Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España (14 page)

BOOK: Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España
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Capítulo XL: Cómo Cortés envió a buscar otro puerto y asiento para poblar, y lo que sobrello se hizo

Despachados los mensajeros para Méjico, luego Cortés mandó ir navíos a descubrir la costa adelante, y por capitán dellos a Francisco de Montejo, y le mandó que siguiese el viaje que habíamos llevado con Juan de Grijalba, porquel mismo Montejo había venido en nuestra compañía, como otra vez he dicho; y que procurase de buscar puerto seguro y mirase por tierras en que pudiésemos estar, porque ya bien vía que en aquellos arenales no nos podíamos valer de mosquitos, y estar tan lejos de poblazones. Y mandó al piloto Alaminos y a Juan Álvarez el Manquillo fuesen por pilotos, porque como ya sabían aquella derrota, y que diez días navegasen costa a costa todo lo que pudiesen. Y fueron de la manera que les fue mandado, y llegaron en el paraje del río Grande ques cerca de Pánuco, y desde allí adelante no pudieron pasar por las grandes corrientes; que fue el río donde la otra vez llegamos cuando lo del capitán Juan de Grijalba, y viendo aquella mala navegación dio la vuelta a San Juan de Ulúa, sin más pasar adelante ni otra relación, eceto que doce leguas de allí hablan visto un pueblo como puerto en fortaleza, el cual pueblo se llamaba Quiahuyztlan, y que cerca de aquel pueblo estaba un puerto que le parescía al piloto que podrían estar los navíos seguros del Norte. Púsole un nombre feo, ques el tal de Bernal, que paresce a otro puerto de España que tenía aquel nombre; y en estas idas y venidas se pasaron al Montejo diez o doce días. Volveré a decir que el indio Pitalpitoque, que quedaba por traer comida, aflojó de tal manera que no traía ninguna cosa al real, y teníamos gran falta de mantenimientos, porque ya el cazabi amargaba de mohoso y podrido y sucio de fatulas; y si no íbamos a mariscar no comíamos, y los indios que solían traer oro y gallinas a rescatar ya no venían tantos como al principio, y esos que acudían muy recatados e medrosos, y estábamos aguardando los mensajeros que fueron a Méjico, por horas. Y estando desta manera vuelven Tendile con muchos indios, y después de haber hecho el acato que suelen entre ellos de sahumar a Cortés y a todos nosotros, dio diez cargas de mantas de pluma muy fina y ricas y cuatro chalchihuys, que son unas piedras verdes muy de gran valor, y tenidas entre ellos más que nosotros las esmeraldas, son de color verde, y ciertas piezas de oro que dijeron que valía el oro, sin los chalchivis, tres mill pesos. Y entonces vinieron el Tendile y Pitalpitoque, porquel otro gran cacique que se decía Quintalbor no volvió, porque había adolescido en el camino, y aquellos dos gobernadores se apartaron con Cortés y doña Marina y Aguilar, y le dijeron que su señor Montezuma rescibió el presente, e que se holgó con él, e que en cuanto a las vistas, que no le hablen más sobrello, y que aquellas ricas piedras de chalchivis que les envía para el gran emperador, y porque son tan ricas que vale cada una dellas una gran carga de oro, y que en más estima las tenía, y que ya no cure de enviar más mensajeros a Méjico. Y Cortés les dio las gracias con ofrescimientos, y ciertamente que le pesó que tan claramente le decían que no podríamos ver al Montezuma, y dijo a ciertos soldados que allí nos hallamos: «Verdaderamente debe ser gran señor y rico, y, si Dios quiere, algún día le hemos de ir a ver». Y respondimos los soldados: «Ya querríamos estar envueltos con él». Y dejemos por agora las vistas y digamos que en aquella razón era hora del Ave María, y en el real tañíamos una campana, y todos nos arrodillamos delante de una cruz que teníamos puesta en un médano de arena, y delante de aquella cruz decíamos la oración del Ave María. Y como Tendile y Pitalpitoque nos vieron ansí arrodillados, como eran muy entendidos, preguntaron que a qué fin nos humillábamos delante, de aquel palo hecho de aquella manera, y como Cortés lo oyó y el fraile de la Merced estaba presente, le dijo al fraile: «Bíen es agora, padre, que hay buena materia para ello, que les demos a entender con nuestras lenguas las cosas tocantes a nuestra santa fe». Y entonces se les hizo un tan buen razonamiento para en tal tiempo que unos buenos teólogos no lo dijeran mejor, y después de