Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España (30 page)

BOOK: Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España
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Capítulo LXXXVIII: Del grande y solene rescibimiento que nos hizo el gran Montezuma a Cortés y a todos nosotros en la entrada de la gran ciudad de Méjico

Luego otro día de mañana partimos de Estapalapa, muy acompañados de aquellos grandes caciques que atrás he dicho; íbamos por nuestra calzada adelante, la cual es ancha de ocho pasos, y va tan derecha a la ciudad de Méjico, que me parece que no se torcía poco ni mucho, e puesto ques bien ancha, toda iba llena de aquellas gentes que no cabían; unos que entraban en Méjico y otros que salían, y los que nos venían a ver, que no nos podíamos rodear de tantos como vinieron, porque estaban llenas las torres e cues y en las canoas y de todas partes de la laguna, y no era cosa de maravillar, porque jamás habían visto caballos ni hombres como nosotros. Y de que vimos cosas tan admirables no sabíamos qué nos decir, o si era verdad lo que por delante parecía, que por una parte en tierra había grandes ciudades, y en la la una otras muchas, e víamoslo todo lleno de canoas, y en la calzada muchas puentes de trecho a trecho, y por delante estaba la gran ciudad de Méjico; y nosotros aún no llegábamos a cuatrocientos soldados, y teníamos muy bien en la memoria las pláticas e avisos que nos dijeron los de Guaxocingo e Tascala y de Tamanalco, y con otros muchos avisos que nos habían dado para que nos guardásemos de entrar en Méjico, que nos habían de matar desque dentro nos tuviesen. Miren los curiosos letores si esto que escribo si había bien que ponderar en ello, qué hombres habido en el Universo que tal atrevimiento tuviesen. Pasemos adelante. Íbamos por nuestra calzada; ya que llegamos donde se aparta otra calzadilla que iba a Cuyuacán, ques otra ciudad adonde estaban unas como torres que eran sus adoratorios, vinieron muchos principales y caciques con muy ricas mantas sobre sí, con galanía de libreas diferenciadas las de los unos caciques de los otros, y las calzadas llenas dellos, y aquellos grandes caciques enviaba el gran Montezuma adelante a recebirnos, y ansí como llegaban ante Cortés decían en su lengua que fuésemos bien venidos, y en señal de paz tocaban con la mano en el suelo y besaban la tierra con la mesma mano. Ansí questuvimos parados un buen rato, y desde allí se adelantaron Cacamatzín, señor de Tezcuco, y el señor de Estapalapa, y el señor de Tacuba, y el señor de Cuyuacán a encontrarse con el gran Montezuma, que venía cerca, en ricas andas, acompañado de otros grandes señores y caciques que tenían vasallos. Ya que llegábamos cerca de Méjico, adonde estaban otras torrecillas, se apeó el gran Montezuma de las andas, y trayéndole del brazo aquellos grandes caciques, debajo de un palio muy riquísimo a maravilla, y la color de plumas verdes con grandes labores de oro, con mucha argentería y perlas y piedras chalchivis, que colgaban de unas como bordaduras, que hobo mucho que mirar en ello. Y el gran Montezuma venía muy ricamente ataviado, según su usanza, y traía calzados unos como cotaras, que ansí se dice lo que se calzan; las suelas de oro y muy preciada pedrería por encima en ellas; e los cuatro señores que le traían de brazo venían con rica manera de vestidos a su usanza, que paresce ser se los tenían aparejados en el camino para entrar con su señor, que no traían los vestidos con los que nos fueron a rescebir, e venían, sin aquellos cuatro señores, otros cuatro grandes caciques que traían el palio sobre sus cabezas, y otros muchos señores que venían delante del gran Montezuma barriendo el suelo por donde había de pisar, y le ponían mantas por que no pisase la tierra. Todos estos señores ni por pensamiento le miraban en la cara, sino los ojos bajos e con mucho acato, eceto aquellos cuatro deudos e sobrinos suyos que lo llevaban de brazo. E como Cortés vio y entendió e le dijeron que venía el gran Montezuma, se apeó del caballo, y desque llegó cerca de Montezuma, a unas se hicieron grandes acatos. El Montezuma le dio el bien venido, e nuestro Cortés le respondió con doña Marina quél fuese él muy bien estado; e parésceme quel Cortés, con la lengua doña Marina, que iba junto a Cortés, le daba la mano derecha, y el Montezuma no la quiso e se la dio al Cortés. Y entonces sacó Cortés un collar que traía muy a mano de unas piedras de vidrio, que ya he dicho que se dicen margaritas, que tienen dentro de si