Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España (72 page)

BOOK: Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España
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Capítulo CLXV: Cómo Cortés envió una armada para que pacificase y conquistase las provincias de Higueras y Honduras, y envió por capitán a Cristóbal de Olí y lo que pasó diré adelante

Como Cortés tuvo nueva que había ricas tierras y buenas minas en lo de Higueras e Honduras, y aun le hicieron en creyente unos pilotos que habían estado en aquel paraje o bien cerca dél, que habían hallado unos indios pescando en la mar y que les tomaron las redes e que las plomadas que en ellas traían para pescar que eran de oro revuelto con cobre, y le dijeron que creían que había por aquel paraje estrecho, que pasaban por él de la banda del Norte a la del Sur, y también, según entendimos, Su Majestad le encargó y mandó a Cortés que en todo lo que descubriese mirase y adquiriese con gran diligencia y solicitud de buscar el estrecho o puerto o pasaje para la especería; agora sea por lo del oro o por buscar el estrecho Cortés acordó de enviar por capitán para aquella jornada a un Cristóbal de Olí que fue maestre de campo en lo de Méjico, lo uno porque le había hecho de su mano y era casado con una portuguesa que se decía doña Felipa de Araúz, ya la he nombrado otras veces, y tenía el Cristóbal de Olí buenos indios de repartimiento cerca de Méjico, creyendo que le sería fiel y haría lo que le encomendase; y porque para ir por tierra tan largo viaje era gran inconveniente y gran trabajo y gasto, acordó que fuese por la mar, porque no era tan gran estorbo y costa, y diole cinco navíos y un bergantín muy bien artillados y con mucha pólvora y bien abastecidos, y diole trecientos y setenta soldados, y en ellos cient ballesteros y escopeteros y veinte y dos caballos, y entre estos soldados fueron cinco conquistadores de los nuestros que pasaron con el mismo Cortés la primera vez, habiendo servido a Su Majestad muy bien en todas las conquistas, y tenían ya sus casas y reposo; y esto digo ansí porque no aprovechaba cosa decir a Cortés: «Señor, déjame descansar, que harto estoy de servir», que les hacia ir a donde mandaba por fuerza o de grado; e llevó consigo a un Briones, natural de Salamanca, y había sido capitán de bergantines y soldado en Italia, y este Briones era muy bullicioso y enemigo de Cortés, y llevó otros muchos soldados que no estaban bien con Cortés porque no les dio buenos repartimientos de indios ni las partes del oro; y en las instrucciones que Cortés le dio fue que desde el puerto de la Villa Rica fuesen su derrota a la Habana, y que allí en la Habana hallaría a un Alonso de Contreras, soldado viejo de Cortés, natural de la Villa de Orgaz, que llevó seis mil pesos de oro para que comprase caballos e cazabi y puercos y tocinos y otras cosas pertenecientes para la armada, el cual soldado envió Cortés adelante del Cristóbal de Olí por causa que si vían ir el armada los vecinos de la Habana encarescerían los caballos y todos los demás bastimentos, y mandó al Cristóbal de Olí que llegado a la Habana tomase todos los caballos questuviesen comprados y desde allí fuese su derrota para Higueras que era buena navegación y muy cerca; y le mandó que buenamente sin haber muertes de indios, desque hobiese desembarcado procurase poblar una villa en algún buen puerto, e que a los naturales de aquellas provincias los atrajese de paz y buscase oro y plata, y que procurase de saber e inquirir si había estrecho o qué puertos había la banda del Sur si a ella pasase, y le dio dos clérigos que el uno dellos sabía la lengua mejicana, y le encargó que con diligencia les pedricase las cosas de nuestra santa fe y que no consintiese sodomías ni sacrificios, sino que buena y mansamente se desarraigasen; y le mandó que todas las casas de madera adonde tenían indias o indios encarcelados a engordar para comer y sacrificar que se las quebrase y soltase los tristes encarcelados; y le mandó que en todas partes pusiese cruces; y le dio muchas imágenes de Nuestra Señora la Virgen Santa María para que pusiesen en los pueblos, y le dijo estas palabras: «Hermano Cristóbal de Olí, de la manera que habéis visto que lo hemos hecho en esta Nueva España, desa manera lo procurad de hacer»; y después de abrazados y despedidos con mucho amor y paz, se despidió el Cristóbal de Olí de Cortés y de toda su casa y fue a la Villa Rica, donde