declarado cómo somos cristianos e todas las cosas tocantes a nuestra santa fe que se convenían decir, y les dijeron que sus ídolos son malos e que no son buenos, que huyen donde está aquella señal de la cruz, porque en otra de aquella hechura padesció muerte y pasión el Señor del cielo y de la tierra y de todo lo criado, ques en el que nosotros adoramos y creemos, ques Nuestro Dios verdadero, que se dice Jesucristo, y que quiso sufrir y pasar aquella muerte por salvar todo el género humano, y que resucitó al tercero día, y está en los cielos, y que habemos de ser juzgados dél. Y se les dijo otras muchas cosas, muy perfectamente dichas; y las entendían bien, y respondían cómo ellos lo dirían a su señor Montezuma. Y también se les declaró las cosas por qué nos envió a esas partes nuestro gran emperador: fue para quitar que no sacrificasen ningunos indios ni otra manera de sacrificios malos que hacen, ni se robasen unos a otros, ni adorasen aquellas malditas figuras, y que les ruega que pongan en su ciudad, en los adoratorios donde están los ídolos que ellos tienen por dioses, una cruz como aquélla, y pongan una imagen de Nuestra Señora que allí les dio, con su hijo precioso en los brazos, y verán cuánto bien les va y lo que nuestro Dios por ellos hace. Y porque pasaron otros muchos razonamientos e yo no los sabré escrebir, lo dejaré y traeré a la memoria que como vinieron con Tendile muchos indios esta postrera vez a rescatar piezas de oro, y no de mucha valía, todos los soldados los rescatábamos, y aquel oro que rescatábamos dábamos a los hombres que traíamos de la mar, que iban a pescar, a trueco de su pescado, para tener de comer, porque de otra manera pasábamos mucha necesidad de hambre. Y Cortés se holgaba dello y lo disimulaba, y aunque lo vía y se lo decían muchos criados e amigos de Diego Velázquez que para qué nos dejaba rescatar. Y lo que sobrello pasó diré adelante.

Capítulo XLI: De lo que se hizo sobre el rescatar del oro, y de otras cosas que en el real pasaron

Como vieron los amigos de Diego Velázquez que algunos soldados rescatábamos oro, dijéronselo a Cortés que para qué lo consentía, y que no le envió Diego Velázquez para que los soldados se llevasen todo el más del oro, y que era bien mandar pregonar que no rescatasen más de ahí adelante si no fuese el mismo Cortés, y lo que hobiesen habido que lo manifestasen para sacar el real quinto, e que se pusiese una persona que fuese conviniente para cargo de tesorero. Cortés a todo dijo que era bien lo que decían, y que la tal persona que la nombrasen ellos, y señalaron a un Gonzalo Mejía. Y después de hecho esto dijo Cortés no de buen semblante: «Mira, señores, que nuestros compañeros pasan gran trabajo de no tener con que se sustentar, y por esta causa hablamos de disimular, por que todos comiesen, cuanto más ques una miseria cuanto rescatan, que mediante Dios mucho es lo que habemos de haber, porque todas las cosas tienen su haz y envés. Ya está pregonado que no rescaten más oro, como habéis querido, y veremos de qué comeremos». Aquí es donde dice el coronista Gomara que lo hacía Cortés porque no creyese Montezuma que se nos daba nada por oro, y no le informaron bien, que desde lo de Grijalba en el río de Banderas lo sabía muy claramente; y, demás de esto, cuando le enviamos a demandar el casco de oro en granos de las minas y nos velan rescatar, pues qué gente mejicana para no entendeIlo, Y dejemos esto, pues dice que por información lo sabe, y digamos cómo una mañana no amanesció indio ninguno de los que estaban en las chozas que solían traer de comer, ni los que rescataban, y con ellos Pitalpitoque, que sin hablar palabra se fueron huyendo. Y la causa fue, según después alcanzamos a saber, que se lo envió a mandar Montezuma que no aguardase más pláticas de Cortés ni de los que con él estábamos, porque paresce ser, como Montezuma era muy devoto de sus ídolos, que se decían Tezcatepuca e Huichilobos; el uno decían que era dios de la guerra y el Tezcatepuca el dios del infierno, y les sacrificaba cada día muchachos para que le diesen respuesta de lo que había de hacer de nosotros, porquel Montezuma tenía pensamiento que si no nos tornábamos a ir en los navíos, de nos haber todos a las manos para que hiciésemos generación
