Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España (59 page)

BOOK: Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España
10.14Mb size Format: txt, pdf, ePub

Lo primero, que ninguna persona fuese osado de blasfemar de Nuestro Señor Jesucristo, ni de Nuestra Señora, su bendita madre, ni de los santos Apóstoles, ni otros santos, so graves penas.

Lo segundo, que ningún soldado tratase mal a nuestros amigos, pues iban para nos ayudar, ni les tomasen cosa ninguna, aunque fuesen de las cosas que ellos habían adquirido en la guerra, y aunque fuese india ni indio, ni oro, ni plata, ni chalchihuis.

Lo otro, que ningún soldado fuese osado de salir de día ni de noche de nuestro real para ir a ningún pueblo de nuestros amigos ni a otra parte a traer de comer ni otra cualquier cosa, so graves penas.

Lo otro, que todos los soldados llevasen muy buenas armas y bien colchadas y gorjal y papahigo y antiparras e rodela; que como sabíamos que era tanta la multitud de vara y piedra y flecha y lanza, para todo era menester llevar las armas que decía el pregón.

Lo otro, que ninguna persona jugase caballo ni armas por vía ninguna, con gran pena.

Lo otro, que ningún soldado, ni hombre de caballo, ni ballestero, ni escopetero, duerma sin estar con todas sus armas vestidas y con los alpargates calzados, ecepto si no fuese con gran necesidad de heridas o de estar doliente, porquestuviésemos muy aparejados para cualquiera tiempo que los mejicanos viniesen a nos dar guerra.

Y demás desto se pregonó las leyes que se mandan guardar en lo militar, ques que al que se duerme en la vela o se va del puesto, que le ponen pena de muerte, y se pregonaron que ningún soldado vaya de un real a otro sin licencia de su capitán, so pena de muerte.

Lo otro, quel soldado que deja a su capitán en la guerra o batalla e huye, pena de muerte.

Esto pregonado, diré en lo que más se entendió.

Capítulo CXLIX: Como Cortés buscó los remeros que habían de menester para remar los bergantines y les señaló capitanes que habían de ir en ellos, y de otras cosas que se hicieron