estaba toda su armada muy a punto, y en ciertos días del mes e año se embarcó con todos sus soldados e con buen tiempo llegó a la Habana e halló los caballos comprados y todo lo demás de bastimentos y cinco soldados que eran personas de calidad de los que había echado de Pánuco los mandó Diego de Ocampo, porque eran muy bandoleros y bulliciosos, y aquestos soldados ya los he nombrado alguno dellos cómo se llamaban en el capítulo pasado cuando la pacificación de Pánuco, y por esta causa los dejaré agora de nombrar; y estos soldados aconsejaron al Cristóbal de Olí, pues que había fama de la tierra rica donde iba y llevaba buena armada bien bastecida y muchos caballos y soldados, que se alzase desde luego a Cortés y que no le conociese desde allí por superior ni le acudiese con cosa ninguna, e el B riones otras veces por mí nombrado se lo había dicho muchas veces secretamente; e yendo con él en la nao capitana y hecho este concierto, luego escribió sobrel caso al gobernador de aquella isla, que ya he dicho otras muchas veces que se decía Diego Velázquez, enemigo mortal de Cortés, e el Diego Velázquez vino a dondestaba la armada, y lo que se concertó fue que entrél y Cristóbal de Olí tuviesen aquella tierra de Higueras y Honduras por Su Majestad y en su real nombre Cristóbal de Olí, y quel Diego Velázquez lo proveería de lo que hobiese menester e haría sabidor dello en Castilla a Su Majestad para que le trayan la gobernación, desta manera se concertó la compañía de la armada. E quiero aquí decir la condición y presencia del Cristóbal de Olí, que fuera tan sabio y prudente como era desforzado y valiente por su persona ansí a pie como a caballo, fuera extremado varón, mas no era para mandar, sino para ser mandado, y era de edad de hasta de treinta y seis años, y natural de cerca de Baeza o Linares, y su presencia e altor era de buen cuerpo, muy membrudo y grande espalda, bien entallado, e era algo rubio, e tenía muy buena presencia en el rostro, y traía en el bezo de abajo siempre como hendido a manera de grieta; en la plática hablaba algo gorda y espantosa, y era de buena conversación, y tenía otras buenas condiciones de ser franco
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, y era al principio, cuando estaba en Méjico, gran servidor de Cortés, sino questa ambición de mandar y no ser mandado lo cegó, e con los malos consejeros, y también como fue criado en casa de Diego Velázquez cuando mozo, y fue lengua de la isla de Cuba, reconocióle el pan que en su casa comió; más obligado era a Cortés que no a Diego Velázquez. Pues ya hecho este concierto con el Diego Velázquez, vinieron en compañía con el Cristóbal de Olí muchos vecinos de la isla de Cuba, e especialmente los que he dicho que fueron en aconsejar que se alzase; y de que no tenía más en que entender en aquella isla, en los navíos metido todo su matalotaje, mandó alzar velas a toda su armada, o fue a desembarcar e con buen tiempo obra de quince leguas adelante de Puerto de Caballos, en una como bahía, e llegó a tres de mayo, e a esta causa nombró a una villa que juego trazó Triunfo de la Cruz, e hizo nombramiento de alcaldes y regidores a los que Cortés le había mandado cuando estaba en Méjico que nombrase y diese cargos, y tomó la posesión de aquellas tierras por Su Majestad y de Hernando Cortés en su real nombre, e hizo otros autos que convenían; y todo esto que hacía era porque los amigos de Cortés no entendiesen que iba alzado, para si pudiese hacer dellos buenos amigos desque alcanzasen a saber la cosa, y también no sabia si la tierra acudiría tan rica y buena de minas como le decían, y tiró a dos hitos: el uno era, como dicho tengo, que si había buenas minas y la tierra muy poblada, alzarse con ella, y lo otro, que si no acudiese tan buena, volverse a Méjico a su mujer y repartimientos y disculparse con Cortés con decille que la compañía que hizo con el Diego Velázquez que fue porque le diese bastimentos y soldados y no acudirle en cosa ninguna, e que bien lo podía ver, pues tomó la posesión por Cortés; y esto tenía pensamiento, según muchos sus amigos dijeron, con quien lo había comunicado. Y dejémosle ya poblado en el Triunfo de la Cruz, que Cortés nunca supo cosa ninguna hasta más de ocho meses, y porque por fuerza tengo de volver otra vez e hablar en él, lo dejaré agora, y diré lo que nos acaesció en Guazacualco, e cómo Cortés me envió con el capitán Luis Marín a pacificar la provincia de Chiapa.

