Read Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España Online
Authors: Bernal Díaz del Castillo
Como nuestro capitán Cortés y el fraile de la Merced vieron que Montezuma no tenía voluntad que en el cu de su Vichilobos pusiésemos la cruz ni hiciésemos iglesia, y porque desde que entramos en aquella ciudad de Méjico, cuando se decía misa hacíamos un altar sobre mesas y le tornaban a quitar, acordóse que demandásemos a los mayordomos del gran Montezuma albañires para que nuestro aposento hiciésemos una iglesia, y los mayordomos dijeron que se lo harían saber al Montezuma. Y nuestro capitán envió a decírselo con doña Marina e Aguilar y con Orteguilla, su paje, que entendía ya algo la lengua, y luego dio licencia y mandó dar todo recaudo. E en dos días teníamos nuestra iglesia hecha y la santa cruz puesta delante de los aposentos, e allí se decía misa cada día hasta que se acabó el vino, que como Cortés y otros capitanes y el fraile estuvieron malos cuando las guerras de Tascala, dieron priesa al vino que teníamos para misas, y desque se acabó cada día estábamos en la iglesia rezando de rodillas delante del altar e imágenes; lo uno, por lo que éramos obligados a cristianos e buena costumbre, y lo otro, porque Montezuma y todos sus capitanes lo viesen y se inclinasen a ello, y porque viesen el adorar e vernos de rodillas delante de la cruz, especial cuando tañíamos el Ave María. Pues estando questábamos en aquellos aposentos, como somos de tal calidad y todo lo trascendemos e queremos saber, cuando mirábamos a dónde mejor e más convenible parte hablamos de hacer el altar, dos de nuestros soldados, que uno dellos era carpintero de lo blanco, que se decía Alonso Yáñez, vio en una pared como señal que había sido puerta, e estaba cerrada y muy bien encalada e bruñida, y como había fama y teníamos relación que en aquel aposento tenía Montezuma el tesoro de su padre Axayaca, sospechóse questaría en aquella sala questaba de pocos días cerrada y encalada, y el Yáñez lo dijo a Juan Velázquez de León y a Francisco de Lugo, que eran capitanes y aun deudos míos y el Alonso Yáñez se allegaba en su compañía como criado; e aquellos capitanes se lo dijeron a Cortés, y secretamente se abrió la puerta. Y desque fue abierta y Cortés con ciertos capitanes entraron primero dentro y vieron tanto número de joyas de oro e en planchas, y tejuelos muchos y piedras de chalchivis y otras muy grandes riquezas, quedaron enlevados y no supieron qué decir de tanta riqueza. Y luego lo supimos entre todos los demás capitanes y soldados y lo entramos a ver muy secretamente; e desque yo lo vi, digo que me admiré, e como en aquel tiempo era mancebo y no había visto en mi vida riquezas como aquéllas, tuve por cierto que en el mundo no se debieran haber otras tantas. E acordóse por todos nuestros capitanes e soldados que ni por pensamiento se tocase en cosa ninguna dellas, sino que la misma puerta se tornase luego a poner sus piedras y se cerrase, y encalóse de la manera que la hallamos, y que no se hablase en ello por que no lo alcanzase a saber Montezuma hasta ver otro tiempo. Dejemos esto desta riqueza y digamos que como teníamos tan esforzados capitanes y soldados y de muchos buenos consejos y pareceres, y primeramente Nuestro Señor Jesucristo ponía su divina mano en todas nuestras cosas, y ansí lo teníamos por Cierto, apartaron a Cortés en la iglesia cuatro de nuestros capitanes, y juntamente doce soldados de quien él se fiaba y comunicaba, e yo era uno dellos, y le dijimos que mirase la red y garlito donde estábamos y la gran fortaleza de aquella ciudad, y mirase las puentes y calzadas y las palabras y avisos que por todos los pueblos por donde hemos venido nos han dado que había aconsejado el Vichilobos a Montezuma que nos dejase entrar en su ciudad e que allí nos matarían, y que mirase que los corazones de los hombres que son muy mudables, en especial en los indios, y que no tuviese confianza de la buena voluntad y amor que Montezuma nos muestra, porque de una hora a otra hora la mudaría, cuando se le antojase darnos guerra, que con quitarnos la comida o el agua o alzar cualquiera puente, que no nos podríamos valer, e que mire la gran multitud de indios que tiene de guerra en su guarda, e que qué podríamos nosotros hacer para ofendellos o para defendernos, porque todas las