Después de hecho el alarde por mi ya otras veces dicho, como vio Cortés que para remar los bergantines no hallaba tantos hombres de la mar que supiesen remar, puesto que bien se conocían los que habían traído en nuestros navíos que dimos al través cuando venimos con Cortés, e ansimismo se conocían los marineros de los navíos de Narváez y de los de Jamaica y todos estaban puestos por memoria y los habían apercibido porque habían de remar, y aun con todos ellos no había recaudo para todos trece bergantines y muchos dellos rehusaban y aun decían que no hablan de remar. Y Cortés hizo pesquisa para saber los que eran marineros o habían visto que iban a pescar, e si eran de Palos, o Moguer, o de Triana, o del Puerto, o de otro cualquier puerto o parte a donde hay marineros, los mandaba so graves penas que entrasen en los bergantines, y aunque más hidalgos dijesen que eran, los hizo ir a remar; y desta manera juntó ciento cincuenta hombres para remar, y ellos fueron los mejor librados que nosotros los questábamos en las calzadas batallando, y quedaron ricos de despojos, como adelante diré. Y desque Cortés les hobo mandado que anduviesen en los bergantines y les repartió los ballesteros y escopeteros, y pólvora y tiros y saetas y todo lo demás que era menester, y les mandó poner en cada bergantín las banderas reales y otras banderas del nombre que se decía ser en cada bergantín, y otras cosas que convenían, nombré por capitanes para cada uno dellos a los que agora aquí diré: Garci Holguín, Pero Barba, Joan de Limpias, Carvajal el Sordo, Joan Jaramillo, Jerónimo Ruiz de la Mota, Carvajal su compañera, que agora es muy viejo y vive en la calle de San Francisco, y un ... Portillo, que entonces vino de Castilla, buen soldado, que tenía a una mujer hermosa; a un Zamora, que fue maestro de navíos, que vivía agora en Guaxaca; a un Colmenero, que era marinero, buen soldado; a un Lema, e a Ginés Nortes; a Briones, natural de Salamanca; el otro capitán no me acuerdo su nombre, y a Miguel Díaz de Auz. Y desque los hobo nombrado y mandado a todos los ballesteros y escopeteros y los demás soldados que habían de remar que les obedesciesen a sus capitanes que les ponía y no saliesen de su mandado so graves penas, y les dio las instrucciones lo que cada capitán había de hacer, e en qué puesto había de ir de las calzadas, e con qué capitanes de los de tierra, acabado de poner en concierto todo lo que he dicho viniéronle a decir a Cortés que venían los capitanes de Tascala con gran copia de guerreros, y venía en ellos por capitán general Xicotenga el Mozo, el que fue capitán cuando las guerras de Tascala, y éste fue el que nos trataba la traición en Tascala cuando salimos huyendo de Méjico, según otras muchas veces lo he memorado, e que traía en su compañía otros dos hermanos, hijos del buen viejo don Lorenzo de Vargas, e asímesmo traía gran copia de tascaltecas, e que venía Chichimecatecle por capitán, y de Guaxocingo, y otra capitanía de cholultecas, y aunque eran pocos porque, a lo que siempre vi, después que en Cholula se les hizo el castigo ya otra vez por mi ya dicho en él capitulo que dello habla, después acá jamás fueron con los mejicanos, ni aun con nosotros, sino que se estaban a la mira, que aun cuando nos echaron de Méjico, no se hallaron ser en pro contrario. Dejemos desto, y volvamos a nuestra relación. Que como Cortés supo que venía Xicotenga y sus hermanos e otros capitanes, e vinieron un día primero del plazo que les enviaron a decir que viniesen, salió a les rescebir Cortés un cuarto de legua de Tezcuco con Pedro de Alvarado y otros nuestros capitanes, y desque se encontraron con el Xicotenga y sus hermanos les hizo Cortés mucho acato y les abrazó y a todos los más capitanes. Y venían en gran ordenanza, y todos muy lucidos con grandes devisas cada capitán por sí, y sus banderas tendidas; y el ave blanco que tienen por armas que paresce águila con sus alas tendidas: traían sus alférez revolando sus banderas y estandartes, y todos con sus arcos y flechas y espadas de a dos manos y varas con tiraderas, y otros macanas y lanzas grandes e otros chicas y sus penachos, y puestos en concierto y dando voces e gritos e siblos, diciendo: «¡Viva el emperador nuestro señor!» y «¡Castilla, Castilla!» «¡Tascala, Tascala!»: y tardaron en entrar en Tezcuco más de tres horas. Y Cortés les mandó aposentar en unos buenos aposentos y les mandó proveer de todo lo que en el real había; e después de muchos abrazos y ofrecimiento que les haría ricos, se despidió dellos, y les dijo que otro día les daría la orden de lo que hablan de hacer, e que agora venían cansados y que reposasen. En aquel instante que llegaron aquellos caciques de Tascala que dicho tengo entraron en nuestro real cartas que enviaba un soldado que se decía Hernando de Barrientos, desde un pueblo que se dice Chinanta, questará de Méjico obra de noventa leguas, y lo que en ella contenía era que habían muerto los mejicanos, en el tiempo que nos echaron de Méjico, a tres compañeros suyos cuando estaban en la estancia y minas donde los dejó el capitán Pizarro, que ansí se llamaba, para que buscasen y descubriesen todas aquellas comarcas si había minas ricas de oro, según dicho tengo en el capítulo que dello habla, y quel Barrientos que se acogió aquel pueblo de Chinanta donde estaba, y que son enemigos de mejicanos. Este pueblo fue donde trujeron las picas cuando fuimos sobre Narváez, y porque no hace al caso a nuestra relación otras particularidades que decía la carta, se dejarán de decir. Y Cortés sobrella le escribió en respuesta dándole relación de la manera que íbamos de camino para poner cerco a Méjico, e que a todos los caciques de aquellas provincias les diese sus encomiendas, y que mirase no se viniese de aquella tierra hasta saber por carta suya lo que debía hacer, por que en el camino no le matasen los mejicanos. Dejemos esto y digamos cómo Cortés ordenó de la manera que habíamos de ir a poner cerco a Méjico, y quién fueron los capitanes.