Capítulo CLXVI: Cómo los que quedamos poblados en Guazacualco siempre andábamos pacificando las provincias que se nos alzaban, y cómo Cortés mandó al capitán Luis Marín que fuese a conquistar e a pacificar la provincia de Chiapa e me mandó que fuese con él, y lo que en la pacificación pasó

Pues como estábamos poblados en aquella villa de Guazacualco muchos conquistadores viejos y personas de calidad y teníamos grandes términos repartidos entre nosotros que era la misma provincia de Guazacualco e Zitla, y lo de Tabasco e Zimatán y Chontalpa, y en las sierras arriba lo de Cachula e Zoques e Quilenes hasta Zinacantán y Chamula, y la ciudad de Chiapa, de los indios, y Papanaguastla y Pinola, y de otra parte, hacia la banda de Méjico, la provincia de Xaltepeque, e Guaspaltepeque, e Chinanta, e Tepeaca y otros muchos pueblos, y como a los principios todas las más provincias que habido en la Nueva España muchas dellas se alzaban cuando les pedían tributos y aun mataban a sus encomenderos, y los españoles que podían tomar a su salvo les acapillaban, ansí acontesció en aquella villa, que casi no quedó provincia que todas no se rebelaron, y a esta causa siempre andábamos de pueblo en pueblo con una capitanía atrayéndolos de paz, y como los de Zimatán no querían venir a la villa ni obedescer mandamientos que les enviaban, acordó el capitán Luis Marín que, por no enviar capitanía de muchos soldados contra ellos, que fuésemos cuatro vecinos a los traer de paz; yo fui uno dellos, y los demás se decían Rodrigo de Nao, natural de Ávila, e un Francisco Martín, medio vizcaíno, y el otro se decía Francisco Jiménez, natural de Inguijuela, de Extremadura, y lo que nos mandó el capitán fue que buenamente y con amor los llamásemos de paz, e que no les dijésemos palabras donde se enojasen. E yendo que íbamos a su provincia, que son las poblazones entre grandes ciénegas y caudalosos ríos, e ya que llegábamos dos leguas de su pueblo, les enviamos mensajeros a decir cómo íbamos, y la respuesta que dieron fue que salen a nosotros tres escuadrones de flecheros y lanceros, que a la primera refriega de flecha mataron a los dos de nuestros compañeros, e a mí me dieron la primera herida de un flechazo en la garganta que con la mucha sangre que me salía e en aquel tiempo no podía apretallo ni tomar la sangre, estuvo mi vida en harto peligro; pues el otro mi compañero questaba por herir, que era el Francisco Martín, vizcaíno, puesto que yo y él siempre hacíamos cara e heríamos algunos contrarios, acordó de tomar las de Villadiego y acogerse en unas canoas questaban cabe un río grande que se decía Mazapa, y como quedaba solo y malherido, por que no me acabasen de matar e sin sentido e poco acuerdo, me iba a meter entre unos matorrales altos, y volviendo en mi, con fuerte corazón, dije: «¡Oh, válgame Nuestra Señora, si es verdad que tengo de morir hoy aquí en poder destos perros!» Y tomé tal esfuerzo, que salgo otra vez de las matas y rompo por los indios, que a buenas cuchilladas y estocadas me dieron lugar que salí de entrellos, y aunque me tornaron a herir, y me fui a las canoas, donde estaba ya dentro de la una dellas mi compañero Francisco Martín, vizcaíno, con cuatro indios amigos nuestros, que eran los que habíamos traído con nosotros, que nos llevaban nuestro hato; questos indios, cuando estábamos peleando con los zimatecas, dejando las cargas se acogen al río en las canoas, y lo que nos dio la vida a mi e al Francisco Martín fue que los contrarios se embarazaron en robar nuestra ropa e petacas. Y dejemos de más hablar en esto y digamos que Nuestro Señor Jesucristo fue servido escaparnos de morir allí, y en las canoas pasamos aquel río, que es muy grande e hondo e hay en él muchos lagartos, y por que no nos siguiesen los zimatecas, que ansí se llaman, estuvimos ocho días por los montes, y dende a pocos días se supo en Guazacualco esta nueva, y dijeron los indios que habíamos traído, que llevaron la mesma nueva, que todos los cuatro indios que quedaron en las canoas, como dicho tengo, que éramos muertos, y estos indios que dicho tengo que llevaron nuevas, desque nos vieron heridos se fueron huyendo y nos dejaron en la pelea, y en pocos días llegaron a la villa, y como no parescíamos ni había nueva de nosotros, creyeron que éramos muertos. Y como es costumbre de indios, y en aquella sazón se usaba, ya había repartido el capitán Luis Marín en otros conquistadores nuestros indios, e echó mensajeros a Cortés para enviar las cédulas de encomienda, y aun vendido nuestras haciendas, y al cabo de veinte días aportamos a la villa, de lo cual se holgaron algunos de nuestros amigos, mas a quien habían dado los indios les pesó... E viendo el capitán Luis Marín que no podíamos pacificar aquellas provincias por mi memoradas antes mataban muchos de nuestros españoles, acordó de ir a Méjico a demandar a Cortés más soldados e socorros e petrechos de guerra, y mandó que entretanto que iba no saliésemos de la villa ningunos