Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España (4 page)

BOOK: Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España
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Capítulo V: Cómo acordamos de nos volver a la isla de Cuba, y de los grandes trabajos que tuvimos hasta llegar al puerto de la Habana

Después que nos vimos en los navíos, de la manera que dicho tengo, dimos muchas gracias a Dios, y curados los heridos (que no quedó hombre de cuantos allí nos hallarnos que no tuviesen a dos y a tres y a cuatro heridas, y el capitán con diez; sólo un soldado quedó sin herir), acordamos de nos volver a Cuba, y como estaban heridos todos los más de los marineros, no teníamos quien marcase las velas, dejamos un navío de menos porte en la mar, puesto fuego, después de haber sacado las velas, anclas y cables y repartir los marineros questaban sin heridas en los dos navíos de mayor porte. Pues otro mayor daño teníamos, que era la gran falta de agua, porque las pipas y barriles que teníamos llenos en Chanpoton, con la gran guerra que nos dieron y priesa de acogernos a los bateles, no se pudieron llevar, que allí se quedaron, que no sacamos ninguna agua. Digo que tanta sed pasamos, que las lenguas y bocas teníamos hechas grietas de la secura, pues otra cosa ninguna para refrigerios no lo había. ¡Oh qué cosa tan trabajosa es ir a descubrir tierras nuevas, y de la manera que nosotros nos aventuramos! No se puede ponderar, sino los que han pasado por aquestos excesivos trabajos. De manera que con todo esto íbamos navegando muy allegados a tierra, para hallarnos en paraje de algún río o bahía para poder tomar agua, y desde a tres días vimos una ensenada que parecía ancón, y creímos hobiese río o estero que tenía agua. Y saltaron en tierra quince marineros de los que habían quedado en los navíos que no tenían heridas ningunas, y tres soldados questaban más sin peligro de los flechazos, y llevaron azadones y barriles para traer agua; y el estero era salado, e hicieron pozos en la costa, y también era tan mala agua y salada y amargaba como la del estero, por manera que mala y amarga trujeron las vasijas llenas, y no había hombre que la pudiese beber, y unos soldados que la bebieron les dañó los cuerpos y las bocas. Y había en aquel estero muchos y grandes lagartos, y desde entonces se puso por nombre el Estero de los Lagartos, y ansí está en las cartas de marcar. Entretanto que fueron los bateles por el agua, se levantó un viento nordeste tan deshecho, que íbamos garrando a tierra con los navíos; como aquella costa es travesía y reina el norte y nordeste, y como vieron aquel tiempo los marineros que hablan ido a tierra por el agua, vinieron muy más que de priesa con los bateles, y tuvieron tiempo de echar otras anclas y maromas, y estuvieron los navíos seguros dos días y dos noches, y luego alzamos anclas y dimos velas para ir nuestro viaje a la isla de Cuba. Y el piloto Alaminos se concertó y aconsejó con los otros dos pilotos, que desde aquel paraje adonde estábamos atravesásemos a la Florida , porque hallaba por sus cartas y grados y altura que estaría de allí obra de setenta leguas, y después de puestos en la Florida dijo que era mejor viaje y más cercana navegación para ir a la Habana que no la derrota por donde habíamos venido, y ansí fue como lo dijo, porque, según yo entendí, había venido con un Juan Ponce de León a descobrir la Florida habría ya catorce o quince años, y allí en aquella misma tierra le desbarataron y mataron al Joan Ponce. Y en cuatro días que navegamos vimos la tierra de la mesma Florida, y lo que en ella nos acaeció diré adelante.

