Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España (16 page)

BOOK: Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España
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Capítulo XLVII: Cómo Cortés mandó que prendiesen aquellos cinco recaudadores de Montezuma, y mandó que desde ahí adelante no le obedesciesen ni diesen tributo, y la rebelión que entonces se ordenó contra Montezuma

Como Cortés entendió lo que los caciques le decían, dijo que ya les había dicho otras veces quel rey nuestro señor le mandó que viniese a castigar los malhechores e que no consintiese sacrificios ni robos, e pues aquellos recaudadores venían con aquella demanda, les mandó que luego les aprisionasen y los tuviesen presos hasta que su señor Montezuma sepa la causa cómo vienen a robar e a llevar por esclavos sus hijos y mujeres y hacer otras fuerzas. Y cuando los caciques lo oyeron estaban espantados de tal osadía: mandar que los mensajeros del gran Montezuma fuesen maltratados, y temían y no osaban hacello. Y todavía Cortés les convocó que luego los echasen en prisiones, y ansí lo hicieron, y de tal manera, que en unas varas largas y con collares, según entre ellos se usa, los pusieron de arte que no se les podían ir, e uno dellos, porque no se dejaba estar, le dieron de palos, y demás desto mandó Cortés a todos los caciques que no les diesen más tributo ni obidiencia a Montezuma, e que ansí lo publicasen en todos los pueblos sus aliados e amigos; e que si otros recaudadores hobiese en otros pueblos como aquéllos, que se lo hiciesen saber, quél enviaría por ellos. Y como aquella nueva se supo en toda aquella provincia, porque luego envió mensajeros el cacique gordo haciéndoselo saber, y también lo publicaron los principales que hablan traído en su compañía aquellos recaudadores, que como los vieron presos luego se desgarraron e fueron cada uno a su pueblo a dar mandado y a contar todo lo acaescido, e viendo cosas tan maravillosas e de tanto peso para ellos, dijeron que no osaron hacer aquello hombres humanos, sino teules, que ansí llamaban a sus ídolos en que adoran. E a esta causa, desde allí adelante nos llamaron teules, que es, como he dicho, o dioses o demonios, y cuando dijere en esta relación teules en cosas que han de ser mentadas nuestras personas, sepan que se dice por nosotros. Volvamos a decir de los prisioneros, que los querían sacrificar por consejo de todos los caciques, por que no se les fuese alguno dellos a dar mandado a Méjico, Y como Cortés lo entendió les mandó que no los matasen, quel los quería guardar, y puso de nuestros soldados que los velasen, e a media noche mandó llamar Cortés a los mismos nuestros soldados que los guardaban y les dijo: «Mira que soltéis los dos dellos, los más diligentes que os pareciéren, de manera que no lo sientan los indios destos pueblos», y que se los llevasen a su aposento. Y después que los tuvo delante les preguntó con nuestras lenguas que por qué estaban presos y de qué tierra eran, como haciendo que no los conocía. Y respondieron que los caciques de Cempoal y de aquel pueblo, con su favor y el nuestro, los prendieron. Y Cortés respondió que él no sabía nada, y que le pesa dello, y les mandó dar de comer y les dijo palabras de muchos halagos y que se fuesen luego a decir a su señor Montezuma como éramos todos nosotros sus grandes amigos y servidores y porque no pasasen más mal les quitó las prisiones y riñó con los caciques que les tenían presos, y que todo lo que hobieren menester para su servicio que lo hará de muy buena voluntad, y que los tres indios sus compañeros que tienen en prisiones, quél los mandará soltar y guardar, e que vayan muy prestos no los tornen a prender y los maten. Y los dos prisioneros respondieron que se lo tenían en merced y que habían miedo que los tornarían