casas tienen en el agua. Pues socorros de nuestros amigos de los de Tascala por donde han de entrar. Y pues es cosa de ponderar todo esto que le decíamos, que luego sin más dilación prendiésemos al Montezuma, si queríamos asegurar nuestras vidas, y que no se aguardase para otro día, y que mirase que con todo el oro que nos daba Montezuma, ni el que habíamos visto en el tesoro de su padre Axayaca, ni con cuanta comida comíamos, que todo se nos hacía rejalgar en el cuerpo, e que de noche ni de día no dormíamos ni reposábamos con aqueste pensamiento, e que si otra cosa algunos de nuestros soldados menos que esto que le decían sintiesen, que serían como bestias que no tenían sentido, que se están al dulzor del oro, no viendo la muerte al ojo. Y desquesto oyó Cortés, dijo: «No creáis, caballeros, que duermo ni estoy sin el mismo cuidado, que bien me lo habréis sentido; mas ¿qué poder tenemos nosotros para hacer tan grande atrevimiento, prender a tan gran señor en sus mesmos palacios, teniendo sus gentes de guarda y de guerra? ¿Qué manera o arte se puede tener en querello poner por efeto que no apellide sus guerreros y luego nos combatan?» Y replicaron nuestros capitanes, que fue Juan Velázquez de León, y Diego de Ordaz, y Gonzalo de Sandoval, y Pedro de Alvarado, que con buenas palabras sacalle de su sala y traello a nuestros aposentos, y decille que ha de estar preso, que si se altera o diere voces que lo pagará su persona, y que si Cortés no lo quiere hacer luego, que les dé licencia, que ellos lo pornán por la obra, y que de dos grandes peligros en que estamos, quel mejor y más a propósito es prendelle e no aguardar que nos diese guerra, que si la comenzaba, qué remedio podíamos tener. También le dijeron ciertos soldados que nos parescía que los mayordomos de Montezuma que servían en darnos bastimentos se desvergonzaban y no los traían cumplidamente como los primeros días, y también dos indios tascaltecas, nuestros amigos, dijeron secretamente a Jerónimo de Aguilar, nuestra lengua, que no les parescía bien la voluntad de los mejicanos de dos días atrás; por manera questuvimos platicando en este acuerdo bien un hora si le prenderíamos o no y qué manera terníamos; y a nuestro capitán bien se le encajó este postrer consejo; y dejábamoslo para otro día que en todo caso le habíamos de prender, y aun toda la noche estuvimos rogando a Dios que lo encaminase para su santo servicio. Después destas pláticas, otro día por la mañana vinieron dos indios de Tascala y muy secretamente con unas cartas de la Villa Rica; y lo que se contenía en ellas decía que Juan de Escalante, que quedó por alguacil mayor, era muerto, y seis soldados juntamente con él, en una batalla que le dieron los mejicanos, y también le mataron el caballo y a muchos indios totonaques que llevó en su compañía, y que todos los pueblos de la sierra y Cempoal y su subjeto están alterados y no les quieren dar comida ni servir en la fortaleza, e que no saben qué se hacer, y que como de antes los tenían por teules, que agora que han visto aquel desbarate les hacen fieros, así los totonaques como los mejicanos, y que no les tienen en nada ni saben qué remedio tomar. Y desque olmos aquellas nuevas, sabe Dios cuánto pesar tuvimos todos. Aqueste fue el primer desbarate que tuvimos en la Nueva España. Miren los curiosos letores la adversa fortuna cómo vuelve rodando. ¡Quién nos vio entrar en aquella ciudad con tan solene recibimiento y triunfante, y nos teníamos en posesión de ricos con lo que Montezuma nos daba cada día, así al capitán como a nosotros, e haber visto la casa por mí memorada llena de oro, y que nos tenían por teules, que son ídolos, y que todas las batallas vencíamos, e agora habernos venido tan gran desmán que no nos tuviesen en aquella reputación que de antes, sino por hombres que podíamos ser vencidos, y haber sentido cómo se desvergonzaban contra nosotros! En fin de más razones fue acordado que aquel mesmo día, de una manera o de otra, se prendiese Montezuma, o morir todos sobrello. Y por que vean los letores de la manera que fue esta batalla de Juan de Escalante, y cómo le mataron a él y los seis soldados y el caballo y los amigos totonaques que llevaba consigo, lo quiero aquí declarar antes de la prisión de Montezuma, por no quedalle atrás, porques menester dallo bien a entender.
