Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España (67 page)

BOOK: Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España
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Capítulo CLIX: Cómo Cortés y los oficiales del rey acordaron de enviar a Su Majestad todo el oro que le había cabido de su real quinto de los despojos de Méjico, y cómo se envió por sí la recámara del oro y joyas que fue de Montezuma y Guatemuz, y lo que sobrello acaesció

Corno Cortés volvió a Méjico de la entrada de Pánuco e anduvo entendiendo en la población y edificación de aquella ciudad, y viendo que Alonso de Ávila, ya otras veces por mi nombrado en los capítulos pasados, había vuelto en aquella sazón de la isla de Santo Domingo, y trujo recaudo de lo que le hablan enviado a negociar con la Audiencia Real y frailes jerónimos questaban por gobernadores de todas las islas, y los recaudos que entonces trujo fue que nos daban licencia para poder conquistar toda la Nueva España, y herrar los esclavos según y de la manera que llevaron en una relación, y repartir y encomendar los indios como en las islas Española e Cuba e Jamaica se tenía por costumbre, y esta licencia que dieron fue hasta en tanto que Su Majestad fuese sabidor dello o fuese servido mandar otra cosa, de la cual luego le hicieron relación los mismos frailes jerónimos, y enviaron un navío en posta a Castilla, y entonces Su Majestad estaba en Flandes, que era mancebo, y allá supo los recaudos que los frailes jerónimos le enviaban, porquel obispo de Burgos, puesto questaba por presidente de Indias, como conoscían dél que nos era muy contrario, no le daban cuenta dello, ni trataban con él otras muchas cosas de importancia, porque estaban muy mal con sus cosas. Dejemos desto del obispo, y volvamos a decir que como Cortés tenía al Alonso de Ávila por hombre atrevido, y no estaba muy bien con él, siempre le quería tener lejos de si, porque verdaderamente si cuando vino el Cristóbal de Tapia con las provisiones, y el Alonso de Ávila se hallara en Méjico, porque entonces estaba en la isla de Santo Domingo, y como era el Alonso de Ávila servidor del obispo de Burgos e había sido su criado y le traían cartas para él, fuera gran contraditor de Cortés y de sus cosas, y a esta causa siempre procuraba Cortés de tenelle apartado de su persona, y desque vino deste viaje, por le contentar y agradar le encomendó en aquella sazón Gualtitán y le dio ciertos pesos de oro, y con palabras y ofrecimientos y con el depósito del pueblo por mí nombrado, ques muy bueno y de mucha renta, le hizo tan su amigo y servidor, que le envió a Castilla, y juntamente con él a su capitán de la guarda, que se decía Antonio de Quiñones, los cuales fueron por procuradores de la Nueva España, y de Cortés, y llevaron dos navíos y en ellos cincuenta y ocho mill castellanos en barras de oro, y llevaron la recámara que llamábamos del gran Montezuma, que tenía en su poder Guatemuz, y fue un gran presente, en fin, para nuestro gran César, porque fueron muchas joyas y muy ricas y perlas tamañas algunas dellas como avellanas, y muchos chalchiuis, que son piedras finas como esmeraldas, y aun una dellas era tan ancha como la palma de la mano, y otras muchas que, por ser tantas y no me detener en escribirlas, lo dejaré de decir y traer a la memoria, y también enviamos unos pedazos de güesos de gigantes que se hallaron en un cu e adoratorio en Cuyuacán, según y de la manera que eran otros grandes zancarrones que nos dieron en Tascala, los cuales habíamos enviado la primera vez, y eran muy grandes en demasía, e llevaron tres tigres y otras cosas que ya no me acuerdo; y con estos procuradores escribió el cabildo de Méjico a Su Majestad, y ansimismo todos los más conquistadores escrebimos juntamente con Cortés y fray Pedro Melgarejo y el tesorero Julián de Alderete, y todos a una decíamos de los muchos y buenos y leales servicios que Cortés y todos nosotros los conquistadores le habíamos hecho y a la contina hacíamos, y lo por nosotros subcedido desque entramos a ganar la ciudad