a las manos, porque por fuerza han de pasar por sus tierras. Y luego mandó Cortés a seis hombres de la mar que esa noche los llevasen en un batel obra de cuatro leguas de allí hasta sacalles a tierra segura, fuera de los términos de Cempoal. Y como amanesció y los caciques de aquel pueblo y el cacique gordo hallaron menos los dos prisioneros, querían muy de hecho sacrificar los otros tres que quedaban, si Cortés no se los quitara de poder, e hizo del enojado porque se habían huido los otros dos, y mandó traer una cadena del navío y echólos en ella, y luego los mandó llevar a los navíos e dijo quél los quería guardar, pues tan mal cobro pusieron en los demás. Y desque lo hobieron llevado les mandó quitar las cadenas, y con buenas palabras les dijo que presto los enviaría a Méjico. Dejémoslo ansí, que luego questo fue hecho todos los caciques de Cempoal y de aquel pueblo y de otros que se habían allí juntado de la lengua totonaque, dijeron a Cortés que qué harían; que ciertamente vernían sobrellos los poderes de Méjico del gran Montezuma, y que no podrían escapar de ser muertos y destruidos. Y dijo Cortés con semblante muy alegre quél y sus hermanos, que allí estábamos, les defenderíamos y mataríamos a quien enojarlos quisiese. Entonces prometieron todos aquellos pueblos y caciques a una que serían con nosotros en todo lo que les quisiésemos mandar, y juntarían sus poderes contra Montezuma y todos sus aliados. Y aquí dieron la obidiencia a Su Majestad por ante un Diego de Godoy, el escribano, y todo lo que pasó lo enviaron a decir a los más pueblos de aquella provincia. Como ya no daban tributo ninguno y los recogedores no parescían, no cabían de gozo haber quitado aquel dominio. Y dejemos esto y diré cómo acoramos de nos abajar a lo llano a unos prados, donde comenzamos hacer una fortaleza. Esto es lo que pasó, y no la relación que sobrello dieron al coronista Gomara
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Capítulo XLVIII: Cómo acordamos de poblar la Villa Rica de la Vera Cruz y de hacer una fortaleza en unos prados junto a unas salinas y cerca del puerto del nombre feo, donde estaban anclados nuestros navíos y lo que allí se hizo

Después que hobimos hecho liga e amistad con más de treinta pueblos de las sierras que se decían los totonaques, que entonces se rebelaron al gran Montezuma y dieron la obidiencia a Su Majestad y se profirieron de nos servir, con aquella ayuda tan presta acordamos de fundar la Villa Rica de la Vera Cruz en unos llanos media legua del pueblo, questaba como en fortaleza, que se dice Quiaviztlan, y trazada iglesia y plaza y atarazanas y todas las cosas que convenían para ser villa, e hicimos una fortaleza y desde en los cimientos, y en acaballa de tener alta para enmaderar y hechas troneras e cubos y barbacanas dimos tanta priesa, que desde Cortés, que comenzó el primero a sacar tierra a cuestas y piedras e ahondar los cimientos, como todos los capitanes soldados a la contina entendíamos en ello, y trabajábamos por la acabar de presto, los unos en los cimientos, y otros en hacer las tapias, y otros en acarrear agua, y en las caleras, en hacer ladrillos e tejas, y en buscar comida; otros en la madera, los herreros en la clavazón, porque tenímos dos herreros, y desta manera trabajamos en ello a la contina desdel mayor hasta el menor, y los indios que nos ayudaban; de manera que ya estaba hecha iglesia e casas e casi la fortaleza. Estando en esto paresce ser quel gran Montezuma tuvo noticia en Méjico cómo habían preso sus recaudadores e que le habían quitado la obediencia y cómo estaban rebelados los pueblos totonaques; mostró tener mucho enojo de Cortés y de todos nosotros, y tenía ya mandado a un su gran ejército de guerreros que viniesen a dar guerra a los pueblos que se le rebelaron, y