñas. Y Cortés les escribió que se había holgado en gran manera él y todos nosotros sus compañeros con su llegada aquel puerto, y pues son amigos de tiempos pasados, que le pide por merced que no dé causa a quel Montezuma, questá preso, se suelte y la ciudad se levante, porque será para perderse él e su gente y todos nosotros las vidas, por los grandes poderes que tiene; y esto que lo dice porquel Montezuma está muy alterado y toda la ciudad revuelta con las palabras que de allá le han enviado a decir; e que cree y tiene por cierto que de un tan esforzado y sabio varón como él es no habían de salir de su boca cosas de tal arte dichas ni en tal tiempo, sino que el Cervantes el Chocarrero y los soldados que llevaba consigo lo dirían. Y demás de otras palabras que en la carta iban, se le ofresció con su persona y hacienda, y que en todo se haría lo que mandare. Y también escribió Cortés al secretario Andrés de Duero y al oidor Lucas Vázquez de Ayllón, y con las cartas envió ciertas joyas de oro para sus amigos. Y después que hubo enviado esta carta, secretamente mandó dar al oidor cadenas y tejuelos y rogó al padre de la Merced que luego tras las cartas fuese al real de Narváez, y le dio otras cadenas de oro y tejuelos y joyas muy estimadas que diese allá a sus amigos. Y así como llegó la primera carta que dicho habemos que escribió Cortés con los indios antes que llegase el padre Guevara, que fue el que Narváez nos envió, andábala mostrando el Narváez a sus capitanes haciendo burla della, y aun de nosotros. Y un capitán de los que traía el Narváez, que venia por veedor, que se decía Salvatierra, dicen que hacía bramuras desque la oyó; y decía a Narváez, reprendiéndole, que para qué leía la carta de un traidor como Cortés e los que con él estaban, e que luego fuese contra nosotros, e que no quedase ninguno a vida; y juró que las orejas de Cortés que las había de asar y comer la una dellas, y decía otras liviandades. Por manera que no quiso responder a la carta ni nos tenía en una castañeta. Y en este instante llegó el clérigo Guevara y sus compañeros, y hablan al Narváez que Cortés era muy buen caballero e gran servidor del rey, y le dicen del gran poder de Méjico y de las muchas ciudades que vieron por donde pasaron, e quentendieron que Cortés que le será servidor y hará cuanto mandase, e que será bien que por paz y sin ruido haya entre los unos y los otros concierto, e que mire el señor Narváez a qué parte quiere ir de toda la Nueva España con la gente que trae que allí vaya, y deje a Cortés en otras provincias, pues hay tierras hartas donde se pueden albergar. Y como esto oyó el Narváez, dicen que se enojo de tal manera con el padre Guevara e con el Amaya, que no los quería después más ver ni escuchar. Y desque los del real de Narváez les vieron ir tan ricos al padre Guevara e al escribano Vergara e a los demás, y les decían secretamente a todos los de Narváez tanto bien de Cortés e de todos nosotros, e que hablan visto tanta multitud de oro que en el real andaba en el juego, muchos de los de Narváez deseaban estar ya en nuestro real. Y en este instante llegó nuestro padre de la Merced, como dicho tengo, al real de Narváez con los tejuelos que Cortés le dio y con cartas secretas, y fue a besar las manos de Narváez y a decille cómo Cortés hará todo lo que le mandare, e que tengan paz y amor. Y el Narváez, como era cabezudo y venia muy pujante, no le quiso oír, antes dijo delante del mismo padre que Cortés y todos nosotros éramos unos traidores, e porque el fraile respondía que antes éramos muy leales servidores del rey, le trató mal de palabra. Y muy secretamente repartió el fraile los tejuelos y cadenas de oro a quien Cortés le mandó, y convocaba y atraía a los más principales del real de Narváez. Y dejallo he aquí, y diré lo que al oidor Lucas Vázquez de Ayllón y el Narváez les acontesció, y lo que sobre ello pasó.

Capítulo CXIII: Cómo hobieron palabras el capitán Pánfilo de Narváez y el oidor Lucas Vázquez de Ayllón; y el Narváez le mandó prender y le envió en un navío preso a Cuba o a Castilla, y lo que sobre ello avino