muchas labores e diversidad de colores y venía ensartado en unos cordones de oro con almizcle por que diesen buen olor, y se le echó al cuello el gran Montezuma, y cuando se le puso le iba abrazar, y aquellos grandes señores que iban con el Montezuma detuvieron el brazo a Cortés que no le abrazase, porque lo tenían por menosprecio. Y luego Cortés con la lengua doña Marina le dijo que holgaba agora su corazón en haber visto un tan gran príncipe, y que le tenía en gran merced la venida de su persona a les rescebir y las mercedes que le hace a la contina. Entonces el Montezuma le dijo otras palabras de buen comedimiento, e mandó a dos de sus sobrinos de los que le traían de brazo, que era el señor de Tezcuco y el señor de Cuyuacán, que se fuesen con nosotros hasta aposentarnos, y el Montezuma con los otros dos sus parientes, Cuedlavaca y el señor de Tacuba, que le acompañaban, se volvió a la ciudad, y también se volvieron con él todas aquellas grandes compañías de caciques y principales que le habían venido acompañar; e cuando se volvían con su señor estábamoslos mirando cómo iban todos los ojos puestos en tierra, sin miralle, muy arrimados a la pared, e con gran acato le acompañaban; e ansí tuvimos lugar nosotros de entrar por las calles de Méjico sin tener tanto embarazo. Quién pudiera agora decir la multitud de hombres e mujeres e muchachos questaban en las calles e azoteas y en canoas en aquellas acequias que nos salían a mirar. Era cosa de notar, que agora que lo estoy escribiendo se me representa todo delante de mis ojos como si ayer fuera cuando esto pasó, y considerada la cosa, es gran merced que Nuestro Señor Jesucristo fue servido darnos gracia y esfuerzo para osar entrar en tal ciudad e me haber guardado de muchos peligros de muerte, como adelante verán. Doile muchas gracias por ello, que a tal tiempo me ha atraído para podello escrebir, e aunque no tan cumplidamente como convenía y se requiere. E dejemos palabras, pues las obras son buen testigo de lo que digo en algunas destas partes, e volvamos a nuestra entrada en Méjico, que nos llevaron aposentar a unas grandes casas donde había aposentos para todos nosotros, que habían sido de su padre del gran Montezuma, que se decía Axayaca, adonde en aquella sazón tenía el Montezuma sus grandes adoratorios de ídolos e tenía una recámara muy secreta de piezas y joyas de oro, que era como tesoro de lo que había heredado de su padre Axayaca, que no tocaba en ello; y ansimismo nos llevaron aposentar aquella casa por causa que, como nos llamaban teules e por tales nos tenían, questuviésemos entre sus ídolos como teules que allí tenían. Sea de una manera o sea de otra, allí nos llevaron, donde tenían hechos grandes estrados y salas muy entoldadas de paramentos de la tierra para nuestro capitán, y para cada uno de nosotros otras camas desteras e unos toldillos encima, que no se da más cama por muy gran señor que sea, porque no las usan; y todos aquellos palacios, muy lucidos y encalados y barridos y enramados. Y como llegamos y entramos en un gran patio, luego tomó por la mano el gran Montezuma a nuestro capitán, que allí le estuvo esperando, y le metió en el aposento y sala adonde había de posar, que le tenía muy ricamente aderezada para según su usanza. y tenía aparejado un muy rico collar de oro de hechura de camarones, obra muy maravillosa, y el mismo Montezuma se le echó al cuello a nuestro capitán Cortés, que tuvieron bien que mirar sus capitanes del gran favor que le dio. Y desque se lo hobo puesto, Cortés le dio las gracias con nuestras lenguas, e dijo Montezuma: «Malinche: en vuestra casa estáis vos e vuestros hermanos; descansa». Y luego se fue a sus palacios, que no estaban lejos, y nosotros repartimos nuestros aposentos por capitanías, e nuestra artillería asestada en parte conviniente, y muy bien platicado la orden que en todo hablamos de tener y estar muy apercebidos, ansí los de caballo como todos nuestros soldados. Y nos tenían aparejada una comida muy suntuosa, a su uso e costumbre, que luego comimos. Y fue ésta nuestra venturosa e atrevida entrada en la gran ciudad de Tenustitán, Méjico, a ocho días del mes de noviembre año de Nuestro Salvador Jesucristo de mill e quinientos y diez y nueve años. Gracias a Nuestro Señor Jesucristo por todo, e puesto que no vaya expresado otras cosas que había que decir, perdónenme sus mercedes que no lo sé mejor decir por agora hasta su tiempo. E dejemos de más pláticas, e volvamos a nuestra relación de lo que más nos avino, lo cual diré adelante.