de Méjico, y cómo estaba descubierta la mar del Sur y se tenía por cierto que era cosa muy rica, y suplicamos a Su Majestad que nos enviase obispos religiosos de todas órdenes que fuesen de buena vida y dotrina para que nos ayudasen a plantar más por entero en estas partes nuestra santa fe católica, y le suplicamos todos a una que la gobernación desta Nueva España que le hiciese merced della a Cortés, pues tan bueno y leal servidor le era, y a todos nosotros los conquistadores nos hiciese mercedes para nosotros y para nuestros hijos, que todos los oficios reales, ansí de tesorero, contador y fator y escribanía públicas y fieles ejecutores e alcaldías de fortalezas que no hiciese merced dellas a otras personas, sino que entre nosotros se nos quedase; y le suplicamos que no enviase letrados, porque en entrando en la tierra la pornían en revuelta con sus libros, y habría pleitos y disensiones; y se le hizo saber lo del Cristóbal de Tapia cómo venía guiado por don Juan Rodríguez de Fonseca, obispo de Burgos, y que no era suficiente para gobernar, y que se perdería esta Nueva España si él quedara por gobernador, y que tuviese por bien de saber claramente que se han hecho las cartas y relaciones que le habíamos escrito dando cuenta de todo lo acaescido en esta Nueva España, porque teníamos por muy cierto que el mesmo obispo no se las enviaba, y antes le escribía al contrario de lo que pasaba en favor de Diego Velázquez, su amigo, y del Cristóbal de Tapia, por casallo con una su parienta suya que se decía doña Petronila de Fonseca, y cómo presentó ciertas provisiones que venían firmadas e guiadas por el mismo obispo de Burgos, y que todos estábamos los pechos por tierra para las obedescer como se obedescieron; mas viendo quel Tapia no era para guerra, ni tenía aquel ser ni cordura para gobernador, que suplicaron de las provisiones hasta informar a su real persona todo lo acaescido, como agora le informábamos y le hacíamos sabidor, como leales vasallos que somos obligados a nuestro rey y señor, y agora, que de lo que más fuere servidor mandar, que aquí estamos los pechos por tierra para cumplir su real mando; y también le suplicamos que fuese servido enviar a mandar al obispo de Burgos que no se entrometiese en cosas ningunas de Cortés ni de nosotros, porque será quebrar el hilo de muchas cosas de conquistas que en esta Nueva España entendía y en pacificar provincias, porque había mandado el mismo obispo a los oficiales questán en la casa de la contratación de Sevilla, que se decían Pedro de Isasaga y Juan López de Recalde, que no dejasen pasar ningún recaudo de armas ni soldados ni favor para Cortés ni para los soldados que con él estábamos; y también se le hizo relación cómo Cortés había ido a pacificar la provincia de Pánuco y la dejó de paz, y las muy bravas batallas que con los naturales della tuvo, y cómo era gente muy belicosa y guerrera, e cómo habían muerto los de aquella provincia a los capitanes que había enviado Francisco de Garay y a todos sus soldados por no se saber dar maña en las guerras, y que había gastado Cortés en la entrada sobre sesenta mill pesos, y que lo demandaba a los oficiales de su Real Hacienda, y que no se lo quisieron pagar. También se le hizo sabidor cómo agora hacía el Garay una armada en la isla de Jamaica, y que venía a poblar el río de Pánuco, Y porque no le acaesciese como a sus capitanes, que se los mataron, que suplicábamos a Su Majestad le envíe a mandar que no salga de la isla hasta questé muy de paz aquella provincia, porque nosotros se la conquistaremos y se la entregaremos; porque si en aquella sazón viniese, viendo los naturales de aquestas tierras dos capitanes que manden, ternán diversiones y levantamientos, especial los mejicanos; y escribiósele otras muchas cosas. Pues Cortés, por su parte, no se le quedó nada en el tintero, y aun de manera hizo relación en su carta de todo lo acaescido, que fueron veinte y una plana, y porque yo las leí todas e lo entendí muy bien, lo declaro aquí como dicho tengo; y además desto enviaba