Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España (29 page)

BOOK: Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España
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Capítulo LXXXVI: Cómo comenzamos a caminar para la ciudad de Méjico, y lo que en el camino nos avino, y lo que Montezuma envió a decir

Ansí como salimos de Cholula con gran concierto, como lo teníamos de costumbre, los corredores de campo a caballo descubriendo la tierra, e peones muy sueltos juntamente con ellos para si algún mal paso o embarazo hobiese ayudasen los unos a los otros, e nuestros tiros muy a punto, e escopeteros e ballesteros e los de a caballo de tres en tres, para que se ayudasen, y todos los más soldados en gran concierto. No sé yo para qué lo traigo a la memoria, sino que en las cosas de la guerra por fuerza hemos de hacer relación dello, para que se vea cuál andábamos, la barba siempre sobre el hombro, e ansí caminando llegamos aquel día a unos ranchos questán en una como serrezuela, ques poblazón de Guaxocingo, que me parece que se dicen los ranchos de Iscalpán, cuatro leguas de Cholula. E allí vinieron luego los caciques y papas de los pueblos de Guaxocingo, questaba cerca, e eran amigos e confederados de los tascaltecas, y también vinieron otros poblezuelos questán poblados a las haldas del volcán que confinan con ellos, e trujeron bastimento y un presente de joyas de oro de poca valía, y dijeron a Cortés que rescibiese aquello y no mirase a lo poco que era, sino a la voluntad con que se lo daban, y le aconsejaron que no fuese a Méjico, que era una ciudad muy fuerte y de muchos guerreros, y que correríamos mucho peligro, e que mirase que, ya que íbamos, que subido aquel puerto, que habla dos caminos muy anchos, y quel uno iba a un pueblo que se dice Chalco, y el otro a Tamanalco, que era otro pueblo, y entramos subjetos a Méjico; y quel un camino estaba muy barrido e limpio para que vamos por él, e que el otro camino le tenían ciego e cortados muchos árboles muy gruesos y grandes pinos por que no puedan ir caballos ni pudiésemos pasar adelante, e que abajado un poco de la sierra, por el camino que tenían limpio, creyendo que habíamos de ir por él, tenían cortados un pedazo de la sierra, e había allí mamparos e albarradas, e que han estado en el paso ciertos escuadrones de mejicanos para nos matar, e que nos aconsejaban que no fuésemos por el que estaba limpio, sino por donde estaban los árboles atravesados, e que ellos nos darán mucha gente que lo desembaracen, e pues que iban con nosotros los tascaltecas, que todos quitarían los árboles, e que aquel camino salía a Tamanalco. E Cortés les rescibió el presente con mucho amor, y les dijo que les agradescía el aviso que le daban, e con el ayuda de Dios que no dejará de seguir su camino, e que irá por donde le aconsejaban. E luego otro día bien de mañana comenzamos a caminar, e ya era cerca de mediodía cuando llegamos en lo alto de la sierra, donde hallamos los caminos ni más ni menos que los de Guaxocingo dijeron, e allí reparamos un poco y aun nos dio qué pensar en lo de los escuadrones mejicanos y en la sierra cortada donde estaban las albarradas de que nos avisaron. E Cortés mandó llamar a los embajadores del gran Montezuma que iban en nuestra compañía y les preguntó que cómo estaban aquellos dos caminos de aquella manera: el uno muy limpio e barrido, y el otro lleno de árboles cortados nuevamente. Y respondieron que porque vamos por el limpio, que sale a una ciudad que se dice Chalco, donde nos harán buen rescibimiento, ques de su señor Montezuma, y quel otro camino, que le pusieron aquellos árboles y lo cegaron por que no fuésemos por él, que hay malos pasos e se rodea algo para ir a Méjico, que sale a otro pueblo que no es tan grande como Chalco. Entonces dijo Cortés que quería ir por el que estaba embarazado. E comenzamos a subir la sierra puestos en gran concierto, y nuestros amigos apartando los árboles muy grandes e muy gruesos, por donde pasamos con gran trabajo, e hasta hoy en día están algunos dellos fuera del camino. Y subiendo a lo más