Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España (5 page)

BOOK: Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España
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Aquí se acaba el descubrimiento que hizo Francisco Hernández y en su compañía Bernal Díaz del Castillo, y digamos en lo que entendió Diego Velázquez.

Capítulo VIII: Como Diego Velazquez, gobernador de la isla de Cuba, ordenó de enviar una armada a las tierras que descubrimos, y fue por capitán general della un hidalgo que se decía Joan de Grijalba, pariente suyo, y otros tres capitanes, que adelante diré sus nombres

En el año de mill e quinientos y diez y ocho, viendo el gobernador de Cuba la buena relación de las tierras que descubrimos, que se dice Yucatán, acordó de enviar una armada, y para ella se buscaron cuatro navíos; los dos fueron de los tres que llevamos con Francisco Hernández, y los otros dos navíos compró el Diego Velázquez nuevamente de sus dineros. Y en aquella sazón que ordenaba la armada, halláronse presentes en Santiago de Cuba, donde residía el Velázquez, un Joan de Grijalba y un Alonso de Dávila, y Francisco de Montejo y Pedro de Alvarado, que habían ido a ciertos negocios con el gobernador, porque todos tenían encomiendas de indios en la misma isla y eran hombres principales. Concertóse quel Joan de Grijalba, que era deudo del Diego Velázquez, viniese por capitán general, y que Alonso Dávila viniese por capitán de un navío, y Pedro de Alvarado de otro, y Montejo de otro; por manera que cada uno destos capitanes puso bastimentos y matalotaje de pan cazabe y tocinos, y el Diego Velázquez puso los cuatro navíos y cierto rescate de cuentas y cosas de poca valía y otras menudencias de legumbres. Y entonces me mandó Diego Velázquez que viniese con aquellos capitanes por alférez
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, y como había fama de las tierras que eran ricas y había en ellas casas de cal y canto, y el indio Julianillo que llevamos de la Punta de Cotoche decía que había oro, tornaron mucha voluntad y codicia los vecinos y soldados que no tenían indios en la isla de venir a estas tierras, por manera que de presto nos juntamos docientos y cuarenta compañeros, y pusimos cada uno de la hacienda que teníamos para matalotaje y armas y cosas que convenían. Y en este viaje volví yo con estos capitanes por alférez, como dicho tengo, y paresció ser que la instrucción que para ello dio el gobernador fue, según entendí, que rescatase todo el oro y plata que pudiese, y si viese que convenía poblar o se atrevía a ello, poblase, y si no que se volviese a Cuba. Y vino por veedor de la armada uno que se decía Peñalosa, natural de Segovia, y trujimos un clérigo, que se decía Joan Díaz, natural de Sevilla, y los dos pilotos que antes habíamos traído, que se decían Antón de Alaminos, de Palos, y Camacho, de Triana, y Joan Álvarez el Manquillo, de Huelva, y otro que se decía Sopuesta, natural de Moguer. Pues antes que meta la pluma en lo de los capitanes, porque nombraré algunas veces a estos hidalgos que he dicho que venían en el armada, y parecerá cosa descomedida nombralles secamente sus nombres, sepan que después fueron personas que tuvieron ditados, porque Pedro de Alvarado fue adelantado y gobernador de Guatemala y comendador del Señor Santiago, y el Montejo fue adelantado de Yucatán y gobernador de Honduras. El Alonso Dávila no tuvo tanta ventura como los demás, porque le prendieron franceses, como adelante diré en el capítulo que adelante trataré; y a esta causa no les nombraré sino sus propios nombres, hasta que tuvieron por Su Majestad los ditados por mí nombrados. Y quiero que volvamos a nuestra relación, y diré cómo fuimos con los cuatro navíos por la banda del norte a un puerto que se dice de Matanzas, que está cerca de la Habana vieja que en aquella sazón no estaba poblada la villa donde agora está, y en aquel puerto tenían todos los más vecinos de la Habana sus estancias. Y desde allí se proveyeron nuestros navíos del cazabe y carne de puerco, que ya he memorado, que no había vacas ni carneros, porque era nuevamente ganada aquella isla, y nos juntamos, ansí capitanes como soldados, para hacer nuestro viaje. Y antes que más pase adelante, y aunque vaya fuera de nuestra historia, quiero decir por qué causa llamaban aquel puerto Matanzas, y esto traigo aquí a la memoria porque me lo ha preguntado un coronista que habla su corónica cosas acaecidas en Castilla. Aquel nombre se le puso por esto que diré. Que antes que aquella isla de Cuba se conquistase, dio al través un navío en aquella costa, cerca del río y puerto que he dicho que se dice de