que no quedase ninguno dellos a vida, e para contra nosotros aparejaba de venir con gran pujanza de capitanías; y en aquel instante van los dos indios prisioneros que Cortés mandó soltar, según he dicho en el capítulo pasado. Y desque Montezuma entendió que Cortés les quitó de las prisiones y los envió a Méjico y las palabras de ofrescimientos que le envió a decir, quiso Nuestro Señor Dios que amansó su ira e acordó de enviar a saber de nosotros; y para ello vinieron dos sobrinos suyos, con cuatro viejos, grandes caciques, que los traían a cargo, y con ellos envió un presente de oro y mantas e a dar las gracias a Cortés porque les soltó a sus criados; y por otra parte se envió a quejar mucho diciendo que con nuestro favor se habían atrevido aquellos pueblos de hacelle tan gran traición e que no le diesen tributo y quitalle la obidiencia, y que agora teniendo respeto e a que tiene por cierto que somos los que sus antepasados les han dicho que hablan de venir a sus tierras, e que debemos de ser de su linaje, porque estábamos en casas de los traidores, no les envió luego a destruir, mas quel tiempo andando no se alabarán de aquellas traiciones. Y Cortés rescibió el oro y la ropa, que valía sobre dos mill pesos, les abrazó y dio por desculpa quél y todos nosotros éramos muy amigos de su señor Montezuma, y como tal servidor le tiene guardados sus tres recaudadores. Y luego los mandó traer de los navíos y con buenas mantas y bien tratados se los entregó. Y también Cortés se quejó mucho del Montezuma y dijo cómo sus gobernadores Pitalpitoque se fueron una noche del real sin le hablar, y que no fue bien hecho, y que cree y tiene por cierto que no se lo mandaría el señor Montezuma que hiciesen tal villanía, e que por aquella causa nos venimos aquellos pueblos, donde estábamos, e que hemos rescebido dellos honra; e que les pide por merced que les perdone el desacato que contra él han tenido, y que en cuanto a lo que dice que no le acuden con el tributo, que no pueden servir a dos señores; que en aquellos días que habemos estado nos han servido en nombre de nuestro rey y señor, y porquel Cortés y todos sus hermanos iríamos presto a le ver y servir, y desque allá estemos se dará orden en todo lo que mandare. Y después de aquestas pláticas y otras muchas que pasaron, mandó dar aquellos mancebos, que eran grandes caciques, y a los cuatro viejos que los traían a cargo, que eran hombres principales, diamantes azules y cuentas verdes; y se les hizo honra, y allí delante dellos, porque había buenos prados, mandó Cortés que corriesen y escaramuceasen Pedro de Alvarado, que tenía una buena yegua alazana, que era muy revuelta, y otros caballeros, de lo cual se holgaron de los haber visto correr; y despedido y muy contentos de Cortés y de todos nosotros, se fueron a su Méjico. En aquella sazón se le murió el caballo a Cortés, y compró o le dieron otro que se decía el Arriero, que era castaño oscuro, que fue de Ortiz el Músico y un Bartolomé García el Minero; y fue uno de los mejores caballos que vinieron en el armada. Dejemos de hablar en esto y diré que como aquellos pueblos de la sierra, nuestros amigos, y el pueblo de Cempoal solían estar de antes muy temerosos de los mejicanos, creyendo que el gran Montezuma los había de enviar a destruir con sus grandes ejércitos de guerreros, y desque vieron a aquellos parientes del gran Montezuma que venían con el presente por mí memorado y a darse por servidores de Cortés y de todos nosotros, estaban espantados y decían unos caciques a otros que ciertamente éramos teules, pues que Montezuma nos había miedo, pues enviaba oro e presentes. Y si de antes teníamos mucha reputación de esforzados, de allí en adelante nos tuvieron en mucho más. Y quedarse ha aquí, e diré lo que hizo el cacique gordo y otros sus amigos.