alto, comenzó a nevar y se cuajó de nieve la tierra, e caminamos la sierra abajo e fuimos a dormir a unas caserías que eran como a manera de aposentos o mesones, donde posaban indios mercaderes, e tuvimos bien de cenar e con gran frío, e pusimos nuestras velas e rondas y escuchas y aun corredores del campo. E a otro día comenzamos a caminar, e a hora de misas mayores llegamos a un pueblo que ya he dicho que se dice Tamanalco, e nos recibieron bien, e de comer no faltó, e como supieron de otros pueblos de nuestra llegada luego vinieron los de Chalco e se juntaron con los de Tamanalco e Chimaloacán e Mecameca e Acacingo, donde están las canoas, ques puerto dellos, e otros poblezuelos que ya no se me acuerda el nombre dellos. Y todos juntos trujeron un presente de oro y dos cargas de mantas e ocho indias, que valdría el oro sobre ciento y cincuenta pesos, e dijeron: «Malinche: rescibe estos presentes que te damos y tennos de aquí adelante por tus amigos». Y Cortés lo recibió con grande amor, y se les ofresció que en todo lo que hobiesen menester les ayudaría, y desque los vio juntos dijo al padre de la Merced que les amonestase las cosas tocantes a nuestra santa fe e dejasen sus ídolos, y se les dijo todo lo que solíamos decir en todos los más pueblos por donde habíamos venido, e a todo respondieron que bien dicho estaba, y que lo verían adelante. También se les dio a entender el gran poder del emperador nuestro señor, e que veníamos a deshacer agravios e robos, e que para ello nos envió a estas partes. E como aquello oyeron todos aquellos pueblos que dicho tengo, secretamente, que no lo sintieron los embajadores mejicanos, dan tantas quejas de Montezuma e de sus recaudadores, que les robaban cuanto tenían, y sus mujeres e hijas, si eran hermosas, las forzaban delante dellos y de sus maridos y se las tomaban, e que les hacían trabajar como si fueran esclavos, que les hacían llevar en canoas e por tierra madera de pinos, e piedra, e leña, e maíz e otros muchos servicios de sembrar maizales, y les tomaban sus tierras para servicio de sus ídolos, e otras muchas quejas que, como ha ya muchos años que pasé, no me acuerdo. E Cortés les consoló con palabras amorosas, que se las sabía muy bien decir con doña Marina,y que agora al presente no puede entender en hacelles justicia, y que se sufriesen, quél les quitarla aquel dominio; e secretamente les mandó que fuesen dos principales con otros cuatro de nuestros amigos de Tascala a ver el camino barrido que nos hobieron dicho los de Guaxocingo que no fuésemos por él, para que viesen qué albarradas e mamparo tenían, e si estaban allí algunos escuadrones de guerra. Y los caciques respondieron: «Malinche: no hay necesidad de illo a ver, porque todo está agora muy llano e aderezado, e has de saber que habrá seis días questaban a un mal paso que tenían cortada la sierra por que no pudieses pasar con mucha gente de guerra. Del gran Montezuma hemos sabido que su Vichilobos. ques el dios que tienen de la guerra, les aconsejó que os dejen pasar, e desque entréis en Méjico que allí os matarán; por tanto, lo que nos parece es que os estéis aquí con nosotros, e os daremos de lo que tuviéremos, e no vais a Méjico, que sabemos cierto que, según es fuerte e de muchos guerreros, no os dejaran con las vidas». Y Cortés les dijo con buen semblante que no tenían los mejicanos ni otras ningunas naciones poder de nos matar, salvo Nuestro Señor Dios, en quien creemos, e que por que vean que al mismo Montezuma e a todos sus caciques e papas les vamos a dar a entender lo que nuestro Dios manda, que luego se quería partir, e que le diesen veinte hombres principales que vayan en nuestra compañía, y que haría mucho por ello e les haría justicia desque haya entrado en Méjico, para que Montezuma ni sus recaudadores no les hagan las demasías ni fuerzas que han dicho que les hacen. Y con alegre rostro todos los de aquellos pueblos por mí ya nombrados dieron buenas respuestas, y nos trujeron los veinte indios, e ya questábamos para partir vinieron mensajeros del gran Montezuma; y lo que dijeron diré adelante.