a suplicar Cortés a Su Majestad que le diese licencia para ir a la isla de Cuba a prender al gobernador della, que se decía Diego Velázquez, para enviársele a Castilla para que allá Su Majestad le mandase castigar, por que no le desbaratase más ni revolviese la Nueva España, porque enviaba desde la isla de Cuba a mandar que matasen a Cortés. Dejemos de las cartas, y digamos de su buen viaje que llevaron nuestros procuradores después que partieron del puerto de la Veracruz, que fue en veinte días del mes de diciembre de mill e quinientos e veinte y dos años, y con buen viaje desembarcaron en canal de Bahama, y en el camino se le soltaron dos tigres de los tres que llevaban, e hirieron a unos marineros, y acordaron de matar al que quedaba porque era muy bravo y no se podían valer con él, y fueron su viaje hasta la isla que llaman de la Tercera; y como el Antonio de Quiñones era capitán y se preciaba de muy valiente y enamorado, paresce ser revolvióse en aquella isla con una mujer, e hobo sobrella cierta quistión, y diéronle una cuchillada, de que murió, y quedó sólo Alonso de Ávila por capitán; e ya que iba con los dos navíos camino de España, no muy lejos de aquella isla topa con ellos Juan Florín, francés corsario, y toma el oro y navíos, y prende al Alonso de Ávila y llevóle preso a Francia; y también en aquella sazón robó el Juan Florín otro navío que venia de la isla de Santo Domingo y le tomó sobre veinte mill pesos de oro y gran cantidad de perlas, y azúcar, y cueros de vaca, y con todo se volvió a Francia muy rico e hizo grandes presentes a su rey e al almirante de Francia de las cosas y piezas de oro que llevaba de la Nueva España, que toda Francia estaba maravillada de las riquezas que enviábamos a nuestro gran emperador, y aun al mismo rey de Francia le tomaba cobdicia, más que otras veces, de tener parte en las islas y en esta Nueva España. Y entonces es cuando dijo que solamente con el oro que le iba a nuestro señor destas tierras le podía dar guerra a su Francia, y aun en aquella sazón no era ganado ni había nueva del Perú, sino, como dicho tengo, lo de la Nueva España y las islas de Santo Domingo y San Juan y Cuba y de Jamaica; y entonces diz que dijo el rey de Francia, o se lo envió a decir a nuestro emperador, que cómo habían partido entrél y el rey de Portugal el mundo sin dalle parte a él; que mostrasen el testamento de nuestro padre Adán si les dejó solamente a ellos por herederos y señores de aquellas tierras que habían tomado entrellos dos sin dalle a él ninguna dellas, e que por esta causa era licito robar y tomar todo lo que pudiese por la mar. Y luego tornó a mandar al Juan Florín que volviese con otra armada a buscar la vida por la mar, y de aquel viaje que volvió, ya que llevaba gran presa de todas ropas entre Castilla y las islas de Canarias, dio con tres o cuatro navíos recios y de armada, vizcaínos, y los unos por una parte y los otros por otra envisten con el Juan Florín y lo rompen y desbaratan, y prenden a él y a otros muchos franceses, y les tomaron sus navíos y ropa, y al Juan Florín y a otros capitanes llevaron presos a Sevilla a la casa de la contratación, y los enviaron presos a la corte a Su Majestad; y desque lo supo mandó que en el camino hiciesen justicia dellos, y en el puerto del Pico les ahorcaron; y en esto paró nuestro oro y capitanes que lo llevaron, y el Juan Florín que lo robó. Pues volvamos a nuestra relación; y es que llevaron a Francia preso al Alonso de Ávila y le metieron en una fortaleza creyendo haber dél gran rescate, porque como llevaba tanto oro a su cargo guardábanle bien, y el Alonso de Ávila tuvo tales maneras y conciertos con el caballero francés que le tenía a cargo o le tenía por prisionero, que para que en Castilla supiesen de la manera questaba preso y le viniesen a rescatar dijo que fuesen en posta todas las cartas y poderes que llevaba de la Nueva España, y que se diesen en la Corte de Su Majestad al licenciado Núñez, primo de Cortés, que era relator del real colegio, o a Martín Cortés, padre del mismo