Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España (18 page)

BOOK: Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España
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Capítulo LIII: Cómo volvimos a nuestra Villa Rica de la Vera Cruz, y lo que allí pasó

Después que hobimos hecho aquella jornada y quedaron amigos los de Cingapacinga con los de Cempoal, y otros pueblos comarcanos dieron obidiencia a Su Majestad, y se derrocaron los ídolos y se puso la imagen de Nuestra Señora y la santa cruz, y se puso por ermitaño el viejo soldado, y todo lo por mi memorado, nos fuimos a la villa y llevábamos con nosotros ciertos principales de Cempoal; y hallamos que aquel día había venido de la isla de Cuba un navío y por capitán dél un Francisco de Saucedo, que llamábamos el Polido, y pusímosle aquel nombre porque en demasía se preciaba de galán y polido; y decían que habla sido maestresala del almirante de Castilla, y era natural de Medina Ríoseco, y vino entonces Luis Marín, capitán que fue en lo de Méjico, persona que valió mucho, y vinieron diez soldados. Y traía el Saucedo caballo y Luis Marín una yegua, y nuevas de Cuba que le habían llegado de Castilla a Diego Velázquez las provisiones para poder rescatar y poblar. Y los amigos de Diego Velázquez se regocijaron mucho, y demás de que supieron que le trujeron provisión para ser adelantado de Cuba. Y estando en aquella villa sin tener en qué entender más de acabar de hacer la fortaleza, que todavía se entendía en ella, dijimos a Cortés todos los más soldados que se quedase aquello que estaba hecho en ella para memoria, pues estaba ya para enmaderar y que hacía ya más de tres meses que estábamos en aquella tierra; e que sería bueno ir a ver qué cosa era el gran Montezuma, y buscar la vida y nuestra ventura, e que antes que nos metiésemos en camino enviásemos a besar los pies a Su Majestad y a dalle cuenta y relación de todo lo acaescido desde que salimos desde la isla de Cuba; y también se puso en plática que enviásemos a Su Majestad todo el oro que se habla habido, ansí rescatado como los presentes que nos envió Montezuma. Y respondió Cortés que era muy bien acordado, e que ya lo había él puesto en plática con ciertos caballeros, e porque en lo del oro por ventura habría algunos soldados que querrán sus partes y si se partiese que sería poco lo que se podría enviar, por esta causa dio cargo a Diego de Ordaz y a Francisco de Montejo, que eran personas de negocios, que fuesen de soldado en soldado, de los que se tuviese sospecha que demandarían las partes del oro, y les decían estas palabras: «Señores, ya veis que queremos hacer un presente a Su Majestad del oro que aquí hemos habido, y para ser el primero que enviamos de estas tierras había de ser mucho más: paréscenos que todos le sirvamos con las partes que nos caben: los caballeros y soldados que aquí estamos escritos tenemos firmados cómo no queremos parte ninguna dello, sino que servimos a Su Majestad con ello por que nos haga mercedes. El que quisiere su parte, no se le negará. El que no la quisiera, haga lo que todos hemos hecho, fírmelo aquí». Y desta manera todos a una lo firmaron. Y esto hecho, luego se nombraron para procuradores que fuesen a Castilla Alonso Hernández Porto Carrero y a Francisco de Montejo, porque ya Cortés le había dado sobre dos mill pesos por tenelle de su parte; y se mandó apercebir el mejor navío de toda la flota y con dos pilotos, que fue uno Antón de Alaminos, que sabía cómo habían de desembocar por la canal de Bahama, porquél fue el primero que navegó por aquella canal. Y también apercebimos quince marineros, y se les dio todo recaudo de matalotaje. Y esto apercebido, acordamos de escrebir y hacer saber a Su Majestad todo lo acaescido. Y Cortés escribió por si, según él nos dijo, con recta relación, mas no vimos su carta; y el Cabildo escribió, juntamente con diez soldados de los que fuimos en que se poblase la tierra y le alzamos a Cortés por general; y con toda verdad, que no faltó cosa ninguna en la carta; iba yo firmado en ella, y demás de estas cartas y relaciones, todos los capitanes y soldados juntamente escrebimos otra carta y relación. Y lo que se contenía en la carta que escribimos es lo siguiente:

Capítulo LIV: De la relación e carta que escrebimos a Su Majestad con nuestros procuradores Alonso Hernández Puerto Carrero e Francisco de Montejo, la cual carta iba firmada de algunos capitanes y soldados