Capítulo LXXXIX: Cómo el gran Montezuma vino a nuestros aposentos con muchos caciques que le acompañaban, e la prática que tuvo con nuestro capitán

Como el gran Montezuma hobo comido y supo que nuestro capitán y todos nosotros ansimismo había buen rato que habíamos hecho lo mismo, vino a nuestro aposento con gran copia de principales e todos deudos suyos e con gran pompa. E como a Cortés le dijeron que venía, le salió a mitad de la sala a recibir, y el Montezuma le tomó por la mano; e trujeron unos como asentadores fechos a su usanza e muy ricos y labrados de muchas maneras con oro. Y el Montezuma dijo a nuestro capitán que se asentase, e se asentaron entrambos cada uno en el suyo. Y luego comenzó el Montezuma un muy buen parlamento, e dijo que en gran manera se holgaba de tener en su casa e reino unos caballeros tan esforzados como era el capitán Cortés e todos nosotros; e que había dos años que tuvo noticia de otro capitán que vino a lo de Chanpoton; e también el año pasado le trujeron nuevas de otro capitán que vino con cuatro navíos, e que siempre los deseó ver, e que agora que nos tiene ya consigo para servirnos y darnos de todo lo que tuviese, y que verdaderamente debe de ser cierto que somos los que sus antecesores, muchos tiempos pasados, habían dicho que vernían hombres de donde sale el sol a sellorear aquestas tierras, y que debemos ser nosotros, pues tan valientemente peleamos en lo de Potonchan y Tabasco y con los tascaltecas, porque todas las batallas se las trujeron pintadas al natural. Y Cortés le respondió con nuestras lenguas que consigo siempre estaban, especial la dolía Marina, y le dijo que no sabe con qué pagar él ni todos nosotros las grandes mercedes recebidas de cada día, e que ciertamente veníamos de donde sale el sol, y somos vasallos y criados de un gran señor que se dice el emperador don Carlos, que tiene subjetos a si muchos y grandes príncipes, e que teniendo noticia dél y de cuán gran señor es, nos envió a estas partes a le ver e a rogar que sean cristianos como es nuestro emperador e todos nosotros, e que salvarán sus ánimas él y todos sus vasallos, e que adelante le declarará más cómo y de qué manera ha de ser, y cómo adoramos a un solo Dios verdadero, y quién es, e otras muchas buenas cosas que oirá, como les había dicho a sus embajadores Tendile e Pitalpitoque e Quintalvor cuando estábamos en los Arenales. E acabado este parlamento, tenía apercebido el gran Montezuma muy ricas joyas de oro y de muchas hechuras, que dio a nuestro capitán, e ansímismo a cada uno de nuestros capitanes dio cositas de oro y tres cargas de mantas de labores ricas de plumas; y entre todos los soldados también nos dio a cada uno a dos cargas de mantas, con una alegría, e en todo bien parecía gran señor. Y desque lo hobo repartido preguntó a Cortés si éramos todos hermanos y vasallos de nuestro gran emperador; e dijo que sí, que éramos hermanos en el amor e amistad e personas muy principales, e criados de nuestro gran rey y señor. Y porque pasaron otras prácticas de buenos comedimientos entre e que teniendo noticia dél y de cuán gran señor es, nos envió a visitar, y por no le ser pesado, cesaron los razonamientos. Y había mandado el Montezuma a sus mayordomos que a nuestro modo y usanza de todo estuviésemos proveídos, ques maíz e piedras e indias para hacer pan, e gallinas y fruta, y mucha hierba para los caballos. Y el Montezuma se despidió con gran cortesía de nuestro capitán y de todos nosotros, y salimos con él hasta la calle; y Cortés nos mandó que al presente que no fuésemos muy lejos de los aposentos hasta entender más lo que conviniese. Y quedarse ha aquí, e diré lo que adelante pasó.