Y es desta manera. Que ya me habrán oído decir, en el capítulo que dello habla, que cuando estábamos en un pueblo que se dice Quiahuiztlán, que se juntaron muchos pueblos, sus confederados, que eran amigos de los de Cempoal, y por consejo y convocación de nuestro capitán, que les atrajo a ello, quitó que no diesen tributo a Montezuma, y se le rebelaron, y fueron más de treinta pueblos en ello; y esto fue cuando le prendimos sus recaudadores, según otras veces dicho tengo en el capítulo que dello habla. Y cuando partimos de Cempoal para venir a Méjico, quedó en la Villa Rica por capitán y alguacil mayor de la Nueva España un Juan de Escalante, que era persona de mucho ser e amigo de Cortés, y le mandó que en todo lo que aquellos pueblos nuestros amigos hobiesen menester les favoresciese. Y paresce ser que como el gran Montezuma tenía muchas guarniciones y capitanías de gente de guerra en todas las provincias, que siempre estaban junto a la raya dellos, porque una tenía en lo de Soconusco por guarda de lo de Guatimala y Chiapa, y otra tenía en lo de Guazaqualco, y otra capitanía en lo de Mechuacán, y otra a la raya de Pánuco, entre Tuzapán y un pueblo que le pusimos por nombre Almería, que en la costa del Norte. Y como aquella guarnición que tenía cerca de Tuzapán pareció ser demandaron tributos de indios e indias y bastimento para sus gentes a ciertos pueblos questaban allí cerca o confinaban con ellos, que eran amigos de Cempoal y servían al Juan de Escalante y a los vecinos que quedaron en la Villa Rica y entendían en hacer la fortaleza, y como les demandaban los mejicanos el tributo y servicio, dijeron que no se lo querían dar, porque Malinche les mandó que no lo diesen y quel gran Montezuma lo ha tenido por bien. Y los capitanes mejicanos respondieron que si no lo daban que los vernían a destruir sus pueblos y llevallos cativos, y que su señor Montezuma se lo había mandado de poco tiempo acá. Y desque aquellas amenazas vieron nuestros amigos los totonaques, vinieron al capitán Juan de Escalante e quéjanse reciamente que los mejicanos les vienen a robar y destruir sus tierras. Y desque el Escalante lo entendió envió mensajeros a los mismos mejicanos para que no hiciesen enojo ni robasen aquellos pueblos, pues su señor Montezuma lo había por bien, que somos todos grandes amigos, y si no que irá contra ellos y les dará guerra. Los mejicanos no hicieron caso de aquella respuesta ni fieros, y respondieron que en el campo los hallaría. Y el Juan de Escalante, que era hombre muy bastante y de sangre en el ojo, apercibió todos los pueblos nuestros amigos de la sierra que viniesen con sus armas, que eran arcos, flechas, lanzas, rodelas, y ansimismo apercibió los soldados más sueltos y sanos que tenía, e porque ya he dicho otra vez que todos los más vecinos que quedaban en la Villa Rica estaban dolientes, y hombres de la mar, y con dos tiros y un poco de pólvora y tres ballestas y dos escopetas y cuarenta soldados y sobre dos mil indios totonaques, fue adonde estaban las guarniciones de los mejicanos, que andaban ya robando un pueblo de nuestros amigos, y en el campo se encontraron al cuarto del alba. Y como los mejicanos eran doblados que nuestros amigos los totonaques, e como siempre estaban temorizados dellos en las guerras