Después de poner en el principio aquel muy debido acato que som s obligados a tan gran majestad del emperador nuestro señor, que fue ansí: s. c. c. R. M., y poner otras cosas que se convenían decir en la relación y cuenta de nuestra vida e viaje, cada capítulo por sí, fue esto que aquí diré en suma breve: Cómo salimos de la isla de Cuba con Hernando Cortés; los pregones que se dieron cómo veníamos a poblar, y que Diego Velázquez secretamente enviaba a rescatar y no a poblar; cómo Cortés se quería volver con cierto oro rescatado. conforme a las instrucciones que de Diego Velázquez traía, de las cuales hicimos presentación; cómo hicimos a Cortés que poblase y le nombramos por capitán general e justicia mayor hasta que otra cosa Su Majestad fuese servido mandar; cómo le prometimos el quinto de lo que se hobiese, después de sacado su real quinto; cómo llegamos a Cozumel, y por qué ventura se hobo Jerónimo de Aguilar en la Punta de Cotoche, y de la manera que decía que allí aportó él e un Gonzalo Guerrero, que quedó con los indios por estar casado y tener hijos y estar ya hecho indio; cómo llegamos a Tabasco, y de las guerras que nos dieron y batalla que con ellos tuvimos; cómo los atrajirras que nos dieron y batalla que con ellos tuvimos, cómo los atrajimos de paz; cómo a doquiera que allegamos se les hacen buenos razonamientos para que dejen sus ídolos y se les declara las cosas tocantes a nuestra santa fe; cómo dieron la obidiencia a su Real Majestad y son los primeros vasallos que tiene en aquestas partes; cómo trujeron un presente de mujeres, y en él una cacica, para india, de mucho ser, que sabe la lengua de Méjico, ques la que se usa en toda la tierra, e que con ella y con el Aguilar tenemos verdaderas lenguas; cómo desembarcamos en San Juan de Ulúa y de las pláticas de los embajadores del gran Montezuma, y quién era el Montezuma, y lo que se decía de sus grandezas, y del presente que trujeron, y cómo fuimos a Cempoal, ques un pueblo grande, y desde allí a otro pueblo que se dice Quiaviztlan, questaba en fortaleza, y cómo se hizo liga y confederación con nosotros y quitaron la obidiencia a Montezuma en aquel pueblo, demás de treinta pueblos que todos le dieron la obidiencia y están en su real patrimonio; la ida de Cingapacinga; cómo hicimos la fortaleza, y que agora estamos en camino para ir la tierra adentro hasta vernos con el Montezuma; cómo aquesta tierra es muy grande y de muchas ciudades y muy pobladísimas, y los naturales grandes guerreros; cómo entre ellos hay muchas diversidades de lenguas y tienen guerra unos con otros; cómo son idólatras y se sacrifican y matan en sacrificios muchos hombres e niños y mujeres, y comen carne humana e usan otras torpedades; cómo el primer descubridor fue un Francisco Hernández de Córdoba, e luego cómo vino Juan de Grijalba, e que agora al presente le servimos con el oro que hemos habido, ques el sol de oro y la luna de plata y un casco de oro en granos, como se coge de las minas, muchas diversidades y géneros de piezas de oro hechas de muchas maneras, y mantas de algodón muy labradas de plumas y primas, y otras muchas piezas de oro, que fueron mosqueadores, rodelas e otras cosas que ya no se me acuerda, como ha ya tantos años que pasé; también enviamos cuatro indios que quitamos en Cempoal, que tenían a engordar en unas jaulas de madera para, después de gordos, sacrificallos y comérselos. Y después de hecha esta relación e otras cosas dimos cuenta y relación cómo quedamos en estos sus reinos cuatrocientos y cincuenta soldados en muy gran peligro, entre tanta multitud de pueblos e gentes belicosas y grandes guerreros, por servir a Dios y a su real Corona, y le suplicamos que en todo lo que se nos ofreciese nos haga mercedes, y que no hiciese merced de la gobernación destas tierras ni de ningunos oficios reales a persona ninguna, porque son tales y ricas y de grandes pueblos y ciudades que convienen para un infante o gran señor; y tenemos