vecinos a los pueblos lejanos, si no fuese a los questaban cuatro o cinco leguas de allí, para solamente traer comida. Pues llegado a Méjico dio cuenta a Cortés de todo lo acaescido, y entonces le mandó que volviese a Guazacualco, y envió con él obra de treinta soldados y entrellos a un Alonso de Grado, por mí muchas veces nombrado, y le mandó que con todos los vecinos questábamos en la villa y los soldados que traía consigo fuésemos a la provincia de Chiapa, questaba de guerra, que la pacificásemos y poblásemos una villa. Y como el capitán hobo venido con aquellos despachos, nos apercebimos todos, ansí los questábamos allí poblados como los que traía de nuevo, y comenzamos abrir camino por unos montes y ciénegas muy malas, y echábamos en ellas maderos y ramos para poder pasar los caballos, y con gran trabajo fuimos a salir a un pueblo que se dice Tepuzuntlán, que hasta entonces por el río arriba solíamos ir en canoas, que no había otro camino abierto, y desde aquel pueblo fuimos a otro pueblo la sierra arriba, que se dice Cachula, y, para que bien se entienda, este Cachula es en la sierra, provincia de Chiapa, y esto digo porquestá otro pueblo del mismo nombre junto a la Puebla de los Ángeles, y desde Cachula fuimos a otros poblezuelos subjetos al mesmo Cachula. Y fuimos abriendo caminos nuevos el río arriba, que venía de la poblazón de Chiapa, porque no había camino ninguno, y todos los rededores questaban poblados habían gran miedo a los chiapanecas, porque ciertamente eran en aquel tiempo los mayores guerreros que yo había visto en toda la Nueva España, aunque entren en ellos tascaltecas y mejicanos, ni zapotecas ni minxes. Y esto digo porque jamás Méjico los pudo señorear, porque en aquella sazón era aquella provincia muy poblada, y los naturales della eran en gran manera belicosos y daban guerra a sus comarcanos. que eran los de Zinacatán, y a todos los pueblos de la lengua quilena, y asimismo a los que se dicen los zoques, y robaban y cautivaban a la contina otros pueblezuelos donde podían hacer presa, y con los que dellos mataban hacían sacrificios y hartazgas. Y demás desto, en los caminos de Teguantepeque tenían en pasos malos puestos muchos guerreros para saltear a los indios mercaderes que trataban de una provincia a otra, y a esta causa de miedo dellos dejaban algunas veces de tratar las unas provincias con otras, y aun habían traído por fuerza a otros pueblos y hécholes poblar y estar junto a Chiapa, y los tenían por esclavos y con ellos hacían sus sementeras. Volvamos a nuestro camino, que fuimos río arriba hacia su ciudad, y era por Cuaresma, en el año de mill y quinientos y veinte y tres años; y esto de los años no se me acuerda bien, y antes de llegar a la poblazón de Chiapa se hizo alarde de todos los de a caballo, escopeteros y ballesteros y soldados que íbamos en aquella entrada, y no se pudo hacer hasta entonces por causa que algunos vecinos de nuestra villa y otros forasteros no se habían recogido que andaban en los pueblos de la hacienda de Cachula demandando el tributo que les eran obligados a dar y con el favor de venir capitán con gente de guerra, como veníamos, se atrevían de ir a ellos, que de antes ni daban tributo ni se daban por nosotros dos castañetas. Volvamos a nuestro alarde, que se hallaron veinte y siete de a caballo que podían pelear, y otros cinco que no eran para ello, y quince ballesteros y ocho escopeteros, y un tiro y mucha pólvora, y un soldado por artillero, que decía el mesmo soldado que había estado en Italia: y esto digo aquí porque no era para cosa ninguna, y era muy cobarde; y llevábamos sesenta soldados despada y rodela y obra de ochenta mejicanos, y el cacique de Cachula con unos principales suyos, y estos de Cachula que he dicho iban temblando de miedo, y por halagos los llevávamos por que nos ayudasen abrir caminos y a llevar el fardaje. Pues yendo nuestro camino en concierto e ya que llegamos cerca de sus poblazones siempre íbamos adelante por espía y descubridores del campo cuatro soldados de los más sueltos que había, e yo era el uno dellos, e dejaba mi caballo que lo llevasen otros, porque no era tierra por donde podía correr a caballo, e íbamos siempre media legua adelante de nuestro ejército; y como los chiapanecas son grandes cazadores andaban entonces a caza de venados, y desque nos sintieron apellídanse todos con grandes ahumadas y como llegamos a sus poblazones tenían muy anchos caminos y grandes sementeras de maíz y otras legumbres. Y en el primer pueblo que topamos se dice Eztapa, questá de la cabecera obra de cuatro leguas, y en aquel instante le habían despoblado, y tenían mucho maíz y otros bastimentos, que tuvimos bien que comer y cenar; y estando reposando en el puesto que teníamos puestas nuestras velas y escuchas y corredores del campo, vienen dos de a caballo questaban por corredores a dar mandado y diciendo: «¡Al arma, al arma, que vienen por todas sabanas y caminos llenos de guerreros chiapanecos!», y