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, y también para tener que sacrificar, según después supimos; que la respuesta que le dieron sus ídolos, que no curase más de oír a Cortés, ni las palabras que le envía a decir que tuviese cruz, y la imagen de Nuestra Señora que no la trujesen a su ciudad, y por esta causa se fueron sin hablar. Y como vimos aquella novedad, creímos questaban de guerra, y estábamos siempre muy más a punto apercibidos. Y un día, estando yo e otro soldado puestos por espías en unos arenales, vimos venir por la playa cinco indios, y por no hacer alboroto por poca cosa en el real los dejamos llegar a nosotros, y con alegres rostros nos hicieron reverencia a su usanza, y por señas nos dijeron que los llevásemos al real. Yo dije a mi compañero que se quedase en el puesto, e yo iría con ellos, que en aquella sazón no me pesaban los pies como agora que soy viejo. Y desque llegaron adonde Cortés estaba, le hicieron gran acato, y le dijeron: «Lope, luzio; lope luzio», que quiere decir en lengua totonaque: «Señor, y gran señor». Y traían unos grandes agujeros en los bozos de abajo, y en ellos unas rodajas de piedras pintadillas de azul, y otros con unas hojas de oro delgadas, y en las orejas muy grande agujeros, en ellas puestas otras rodajas con oro y piedras y muy diferente traje y habla que traían que la de los mejicanos que solían estar con nosotros. Y como dolía Marina y Aguilar, las lenguas, oyeron aquello de «Lope, luze», no lo entendían. Dijo la doña Marina en la lengua de Méjico que si había allí entre ellos nahuatatos, que son intérpretes de la lengua mejicana, y respondieron los dos de aquellos cinco que sí, que ellos la entendían, y dijeron que fuésemos bien venidos, e que su señor les enviaba a saber quién éramos y que se holgara servir a hombres tan esforzados, porque paresce ser ya sabían lo de Tabasco y lo de Potonchan, y más dijeron: Que ya hobieron venido a vernos si no por temor de los de Culúa, que solían estar allí con nosotros. Y «culúa y culúa» entiéndese por mejicanos, ques como si dijésemos cordobeses o villanos, e que supieron que habla tres días que se habían ido huyendo a sus tierras. Y de plática en plática supo Cortés cómo tenía Montezuma enemigos e contrarios, de lo cual se holgó, y con dádivas y halagos que les dio despidió aquellos cinco mensajeros y les dijo que dijesen a su señor quél les iría a ver muy presto. Aquellos indios llamábamos dende ahí en adelante los lopes luzios. Y dejallo he agora, y pasemos adelante y digamos que en aquellos arenales donde estábamos habla siempre muchos mosquitos, ansí de los zancudos como de los chicos, que llaman xexenes, que son peores que los grandes, y no podíamos dormir dellos, y no había bastimentos, y el cazabi se apocaba y muy mohoso y sucio de las fatulas, y algunos soldados de los que solían tener indios en la isla de Cuba, sospirando por volverse a sus casas, en especial de los criados e amigos de Diego Velázquez. Y como Cortés ansí vido la cosa y voluntades, mandó que nos fuésemos al pueblo que había visto el Montejo y el Piloto Alaminos, questaba en fortaleza, que se dice Quiaviztlan, y que los navíos estarían al abrigo del peñol por mi nombrado. Y como se ponía por la obra para nos ir, todos los amigos y deudos y criados del Diego Velázquez dijeron a Cortés que para qué quería hacer aquel viaje sin bastimentos, e que no tenía posibilidad para pasar más adelante, porque ya se hablan muerto en nuestro real, de heridas de lo de Tabasco y de dolencias y hambre, sobre treinta e cinco soldados, y que la tierra era grande y las poblazones de mucha gente, e que nos darían guerra un día o otro, y que seria mejor que nos volviésemos a Cuba a dar cuenta a Diego Velázquez del oro rescatado, pues era cantidad, y de los grandes presentes de Montezuma, que era el sol e luna de plata y el casquete de oro menudo de minas, y de todas las joyas y ropa por mi memoradas. Y Cortés les respondió que no es buen consejo volver sin ver por qué, e que hasta agora que no nos podíamos quejar de la fortuna, e que diésemos gracias a Dios que en todo nos ayudaba, y que en cuanto a los que se han muerto, que en las guerras y trabajos suele acontecer, y que será bien saber lo que hay en la tierra, y que entre tanto del maíz y bastimentos que tienen los indios y pueblos cercanos comeríamos o mal nos andarían las manos. Y con esta respuesta se sosegó algo la parcialidad del Diego Velázquez, aunque no mucho, que ya había corrillos dellos y plática en el real sobre la vuelta a Cuba. Y dejallo he aquí, y diré lo que más avino.