pensamiento que como don Juan Rodríguez de Fonseca, obispo de Burgos y arzobispo de Rosano, es su presidente y manda a todas las Indias, que lo dará algún su deudo o amigo, especialmente a un Diego Velázquez questá por gobernador en la isla de Cuba, y la causa por qué se la dará la gobernación y otro cualquier cargo es que siempre le sirve con presentes de oro y le ha dejado en la misma isla pueblos de indios, que le sacan oro de las minas; de lo cual habla primeramente de dar los mejores pueblos para su real Corona, y no le dejó ningunos, que solamente por esto es dino de que no se le hagan mercedes, y que como en todo somos muy leales servidores y hasta fenecer nuestras vidas le hemos de servir, se lo hacemos saber para que tenga noticia de todo, y questamos determinados que hasta que sea servido, que nuestros procuradores que allá enviamos besen sus reales pies y vea nuestras cartas y nosotros veamos su real firma, que entonces los pechos por tierra para obedecer sus reales mandos; y que si el obispo de Burgos, por su mandado, nos envía a cualquier persona a gobernar o a ser capitán, que primero que se obedezca se lo haremos saber a su real persona a doquiera que estuviere, y lo que fuere servido mandar que lo obedeceremos, como mando de nuestro rey y señor, como somos obligados. Y demás destas relaciones le suplicamos que, entre tanto que otra cosa sea servido mandar, que le hiciese merced de la gobernación a Hernando Cortés, y dimos tantos loores dél y tan gran servidor suyo, hasta ponelle en las nubes. Y después de haber escrito todas estas relaciones con todo el mayor acato y humildad que pudimos y convenía, y cada capítulo por sí, declarando cada cosa cómo y cuando y de qué arte pasaron, como carta para nuestro y señor, y no del arte que va aquí en esta mi relación, y la firmamos todos los capitanes y soldados que éramos de la parte de Cortés, e fueron dos cartas duplicadas, y nos rogó que se las mostrásemos, y como vio la relación tan verdadera y los grandes loores que dél dábamos, hobo mucho placer y dijo que nos lo tenía en merced, con grandes ofrescimientos que nos hizo; empero no quisiera que en ella dijéramos ni mentáramos del quinto del oro que le prometimos, ni que declaráramos quién fueron los primeros descubridores, porque, según entendimos, no hacia en su carta relación de Francisco Hernández de Córdoba ni del Grijalba, sino dél solo, a quien atribula el descubrimiento, la honra e honor de todo, y dijo que agora al presente que aquello estuviera mejor por escrebir y no dar relación dello a Su Majestad, y no faltó quien lo dijo que a nuestro rey y señor que no se le ha de dejar de decir todo lo que pasa. Pues ya escritas estas cartas Y dadas a nuestros procuradores, les encomendamos mucho que por vía ninguna no entrasen en la Habana ni fuesen a una estancia que tenía allí el Francisco de Montejo, que se decía el Marien, que era puerto para navíos, por que no alcanzase a saber Diego Velázquez lo que pasaba; y no lo hicieron ansí, como adelante diré. Pues ya puesto todo a punto para se ir a embarcar, dijo misa el padre de la Merced, y encomendándoles al Espíritu Santo que les guiase, y en veinte y seis días del mes de julio de mill e quinientos diez y nueve años partieron de San Juan de Ulúa y con buen tiempo llegaron a la Habana. Y el Francisco de Montejo con grandes importunaciones convocó e atrajo al piloto Alaminos guiase a su estancia, diciendo que iba a tomar bastimento de puercos y cazabi, hasta que le hizo hacer lo que quiso y fue a surgir a su estancia, porque Puerto Carrero iba muy malo y no hizo cuenta dél. Y la noche que allí llegaron desde la nao echaron un marinero en tierra con cartas y avisos para el Diego Velázquez, y supimos quel Montejo le mandó que fuese con las cartas; y en posta fue el marinero por la isla de Cuba, de pueblo en pueblo, publicando todo lo por mí aquí dicho, hasta que Diego Velázquez lo supo. Y lo que sobrello hizo, adelante lo diré.