Cortés, que vivía en Medallín, o a Diego de Ordaz, questaba en la corte; y fueron a tan buen recaudo, que las hobieron a su poder y luego las despacharon para Flandes a Su Majestad, porque al obispo de Burgos no le dieron cuenta ni relación dello; y todavía lo alcanzó a saber el obispo, y dijo que se holgó que se hobiese perdido y robado todo el oro, y dijeron que había dicho: «En esto habían de parar las cosas deste traidor de Cortés»; y dijo otras palabras muy feas. Dejemos al obispo, y vamos a Su Majestad, que desque lo supo dijeron que lo vio todo, y que hobo algún sentimiento de la pérdida del oro, y por otra parte se alegró viendo que tanta riqueza le enviaban e que sintiese el rey de Francia que con aquellos presentes que le enviábamos que le podría dar guerra; y luego envió a mandar al obispo de Burgos que en lo que tocaba a Cortés e a la Nueva España que en todo le diese favor y ayuda, y que presto vernía a Castilla y entendería en ver la justicia de los pleitos y contiendas de Diego Velázquez y Cortés. Y dejemos esto, y digamos cómo luego supimos en la Nueva España la pérdida del oro y riquezas de la recámara, y prisión del Alonso de Ávila, y de todo lo más aquí por mi memorado, y tuvimos dello gran sentimiento. Y luego Cortés con brevedad procuró de haber y allegar todo el más oro que pudo recoger y de hacer un tiro de oro bajo y de plata, de lo que habían traído de Mechuacán, para enviar a Su Majestad, y llamóse el tiro «Fénix». Y también quiero decir que siempre estuvo el pueblo de Gualtitán que dio Cortés al Alonso de Ávila por el mismo Alonso de Ávila, porque en aquella sazón no le tuvo su hermano Gil González de Benavides, hasta más de tres años adelante que el Gil González vino de la isla de Cuba, que ya el Alonso de Avila estaba suelto de la prisión de Francia y había venido a Yucatán por contador, y entonces dio poder al hermano para que se sirviese dél, porque jamás se lo quiso traspasar. Dejemos de cuentos viejos, que no hacen a nuestra relación, y digamos todo lo que acaesció a Gonzalo de Sandoval y a los demás capitanes que Cortés había enviado a poblar las provincias por mi ya nombradas, y entre tanto acaba Cortés de mandar forjar el tiro a allegar el oro para enviar a Su Majestad. Bien sé que dirán algunos curiosos letores que por qué cuando envió Cortés a Pedro de Alvarado y a Gonzalo de Sandoval y a los demás capitanes a las conquistas y pacificaciones ya por mí nombradas no concluí con ellos, en esta mi relación, lo que habían hecho en ellas y en lo que las jornadas a cada uno acaesció, y lo vuelvo ahora a rescitar, ques volver muy atrás de nuestra relación, y las causas que agora doy en ello es: como iban camino de sus provincias a las conquistas y en aquel instante llegó al puerto de la Villa Rica el Cristóbal de Tapia otras veces por mí nombrado, que venía para ser gobernador de la Nueva España y para consultar Cortés lo que sobre el caso se podría hacer, por tener favor y ayuda dellos, como Pedro de Alvarado y Gonzalo de
Sandoval eran tan preminentes capitanes y buenos consejos, envió en posta a los llamar, y dejaron sus conquistas y pacificaciones suspensas e, como he dicho, vinieron al negocio de Tapia, que era más importante para el servicio de Su Majestad, porque se tuvo por cierto que si el Tapia quedara para gobernar, que la Nueva España y Méjico se levantara otra vez; y en aquel instante también vino Cristóbal de Olí de Mechuacán, como era cerca de Méjico, y la halló de paz, y le dieron mucho oro y plata, y como era recién casado y la mujer moza y hermosa, apresuro su venida. Y luego tras esto de Tapia acontesció el levantamiento de Pánuco, y fue Cortés a lo pacificar como dicho tengo en el capítulo pasado que dello habla, y también para escribir a Su Majestad como escrebimos, y enviar el oro y dar poder a nuestros procuradores, por mí ya memorados, y por estos estorbos, que fueron los unos tras los otros, lo torno de traer agora aquí a la memoria, y es desta manera que diré.

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