Matanzas, y venían en el navío sobre treinta personas españoles y dos mujeres, y para pasallos de la otra parte del río, porque es muy grande y caudaloso, vinieron muchos indios de la Habana y de otros pueblos con intención de matallos, y de que no se atrevieron a dalles guerra en tierra, con buenas palabras y halagos les dijeron que los querían pasar en canoas y llevallos a sus pueblos para dalles de comer. Ya que iban con ellos a medio del río en las canoas, las trastornaron y mataron, que no quedaron sino tres hombres y una mujer, que era hermosa, y la llevó un cacique de los que hicieron aquella traición, y los tres españoles repartieron entre sí. Y a esta causa se puso aquel nombre puerto de Matanzas. Yo conocí a la mujer, que, después de ganada la isla de Cuba, se quitó al cacique de poder de quien estaba, y la vi casada en la misma isla de Cuba, en una villa que se dice la Trinidad, con un vecino della que se decía Pedro Sánchez Farfán. Y también conocí a los tres españoles, que se decía el uno Gonzalo Mejía y era hombre anciano, natural de Jerez, y el otro se llamaba Joan de Santisteban, y era mancebo, natural de Madrigal, y el otro se decía Cascorro, hombre de la mar, natural de Moguer. Mucho me he detenido en contar cosas viejas, y dirán que por decir una antigüedad dejé de seguir mi relación. Volvamos a ella. Ya que estábamos recogidos todos nuestros soldados, y dadas las instrucciones que los pilotos habían de llevar y las señas de los faroles para de noche, y después de haber oído misa, en ocho días del mes de abril del año de quinientos y diez y ocho años dimos vela, y en diez días doblamos la Punta de Guaniguanico, que por otro nombre se llama de Santo Antón, y dentro de diez días que navegamos vimos la isla de Cozumel, que entonces la descubrimos, porque descayeron los navíos con la corriente más bajo que cuando vinimos con Francisco Hernández de Córdoba. Yendo que íbamos bajando la isla por la banda del sur, vimos un pueblo de pocas casas, y allí cerca buen surgidero y limpio de arrecifes, saltamos en tierra con el capitán buena copia de soldados. Y los naturales de aquel pueblo se habían ido huyendo desque vieron venir el navío a la vela, porque jamás hablan visto tal, y los soldados que saltarnos a tierra hallamos en unos maizales dos viejos que no podían andar, y los trujimos al capitán; y como los indios Julianillo y Melchorejo, que trujimos cuando lo de Francisco Hernández, que entendían muy bien aquella lengua, les habló, porque su tierra dellos y aquella isla de Cozumel no hay de travesía de la una a la otra sino obra de cuatro leguas, y todo es una lengua. Y el capitán halagó a los dos viejos y les dio unas contezuelas, y les envió a llamar a los caciques de aquel pueblo; y fueron y nunca volvieron. Pues estándoles aguardando, vino una india moza, de buen parecer, y comenzó de hablar en la lengua de la de Jamaica, y dijo que todos los indios e indias de aquel pueblo se habían ido huyendo a los montes, de miedo. Y como muchos de nuestros soldados e yo entendimos muy bien aquella lengua, que es como la propia de Cuba, nos admiramos de vella y le preguntamos que cómo estaba allí, y dijo que habría dos años que dio al través con una canoa grande, en que iban a pescar desde la isla de Jamaica a unas isletas, diez indios jamaicanos, y que las corrientes les echó en aquella tierra, y mataron a su marido y a todos los más indios jamaicanos, sus compañeros, y que luego los sacrificaron a los ídolos. Y el capitán, como vio que la india sería buena mensajera, envió con ella a llamar los indios y caciques de aquel pueblo, y diola de plazo dos días para que volviese, porque los indios Julianillo y Melchorejo tuvimos temor que si se apartaban de nosotros que se irían a su tierra, que está cerca; y a esta causa no osábamos enviarlos a llamar con ellos. Pues volvamos a la india de Jamaica; que la respuesta que trajo, que no quería venir ningún indio por más palabras que les decía. Pusimos nombre a este pueblo Santa Cruz, porque fue día de Santa Cruz cuando en él entramos. Había en él muy buenos colmenares de miel y buenas patatas y muchos puercos de la tierra, que tienen sobre el espinazo el ombligo. Había en él tres pueblos; aqueste donde desembarcamos era el mayor, y los otros pueblezuelos más chicos; estaban en cada punta de la isla el suyo. Y esto yo lo vi y anduve cuando volví por tercera vez con Cortés; y terná de bojo esta isla de dos leguas. Y volvamos a decir que como el capitán Joan de Grijalba vio que era perder tiempo estar allí esperando, mandó que nos embarcásemos, y la india de Jamaica se fue con nosotros, y seguimos nuestro viaje.