Capítulo XC: Cómo luego otro día fue nuestro capitán a ver al gran Montezuma, y de ciertas práticas que tuvieron

Otro día acordó Cortés de ir a los palacios de Montezuma, e primero envió a saber qué hacía y supiese cómo íbamos, y llevó consigo cuatro capitanes, que fue Pedro de Alvarado e Juan Velázquez de León e a Diego de Ordaz e a Gonzalo de Sandoval, y también fuimos cinco soldados. Y como el Montezuma lo supo, salió a nos rescebir a mitad de la sala, muy acompañado de sus sobrinos, porque otros señores no entraban ni comunicaban adonde el Montezuma estaba si no eran en negocios importantes, y con gran acato que hizo a Cortés y Cortés a él, se tomaron por las manos, e adonde estaba su estrado le hizo sentar a la mano derecha, e asimismo nos mandó asentar a todos nosotros en asientos que allí mandó traer. E Cortés les comenzó a hacer un razonamiento con nuestras lenguas doña Marina e Aguilar, e dijo que agora que había venido a ver e hablar a un tan gran señor como era, y estaba descansado y todos nosotros, pues ha cumplido el viaje e mandado que nuestro gran rey y señor le mandó, e a lo que más le viene a decir de parte de Nuestro Señor Dios es que ya su majestad habrá entendido de sus embajadores Tendile e Pitalpitoque e Quintalvor, cuando nos hizo las mercedes de enviarnos la luna y el sol de oro al Arenal, cómo les dijimos que éramos cristianos e adoramos a un solo Dios verdadero, que se dice Jesucristo, el cual padeció muerte y pasión por nos salvar, y les dijimos que una cruz que nos preguntaron por qué la adorábamos, que fue señal de otra donde Nuestro Señor Dios fue crucificado por nuestra salvación, e que aquesta muerte y pasión que premitió que ansí fuese por salvar por ella todo el linaje humano, questaba perdido, y que aqueste Nuestro Dios resucitó al tercero día y está en los cielos, y es el que hizo el cielo y tierra, y la mar y arenas, e crió todas las cosas que hay en el mundo, y da las aguas y rocíos, y ninguna cosa se hace en el mundo sin su santa voluntad, y que en Él creemos e adoramos, e que aquellos que ellos tienen por dioses, que no lo son, sino diablos, que son cosas muy malas, y cuales tienen las figuras, que peores tienen los fechos, e que mirasen cuán malos son, e de poca valía, que adonde tenemos puestas cruces como las que vieron sus embajadores, con temor dellas no osan parescer delante, y quel tiempo andando lo verán. E lo que agora le pide por merced questé atento a las palabras que agora le quiere decir. Y luego le dijo, muy bien dado a entender, de la creación del mundo, e como todos somos hermanos, hijos de un padre e de una madre, que se decían Adán y Eva, e como tal hermano, nuestro gran emperador , doliéndose de la perdición de las ánimas, que son muchas las que aquellos sus ídolos llevan al infierno, donde arden a vivas llamas, nos envió para questo que haya oído lo remedie, y no adorar aquellos ídolos ni les sacrifiquen más indios ni indias, pues todos somos hermanos, ni consienta sodomías ni robos. Y más les dijo: quel tiempo andando enviaría nuestro rey y señor unos hombres que entre nosotros viven muy santamente, mejores que nosotros, para que se lo den a entender, porque al presente no venimos más de a se lo notificar, e ansí se lo pide por merced que lo haga y cumpla. E porque paresció quel Montezuma quería responder, cesó Cortés la práctica, e dijo a todos nosotros que con él fuimos: «Con esto cumplimos, por ser el primer toque». Y el Montezuma respondió: «Señor Malinche: muy bien tengo entendido vuestras pláticas y razonamientos antes de agora, que a mis criados, antes desto, les dijistes en el Arenal eso de tres dioses y de la cruz, y todas las cosas que en los pueblos por donde habéis venido habéis pedricado; no os hemos respondido a cosa ninguna dellas porque desde av enicio acá adoramos nuestros dioses y los tenemos por buenos; ansí deben ser los vuestros, e no os curéis más al presente de nos hablar dellos; y en eso de la criación del mundo, ansí lo tenemos nosotros creído muchos