Capítulo LV: Cómo Diego Velázquez, gobernador de cuba, supo por cartas muy de cierto que enviábamos procuradores con embajadas y presentes a nuestro rey y señor, y lo que sobrello se hizo

Como Diego Velázquez, gobernador de Cuba, supo las nuevas, ansí por las cartas que le enviaron secretas, y dijeron que fueron del Montejo, como del marinero, que se halló presente en todo lo por mí dicho en el capitulo pasado, que se habla echado a nado para le llevar las cartas; y cuando entendió del gran presente de oro que enviábamos a Su Majestad y supo quiénes eran los embajadores e procuradores, tomábanle trasudores de muerte, y decía palabras muy lastimosas e maldiciones contra Cortés y su secretario Duero y del contador Amador de Lares, que le aconsejaron en hacer general al Cortés. Y de presto mandó armar dos navíos de poco porte, grandes veleros, con toda la artillería y soldados que pudo haber, y con dos capitanes que fueron en ellos, que se decían Grabiel de Rojas y el otro capitán se decía Fulano de Guzmán. Y les mandó que fuesen hasta la Habana, y desde allí a la canal de Bahama, y que en todo caso le trujesen presa la nao en que iban nuestros procuradores y todo el oro que llevaban. Y de presto, ansí como lo mandó, llegaron en ciertos días de navegación a la canal de Bahama y preguntaban a los de los barcos que andaban por la mar de acarreto que si habían visto ir una nao de mucho porte; y todos daban noticia della, y que ya sería desembocada por la canal de Bahama, porque siempre tuvieron buen tiempo. Y después de andar barloventeando con aquellos dos navíos entre la canal y la Habana, y no hallaron recaudo de lo que venían a buscar, se volvieron a Santiago de Cuba. Y si triste estaba el Diego Velázquez de antes que enviase los navíos, muy más se congojó desque los vio volver de aquel arte. Y luego le aconsejaron sus amigos que se enviase a quejar a España al obispo de Burgos, questaba por presidente de Indias y hacía mucho por él. Y también envió a dar sus quejas a las islas de Santo Domingo a la Audiencia Real que en ella residía y a los frailes jerónimos questaban por gobernadores en ella, que se decían fray Luis de Figueroa y fray Alonso de Santo Domingo y fray Bernaldino de Manzanedo, los cuales religiosos solían estar y residir en el monasterio de la Mejorada, ques dos leguas de Medina del Campo; y envían en posta un navío a darles muchas quejas de Cortés y de todos nosotros. Y como alcanzaron a saber nuestros grandes servicios, la respuesta que le dieron los frailes jerónimos fue que Cortés y los que con él andábamos en las guerras no se nos podía poner culpa, pues sobre todas cosas ocurríamos a nuestro rey y señor le enviábamos tan gran presente que otro como él no se a visto de muchos tiempos pasados en nuestra España. Y esto dijeron porque en aquel tiempo y sazón no había Perú ni memoria dél; y también le enviaron a decir que antes éramos dinos que Su Majestad nos hiciese muchas mercedes. Y entonces le enviaron al Diego Velázquez a Cuba a un licenciado que se decía Zuazo para que le tome residencia, o al menos había pocos meses que había allegado a la isla, y el mismo licenciado dio relación a los frailes jerónimos. Y como aquella respuesta le trujeron al Diego Velázquez, se acongojé mucho más, y como antes era muy gordo, se puso flaco en aquellos días. Y luego con gran diligencia manda buscar todos los navíos que pudo haber en la isla de Cuba y apercebir soldados y capitanes; e procuró enviar una recia armada para prender a Cortés y a todos nosotros. Y tanta diligencia puso, quél mismo en persona andaba de villa en villa y en unas estancias y en otras, y escrebía a todas las partes de la isla donde él no podía ir a rogar a sus amigos fuesen aquella jornada. De manera que en obra de once meses o un año allegó diez y ocho velas grandes y chicas y sobre mill y trescientos soldados, entre capitanes y marineros, porque como le vían tan apasionado y corrido, todos los más principales vecinos de Cuba, ansí sus parientes como los que tenían indios, se aparejaron para le servir; y también envió por capitán general de toda la armada a un hidalgo que se decía Pánfilo de Narváez, hombre alto de cuerpo y membrudo, y hablaba algo entonado, como medio de bóveda; y era natural de Valladolid, y casado en la isla de Cuba con una dueña la viuda que se llamaba María de Valenzuela, y tenía buenos pueblos e indios y era muy rico. Donde lo dejaré agora haciendo y aderezando su armada y volveré a decir de nuestros procuradores y su buen viaje, y porque en una sazón acontecían tres y cuatro cosas, no puedo seguir la relación y materia de lo que voy hablando por dejar de decir lo que más viene al propósito, y a esta causa no me culpen porque salgo y me parto de la orden por decir lo que más adelante pasa.

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