Capítulo IX: Cómo fuimos la derrota según y de la manera que lo habíamos traído cuando lo de Francisco Hernández de Córdoba, y fuimos a desembarcar a Chanpoton, y de la guerra que allí nos dieron y lo que más avino

Pues vueltos a embarcar y yendo por las derrotas pasadas cuando lo de Francisco Hernández, en ocho días llegamos en el raje del pueblo de Chanpoton, que fue donde nos desbarataron los indios de aquella provincia, como ya dicho tengo en el capítulo que dello habla. Y como en aquella ensenada mengua mucho la mar, ancleamos los navíos una legua de tierra, y con todos los bateles desembarcamos la mitad de los soldados que allí íbamos junto a las casas del pueblo. Y los indios naturales dél y de otros sus comarcanos se juntaron todos como la otra vez cuando nos mataron sobre cincuenta y seis soldados y todos los más salimos heridos, según memorado tengo, y a esta causa estaban muy ufanos y orgullosos, y bien armados a su usanza, que son arcos, flechas, lanzas tan largas como las nuestras y otras menores, y rodelas y macanas, y espadas como de a dos manos, y piedras y hondas y armas de algodón, y trompetillas y atambores, los más dellos pintadas las caras de negro y otros de colorado y blanco, y puestos en concierto, esperando en la costa para en llegando que llegásemos a tierra dar en nosotros. Y como teníamos experiencia de la otra vez, llevábamos en los bateles unos falconetes e íbamos apercebidos de ballestas y escopetas. Pues llegados que llegamos a tierra nos comenzaron a flechar, y con las lanzas dar a manteniente, y aunque con los falconetes les hacíamos mucho mal, tales rociadas de flechas nos dieron, que antes que tomásemos tierra hirieron a más de la mitad de nuestros soldados. Y desque hobieron saltado en tierra todos nuestros soldados, les hicimos perder la furia a buenas estocadas y cuchilladas y con las ballestas, porque aunque nos flechaban a terrero, todos nosotros llevábamos armas de algodón, y todavía estuvieron buen rato peleando, y les hicimos retraer a unas ciénagas junto al puerto. En esta guerra mataron a siete soldados, y entre ellos a un Joan de Quiteria, persona principal, y al capitán Joan de Grijalba le dieron entonces tres flechazos y le quebraron dos dientes, y hirieron sobre sesenta de los nuestros. Y desque vimos que todos los contrarios se habían ido huyendo, fuemos al pueblo y se curaron los heridos y enterramos los muertos; y en todo el pueblo no hallamos persona ninguna ni los que se habían retraído en las ciénagas ya se habían desgarrado. En aquellas escaramuzas prendimos tres indios: el uno dellos era principal. Mandóles el capitán que fuesen a llamar al cacique de aquel pueblo, y se les dio muy bien a entender con las lenguas, Julianillo y Melchorejo, que les perdonaban lo hecho, y les dio cuentas verdes para que les diesen en señal de paz. Se fueron y nunca volvieron, y creímos que los indios Julianillo y Melchorejo no les debieron de decir lo que les mandaron, sino al revés. Estuvimos en aquel pueblo tres días. Acuérdome que cuando estábamos peleando en aquellas escaramuzas por mí memoradas, que había allí unos prados y en ellos muchas langostas de los chicas, que cuando peleábamos saltaban y venían volando y nos daban en la cara, y como eran muchos los indios flecheros y tiraban tanta flecha como granizos, nos parecía que eran algunas dellas langostas que volaban, y no nos rodelábamos, y la flecha que venía nos hería; otras veces creíamos que eran flechas, y eran langostas que venían volando; fue harto estorbo para nuestro pelear. Dejemos esto, y pasemos adelante, y digamos cómo luego nos embarcamos y seguimos nuestra derrota.