pasadas, a la primera refriega de flecha y vara y piedras y gritas huyeron y dejaron al Juan de Escalante peleando con los mejicanos, y de tal manera, que llegó con sus pobres soldados hasta un pueblo que llaman Almería, y le puso fuego y le quemó las casas. Allí reposó un poco, porque estaba mal herido, y en aquelllas refriegas y guerra le llevaron un soldado vivo, que se decía Argüello, que era natural de León y tenía la cabeza muy grande y la barba prieta y crespa, y era muy rebusto de gesto y mancebo de muchas fuerzas, y le hirieron muy malamente al Escalante y a otros seis soldados, y le mataron el caballo; y se volvió a la Villa Rica y dende a tres días murió él y los soldados. Y desta manera pasó lo que decimos de Almería, e no como lo cuenta el coronista Gomara, que dice en su historia que iba Pedro de Ircio a poblar a Pánuco con ciertos soldados. No sé en qué entendimiento de un tan retórico coronista cabía que había de escrebir tal cosa que, aunque con todos los soldados que estábamos con Cortés en Méjico no llegamos a cuatrocientos, y los más heridos de las batallas de Tascala y Tabasco, que aun para bien velar no teníamos recaudo, cuanto más enviar a poblar a Pánuco. Y dice que iba por capitán el Pedro de Ircio, y aun en aquel tiempo no era capitán ni aun cuadrillero, ni le daban cargo, ni se hacia cuenta dél, y se quedó con nosotros en Méjico. También dice el mismo coronista otras muchas cosas sobre la prisión de Montezuma. Y no le entiendo su escrebir, e había de mirar que cuando lo escrebía en su historia que había de haber vivos conquistadores de los de aquel tiempo que le dirían cuando lo leyesen: «Esto no pasó así». En esotro, dice lo que quiere. Y dejallo he aquí, e volvamos a nuestra materia, y diré cómo los capitanes mejicanos, después de dalle la batalla que dicho tengo a Juan de Escalante, se lo hicieron saber a Montezuma, y aun le llevaron presentada la cabeza del Argüello, que paresció ser murió en el camino de las heridas, que vivo le llevaban. Y supimos quel Montezuma, cuando se la mostraron, como era rebusta y grande y tenía grandes barbas y crespas, hobo pavor y temió de la ver, y mandó que no la ofreciesen a ningún cu de Méjico, sino en otros ídolos de otros pueblos. Y preguntó el Montezuma a sus capitanes que siendo ellos muchos millares de guerreros, que cómo no vencieron a tan pocos teules. Y respondieron que no aprovechaban nada sus varas y flechas ni buen pelear, que no los pudieron hacer retraer, porque una gran tequecihuata de Castilla venia delante dellos, y que aquella señora ponía a los mejicanos temor y decía palabras a sus teules que les esforzaban. Y el Montezuma entonces creyó que aquella gran señora era Santa María y la que le habíamos dicho que era nuestra abogada, que de antes dimos al Montezuma con su precioso hijo en los brazos. Y porque esto yo no lo vi, porque estaba en Méjico, sino lo que dijeron ciertos conquistadores que se hallaron en ello, y plugiese a Dios que ansí fuese, y ciertamente todos los soldados que pasamos con Cortés tenemos muy creído, e ansí es verdad, y que la misericordia divina y Nuestra Señora la Virgen María siempre era con nosotros, por lo cual le doy muchas gracias. Y dejallo he aquí, y diré lo que pasamos en la prisión del gran Montezuma.