nosotros, que siempre estábamos muy apercebidos, les salimos al encuentro antes que llegasen al pueblo, y tuvimos una gran batalla con ellos, porque traían muchas varas tostadas con sus tiraderas, y arcos y flechas y lanzas muy mayores que las nuestras, con buenas armas de algodón y penachos, y otros traían unas porras como macanas. Y allí donde estuvimos y fue la batalla había mucha piedra; y con hondas nos hacían mucho daño, y nos comenzaron a cercar, de arte que de la primera rociada mataron a dos de nuestros soldados y cuatro caballos y se hirieron sobre trece soldados y a muchos de nuestros amigos y al capitán Luis Marín le dieron dos heridas, y estuvimos en aquella batalla desde la tarde hasta después que anocheció; y como hacia escuro y habían sentido el cortar de nuestras espadas, y escopetas y ballestas y las lanzadas, se retiraron, de lo cual nos holgamos, y hallamos quince dellos muertos y otros muchos heridos que no se pudieron ir; de dos dellos, que nos parescían principales, que allí prendimos se tomó aviso y plática, y dijeron questaba toda la tierra apercebida para dar otro día en nosotros, y aquella noche enterramos los muertos y curamos los heridos y al capitán, questaba malo de las heridas, porque se había desangrado mucho y por causa de no se apartar de la batalla para se las curar o apretar, y se le había metido frío. Pues ya hecho esto pusimos buenas velas y escuchas y corredores del campo, y teníamos los caballos ensillados y enfrenados, y todos nuestros soldados muy a punto, porque tuvimos por cierto que vernían de noche sobre nosotros; y como hablarnos visto el tesón que tuvieron en la batalla pasada, que ni por ballestas, ni lanzas, ni escopetas, ni aun estocadas, no les podíamos retraer ni apartar un paso atrás, tuvímoslos por muy buenos guerreros y osados en el pelear, y esa noche se dio orden cómo para otro día los de a caballo habíamos de arremeter de cinco en cinco hermanados, y las lanzas terciadas, y no pararnos a dar lanzada hasta ponerlos en huida, sino las lanzas altas y por las caras y atropellar y pasar adelante. Y este concierto ya otras veces lo había dicho el Luis Marín y aun algunos de nosotros de los conquistadores viejos se lo habíamos dado por aviso a los nuevamente venidos de Castilla, y algunos dellos no curaron de guardar la orden, sino que pensaban que en dar una lanzada a los contrarios que hacían algo, y salióles a cuatro dellos al revés, porque les tomaron las lanzas y les hirieron a ellos y los caballos con ellas; quiero decir que se juntaban seis o siete de los contrarios y se abrazaban con los caballos, creyendo de los tomar a mano, y aun derrocaron a un soldado del caballo, y si no le socorriéramos ya le llevaban a sacrificar, y desde ahí a dos días se murió. Volvamos a nuestra relación. Y es que otro día de mañana acordamos de ir por nuestro camino para su ciudad de Chiapa, y verdaderamente se podía llamar ciudad, y bien poblada, y las casas y calles muy en concierto, y de más de cuatro mill vecinos, sin otros muchos pueblos subjetos a él questaban poblados a su rededor; e yendo que íbamos con mucho concierto y el tiro puesto y el artillero bien apercebido de lo que había de hacer, y no habíamos caminado cuatro leguas, cuando nos encontramos con todo el poder de Chiapa, que campos y cuestas venían llenos dellos con grandes penachos y buenas armas y grandes lanzas, pues flecha y vara con tiraderas, pues piedra y hondas y grandes voces e grita y silbos era cosa despantar cómo se juntaron con nosotros pie con pie e comenzaron a pelear como rabiosos leones, y nuestro negro artillero que llevábamos, que bien negro se podía llamar, cortado de miedo y temblando, ni supo tirar ni poner fuego al tiro, e ya que a poder de voces que le dábamos pegó fuego, hirió a tres de nuestros soldados, que no aprovechó cosa ninguna; y desque el capitán vio de la manera que andábamos, rompimos todos los de a caballo puestos en cuadrillas, según lo habíamos concertado, y los escopeteros y ballesteros y despada y rodela, hechos un cuerpo, nos ayudaron muy bien; mas eran tantos los contrarios que sobre nosotros vinieron, que si no fuéramos de los que en aquellas batallas nos hallamos cursados a otras afrentas, pusiera a otros gran temor y aun nosotros nos admiramos dello, y como el capitán Luis Marín nos dijo: «Ea, señores, ¡Santiago y a ellos!, y tornémosles otra vez a romper con ánimos esforzados», dímosles tal mano, que a poco rato iban vueltas las espaldas, y como había allí donde fue esta batalla muy malos pedregales para correr caballos, no les podíamos seguir. E yendo en alcance e no muy lejos donde comenzamos aquella pelea, ya que íbamos algo descuidados creyendo que por aquel día no se tornarían a juntar estaban tras unos cerros otros mayores escuadrones de guerreros que los pasados, con todas sus armas, y muchos dellos traían sogas para echar lazos a los caballos y asir de las sogas para los derrocar, y tenían tendidas en todas las partes muchas redes con que suelen tomar venados, para los caballos y para nosotros; y todos los escuadrones que he