Capítulo X: Cómo seguimos nuestro viaje y entramos en un río muy ancho y grande, que le pusimos Boca de Términos, y por qué entonces le pusimos aquel nombre

Yendo por nuestra navegación adelante, llegamos a una boca como de río muy grande y caudaloso y ancho, y no era río, como pensamos, sino muy buen puerto, y porque está entre unas tierras y otras y parescía como estrecho, tan ancha boca tenía, decía el piloto Antón de Alaminos que era isla y que partía términos con la tierra; y a esta causa le pusimos nombre de Boca de Términos, y ansí está en las cartas de marcar. Y allí saltó el capitán Joan de Grijalba en tierra, con todos los demás capitanes por mí memorados y soldados, y estuvimos tres días sondando la boca de aquella entrada y mirando bien arriba y abajo del ancón, adonde creíamos que venía o iba a parar, y no hallamos ser isla, sino ancón y muy buen puerto. Y había en tierra unas casas de adoratorios de ídolos, de cal y canto, y muchos ídolos de barro, y de palo y piedra, que eran dellos figuras de sus dioses y dellos de sus como mujeres, y otros como sierpes, y muchos cuernos de venado, y creímos que por allí cerca habría alguna poblazón, y con el buen puerto, que seria bueno para poblar, lo cual no fue ansí, questaba muy despoblado, porque aquellos adoratorios eran de mercaderes y cazadores que de pasada entraban en aquel puerto con canoas y allí sacrificaban. Y había mucha caza de venados y conejos, y matamos diez venados con una lebrela y muchos conejos. Y luego desque todo fue visto y sondado, nos tornamos a embarcar, y allí se nos quedó la lebrela. Llaman los marineros a este puerto de Términos. Y vueltos a embarcar, navegamos costa a costa junto a tierra, hasta que llegamos a un río que llaman de Tabasco, que allí le pusimos nombre río de Grijalba.

Capítulo XI: Cómo llegamos al río de Tabasco, que llaman de Grijalba, y lo que allí nos avino