Parece ser que como el oidor Lucas Vázquez de Ayllón venía a favorescer las cosas de Cortés y de todos nosotros, porque ansí se lo habían mandado la Real Audiencia de Santo Domingo y los frailes jerónimos questaban por gobernadores, como sabían los muchos y buenos y leales servicios que hacíamos a Dios primeramente, y a nuestro rey y señor, y del gran presente que enviamos a Castilla con nuestros procuradores. E demás de lo que la Audiencia Real le mandó, como el oidor vio las cartas de Cortés e con ellas tejuelos de oro, si de antes decía que aquella armada que enviaba era injusta y contra toda justicia, que a tan buenos servidores del rey como éramos que era mal hecho venir, de allí adelante lo decía muy más claro y abiertamente; y decía tanto bien de Cortés y de todos los que con él estábamos, que ya en el real de Narváez no se hablaba de otra cosa; y demás desto como veían y conocían en el Narváez ser la pura miseria, y el oro y ropa que Montezuma les enviaba todo se lo guardaba y no daba cosa dello ningún capitán ni soldado, antes decía con voz que hablaba muy entonado, medio de bóveda, a su mayordomo: «Mira que no falte ninguna manta, porque todas están puestas por memoria». Y como aquello conocían dél, e oían lo que dicho tengo del Cortés y los que con él estábamos de muy francos, todo su real estaba medio alborotado, y tuvo pensamiento el Narváez que el oidor entendía en ello e poner cizaña; y demás desto, cuando Montezuma les enviaba bastimento, que repartía el despensero o mayordomo de Narváez, no tenía cuenta con el oidor ni con sus criados, como era razón, y sobrello hobo ciertas cosquillas y ruido en el real; y también por consejo que daban a Narváez el Salvatierra, que dicho tengo que venia por veedor, y un Juan Bono de Cuexo, vizcaíno, y sobre todo los grandes favores que tenía el Narváez de Castilla, de don Juan Rodríguez de Fonseca, obispo de Burgos e arzobispo de Rosano, tuvo tal atrevimiento el Narváez, que prendió al oidor del rey y envióle preso a él y a ciertos sus criados y a su escribano y los hizo embarcar en un navío y los envió a Castilla, o a la isla de Cuba; y a un hidalgo que se decía Fulano de Oblanca y era letrado, porque decía que Cortés era muy servidor del rey, y todos nosotros los que estábamos con él, y que éramos dinos de muchas mercedes, y que parescía mal llamarnos traidores, y que era mal hecho prender a un oidor de Su Majestad, y por esto que le dijo le mandó echar preso; y como el Gonzalo de Oblanca era muy noble, del enojo murió dentro de cuatro días; y también mandó echar presos a otros dos soldados que traía en su navío, que sabia que hablaban bien de Cortés, y entrellos fue un Sancho de Barahona, vecino que fue de Guatimala. Tornemos a decir del oidor que llevaban preso a Castilla, que con palabras buenas y con temores que puso al capitán y al piloto y maestre que le llevaban a cargo en el navío, que llegados a Castilla que Su Majestad, en lugar de paga de lo que hacen, les mandaría ahorcar; y desque aquellas palabras oyeron, le dijeron que les pagase su trabajo y le llevarían a Santo Domingo. Y así mudaron la derrota que les había mandado el Narváez. Y llegados a la isla de Santo Domingo y desembarcado, desque la Audiencia real, que allí residía, y los frailes jerónimos questaban por gobernadores oyeron al licenciado Lucas Vázquez de Ayllón, y vieron tan gran desacato y atrevimiento, sintiéronlo mucho y con tanto enojo, que luego lo escribieron a Castilla al Real Consejo de Su Majestad , y como el obispo de Burgos era presidente y lo mandaba todo, y Su Majestad no había venido de Flandes, no hobo lugar de se hacer cosa ninguna de justa en nuestro favor; antes el don Juan Rodríguez de Fonseca dizque se holgó mucho creyendo quel Narváez nos había ya desbaratado; y cuando Su Majestad, questaba en Flandes, oyó a nuestros procuradores y lo quel Diego Velázquez y Narváez habían hecho en enviar la armada sin su real licencia, y haber prendido a su oidor, les hizo harto daño en los pleitos y demandas que después que acusaron a Cortés le pusieron, y a todos nosotros, como adelante diré, por más que decían que tenían licencia del obispo de Burgos, que era presidente, para hacer la armada que contra nosotros enviaron. Pues como ciertos soldados, deudos e amigos del oidor Lucas Vázquez de Ayllón, vieron quel Narváez había hecho aquel gran desacato y desatino contra el oidor de Su Majestad, que había llevado preso, e temerosos del Narváez, que les traía ya sobre los ojos y estaba mal con ellos, acordaron de se huir de los arenales a la villa donde estaba el capitán Sandoval; y les hizo mucha honra, y supo dellos todo lo aquí por mi dicho, y cómo quería enviar el Narváez a aquella villa soldados a prenderle. Y lo que más pasó diré adelante.