tiempos ha pasados, e a esta causa tenemos por cierto que sois los que nuestros antecesores nos dijeron que vernían de adonde sale el sol; e a ese vuestro gran rey yo le soy en cargo y le daré de lo que tuviere, porque, como dicho tengo otra vez, bien ha dos años tengo noticia de capitanes que vinieron con navíos por donde vosotros venistes, y decían que eran criados dese vuestro gran rey; querría saber si sois todos unos». E Cortés le dijo que sí, que todos éramos hermanos y criados de nuestro emperador, e que aquéllos vinieron a ver el camino e mares e puertos, para lo saber muy bien y venir nosotros, como venimos. Y decíalo el Montezuma por lo de Francisco Hernández de Córdoba e Grijalba, cuando venimos a descubrir la primera vez; y dijo que desde entonces tuvo pensamiento de haber algunos de aquellos hombres que venían, para tener en sus reinos e ciudades para les honrar, e que pues sus dioses les habían cumplido sus buenos deseos, e ya estábamos en su casa, las cuales que se pueden llamar nuestros, que holgásemos y tuviésemos descanso, que allí seríamos servidos; e que si algunas veces nos enviaba a decir que no entrásemos en su ciudad, que no era de su voluntad, sino porque sus vasallos tenían temor, que les decían que echábamos rayos e relámpagos, e con los caballos matábamos muchos indios, y que éramos teules bravos e otras cosas de niñerías; e que agora que ha visto nuestras personas e que somos de hueso e carne y de mucha razón, e sabe que somos muy esforzados, y por estas causas nos tiene en mucha más estima que le habían dicho, e que nos daría de lo que tuviese. Y Cortés e todos nosotros respodimos que se lo teníamos en gran merced tan sobrada voluntad. Y luego el Montezuma dijo riendo porque en todo era muy regocijado en su hablar de gran señor: «Malinche: bien sé que te han dicho esos de Tascala, con quien tanta amistad habéis tomado, que yo soy como dios o teule, e que cuanto hay en mis casas es todo oro e plata y piedras ricas; bien tengo conoscido que como sois entendidos, que no lo creeríades y lo terníades por burla; lo que agora, señor Malinche, veis mi cuerpo de hueso y de carne como los vuestros, mis casas y palacios de piedra e madera e cal; de señor, yo gran rey si soy, y tener riquezas de mis antecesores sí tengo, mas no las locuras e mentiras que de mi os han dicho, ansí que también lo ternéis por burla, como yo tengo de vuestros truenos y relámpagos. E Cortés le respondió también riendo, e dijo que los contrarios enemigos siempre dicen cosas malas e sin verdad de los que quieren mal, e que bien ha conoscido que otro señor, en estas partes, más manífico no le espera ver, e que no sin causa es tan nombrado delante nuestro emperador. E estando en estas prácticas, mandó secretamente Montezuma a un gran cacique, sobrino suyo, de los questaban en su compañía, que mandase a sus mayordomos que trajesen ciertas piezas de oro, que paresce ser debieran estar apartadas para dar a Cortés, e diez cargas de ropa fina, lo cual repartió: el oro y mantas entre Cortés e a los cuatro capitanes, e a nosotros los soldados nos dio a cada uno dos collares de oro, que valdría cada collar diez pesos, e dos cargas de mantas. Valía todo el oro que entonces dio sobre mill pesos, y esto daba con una alegría y semblante de grande e valeroso señor. E porque pasaba la hora más de mediodía y por no le ser más importuno, le dijo Cortés: «Señor Montezuma: siempre tiene por costumbre de echarnos un cargo sobre otro en hacernos cada día mercedes; ya es hora que Vuestra Majestad coma». Y el Montezuma respondió que antes, por haberle ido a visitar, le hecimos mercedes. E ansí nos despedimos, con grandes cortesías dél, y nos fuimos a nuestros aposentos, e íbamos practicando de la buena manera e crianza que en todo tenía, e que nosotros en todo le tuviésemos mucho acato, e con las gorras de armas colchadas quitadas cuando delante dél pasásemos, e ansí lo hacíamos. E dejémoslo aquí e pasemos adelante.

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