Capítulo CL: Cómo Cortés mandó que fuesen tres guarniciones de soldados de caballo y ballesteros y escopeteros por tierra a poner cerco a la gran ciudad de Méjico, y los capitanes que nombró para cada guarnición, y los soldados y de a caballo y ballesteros y escopeteros que les repartió, y los sitios y ciudades donde habíamos de sentar nuestros reales

Mandó que Pedro de Alvarado fuese por capitán de ciento y cincuenta soldados despadas y rodela, y muchos llevaban lanzas y dalles, y de treinta de a caballo y diez y ocho escopeteros y ballesteros, y nombró que fuesen juntamente con él a Jorge de Alvarado, su hermano, y a Gutierre de Badajoz y Andrés de Monjaraz, y éstos mandó fuesen capitanes de cincuenta soldados, y que repartiesen entre todos tres los escopeteros y ballesteros, tanto una capitanía como otra, y que el Pedro de Alvarado fuese capitán de los de a caballo y general se las tres capitanías, y le dio ocho mill tascaltecas con sus capitanes, y a mi me señaló y mandó que fuese con el Pedro de Alvarado, y que fuésemos a poner sitio en la ciudad de Tacuba, y mandó que las armas que llevásemos fuesen muy buenas, y papahigos y gorjales y antiparras, porque era mucha la vara y piedra como granizo y flecha y lanzas y macanas y otras armas despadas de dos manos con que los mejicanos peleaban con nosotros, y para tener defensas con ir bien armados; y aun con todo esto cada día que batallábamos había muertos y heridos, según adelante diré. Pasemos a otra capitanía.

Dio a Cristóbal de Olí, que era maestre de campo, otros treinta de a caballo y ciento y setenta y cinco soldados y veinte escopeteros y ballesteros, y todos con sus armas, según y de la manera que los soldados que dio de Pedro de Alvarado, y le nombró otros tres capitanes, que fue Andrés de Tapia, y Francisco Verdugo, y Francisco de Lugo, y entre todos tres capitanes repartiesen todos los soldados y ballesteros y escopeteros, y quel Cristóbal de Olí fuese el capitán general de los tres capitanes y de los de caballo, y le dio otros ocho mill tascaltecas, y le mandó que fuese a sentar su real en la ciudad de Cuyuacán, que estará de Tacuba dos leguas.