Capítulo CXIV: Cómo Narváez, después que echó preso al oidor Lucas Vázquez de Ayllón e a su escribano, se pasó con toda la armada a un pueblo que se dice Cempoal, que en aquella sazón era grande, y lo que en él concertó, y lo que nuestro cortés y todos nosotros hecimos estando en Méjico, e cómo acordamos ir sobre Narváez

Como Narváez hubo enviado preso al oidor de la Audiencia real de Santo Domingo, luego procuró de se ir con todo su fardaje e municiones e pertrechos de guerra a sentar real en un pueblo que en aquella sazón era muy poblado, que se dice Cempoal; y la primera cosa que hizo tomó por fuerza al cacique gordo, que ansí se llama, todas las mantas y ropa e oro que Cortés le dio a guardar antes que partiésemos para Tascala, y también le tomó las indias que habían dado los caciques de aquel pueblo, que se las dejamos en casa de sus padres porque eran hijas de señores e para ir a la guerra muy delicadas. Y hecho esto, el cacique gordo dijo muchas veces a Narváez que no le tomase cosa alguna de lo que Cortés le dejó en poder, porque si lo sabía que se lo tomaban, que mataría por ello, y aun se le quejó al mismo Narváez de muchos males e robos que sus gentes le hacían en aquel pueblo; y le dijeron que cuando estaba allí Malinche, que ansí llamaban a Cortés, y su gente, que no les tomaban cosa ninguna, e que era muy bueno y justificado ansí él como todos los teules que traía, e que le diese luego sus indias e oro e mantas, si no que se enviaría a quejarse a Malinche. E como aquello le oían, hacían burla de lo que decía, y el veedor Salvatierra, otras veces por mi nombrado, que era el que más bravezas hablaba, dijo a otros sus amigos e al mismo Narváez: «¿No oís qué miedo tienen todos estos caciques deste nonada de Cortesillo?» Digo yo miren cuánto vale no decir mal de lo bueno; que digo de verdad que cuando dimos sobre el Narváez, uno de los más cobardes fue el Salvatierra, como adelante diré; e no porque no tenía membrudo cuerpo y fuerzas, mas era mal engalivado. y no de la lengua. Decían que era natural de un pueblo adelante de Burgos. Dejemos de hablar dél y digamos cómo el Narváez envió a requerir a nuestro capitán e a todos nosotros con unas provisiones, que decían eran traslados de los originales que traía, para ser capitán por el gobernador Diego Velázquez, las cuales enviaba para que nos las notificasen a un escribano que se decía Fulano de Mata, el cual después fue ballestero, y el tiempo andando fue vecino de la Puebla; y enviaba con él a cuatro soldados, personas muy de calidad, para ser testigos. E dejarlo he aquí, ansí al Narváez e al escribano que enviaba. e volvamos a Cortés, que como cada día tenía cartas e avisos, ansí de los del real de Narváez como del capitán Gonzalo de Sandoval, que quedaba en la Villa Rica e le hizo saber que tenía allí consigo los cinco soldados, personas muy principales, parientes e amigos del licenciado Lucas Vázquez de Ayllón, que envió preso el Narváez, que se le pasaron del real de Narváez; y la causa que daban por qué se vinieron fue que pues el Narváez no tuvo respeto a un oidor del rey, que menos se lo ternía a ellos, que eran sus deudos: de los cuales soldados supo muy por extenso el Sandoval todo lo que pasaba en el real de Narváez, que decía que había de ir en nuestra busca a Méjico para nos prender. Pasemos adelante y digamos que Cortés tomó luego consejo con nuestros capitanes e todos nosotros los que sabía que le habíamos de ser muy servidores e solía llamar a consejo para casos de calidad como éstos; e por todos fue acordado que brevemente, sin más aguardar cartas ni otras razones, fuésemos sobre el Narváez, e que Pedro de Alvarado quedase en Méjico en guarda de Montezuma con todos los soldados que no tuviesen dispusición para ir aquella jornada. También para que quedasen allí las personas sospechosas que sentíamos ser amigos de Diego Velázquez. Y en aquella sazón, antes que el Narváez viniese, había enviado Cortés a Tascala por mucho maíz, porque había malas sementeras en tierra de Méjico por falta de aguas e hobo necesidad dello, e como teníamos muchos indios naborías de Tascala habíamoslo menester. El cual maíz trujeron, e gallinas e otros bastimentos, que dejamos a Pedro de Alvarado, e aun le hecimos unos mamparos e fortaleza con ciertos pertrechos, tiros de brosne e toda la pólvora que había, e catorce escopeteros y ocho ballesteros e cinco caballos, e quedaron con él ochenta soldados por todos. Y desque el gran Montezuma vio que queríamos ir sobre Narváez, y como Cortés le iba a ver cada día e a tenelle palacio, jamás Cortés le quiso dar a entender que el Montezuma ayudaba a Narváez e le enviaba oro e mantas e le mandaba dar bastimentos; e de plática en plática le preguntó Montezuma a Cortés que adónde quería ir e para qué había hecho aquellos pertrechos e fortaleza, e que cómo andábamos todos rebotados. E lo que Cortés le respondió y en lo que se resumió la plática diré adelante.

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