Capítulo LXXXVII: Cómo el gran Montezuma nos envió otros embajadores con un presente de oro y mantas, y lo que dijeron a Cortés, y lo que les respondió

Ya questábamos de partida para ir nuestro camino a Méjico, vinieron ante Cortés cuatro principales mejicanos que envió Montezuma y trujeron un presente de oro y mantas, y después de hecho su acato, como lo tenían de costumbre, dijeron: «Malinche: este presente te envía nuestro señor el gran Montezuma, y dice que le pesa mucho por el trabajo que habéis pasado en venir de tan lejos tierras a le ver, y que ya te ha enviado a decir otra vez que te dará mucho oro y plata y chalchihuis en tributo para vuestro emperador y para vos y los demás teules que traéis, y que no vengas a Méjico, e agora nuevamente te pide por merced que no pases de aquí adelante, sino que te vuelvas por donde viniste, quel te promete de te enviar al puerto mucha cantidad de oro y plata y ricas piedras para ese vuestro rey, y para ti te dará cuatro cargas de oro, y para cada uno de tus hermanos una carga, porque ir a Méjico es excusada tu entrada dentro, que todos sus vasallos están puestos en armas para no os dejar entrar, y demás desto, que no tenía camino, sino muy angosto, ni bastimentos que comiésemos». Y dijo otras muchas razones de inconvinientes para que no pasásemos de allí. E Cortés con mucho amor abrazó a los mensajeros, puesto que le pesó de la embajada, y rescibió el presente, que ya no se me acuerda qué tanto valía, e a lo que yo vi y entendí, jamás dejó de enviar Montezuma oro, poco o mucho, cuando enviaba mensajeros, como otra vez he dicho. E volviendo a nuestra relación, Cortés les respondió que se maravillaba del señor Montezuma, habiéndose dado por nuestro amigo y siendo tan gran señor, tener tantas mudanzas, que unas veces dice uno y otras envía a mandar al contrario, y que en cuanto a lo que dice que dará el oro para nuestro señor el emperador y para nosotros, que se lo tiene en merced, y por aquello que agora le envía que en buenas obras se lo pagará el tiempo andando, y que sí le parescerá bien questando tan cerca de su ciudad, será bueno volvernos del camino sin hacer aquello que nuestro señor nos manda; que si el señor Montezuma hobiese enviado sus mensajeros y embajadores a algún gran señor como él es, ya que llegasen cerca de su casa aquellos mensajeros que enviaba se volviesen sin le hablar y decille a lo que iban, desque volviesen ante su presencia con aquel recaudo, ¿qué mercedes les haría sino tenelles por cobardes y de poca calidad?, que ansí haría nuestro señor el emperador con nosotros, y que de una manera o de otra que habíamos de entrar en su ciudad, y desde allí adelante que no le envíe más excusas sobre aquel caso, porque le ha de ver e hablar y dar razón de todo el recaudo a que hemos venido, y ha de ser a su sola persona; y desque lo haya entendido, si no le estuviese bien nuestra estada en su ciudad, que nos volveremos por donde vinimos; e cuanto a lo que dice que no tiene comida sino muy poco e que no nos podremos sustentar, que somos hombres que con poca cosa que comemos nos pasamos, e que ya vamos camino de su ciudad, que haya por bien nuestra ida. E luego en despachando los mensajeros comenzamos a caminar para Méjico, y como nos hablan dicho y avisado los de Guaxocingo y los de Chalco que Montezuma había tenido pláticas con sus ídolos y papas que si nos dejarla entrar en Méjico o si nos daría guerra, y todos sus papas le respondieron que decía su Huichilobos que nos dejase entrar, que allí nos podrá matar, según dicho tengo otras veces en el capítulo que dello habla, y como somos hombres y temíamos la muerte, no dejábamos de pensar en ello; y como aquella tierra es muy poblada, íbamos siempre caminando muy chicas jornadas y encomendándonos a Dios y a su bendita madre Nuestra Señora, y platicando cómo y de qué manera podíamos entrar, y pusimos en nuestros corazones, con buena esperanza, que pues Nuestro Señor Jesucristo fue servido guardarnos de los peligros pasados, que también nos guardaría del poder de Méjico. Y fuimos a dormir a un pueblo que se dice Yztapalatengo, questá la mitad de las casas en el agua y la mitad en tierra firme, donde está una serrezuela y agora está una venta, y allí tuvimos bien de cenar. Dejemos esto y volvamos al gran Montezuma, que como llegaron sus mensajeros y oyó la respuesta que Cortés le envié, luego acordó de enviar a un sobrino, que se decía Cacamatzín, señor de Tezcuco, con muy gran fausto, a dar el bienvenido a Cortés y a todos nosotros. Y como siempre teníamos de costumbre de tener velas y corredores del campo, vino uno de nuestros corredores avisar que venían por el camino muy gran copia de mejicanos de paz, y que al parescer venían de ricas mantas vestidos; y entonces cuando esto pasó era muy de mañana, y queríamos caminar, y Cortés nos dijo que reparásemos en nuestras posadas hasta ver qué cosa era. Y en aquel instante vinieron cuatro principales y hacen a Cortés gran reverencia y le dicen que allí viene Cacamatzín, gran señor de Tezcuco, sobrino del gran Montezuma, y que nos pide por merced que aguardemos hasta