De otra guarnición de soldados hizo capitán a Gonzalo de Sandoval, que era alguacil mayor, y le dio veinte y cuatro de caballo y catorce escopeteros y ballesteros, y ciento y cincuenta soldados despada y rodela y lanza, y más de ocho mil indios de guerra de los de Chalco y Guaxocingo Y de otros pueblos por donde el Sandoval había de ir que eran nuestros amigos, y le dio por compañeros y capitanes a Luis Marín y a Pedro de Ircio, que eran amigos del Sandoval, y les mandó que entre los dos capitanes repartiesen los soldados y ballesteros y escopeteros, y que Sandoval tuviere a su cargo los de a caballo y que fuese general e que se asentase su real junto a Iztapalapa, y que le diese guerra y le hiciese todo el mal que pudiese hasta que otra cosa por Cortés le fuese mandado; y no partió Sandoval de Tezcuco hasta que Cortés, que era capitán de las capitanías y de los bergantines, estaba muy a punto para salir con los trece bergantines por la laguna, en los cuales llevaba trecientos soldados con ballesteros y escopeteros, porque ansí estaba ya ordenado; por manera que Pedro de Alvarado y Cristóbal de Olí habíamos de ir por una parte y Sandoval por otra: digamos agora que los unos a manderecha y los otros desviados por otra camino, y esto es ansí, porque los que no saben aquellas ciudades y laguna lo entiendan, porque se tornaban casi que a juntar. Dejemos de hablar más en ello y digamos que a cada capitán se le dio las instrucciones de lo que les era mandado. Y como nos habíamos de partir para otro día por la mañana y por, que no tuviésemos más embarazo en el camino, envíamos adelante todas las capitanías de Tascala hasta llegar a tierra de mejicanos; e yendo que iban los tascaltecas descuidados con su capitán Chichimecatle e otros capitanes con sus gentes, no vieron que iba Xicotenga el Mozo, que era el capitán general dellos, y preguntando y pesquisando el Chichimecatle qué se había hecho, a dónde había quedado, alcanzaron a saber que se había vuelto aquella noche encubiertamente para Tascala, y que iba a tomar por fuerza el cacicazgo y vasallos y tierra del mismo Chichimecatecle, y las causas que para ello decían los tascaltecas eran que como el Xicotenga el Mozo vio ir los capitanes de Tascala a la guerra, especialmente al Chichimecatecle, que no ternía contradictores, porque no tenía temor de su padre Xicotenga el Ciego que como padre le ayudaría y nuestro amigo Maeseescasi ya era muerto, e a quien temía era al Chichimecatecle; y también dijeron que siempre conocieron del Xicotenga no tener voluntad de ir a la guerra de Méjico, porque le oían decir muchas veces que todos nosotros y ellos habíamos de morir en ella. Pues desque aquello oyó y entendió el cacique Chichimecatecle, cuyas eran las tierras y vasallos que iba a tomar, vuelve del camino más que de presto e viene a Tezcuco a hacérselo saber a Cortés; e como Cortés lo supo mandó que con brevedad fuesen cinco principales de Tezcuco y otros dos de Tascala, amigos del Xicotenga, hacelle volver del camino, y le dijesen que Cortés le rogaba que luego se volviese para ir contra sus enemigos los mejicanos, y que mire que su padre don Lorenzo de Vargas, si no fuera viejo y ciego como estaba, viniera sobre Méjico, y que pues toda Tascala fueron e son muy leales servidores de Su Majestad, que no quiera él infamallos con lo que agora hace, y le envió a hacer muchos prometimientos y promesas, y que le daría oro y mantas por que volviese. Y la repuesta que envió a decir, que si el viejo de su padre y Maeseescasi le hobieran creído. que no se hobiera señoreado tanto dellos, que les hace hacer todo lo que quiere, y por no gastar más palabras, dijo que no quería venir. Y como Cortés supo aquella respuesta, de presto dio un mandamiento a un alguacil, y con cuatro a caballo y cinco indios principales de Tezcuco que fuesen muy en posta y doquiera que lo alcanzasen lo ahorcasen, y dijo: «Ya en este cacique no hay enmienda, sino que siempre nos ha de ser