Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España (66 page)

BOOK: Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España
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Capítulo CLVIII: Cómo vinieron cartas a Cortés, cómo en el puerto de la Veracruz había llegado un Cristóbal de Tapia con dos navíos y traía provisiones de Su Majestad para que gobernase la Nueva España, y lo que sobrello se acordó e hizo

Puesto que Cortés hobo despachado los capitanes y soldados por mí ya dichos a pacificar e poblar provincias, en aquella sazón vino un Cristóbal de Tapia, veedor de la isla de Santo Domingo, con provisiones de Su Majestad, guiadas y encaminadas por don Juan Rodríguez de Fonseca, obispo de Burgos y arzobispo de Rosano, porque así se nombraba, para que le admitiesen a la gobernación de la Nueva España, y demás de las provisiones traía muchas cartas del mismo obispo para Cortés y para otros muchos conquistadores y capitanes de los que hablan venido con Narváez para que favoresciesen al Cristóbal de Tapia, y demás de las cartas que venían cerradas y selladas por el obispo traía otras muchas en blanco para quel Tapia escribiese e ellas todo lo quisiese y nombrase a los soldados y capitanes que le pareciese que convenía, y en todas ellas traía muchos prometimientos del obispo que nos haría grandes mercedes si dábamos la gobernación al Tapia, y si no se la entregamos, muchas amenazas, y decía que Su Majestad nos enviaría a castigar. Dejemos desto, quel Tapia presentó sus provisiones en la Villa Rica delante de Gonzalo de Alvarado, hermano de don Pedro de Alvarado, questaba en aquella sazón por teniente de Cortés, porque Rodrigo Rangel, que solía estar por alcalde mayor, no sé qué desatinos e injusticias había hecho cuando allí estaba por teniente e alcalde mayor, y le quitó Cortés el cargo; y presentadas las provisiones delante del Jerónimo de Alvarado, y el Gonzalo de Alvarado las obedesció y puso sobre su cabeza como provisiones y mandado de nuestro rey y señor, y que en cuanto al cumplimiento, dijo que se juntarían los alcaldes e regidores de aquella villa que platicarían y verían cómo e de qué manera eran habidas aquellas provisiones, y que todos juntos las obedescerían, porque sólo era una sola persona, y también verían si Su Majestad era sabidor que tales provisiones enviasen; y esta respuesta no le cuadró bien al Tapia, y aconsejáronle personas que no estaban bien con Cortés que se fuese luego a Méjico, donde estaba Cortés con todos los más capitanes y soldados, y que allá las obedescerían. Y demás de presentar las provisiones, como dicho tengo, escribió el Tapia a Cortés de la manera que venía por gobernador; y como Cortés era muy avisado, si muy buenas cartas le escribió el Tapia y vio las ofertas y ofrescimientos del obispo de Burgos, y por otra parte las amenazas, si muchas buenas palabras venían en ellas, muy mejores respuestas más halagüeñas y llenas de cumplimientos le envió el Cortés; y luego rogó y mandó el Cortés a ciertos de nuestros capitanes que se fuesen a ver con el Tapia, los cuales fueron, que fue Pedro de Alvarado, y Gonzalo de Sandoval, y a Diego de Soto, el de Toro, y a un Valdenebro, y Andrés de Tapia, a los cuales envió Cortés luego a llamar en posta que dejasen de poblar entonces las provincias en questaban y que fuesen a la Villa Rica, donde estaba el Tapia, y aun con ellos mandó que fuese un fraile que se decía fray Pedro Melgarejo de Urrea, que tenía buena expresión. Ya quel Tapia iba camino de Méjico a verse con Cortés, encontróse con los capitanes y con el fraile ya por mí nombrados, y con palabras y ofrescimientos que le hicieron volvió del camino para un pueblo que se dice Cempoal, y allí le demandaron que mostrase otra vez sus provisiones, y verían cómo y de qué manera lo mandaba Su Majestad, y si venía en ellas su real firma o era sabidor dello, y que los pechos por tierra las obedescerían todos ellos en nombre de Hernando Cortés y de toda la Nueva España, porque traía poder para ello. Y el Tapia les tornó a mostrar las provisiones, y todos aquellos capitanes a una las besaron y pusieron sobre sus cabezas como provisiones de su rey y señor, y que en cuanto al cumplimiento, que suplicaban dellas para ante el emperador nuestro señor, y dijeron que no era sabidor dellas ni de cosas ningunas, y quel Tapia no era suficiente para gobernador y quel obispo de Burgos era contra todos los conquistadores que servimos a Su Majestad y andaba ordenando aquellas cosas sin dar verdadera relación a Su Majestad y por favorescer al Diego Velázquez y al Tapia, por casalle con una Fulana de Fonseca, sobrina o hija del mesmo obispo. Y desque el Tapia vio que no aprovechaban palabras ni cartas ni ofertas ni otros cumplimientos, adolesció de enojo, y aquellos nuestros capitanes que nombrados tengo le escribían a Cortés todo lo que pasaba y le avisaron que enviase tejuelos y barras de oro y barras, y que con ello amansarían las furias del Tapia, lo cual luego envió en posta, y le compraron unos negros y tres caballos y el un navío, y se volvió a embarcar en el otro navío a la isla de Santo Domingo, donde había salido; y cuando allá llegó, la Real Audiencia, que allá residía, y los frailes Jerónimos, que eran gobernadores, notaron bien su vuelta, y como iba rico de aquella manera tan desconsiderada, se enojaron con él por causa que de antes que de Santo Domingo saliese para venir a la Nueva España le habían mandado expresamente que en aquella sazón no curase de