Capítulo XLII: Cómo alzamos a Hernando Cortés por Capitán General e Justicia Mayor hasta que Su Majestad en ello mandase lo que fuese servido, y lo que en ello se hizo

Ya he dicho que en el real andaban los parientes e amigos del Diego Velázquez perturbando que no pasásemos adelante, y que desde allí, de San Juan de Ulúa, nos volviésemos a la isla de Cuba. Paresce ser que ya Cortés tenía puesto en pláticas con Alonso Hernández Puerto Carrero y con Pedro de Alvarado y sus cuatro hermanos, Jorge y Gonzalo e Gómez y Juan, todos Alvarado, y con Cristóbal de Olí y Alonso de Ávila y Joan de Escalante e Francisco de Lugo e conmigo e otros caballeros y capitanes que le pidiésemos por capitán. El Francisco de Montejo bien lo entendió, y estábase a la mira, y una noche, a más de media noche, vinieron a mi choza el Alonso Hernández Puerto Carrero y el Joan de Escalante y el Francisco de Lugo, que éramos algo deudos yo y el Lugo y de una tierra, y me dijeron: «Señor Bernal Díaz del Castillo, salí acá con vuestras armas a rondar, acompañaremos a Cortés, que anda rondando». Y desque estuve apartido de la choza me dijeron: «Mira, señor, tened secreto de un poco que os queremos decir, que pesa mucho, y no lo entiendan los compañeros que están en vuestro rancho que son de la parte de Diego Velázquez». Y lo que me platicaron fue: «¿Paresceos, señor, bien que Hernando Cortés ansí nos haya traído engañados a todos, y dio pregones en Cuba que venía a poblar, y agora hemos sabido que no trae poder para ello, sino para rescatar y quieren que nos volvamos a Santiago de Cuba con todo el oro que se ha habido, y quedaremos todos perdidos, y tomar se ha el oro Diego Velázquez como la otra vez? Mira señor, que habéis venido ya tres veces con esta postrera gastando vuestros haberes y habéis quedado empeñado, aventurando tantas veces la vida con tantas heridas; hacémoslo, señor, saber porque no pase esto más adelante, y estamos muchos caballeros que sabemos que son amigos de vuestra merced para que esta tierra se pueble en nombre de Su Majestad, y Hernando Cortés en su real nombre, y en teniendo que tengamos posibilidad, hacello saber en Castilla a nuestro rey y señor, y tenga, señor, cuidado de dar el voto para que todos le elijamos por capitán de unánime y voluntad, porque es servicio de Dios e de nuestro rey e señor». Yo respondí que la ida de Cuba no era buen 55 acuerdo, y que sería bien que la tierra se poblase e que eligiésemos a Cortés por general y justicia mayor hasta que Su Majestad otra cosa mandase. Y andando de soldado en soldado este concierto, alcanzólo a saber los deudos y amigos del Diego Velázquez, que eran muchos más que nosotros, Y con palabras algo sobradas dijeron a Cortés que para qué andaba con mañas para quedarse en esta tierra sin ir a dar cuenta a quien le envió para ser capitán, porque Diego Velázquez no se lo ternía a bien, y que luego nos fuésemos a embarcar y que no curase de más rodeos y andar en secretos con los soldados, pues no tenía bastimentos, ni gente, ni posibilidad para que pudiese poblar. Y Cortés respondió sin mostrar enojo, y dijo que le placía que no iría contra las instrucciones y memorias que traía del Diego Velázquez, y mandó luego pregonar que para otro día todos nos embarcásemos, cada uno en el navío que había venido, y los que habíamos sido en el concierto le respondimos que no era bien traernos ansí engañados; que en Cuba pregonó que venía a poblar, y que viene a