traidor y malo y de malos consejos», y que no era tiempo para más le sufrir disimulo de lo pasado. Y como Pedro de Alvarado lo supo, rogó mucho por él, y Cortes le dio buena respuesta, y secretamente mandó al alguacil y los de caballo que no le quedasen con la vida; y ansí se hizo, que en un pueblo subjeto a Tezcuco le ahorcaron, y en esto hobo de parar su traición. Algunos tascaltecas hobo que dijeron que don Lorenzo de Vargas, padre del Xicotenga, envió a decir a Cortés que aquel su hijo era malo, y que no se fiase dél, y que procurara de lo matar. Dejemos esta plática ansí, y digamos que por esta causa nos detuvimos aquel día sin salir de Tezcuco; y otro día, que fueron trece de mayo de mill e quinientos y veinte y un años, salimos entrambas capitanías juntas, porque ansí el Cristóbal de Olí como el Pedro de Alvarado habíamos de llevar un camino, y fuimos a dormir a un pueblo subjeto de Tezcuco, otras veces por mí memorado, que se dice Acuylma, y paresció ser el Cristóbal de Olí envió adelante aquel pueblo a tomar posada, y tenía puesto en cada casa por señal ramos verdes encima de las azoteas, y cuando llegamos con Pedro de Alvarado no hallamos dónde posar, y sobrello ya habíamos echado mano a las armas los de nuestra capitanía contra la de Cristóbal de Olí, y aun los capitanes desafiados, y no faltaron caballeros de entrambas partes que se metieron entre nosotros y se pacificó algo el ruido, y no tanto que todavía estábamos todos resabiados. Y desde allí lo hicieron saber a Cortés, y luego envió en posta a fray Pedro Melgarejo y al capitán Luis Marín y escribió a los capitanes y a todos nosotros reprendiéndonos por la cuestión, y como llegaron nos hicieron amigos; mas desde allí adelante no se llevaron bien los capitanes que fueron Pedro de Alvarado y Cristóbal de Olí. Y otro día fuimos nuestro camino entrambas capitanías juntas, y fuimos a dormir a un gran pueblo questaba despoblado, porque ya era tierra de mejicanos, y otro día también fuimos a dormir a otro gran pueblo que se dice Gualtitlán, que otras veces ya le he nombrado, y también estaba sin gente; otro día pasamos por otros dos pueblos que se dicen Tenayuca y Escapuzalco, y también estaban despoblados; y llegamos hora de vísperas a Tacuba, y luego nos aposentamos en unas grandes casas y aposentos, porque también estaba despoblado; y ansímismo se aposentaron todos nuestros amigos los tascaltecas, y aun aquella tarde fueron por las estancias de aquellas poblaciones y trujeron de comer, y con buenas velas y escuchas y corredores del campo dormidos aquella noche, porque ya he dicho otras veces que Méjico estaba junto a Tacuba. E ya que anochecía oíamos grandes gritos que nos daban desde la laguna, diciéndonos muchos vituperios y que no éramos hombres para salir a pelear con ellos; y tenían tantas de las canoas llenas de gente de guerra y las calzadas ansimismo llenas de guerreros, que aquellas palabras que nos decían eran con pensamiento de nos indinar para que saliésemos aquella noche a guerrear, y como estábamos escarmentados de lo de las calzadas y puentes, muchas veces por mí memoradas, no quisimos salir hasta otro día, que fue domingo, después de haber oído misa, que nos dijo el padre Joan Díaz, y después de nos encomendar a Dios acordamos que entrambas capitanías juntas fuésemos a quebralles el agua de Chapultepeque, de que se proveía la cibdad, questaba desde allí de Tacuba a una media legua. E yéndoles a quebrar los caños topamos muchos guerreros que nos esperaban en el camino, porque bien entendido tenían que aquello había de ser lo primero en que les podríamos dañar, y ansí como nos encontraron, cerca de unos pasos malos, comenzaron a nos flechar y tirar vara y piedra con ondas, e hirieron a tres de nuestros soldados; mas de presto les hicimos volver las espaldas, y nuestros amigos los de Tascala los siguieron de manera que mataron veinte y prendimos siete y ocho dellos; y desque aquellos escuadrones estuvieron