Capítulo VI: Cómo desembarcamos en la bahía de la Florida veinte soldados con el piloto Alaminos a buscar agua, y de la guerra que allí nos dieron los naturales de aquella tierra, y de lo que más pasó hasta volver a La Habana

Llegados a la Florida, acordamos que saliesen en tierra veinte soldados, los que teníamos más sanos de las heridas, e yo fui con ellos e también el piloto Antón de Alaminos, y sacamos las vasijas que habla, y azadones, y nuestras ballestas y escopetas. Y como el capitán estaba muy mal herido y con la gran sed que pasaba estaba muy debilitado, y nos rogó que en todo caso le trujésemos agua dulce, que se secaba y muría de sed, porque el agua que había era salada y no se podía beber, como otra vez he dicho, llegados que fuimos a tierra, cerca de un estero questaba en la mar, el piloto Alaminos reconosció la costa y dijo que había estado en aquel paraje, que vino con un Joan Ponce de León, cuando vino a descobrir aquella costa, y que allí les habían dado guerra los indios de aquella tierra y que les habían muerto muchos soldados, y que estuviésemos muy sobre aviso apercebidos. Y luego pusimos por espías dos soldados, y en una playa que se hacia muy ancha hecimos pozos bien hondos, donde nos paresció haber agua dulce, porque en aquella sazón era menguante la marca. Y quiso Dios que topásemos buen agua, y con el alegría y por hartarnos della y lavar paños para curar los heridos estuvimos espacio de una hora. E ya que nos queríamos venir a embarcar con nuestra agua, muy gozosos, vimos venir al un soldado de los dos que hablamos puesto en vela, dando muchas voces diciendo: «Al arma, al arma, que vienen muchos indios de guerra por tierra y otros en canoas por el estero». Y el soldado dando voces y los indios llegaron casi que a la par con él contra nosotros. Y traían arcos muy grandes y buenas flechas y lanzas y unas a manera de espadas, y cueros de venados vestidos, y eran de grandes cuerpos; y se vinieron derechos a nos flechar, y hirieron luego seis de nosotros, y a mi me dieron un flechazo de poca herida. Y dímosles tanta priesa de cuchilladas y estocadas y con las escopetas y ballestas, que nos dejan a nosotros y van a la mar, al estero, a ayudar a sus compañeros los que venían en las canoas, donde estaban con los marineros, que también andaban peleando pie con pie con los indios de las canoas, y aun les tenían ya tomado el batel y lo llevaban por el estero arriba con sus canoas, y habían herido cuatro marineros y al piloto Alaminos en la garganta; y arremetimos a ellos el agua a más de la cintura, ya estocadas les hecimos soltar el batel, y quedaron tendidos en la costa y en el agua veinte y dos dellos, y tres prendimos que estaban heridos poca cosa, que se murieron en los navíos. Después desta refriega pasada, preguntamos al soldado que pusimos por vela que qué se hizo su compañero Berrio, que ansí se llamaba. Dijo que lo vio apartar con un hacha en las manos para cortar un palmito, e que fue hacia el estero por donde habían venido los indios de guerra, y desque oyó las voces, que eran de español, que por aquellas voces vino a dar mandado, y que entonces le debieron de matar. El cual soldado solamente él habla quedado sin lo dar ninguna herida en lo de Potonchan, y quiso su ventura que vino allí a fenecer. Y luego fuimos en busca de nuestro soldado por el rastro que hablan traído aquellos indios que nos dieron guerra, y hallamos una palma que había comenzado a cortar, y cerca della mucha huella, más que en otras partes, por donde tuvimos por cierto que lo llevaron vivo, porque no ha la rastro de sangre, y anduvímosle buscando a una parte y a otra más de una hora, y dimos voces, y sin más saber dél nos volvimos a embarcar en los bateles y llevamos el agua dulce, con que se alegraron, todos los soldados como si entonces les diéramos las vidas. Y un soldado se arrojó desde el navío en el batel, con la gran sed que tenía tomó una botija a pechos y bebió tanta agua que se hinchó y murió dende a dos días. Y embarcados con nuestra agua, metidos los bateles, dimos vela para la Habana y pasamos en aquel día y la noche, que hizo buen tiempo, junto de unas isletas que llaman Los Mártires, que son unos bajos que ansí los llamaron los Bajos de los Mártires. Y íbamos en cuatro brazas lo más hondo, y tocó la nao capitana entre unas como