Capítulo XLIX: Cómo vino el cacique gordo e otros principales a quejarse a cortés cómo en un pueblo fuerte, que se decía Cingapacinga, estaban guarniciones de mejicanos y les hacían mucho daño, y lo que sobrello se hizo

Después de despedidos los mensajeros mejicanos, vino el cacique gordo con otros muchos principales, nuestros amigos, a decir a Cortés que luego vaya a un pueblo que se dice Cingapacinga, questaría de Cempoal dos días de andadura, que serían ocho o nueve leguas, porque decían questaban en él juntos muchos indios de guerra, de los culúas, que se entiende por los mejicanos, e que les venían a destruir sus sementeras y estancias, y les salteaban sus vasallos, y les hacían otros muchos malos tratamientos. Y Cortés lo creyó según se lo decían tan afectadamente; y viendo aquellas quejas y con tantas importunaciones, y habiéndoles prometido que les ayudaría y mataría a los culúas o a otros indios que les quisiesen enojar, a esta causa no sabía qué se decir, salvo que iría de buena voluntad o enviaría algunos solados con uno de nosotros para echallos de allí. Y estuvo pensando en ello, y dijo riendo a ciertos compañeros questábamos acompañándole: «Sabéis, señores, que me paresce que en todas estas tierras ya tenemos fama de esforzados, y por lo que han visto estas gentes por los recaudadores de Montezuma nos tienen por dioses o por cosas como sus ídolos; he pensado que, para que crean que uno de nosotros basta para desbaratar a aquellos indios guerreros que dicen que están en el pueblo de la fortaleza, sus enemigos, enviemos a Heredia el Viejo, que era vizcaíno y tenía mala catadura en la cara, y la barba grande y la cara medio acuchillada, e un ojo tuerto, e cojo de una pierna, y era escopetero; el cual le mandó llamar, y le dijo: «Id con estos caciques hasta el río questaba de allí un cuarto de legua, y cuando allá llegáredes, hace que os paráis a beber y lavar las manos e tira un tiro con vuestra escopeta, que yo os enviaré a llamar, questo hago por que crean que somos dioses, o de aquel nombre y reptuación que nos tienen puesto, y como vos sois mal agestado creerán que sois ídolo». Y el Heredia lo hizo según y de la manera que le fue mandado, porque era hombre bien entendido e avisado, que había sido soldado en Italia. Y luego envió Cortés a llamar al cacique gordo e a todos los más principales questaban aguardando el ayuda y socorro, y les dijo: «Allá envío con vosotros ese mi hermano para que mate y eche todos los colúas dese pueblo y me traya presos a los que no se quisieren ir». Y los caciques estaban enlevados desque lo oyeron, y no sabían si lo creer o no, e miraban a Cortés si hacía algún mudamiento en el rostro, que creyeron que era verdad lo que les decía. Y luego el viejo Heredia que iba con ellos carga su escopeta e iba tirando tiros al aire por los montes, por que lo oyesen e viesen los indios. Y los caciques enviaron a dar mandado a otros pueblos cómo llevaban a un teule para matar a los mejicanos questaban en Cingapacinga. Y esto pongo aquí por cosa de risa, por que vean las mañas que tenía Cortés. Y desque entendió habría llegado el Heredia al río que le había dicho, mandó de presto que lo fuesen a llamar, y vueltos los caciques y el viejo Heredia, les tornó a decir Cortés a los caciques que, por la buena voluntad que les tenía, quel propio Cortes en persona, con alguno de sus hermanos, quería ir a hacelles aquel socorro, y a ver aquellas tierras y fortalezas; y que luego le trujesen cient hombres tamemes para llevar los tepuzques, que son los tiros; y vinieron otro día por la mañana. Y habíamos de partir aquel mesmo día con cuatrocientos soldados y catorce de caballo y ballesteros y escopeteros, questaban apercebidos. Y ciertos soldados que eran de la parcialidad de Diego Velázquez dijeron que no querían ir, y que se fuese Cortés con los que quisiese, quellos a Cuba se querían volver. E lo que sobrello se hizo diré adelante.

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