puestos en huida, les quebramos los caños por donde iba el agua a su cibdad, y desde entonces nunca fue a México entre tanto que duró la guerra. Y como aquello hobimos hecho, acordaron nuestros capitanes que luego fuésemos a dar una vista y entrar por la calzada de Tacuba y hacer lo que pudiésemos por les ganar una puente; y llegados que fuimos a la calzada, eran tantas las canoas que en la laguna estaban llenas de guerreros, y en las mismas calzadas, que nos admiramos dellos; y tiran tanto de vara y flecha y piedra con ondas, que a la primera refriega hirieron sobre treinta soldados; y todavía les fuimos entrando por la calzada adelante hasta una puente; y a lo que yo entendí, ellos nos daban lugar a ello por meternos de la otra parte de la puente, y desque allí nos tuvieron digo que cargaron tanta multitud de guerreros sobre nosotros, que no nos podíamos tener contra ellos, porque por la calzada, que era ocho pasos de ancho, ¿qué podíamos hacer a tan gran poderío questaban de la una parte y de la otra de la calzada y daban en nosotros como al terrero?; porque ya que nuestros escopeteros y ballesteros no hacían sino armar y tirar a las canoas, no les hacíamos daño sino muy poco, porque las traían muy bien armadas de talabordones de madera; pues cuando arremetíamos a los escuadrones que peleaban en la misma calzada, luego se echaban al agua y habían tantos dellos, que no nos podíamos valer; pues los de a caballo no aprovechaban cosa ninguna, porque les herían los caballos de una parte y de la otra desde el agua, e ya que aremetían tras los escuadrones, echábanse al agua, y tenían hechos mamparos donde estaban otros guerreros aguardando con unas lanzas largas que habían hecho como dalles de las armas que nos tomaron cuando nos echaron de Méjico, que salimos huyendo, y desta manera estuvimos peleando con ellos obra de una hora; y tanta piedra nos daban, que no nos podíamos sustentar contra ellos; y aun vimos que venían por otras partes una gran flota de canoas atajarnos los pasos para tomarnos las espaldas. Y conosciendo esto nuestros capitanes y todos nuestros soldados, e porque vimos que nuestros amigos los tascaltecas que llevábamos nos embarazaban mucho la calzada, que saliendo fuera. porque en el agua vista cosa es que no pueden pelear, acordamos que con buen concierto retraernos y no pasar más adelante. Pues cuando los mejicanos nos vieron retraer e salir fuera los tascaltecas, qué grita y alaridos e silbos nos daban y cómo se venían a juntar con nosotros pie con pie, digo que yo no lo sé escrebir; porque toda la calzada hincheron la vara y flecha y piedra de las que nos tiraban, pues las que caían en el agua muchas más serían; y desque nos vimos en tierra firme dimos gracias a Dios de nos haber librado de aquella batalla, y ocho de nuestros soldados quedaron de aquella vez muertos y más de cincuenta heridos; aun con todo esto nos daban grita y decían vituperios desde las canoas, y nuestros amigos los tascaltecas les decían que saliesen a tierra y que fuesen doblados los contrarios, y pelearían con ellos. Esto fue la primera cosa que hicimos: quitalles el agua y dar vista a la laguna, aunque no ganamos honra con ellos. Y aquella noche nos estuvimos en nuestro real, y aun se curaron los heridos y se murió un caballo, y pusimos buen cobro de velas y escuchas. Y otro día de mañana dijo el capitán Cristóbal de Olí que se quería ir a su puesto, que era a Cuyuacán, questaba legua y media; e por más que le rogó Pedro de Alvarado y otros caballeros que no se apartasen aquellas dos capitanías, sino que estuviesen juntas, jamás quiso; porque como el Cristóbal era muy esforzado, y en la vista que el día antes dimos a la laguna no nos subcedió bien, decía el Cristóbal de Olí que por culpa de Pedro de Alvarado habíamos entrado desconsideradamente; por manera que jamás quiso quedar, y se fue adonde Cortés le mandó, a Cuyuacán, y nosotros nos quedamos en nuestro real; y no fue bien apartase una capitanía