dicho se vienen a encontrar con nuestro ejército, y como muy fuertes y recios guerreros nos dan tal mano de flecha y vara y piedra, que tornaron a herir casi que a todos los nuestros, y tomaron cuatro lanzas a los de a caballo, y mataron dos soldados y cinco caballos, y entonces traían en medio de sus escuadrones una india algo vieja y muy gorda, y, según decían, aquella india la tenían por su diosa y adivina, y les había dicho que ansí como ella llegase adonde estábamos peleando, que luego habíamos de ser vencidos, y traía en un brasero unos sahumerios unos ídolos de piedra, y venía pintada todo el cuerpo y pegado algodón a las pinturas, y sin miedo ninguno se metió entre los indios nuestros amigos, que venían hechos un cuerpo con sus capitanías, y luego fue despedazada la maldita diosa. Volvamos a nuestra batalla; que desque el capitán Luis Marín y todos nosotros vimos tanta multitud de guerreros contra nosotros, y que tan osadamente peleaban, encomendándonos a Dios y arremetiendo a ellos con el concierto pasado, les fuimos rompiendo poco a poco y les pusimos en huida, y se escondían entre unos grandes pedregales, y todos los más se echaron al río, questaba cerca e hondo, y se fueron nadando, que son en gran manera buenos nadadores. Y desque les hobimos desbaratado, dimos muchas gracias a Dios, y hallamos muertos donde hobimos esta batalla muchos dellos, y otros heridos; y acordamos de nos ir a un pueblo questaba junto al río, cerca del pasaje de la ciudad, donde había muy buenas ciruelas, porque como era Cuaresma y en aqueste tiempo las hay maduras y en aquella poblazón son las muy buenas, allí nos estuvimos todo lo más del día enterrando a los muertos en partes que no los pudieran haber ni hallar los naturales de aquel pueblo, y curamos los heridos y diez caballos, y allí acordamos de dormir con gran recaudo de velas y escuchas; y a poco más de media noche pasaron de dos poblezuelos questaban poblados junto a la cabecera e ciudad de Chiapa, en cinco canoas del mesmo río, ques muy grande y hondo, y venían a remo, callados, y los que remaban eran diez indios, personas principales, naturales de los poblezuelos questaban junto al río de los pueblos, y como desembarcaron hacia la parte de nuestro real, en saltando en tierra luego fueron presos por nuestras velas y ellos lo tuvieron por bien que los prendiesen; y llevados antel capitán, dijeron: «Señor, nosotros no somos chiapanecos, sino de otras provincias que se dicen Xaltepeque, y estos malos de chiapanecas, con grandes guerras que nos dieron, nos mataron mucha gente, y todos los más de nuestros pueblos nos trujeron aquí a poblar con nuestras mujeres e hijos, y nos han tomado cuanta hacienda teníamos, y ha más de doce años que nos tienen por esclavos, y les labramos sus sementeras y maizales, y nos hacen ir a pescar y hacer otros oficios, y nos toman nuestras hijas y mujeres, y venimos a daros aviso porque nosotros os traeremos esta noche muchas canoas en que paséis este río, y también os mostraremos un vado, aunque no muy bajo, y lo que, señor capitán, os pedimos de merced, que pues os hacemos esta buena obra, que desque hayáis vencido y desbaratado estos chiapanecas, que nos deis licencia para que salgamos de su poder e irnos a nuestras tierras, y para que mejor creáis lo que os decimos ques verdad, en las canoas que agora pasamos, que dejamos escondidas en el río con otros nuestros compañeros y hermanos, os traemos presentadas tres joyas de oro, que eran unas como diademas, y también traemos gallinas y cirgüelas». Y demandaron licencia para ir por ello, y dijeron que había de ser muy callando, no los sintiesen los chiapanecas, questaban velando y guardando los pasos del río. Y desque el capitán entendió lo que los indios le dijeron y la gran ayuda que era para pasar aquel recio y corriente río, dio gracias a Dios, y mostró buena voluntad a los mensajeros, y les prometió de hacerlo como lo pedían, y aun de dalles ropa y despojo de lo que hobiésemos de aquella ciudad, y se informó dellos cómo en las dos batallas pasadas les habíamos muerto y herido más de ciento y veinte chiapanecas; que tenían aparejados para otro día otros muchos guerreros, y que a los de aquestos poblezuelos donde eran estos mensajeros los hacían salir a pelear contra nosotros, y que no temiésemos dellos, que antes nos ayudarían, y que al pasar del río nos habían de aguardar porque tenían por imposible que terníamos atrevimiento de pasalle, y que cuando lo estuviésemos pasando que allí nos desbatarían; y dado este aviso se quedaron dos de aquellos indios con nosotros y los demás fueron a su pueblo a dar orden para que muy de mañana trujesen veinte canoas lo cual cumplieron muy bien su palabra; y después que se fueron reposamos algo de lo que quedó de la noche, y no sin mucho recaudo y ronda y velas y escuchas, porque oíamos el gran remor de los