Navegando costa a costa la vía del Poniente, y nuestra navegación era de día, porque de noche no osábamos por temor de bajos y arrecifes, a cabo de tres días vimos una boca de río muy ancha y llegamos cerca de tierra con los navíos; parecía un buen puerto, y como nos fuimos acercando cerca de la boca vimos reventar los bajos antes de entrar en el río, y allí sacamos los bateles y con la sonda en la mano hallamos que no podían entrar en el puerto los dos navíos de mayor porte. Fue acordado que anclasen fuera, en la mar, y con los otros dos navíos, que demandaban menos agua, que con ellos y con los bateles fuésemos todos los soldados el río arriba, por causa que vimos muchos indios estar en canoas en las riberas, y tenían arcos y flechas y todas sus armas, según de la manera de Chanpoton. Por donde entendimos que había por allí algún pueblo grande, y también porque viniendo como veníamos navegando costa a costa, habíamos visto echadas nasas con que pescaban en la mar, y aun a dos dellas se les tomó el pescado con un batel que traíamos a jorro de la capitana. Aqueste río se llama de Tabasco porque el cacique de aquel pueblo se decía Tabasco, e como lo descubrimos deste viaje y el Joan de Grijalba fue el descubridor, se nombra río de Grijalba, y ansí está en las cartas de marear. Tornemos a nuestra relación; que ya que llegábamos obra de media legua del pueblo, bien oímos el gran remor de cortar madera de que hacían grandes mamparos y fuerzas y palizadas, y aderezarse para nos dar guerra, por muy cierta; y desque aquello sentimos desembarcamos en una punta de aquella tierra, adonde había unos palmares que eran del pueblo media legua, y desque nos vieron entrar vinieron obra de cincuenta canoas con gente de guerra, y traían arcos, flechas y armas de algodón, rodelas y lanzas, y sus atambores y penachos. Y estaban entre los esteros otras muchas canoas llenas de guerreros, y estuvieron algo apartados de nosotros, que no osaron llegar como los primeros. Y desque los vimos de aquel arte, estábamos para tiralles con los tiros y con las escopetas y ballestas, y quiso Nuestro Señor que acordamos de los llamar; e con Julianillo y Melchorejo, que sabían muy bien aquella lengua, se les dijo que no hobiesen miedo, que les queríamos hablar cosas que desque las entendiesen habrían por buena nuestra llegada allí e a sus casas; e que les queríamos dar de las cosas que traíamos. Y como entendieron la plática, vinieron cerca de nosotros cuatro canoas, y en ellas obra de treinta indios, y luego se les mostró sartalejos de cuentas verdes y espejuelos y diamantes azules. Y desque lo vieron parescía que estaban de mejor semblante, creyendo que eran chalchivíes, que ellos tienen en mucho. Entonces el capitán les dijo, por las lenguas Julianillo y Melchorejo, que veníamos de lejos tierras y éramos vasallos de un gran emperador que se dice don Carlos, el cual tiene por vasallos a muchos grandes señores y caciques, y que ellos le deben tener por señor, y que les iría muy bien en ello, y que a trueque de aquellas cuentas nos den comida y gallinas. Y respondieron dos dellos, que el uno era principal y el otro papa, que son como sacerdotes que tienen cargo de los ídolos, que ya he dicho otras veces que papas los llaman en la Nueva España, y dijeron que darían el bastimento que decíamos y trocarían de sus cosas a las nuestras, y en lo demás que señor tienen, y que agora veníamos y sin conoscerlos ya les queríamos dar señor, e que mirásemos no les diésemos guerra, como en Potonchan, porque tenían aparejados sobre tres jiquipiles de gente de guerra de todas aquellas provincias contra nosotros; son cada jiquipil ocho mill hombres, y dijeron que bien sabían que pocos días ha la que habíamos muerto y herido más de docientos hombres en Potonchan, y que ellos no son de tan pocas fuerzas como fueron los otros, y por esta causa habían venido a hablar para saber nuestra voluntad, y aquellas palabras que les decíamos que se las irían a decir a los caciques de muchos pueblos que están juntos para tratar guerra o paces. Y luego el capitán les abrazó en señal de paz y les dio unos sartalejos de cuentas y les mandó que volviesen con la respuesta con brevedad, e que si no venían, que por fuerzas habíamos de ir a su pueblo, y no para los enojar. Y aquellos mensajeros que enviamos hablaron con los caciques y papas, que también tienen voto entre ellos, y dijeron que eran buenas las paces y traer comida; y que entre todos ellos y los más pueblos comarcanos se buscaría luego un presente de oro para nos dar y hacer amistades, no les acaesca como a los de Potonchan. Por lo que yo vi y entendí después el tiempo andando, en aquellas provincias e otras tierras de la Nueva España se usaba enviar presentes cuando se tratan paces, como adelante verán. Y en aquella punta de los palmares donde estábamos vinieron otro día sobre treinta indios, y entre ellos el cacique, y trujeron pescado asado y gallinas, y frutas de zapotes y pan de maíz, y unos braseros con ascuas y con sahumerios, y nos sahumaron a todos; y luego pusieron en el suelo unas esteras, que en esta tierra llaman petates, y encima una manta, y presentaron ciertas joyas de oro, que fueron como diademas y ciertas joyas como hechura de ánades, como las de Castilla, y otras joyas como lagartijas, y tres collares de cuentas vaciadizas, y otras cosas de oro de poco valor, que no valían ducientos pesos, y más trujeron unas mantas y camisetas de las que ellos usan, y dijeron que recibamos aquello de buena voluntad, y que no tienen más oro que nos dar; que adelante, hacia donde se pone el sol, hay mucho; y decían «Colua, colua» y «México, México», y nosotros no sabíamos qué cosa era colua ni aun México. Y puesto que no valía mucho aquel presente que trujeron, tuvímoslo por bueno por saber cierto que tenían oro. Y desque lo hubieron presentado, dijeron que nos fuésemos luego adelante. Y el capitán Joan de Grijalba les dio gracias por ello, y cuentas verdes, y fue acordado de irnos luego a embarcar, porque estaban a mucho peligro los dos navíos, por temor del Norte, que es travesía, y también por acercarnos adonde decían que había oro.

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