de otra en aquella sazón, porque si los mejicanos tuvieran aviso que éramos pocos soldados, en cuatro o cinco días que allí estuvimos apartados antes que los bergantines viniesen, y dieran sobre nosotros y en los de Cristóbal de Olí, corriéramos harto trabajo e hicieran gran daño. Y de aquesta manera estuvimos en Tacuba y el Cristóbal de Olí en su real sin osar dar más vista ni entrar por las calzadas, y cada día teníamos en tierra rebates de muchos escuadrones mejicanos que salían a tierra firme a pelear con nosotros, y aun nos desafiaban para meternos en partes donde fuesen señores de nosotros y no les pudiésemos hacer ningún daño. Y dejallos aquí, y diré cómo Gonzalo de Sandoval salió de Tezcuco cuatro días después de la fiesta del Corpus Christi y se vino a Iztapalapa. Casi todo el camino era de amigos subjetos de Tezcuco, y desque llegó a la población de Iztapalapa, luego les comenzó a dar guerra y a quemar muchas casas de las questaban en tierra firme, porque las demás casas todas estaban en la laguna; mas no tardó muchas horas que luego vinieron en socorro de aquella cibdad grandes escuadrones de mejicanos, y tuvo Sandoval con ellos una buena batalla y grandes reencuentros, cuando peleaban en tierra, y después de acogidos a las canoas le tiraban mucha vara y flecha y piedra, y le herían a sus soldados; y estando desta manera peleando vieron que en una serrezuela questaba allí junto a Iztapalapa en tierra firme hacían grandes ahumadas, y que les respondían con otras ahumadas de otros pueblos questaban poblados en la laguna, y era señal que se apellidaban todas las canoas de Méjico y de todos los pueblos del rededor de la laguna, porque vieron a Cortés que ya había salido de Tezcuco con los trece bergantines, porque luego que se viene el Sandoval de Tezcuco no aguardó allí más Cortés; y la primera cosa que hizo en entrando a la laguna fue combatir un peñol questaba en una isleta junto a Méjico, donde estaban recogidos muchos mejicanos, ansí de los naturales de aquella ciudad como de los forasteros que se habían ido a hacer fuertes, y salió a la laguna contra Cortés todo el número de canoas que había en todo Méjico y en todos los pueblos que había poblados en el agua o cerca della, que son: Suchimilco y Cuyuacán, Iztapalapa, Huchilibusco y Mexicalcingo, y otros pueblos que por no detenerme no nombro, y todos juntamente fueron contra Cortés, y a esta causa aflojó algo los que daban guerra en Iztapalapa a Sandoval; y como todas las más de las casas de aquella ciudad en aquel tiempo estaban pobladas en el agua, no les podía hacer mal ninguno, puesto que a los principios mató muchos de los contrarios, y como llevaba gran copia de amigos, con ellos cautivó y prendió mucha gente de aquellas poblazones. Dejemos al Sandoval, que quedó aislado en Iztapalapa, que no podía venir con su gente a
Cuyuacán si no era por una calzada que atravesaba por mitad de la laguna, y si por ella viniera no hubiera bien entrado cuando le desbarataban los contrarios, por causa que entrambas a dos partes del agua le habían de guerrear, y él no había de ser señor de poderse defender, y a esta causa se estuvo quedo; dejemos al Sandoval, y digamos que como Cortés vio que se juntaban tantas flotas de canoas contra sus trece bergantines, las temió en gran manera, y eran de temer, porque eran más de mill canoas; y dejó el combate del peñol y se puso en parte de la laguna para que, si se viere en aprieto, poder salir con sus bergantines a lo largo y correr a la parte que quisiese; y mandó a sus capitanes que en ellos venían que no curasen de embestir ni apretar contra las canoas hasta que refrescase más el viento de tierra, porque en aquel instante comenzaba a ventar. Y desque las canoas vieron que los bergantines reparaban, creían que de temor dellos lo hacían, y entonces les daban mucha priesa los capitanes mejicanos y mandaban a todas sus gentes que luego fuesen a embestir con los nuestros bergantines; y en aquel