guerreros que se juntaban ribera del río, y el taller de sus trompetillas y atambores y cometas. Y desque amanesció y vimos las canoas, que ya descubiertamente las tratan a pesar de los de Chiapa, porque, según paresció, ya habían sentido cómo los naturales de aquellos poblezuelos se les habían levantado hecho fuertes y eran de nuestra parte y habían prendido algunos ellos y los demás se hablan hecho fuertes en un gran cu, y a esta causa había revueltas y guerras entre los chiapanecas y los poblezuelos que dicho tengo, y luego nos fueron a mostrar el vado; entonces nos daban mucha priesa aquellos amigos que pasásemos presto el río por temor no sacrificasen a sus compañeros que habían prendido aquella noche. Pues desque llegamos al vado que nos mostraron, venía muy hondo, y puestos todos en gran concierto, ansí los ballesteros como escopeteros, y los de a caballo y los indios de los dos poblezuelos nuestros amigos con sus canoas, y aunque nos daba el agua cerca de los pechos, todos hechos un tropel, para soportar el ímpetu y fuerza del agua, quiso Nuestro Señor que pasamos cerca de la otra parte de tierra; y antes de acabar de pasar vienen contra nosotros muchos guerreros y nos dan una buena rociada de vara con tiraderas y flecha y piedra, y otros con grandes lanzas, que nos hirieron casi que a todos los más y algunos a dos y a tres heridas, y mataron dos caballos, y un soldado de a caballo que se decía Fulano Guerrero o Guerra se ahogó al pasar del río, que se metió con el caballo a un recio raudal, y era natural de Toledo, y el caballo salió a tierra sin el amo. Volvamos a nuestra pelea, que nos estuvieron un buen rato dando guerra al pasar el río, que no les podíamos hacer retraer, ni nosotros podíamos llegar a tierra, y en aquel instante los de los poblezuelos que se habían hecho fuertes contra los chiapanecas nos vinieron ayudar y dan en las espaldas a los questaban al río batallando con nosotros, e hirieron y mataron muchos dellos, porque les tenían gran enemistad, como les habían tenido presos muchos años. Y desque aquello vimos, de presto salimos a tierra los de a caballo, y luego ballesteros y escopeteros, y los despada y rodela, y los amigos mejicanos, y dámosles una buena mano que se van huyendo por su pueblo adelante, que no paró indio con indio, y luego sin más tardar, puestos en buen concierto, con nuestras banderas tendidas y muchos indios de los dos poblezuelos con nosotros, entramos en su ciudad, y como llegamos en lo más poblado, donde estaban sus grandes cues y adoratorios, tenían las casas tan juntas que no osábamos asentar real, sino en el campo y en parte que aunque pusiesen fuego no nos pudiesen hacer daño; y luego nuestro capitán envió a llamar de paz a los caciques y capitanes de aquel pueblo, y fueron los mensajeros tres indios de los poblezuelos nuestros amigos, quel uno dellos se decía Xaltepeque, y ansimismo envió con ellos seis capitanes chiapanecos que habíamos preso en las batallas pasadas, y les envió a decir que vengan luego de paz y que se les perdonará lo pasado, y que si no vienen, que les iremos a buscar y !es daremos mayor guerra que la pasada y les quemaremos su ciudad. Y con aquellas bravosas palabras luego a la hora vinieron, y aun trujeron un presente de oro, y se desculparon por haber salido de guerra, y dieron la obidiencia a Su Majestad, y rogaron a Luis Marín que no consintiese a nuestros amigos que quemasen alguna casa, porque ya habían quemado antes de entrar en Chiapa, en un poblezuelo questaba poblado antes de llegar al río, muchas casas; y Luis Marín se lo prometió que ansí lo haría, y mandó a los mejicanos amigos que traíamos y a los de Cachula que no hiciesen mal ni daño. Quiero tornar a decir queste Cachula que aquí nombro no es la questá cerca de Méjico, sino un pueblo que se dice como el questá en las sierras camino de Chiapa, por donde pasamos. Y dejemos desto, y digamos cómo en aquella ciudad hallamos tres cárceles de redes de madera llenas de prisioneros atados con collares a los pezcuezos, y éstos eran de los que prendían por los caminos, e algunos dellos eran de Teguantepeque, y otros zapotecas, e otros quilenes, otros de Soconusco, los cuales prisioneros sacamos de las cárceles e se fue cada uno a su tierra, y quebramos las redes; también hallamos en los cues muy malas figuras de los ídolos que adoraban, y muchos indios y muchachos de dos días sacrificados, y hallamos muchas cosas malas de sodomías que usaban. MandóIes el capitán que luego fuesen a llamar a los pueblos comarcanos que vengan de paz a dar la obidiencia a Su Majestad; los primeros que vinieron fueron los de una poblazón que se dice Zinacantán, y Copanahuastla, e Pinola, e Gueguistlán, e Chamula, y otros pueblos, que ya no se me acuerdan los nombres dellos, Quelenes, e otros pueblos que eran de la lengua zoque, y todos dieron la obidiencia a Su Majestad, y aun estaban espantados cómo tan pocos como éramos podimos vencer a los chiapanecas, y ciertamente