isletas, y hizo mucha agua, que, con dar todos los soldados que allí íbamos a la bomba, no podíamos estancarla, y íbamos con temor no nos anegásemos. Traíamos unos marineros levantiscos, y les decíamos: «Hermanos, ayudad a dar la bomba, pues veis que estamos todos muy mal heridos y cansados de la noche y del día». Y respondían los levantiscos: «Hácetelo vos, pues no ganarnos sueldo, sino hambres y sed y trabajos y heridas, como vosotros». Por manera que les hacíamos que ayudasen, y que malos y heridos como íbamos marcábamos las velas y dábamos en la bomba, hasta que Nuestro Señor nos llevó al puerto de Carenas, donde agora está poblada la villa de la Habana, que en otro tiempo Puerto de Carenas se solía llamar. Y cuando nos vimos en tierra dimos muchas gracias a Dios. Volvamos a decir de nuestra llegada a la Habana, que luego tomó el agua de la capitana un buzo portugués que estaba en aquel puerto. Y escrebimos a Diego Velázquez, gobernador, muy en posta, haciéndole saber que habíamos descubierto tierras de grandes poblaciones y casas de cal y canto, y las gentes naturales dellas traían vestidos de ropa de algodón y cubiertas sus vergüenzas, y tenían oro y labranzas de maizales, y otras cosas que no me acuerdo. Y nuestro capitán, Francisco Hernández, se fue desde allí por tierra a una villa que se decía Santispíritus, donde era vecino y donde tenía sus indios, y como iba mal herido, murió dende a diez días, y todos los más soldados nos fuimos cada uno por su parte por la isla adelante. Y en la Habana se murieron tres soldados de las heridas, y nuestros navíos fueron al puerto de Santiago, donde estaba el gobernador, y después que hobieron desembarcado los dos indios que hobimos en la Punta de Cotoche, que se decían Melchorejo y Julianillo, y sacaron el arquilla con las diademas y anadejos y pescadillos y otras pecezuelas de oro, y también muchos ídolos, soblimábanlo de arte, que en todas las islas, así de Santo Domingo y en Jamaica y aun en Castilla hobo gran fama dello, y decían que otras tierras en el mundo no se habían descubierto mejores. Y como vieron los ídolos de barro y de tantas maneras de figuras, decían que eran de los gentiles. Otros decían que eran de los judíos que desterró Tito y Vespasiano de Jerusalén, y que los echó por la mar adelante en ciertos navíos que habían aportado en aquella tierra. Y como en aquel tiempo no era descubierto el Perú ni se descubrió de ahí a veinte años, tenía en mucho. Pues otra cosa preguntaba Diego Velázquez a aquellos indios: que si había minas de oro en su tierra, y por seña a todo le dan a entender que sí. Y les mostraron oro en polvo, y decían que había mucho en su tierra; y no le dijeron verdad, porque claro está que en la Punta de Cotoche, ni en todo Yucatán, no hay minas de oro ni de plata. Y ansimismo les mostraban los montones donde ponen las plantas de cuyas raíces se hace el pan cazabe, y llámase en la isla de Cuba «yuca», y los indios decían que las había en su tierra, y decían «tlati» por la tierra en que las plantaban; por manera que yuca con tlati quiere decir Yucatán, y para declarar esto decíanles los españoles que estaban con el Velázquez, hablando juntamente con los indios: «Señor, dicen estos indios que su tierra se dice Yucatán». Y ansí se quedó con este nombre, que en su lengua no se dice ansí. Dejemos esta plática y diré que todos los soldados que fuimos en aquel viaje a descubrir gastamos la pobreza de hacienda que teníamos, y heridos y empeñados volvimos a Cuba; y cada a soldado se fue por su parte, y el capitán luego murió. Estuvimos muchos días curando las heridas, y por nuestra cuenta hallamos que murieron cincuenta y siete. Y esta ganancia trujimos de aquella entrada y descubrimiento. Y el Diego Velázquez escribió a Castilla, a los señores oidores que mandaban en el Real Consejo de Indias, que él lo había descubierto y gastado en lo descubrir mucha cantidad de pesos de oro, y ansí lo decía y publicaba don Joan Rodríguez de Fonseca, obispo de Burgos y arzobispo de Rosano, porque ansí se nombraba, porque era presidente del Consejo de Indias, y lo escribió a Su Majestad a Flandes, dando mucho favor en sus cartas al Diego Velázquez, y no hizo memoria de nosotros, que lo descubrimos. Y quedarse ha aquí, y diré adelante los trabajos que me acaescieron a mi y a otros tres soldados.