instante vino un viento muy recio y tan bueno, y con buena priesa que se dieron nuestros remeros y el tiempo aparejado, manda Cortés embestir con la flota de canoas, y trastornaron muchas dellas, y se mataron y prendieron muchos indios, y las demás canoas se fueron a recoger entre las casas questaban en la laguna, en parte que no podían llegar a ellas nuestros bergantines; por manera que éste fue el primer combate que se hobo por la laguna, y Cortés tuvo victoria, y gracias a Dios por todo. Amén. Y desque aquello fue hecho, vino con los bergantines hacia Cuyuacán, adonde estaba asentado el real de Cristóbal de Olí, y peleó con muchos escuadrones mejicanos que le esperaban en partes peligrosas, creyendo de tornar los bergantines; y como le daban mucha guerra desde las canoas questaban en la laguna y desde unas torres de ídolos, mandó sacar de los bergantines cuatro tiros, y con ellos daba guerra y mataba y hería a muchos indios, y tanta priesa tenían los artilleros, que por descuido se les quemó la pólvora, y aun se chamuscaron algunos dellos las caras y manos. Y despachó Cortés un bergantín muy ligero a Iztapalapa, al real de Sandoval, para que trujese toda la pólvora que tenía, y le escribió que de allí donde estaba no se mudase. Dejemos a Cortés, que siempre tenía rebatos con los mejicanos hasta que se juntó en el real de Cristóbal de Olí, y en dos días que allí estuvo siempre les combatían muchos contrarios; y porque yo estaba en aquella sazón en lo de Tacuba con Pedro de Alvarado, diré lo que hicimos en nuestro real, y es: Como sentimos que Cortés andaba por la laguna, entramos por nuestra calzada adelante y con gran concierto, y no como la primera vez, y les llegamos a la primera puente, y los ballesteros y escopeteros con mucho concierto tirando unos y armando otros, y los de caballos les mandó Pedro de Alvarado que no entrasen con nosotros, sino que se quedasen en tierra firme haciendo espaldas por temor de los pueblos por mí memorados, por donde veníamos, no nos diesen entre las calzadas; y desta manera estuvimos unas veces peleando, y otras poniendo resistencia no entrasen en tierra de la calzada, porque cada día teníamos refriegas, y en ellas nos mataron tres soldados; y también entendíamos en adobar los malos pasos. Dejemos desto, y digamos cómo Gonzalo de Sandoval, questaba en Iztapalapa, viendo que no les podía hacer mal a los de Iztapalapa porquestaban en el agua, y ellos a él le herían sus soldados, acordó de se venir a unas casas e poblazón questaba en la laguna que podían entrar en ellos, y le comenzó a combatir; y estándoles dando guerra envió Guatemuz, gran señor de Méjico, a muchos guerreros a les ayudar e a deshacer y abrir la calzada por donde había entrado el Sandoval, para tornalles dentro, y no tuviesen por donde salir, y envió por otra parte muchas gentes de guerra. Y como Cortés estaba con Cristóbal de Olí e vieron salir gran copia de canoas hacia Iztapalapa, acordó de ir con los bergantines e con toda la capitanía del Cristóbal de Olí a Iztapalapa en busca del Sandoval; e yendo por la laguna con los bergantines y el Cristóbal de Olí por la calzada, vieron questaban abriendo la calzada muchos mejicanos, y tuvieron or cierto questaba allí en aquellas casas Sandoval, y fueron con los bergantines y le hallaron peleando con el escuadrón de guerreros que envió el Guatemuz, y cesó algo la pelea. Y luego mandó Cortés a Gonzalo de Sandoval que dejase aquello de Iztapalapa y fuese por tierra a poner cerco a otra calzada que va desde Méjico a un pueblo que se dice Tepeaquilla, adonde agora llaman Nuestra Señora de Guadalupe, donde hace y ha hecho muchos santos milagros. Digamos cómo Cortés repartió los bergantines y lo que más se hizo.

Other books

Up All Night-nook by Lyric James
Thérèse and Isabelle by Violette Leduc
Spitfire Girls by Carol Gould
Some Women by Emily Liebert
The Language of Dying by Sarah Pinborough
The Institute: Daddy Issues by Evangeline Anderson