mostraron todos gran contento, porque estaban mal con ellos. Y estuvimos en aquella ciudad cinco días, y en aquel instante un soldado de los que traíamos en nuestro ejército desmandóse del real y vase sin licencia del capitán al un pueblo que había venido de paz, que ya he dicho que se decía Chamula, y llevó consigo ocho indios mejicanos de los nuestros, y demandó a los de Chamula que le diesen oro, y decía que lo decía el capitán; e los de aquel pueblo le dieron joyas de oro y porque no le daban más echó preso al cacique; y desque vieron los del pueblo hacer aquella demasía quisieron matar el atrevido y desconsiderado soldado, y luego se alzaron, y no solamente ellos, que también hicieron alzar a los de otro pueblo que se dice Güeyguiztlán sus vecinos, Y desque aquello alcanzó a saber el capitán Luis Marín, prende al soldado y luego le mandó en posta le llevasen a Méjico para que Cortés le castigase; y esto hizo el Luis Marín porque era un hombre el soldado que se tenía por principal, que por su honor no nombro su nombre hasta que venga a coyuntura en parte que hizo otra cosa peor, y como era malo y cruel con los indios, desde a obra de un año murió en lo de Xicalango en poder de indios, como adelante diré. Y después de esto hecho, el capitán envió a llamar al pueblo de Chamula que vengan de paz, e les envió a decir que ya había castigado y enviado a Méjico al español que les iba a demandar oro y les hacía aquellas demasías, y la respuesta que dieron fue mala, y la tuvimos por muy peor por causa de los pueblos comarcanos que habían venido de paz no se alzasen, y fue acordado que luego fuésemos sobre ellos y hasta traelles a de paz no les dejar. Y después de que se habló muy blandamente a los caciques chiapanecas y se les dijo con buenas lenguas las cosas tocantes a nuestra santa fe, y que dejasen ídolos y sacrificios y sodomías y robos, y se les puso cruces e una imagen de Nuestra Señora en un altar que les mandamos hacer y se les dio a entender cómo éramos vasallos de Su Majestad e otras muchas cosas que convenían, y aun les dejamos poblado más de la mitad de su ciudad, y los dos pueblos nuestros amigos, que nos trujeron las canoas para pasar el río y nos ayudaron en la guerra, salieron del poder dellas con todos sus haciendas e mujeres e hijos y se fueron a poblar el río abajo obra de diez leguas de Chiapa, donde agora está poblado lo de Xaltepeque, y el otro poblezuelo, que se dice Istatán, se fue a su tierra, que eran de Teguantepeque. Volvamos a nuestra partida para Chamula, y es que luego enviamos a llamar a los de Zinacantán, que eran gente de razón y muchos dellos mercaderes, y se les dijo que nos trujesen docientos indios para llevar nuestro fardaje, e que íbamos a su pueblo porque por allí era el camino de Chamula, e ansimismo demandó a los de Chiapa otros docientos indios y guerreros con sus armas para ir en su compañía, y luego los dieron, y salimos de Chiapa una mañana y fuimos a dormir a unas salinas donde nos tenían unos buenos ranchos, y otro día, a mediodía, llegamos a Zinacantlán, e allí tuvimos la santa pascua de Resurrección, y tornamos a enviar a llamar de paz a los de Chamula, e no quisieron venir, y hobimos de ir a ellos, que sería entonces donde estaban poblados de Zinacantlán obra de tres leguas, e tenían entonces las casas e pueblo de Chamula en una fortaleza muy mala de ganar, e muy honda cava por la parte que les habíamos de combatir, e por otras partes muy peor e más fuerte: e ansí como llegamos con nuestro ejército nos tiran desde lo alto tanta piedra y vara flecha que cubría el suelo; pues lanzas muy largas con más de dos brazas de cuchilla de pedernales, que ya he dicho otras veces que cortan más que nuestras espadas, y unas rodelas hechas a maneras de pavesinas, que se cubren todo el cuerpo cuando pelean, y cuando no las han menester las arrollan y doblan de manera que no les hacen estorbo ninguno, y con hondas mucha piedra, y tal priesa se dan a tirar flecha y piedra, que hirieron a cinco de los nuestros soldados e a dos de a caballo, e con muchas voces e gran grita e silbos e alaridos e trompetillas y atabales y caracoles, que era cosa de poner espanto a quien no los conosciera. Y desque aquello vio Luis Marín, y entendió que los caballos allí no se podían aprovechar dellos, que era sierra, mandó que se tornasen a bajar a lo llano, porque adonde estábamos era gran cuesta y fortaleza, y aquello que les mandó fue porque temíamos que vernían allí a dar en nosotros los guerreros de otros pueblos que se dicen Quiaguiztlán, questaba alzado, y porque hobiese resistencia en los de a caballo; y luego comenzamos a tirar a los de la fortaleza muchas saetas y escopetas, y no les podíamos hacer daño ninguno con los grandes mamparos que tenían, y ellos a nosotros sí, que siempre herían muchos de los nuestros; y estuvimos aquel día desta manera peleando, y no se daban cosa ninguna por nosotros, y si les

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