que venga, y no tardó mucho, porque luego llegó con el mayor fausto y grandeza que ningún señor de los mejicanos habíamos visto traer, porque venía en andas muy ricas, labradas de plumas verdes y mucha argentería y otras ricas pedrerías engastadas en arboledas de oro que en ellas traía hechas e oro muy fino, y traían las andas a cuestas ocho principales, y todos según decían, eran señores de pueblos. Ya que llegaron cerca del aposento donde estaba Cortés le ayudaron a salir de las andas, y le barrieron el suelo, y le quitaban las pajas por donde había de pasar, y desque llegaron ante nuestro capitán le hicieron grande acato, y el Cacamatzín le dijo: «Malinche: aquí venimos yo y estos señores a te servir e hacerte dar todo lo que hobieres menester para ti y tus compañeros, y meteros en vuestras casas, ques nuestra ciudad, porque así nos es mandado por nuestro señor el gran Montezuma, y dice que le perdones porque él mismo no viene a lo que nosotros venimos, y está mal dispuesto lo deja, y no por falta de muy buena voluntad que os tiene». E cuando nuestro capitán e todos nosotros vimos tanto aparato y majestad como traían aquellos caciques, especialmente el sobrino de Montezuma, lo tuvimos por gran cosa y platicamos entre nosotros que cuando aquel cacique traía tanto triunfo, qué haría el gran Montezuma. Y como el Cacamatzín hobo dicho su razonamiento, Cortés le abrazó y le hizo muchas quiricias a él y a todos los más principales, y dio tres piedras que se llaman margaritas, que tienen dentro de sí muchas pinturas de diversos colores, e a los demás principales se les dio diamantes azules, y les dijo que se lo tenía en merced a que cuándo pagaría al señor Montezuma las mercedes que cada día nos hace. Y acabada la plática, luego nos partimos, e como habían venido aquellos caciques que dicho tengo, traían mucha gente consigo y de otros muchos pueblos questán en aquella comarca, que salían a vemos, todos los caminos estaban llenos dellos
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. Y otro día por la mañana llegamos a la calzada ancha y vamos camino de Estapalapa. Y desque vimos tantas ciudades y villas pobladas en el agua, y en tierra firme otras grandes poblazones, y aquella calzada tan derecha y por nivel cómo iba a Méjico, nos quedamos admirados, y decíamos que parescía a las cosas de encantamiento que cuentan en el libro de Amadís, por las grandes torres y cues y edificios que tenían dentro en el agua, y todos de calicanto, y aun algunos de nuestros soldados decían que si aquello que vían, si era entre sueños, y no es de maravillar que yo lo escriba aquí desta manera, porque hay mucho que ponderar en ello que no sé como lo cuente: ver cosas nunca oídas, ni vistas, ni aun soñadas, como víamos. Pues desque llegamos cerca de Estapalapa, ver la grandeza de otros caciques que nos salieron a rescibir, que fue el señor de aquel pueblo, que se decía Coadlavaca, y el señor de Caluacán, que entrambos eran deudos muy cercanos de Montezuma. Y desque entramos en aquella ciudad de Estapalapa, de la manera de los palacios donde nos aposentaron, de cuán grandes y bien labrados eran, de cantería muy prima, y la madera de cedros y de otros buenos árboles olorosos, con grandes patios e cuartos, cosas muy de ver, y entoldados con paramentos de algodón. Después de bien visto todo aquello, fuimos a la huerta e jardín, que fue cosa muy admirable vello y paseallo, que no me hartaba de mirar la diversidad de árboles y los olores que cada uno tenía, y andenes llenos de rosas y flores, y muchos frutales y rosales de la tierra, y un estanque de agua dulce, y otra cosa de ver: que podían entrar en el vergel grandes canoas desde la laguna por una abertura que tenían hecha, sin saltar en tierra, e todo muy encalado y lucido, de muchas maneras de piedras y pinturas en ellas que había harto que ponderar, y de las aves de muchas diversidades y raleas que entraban en el estanque. Digo otra vez que lo estuve mirando, que creí que en el mundo hobiese otras tierras descubiertas como éstas, porque en aquel tiempo no había Perú ni memoria dél. Agora todo está por el suelo, perdido, que no hay cosa en pie. Pasemos adelante, y diré cómo trujeron un presente de oro los caciques de aquella ciudad y los de Cuyuacán, que valía sobre dos mill pesos, y Cortés les dio muchas gracias por ello y les mostró grande amor, y se les dijo con nuestras lenguas las cosas tocantes a nuestra santa fe, y se les declaró el gran poder de nuestro señor el emperador; e porque hobo otras muchas pláticas, lo dejaré de decir, y diré que en aquella sazón era muy gran pueblo, y questaba poblada la mitad de las casas en tierras y la otra mitad en el agua, e agora en esta sazón está todo seco y siembran donde solía ser laguna. Está de otra manera mudado, que si no lo hobiera de antes visto, dijera que no era posible que aquello questaba lleno de agua questé agora sembrado de maizales. Dejémoslo aquí, y diré del solemnísimo recibimiento que nos hizo Montezuma a Cortés y a todos nosotros en la entrada de la gran ciudad de Méjico.

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