rescatar, y que le requerimos de parte de Dios Nuestro Señor y de Su Majestad que luego poblase y no hiciese otra cosa, porque era muy gran bien y servicio de Dios y de Su Majestad. Y se le dijo muchas cosas bien dichas sobre el caso, diciendo que los naturales no nos dejarían desembarcar otra vez como agora, y que en estar poblada aquesta tierra siempre acudirían de todas las islas soldados para nos ayudar, y que Diego Velázquez nos ha echado a perder con publicar que tenía provisiones de Su Majestad para poblar, siendo al contrario, e que nosotros queríamos poblar e que se fuese quien quisiese a Cuba. Por manera que Cortés lo aceptó, y aunque se hacía mucho de rogar y, como dice el refrán, tú me lo ruegas e yo me lo quiero, y fue con condición que le hiciésemos justicia ma or y capitán general, y lo peor de todo que le otorgamos que le diésemos el quinto del oro de lo que se hobiese, después de sacado el real quinto. Y luego le dimos poderes muy bastantísimos delante de un escribano del rey que se decía Diego de Godoy para todo lo por mí aquí dicho. Y luego ordenamos de hacer y fundar e poblar una villa que se nombró la Villa Rica de la Vera Cruz, porque llegamos Jueves de la Cena y desembarcamos en Viernes Santo de la Cruz, e rica por aquel caballero que dije en el capítulo XXVI que se llego a Cortes y le dijo que mirase las tierras ricas y que se supiese bien gobernar, e quiso decir que se quedase por capitán general, el cual era el Alonso Hernández Puerto Carrero. Y volvamos a nuestra relación. E fundada la villa, hecimos alcaldes y regidores, y fueron los primeros alcaldes Alonso Hernández Puerto Carrero y Francisco de Montejo, y a este Montejo, porque no estaba muy bien con Cortés, por metelle en los primeros y principal, le mandó nombrar por alcalde, y los regidores dejallos he de escrebir, porque no hace al caso que nombre algunos; y diré cómo se puso una picota en la plaza y fuera de la villa una horca, y señalamos por capitán para las entradas a Pedro de Alvarado, y maestre de campo a Cristóbal de Olí, y alguacil mayor a Joan de Escalante, y tesorero Gonzalo Mejía, y contador Alonso de Ávila, y alférez a Fulano Corral, porque el Villa Roel, que habla sido alférez, no sé qué enojo había hecho a Cortés sobre una india de Cuba y se le quitó el cargo, y alguacil del real a Ochoa, vizcaíno, y a un Alonso Romero. Dirán agora que cómo no nombro en esta relación al capitán Gonzalo de Sandoval, siendo un capitán nombrado, que después de Cortés
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fue la segunda persona y de quien tanta noticia tuvo el emperador nuestro señor. A esto digo que como era mancebo entonces no se tuvo tanta cuenta con él y con otros valerosos capitanes hasta que le vimos florescer en tanta manera, que Cortés y todos los soldados le teníamos en tanta estima como al mismo Cortés, como adelante diré. E quedarse ha aquí esta relación, y diré cómo el coronista Gomara dice que por relación sabe lo que escribe, y esto que aquí digo pasó ansí, y todo lo demás que escribe no le dieron buena cuenta de lo que dice. E otra cosa veo: que para que parezca ser verdad lo que en ello escribe, todo lo que en el caso pone es muy al revés, por más buena retórica que en el escrebir ponga. Y dejallo he y diré lo que la parcialidad del Diego Velázquez hizo sobre que no fuese por capitán elegido Cortés y nos volviésemos a la isla de Cuba.

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