Capítulo VII: De los trabajos que tuve hasta llegar a una villa que se dice la Trinidad

Ya he dicho que nos quedamos en la Habana ciertos soldados que no teníamos sanos los flechazos, y para ir a la villa de la Trinidad, ya que estábamos mejores, acordamos de nos concertar tres soldados con un vecino de la misma Habana, que se decía Pedro de Ávila, que iba ansimismo aquel viaje y llevaba una canoa para ir por la mar por la banda del sur, y llevaba la canoa cargada de camisetas de algodón a vender a la villa de la Trinidad. Ya he dicho otra vez que canoas son de hechura de artesas cavadas y huecas, y en aquellas tierras con ellas navegan al remo costa a costa. Y en el concierto que hecimos con el Ávila fue que le daríamos diez pesos de oro porque fuésemos en su canoa. Pues yendo por nuestra costa adelante, a veces remando y a ratos a la vela, ya que habíamos navegado once días, y en paraje de un pueblo de indios que se decía Canarreo, que era términos de la villa de la Trinidad, se levantó un tan recio viento de noche, que no nos pudimos sustener en la mar con la canoa por bien que remábamos todos nosotros y el Pedro de Ávila y unos indios de la Habana, muy buenos remeros, que traíamos alquilados; hobimos de dar al través entre unos seborucos, que los hay muy grandes en aquel paraje, por manera que se nos quedó la canoa y el Ávila perdió su hacienda, y salimos descalabrados y desnudos en carnes. porque para ayudarnos y que no se quebrase la canoa y poder mejor nadar, nos apercebimos de estar sin ropa ninguna. Pues ya escapados de aquel contraste, para ir a la villa de la Trinidad no había camino por la costa, sino por unos seborucos y malpaíses, que ansí se dice, que son unas piedras que pasan las plantas de los pies; y las olas, que siempre reventaban y daban en nosotros, y aun sin tener que comer. Y por acortar otros trabajos que podría decir, de la sangre que nos salía de las planta de los pies y aun de otras partes, lo dejaré. Y quiso Dios que con mucho trabajo salimos a una playa de arena, y dende a dos días que caminamos por ella llegamos a un pueblo de indios que se decía Yaguarama, el cual en aquella sazón era del padre fray Bartolomé de las Casas, clérigo presbítero; y después le conoscí licenciado y fraile dominico, y llegó a ser obispo de Chiapa. Y en aquel pueblo nos dieron de comer, y otro día fuimos a otro pueblo que se decía Chipiana, que era de un Alonso de Ávila y de un Saldoval (no lo digo por el capitán Sandoval de la Nueva España, sino de otro, natural de Tudela de Duero). Y desde aquel pueblo fuimos a la villa de la Trinidad, y un amigo mío, natural de mi tierra, que se decía Antonio de Medina, me dio unos vestidos según en la isla se usaban; y desde allí, con mi pobreza y trabajo, me fui a Santiago de Cuba, donde estaba el gobernador, y me recibió de buena gracia; el cual andaba ya muy diligente en enviar otra armada, y cuando le fui a hablar y a hacer acato, porque éramos deudos, se holgó conmigo, y de unas pláticas en otras me dijo que si estaba bueno para volver a Yucatán, y riéndome le respondí que quién le puso nombre Yucatán, que allá no le llaman ansí. Y dijo que los indios que trujimos lo decían. Yo respondí que mejor nombre seria la tierra donde nos mataron más de la mitad de los soldados que a aquella tierra fuimos, y todos los más salimos heridos. Y respondió: «Bien sé que pasastes muchos trabajos, y ansí es descubrir tierras nuevas por ganar honra. Su Majestad os lo gratificará, y yo ansí lo escribiré, y agora, hijo, volve otra vez en la armada que hago, que yo mandaré al capitán Joan de Grijalba que os haga mucha honra». Y quedarse ha aquí, y diré lo que más pasó.

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