venir, porque sería causa de venir daño y quebrar el hilo y conquistas de Méjico, y no quiso obedescer, sino con favor del obispo de Fonseca, que no osaban hacer otra cosa los oidores y frailes sino lo quel obispo mandaba, porque era presidente de Indias, que Su Majestad estaba en aquella sazón en Flandes, que no había venido a Castilla. Dejemos deste negocio de Tapia, y digamos cómo Cortés envió luego a Pedro de Alvarado a poblar a Tututepeque, que era tierra rica de oro, y para que bien lo entiendan los que no saben los nombres destos pueblos, uno es Tustepeque, adonde fue Sandoval, y otro es Tututepeque, adonde en esta sazón va Pedro de Alvarado; y esto declaro por que no me acusen que digo fueron dos capitanes a poblar una provincia de un nombre. Y también había enviado a poblar el río de Pánuco, porque Cortés tuvo noticia que don Francisco de Garay hacía gran armada para la venir a poblar, porque, según parescióse, había dado Su Majestad por gobernación al Garay, según más largamente lo he dicho y declarado en los capítulos pasados, cuando hablan de los navíos que envió adelante, que desbarataron los indios de la misma provincia de Pánuco, e hízolo Cortés porque si viniese el Garay y la hallase poblada por el Cortés. Dejemos desto, y digamos cómo el Cortés envió otra vez a Rodrigo Rangel por teniente a la Villa Rica y quitó a Gonzalo de Alvarado, y le mandó que luego enviase a Cuyuacán, donde a la postre estaba Cortés, al capitán Pánfilo de Narváez, que tenía preso; que en aquel tiempo estaba Cortés en Cuyuacán, que aún no había entrado a poblar a Méjico, hasta que se edificasen las casas y palacios donde había de vivir, y envió por el Narváez, porque, según le dijeron a Cortés, que cuando el veedor Cristóbal de Tapia llegó a la Villa Rica con las provisiones que dicho tengo, el Narváez habló con el Tapia, y en pocas palabras le dijo: «Señor Cristóbal de Tapia, parésceme que tan buen recaudo debéis de traer y llevaréis como yo; mira en lo que yo he parado trayendo tan buena armada; mitad por vuestra persona y no curéis de más perder tiempo, que la ventura de Cortés no es acabada. Entende para que os den algún de oro, e idos a Castilla ante Su Majestad, que allá no os faltará favor y quien os ayude, y diréis lo que acá pasa, en especial teniendo, como tenéis, al señor obispo de Burgos, y esto es lo mejor». Dejemos esta plática, y diré que como Narváez fue luego camino para Méjico y vio aquellas grandes poblazones y ciudades, y llegó a Tezcuco, se admiró, y desque vio a Cuyuacán, mucho más desque vio la laguna y ciudades que en ella había pobladas, y después la gran ciudad de Méjico. Y como Cortés supo que venía, le mandó hacer mucha honra y salir a recebir, y llegado antél, se hincó de rodillas y le fue a besar las manos, y Cortés no lo consintió, y le hizo levantar, y le abrazó y le mostró mucho amor y le mandó sentar cabe si. Entonces dijo el Narváez: «Señor capitán: agora le digo la verdad; que la cosa que menos hizo vuestra merced y sus valerosos soldados en esta Nueva España fue desbaratarme e prenderme a mi, aunque trujera mayor poder del que truje, pues he visto tantas ciudades y tierras que ha domado e subjetado a servicio de Dios y de nuestro señor emperador, y puédese vuestra merced alabar y tener en tanta estima, que yo ansí lo digo, y lo dirán todos los capitanes muy nombrados que el día de hoy son vivos, que en el Universo se puede anteponer a los muy afamados e ilustres varones que habido, y otra tan fuerte y mayor ciudad como esta de Méjico no la hay, y es dino que vuestra merced y sus soldados Su Majestad les haga muy crescidas mercedes». E le dijo otras muchas alabanzas que son de decir. Y Cortés le respondió que nosotros no éramos bastantes para hacer lo questaba hecho, sino la gran misericordia de Dios, que siempre nos ayudaba, y la buena ventura de nuestro césar. Dejemos esta plática y de las ofertas que hizo Narváez a Cortés, y diré cómo en aquella sazón se pasó Cortés a poblar la gran ciudad de Méjico, y repartió solares para las iglesias y monesterios y casas reales y plazas; y a todos los vecinos les dio solares, y por no gastar más tiempo en escrebir según y de la manera que agora está poblada, que según dicen muchas personas que se han hallado en muchas partes de la cristiandad, otra más populosa y mayor ciudad, de mejores casas y poblada de caballeros, no se habido en el mundo, según su calidad y tiempo que se pobló, entiéndese con los pobres conquistadores. Pues estando dando la orden que dicho tengo, al mejor tiempo questaba Cortés algo descansado, viniéronle cartas de Pánuco que toda la provincia estaba levantada y que eran muy belicosos guerreros, porque habían muerto muchos soldados de los que había enviado a poblar, y que con brevedad enviase el mayor socorro que pudiese. Y luego acordó el mismo Cortés de ir en persona, porque aunque quisiera enviar otros capitanes de los nuestros, como no los había en Méjico, porque todos habíamos ido a otras provincias, como dicho tengo... Y llevó todos los más soldados que pudo, y de caballo y ballesteros y escopeteros, porque ya habían llegado a Méjico muchas personas de las quel veedor Tapia traía consigo y otros que allí estaban de los de Lucas Vázquez de Ayllón, que habían ido con él a la Florida, y otros que habían venido de las islas en aquel tiempo; y dejando en Méjico buen recaudo, y por capitán dél a Diego de Soto, natural de Toro, salió de Méjico. Y en aquella sazón no había herraje, sino muy poco, para los muchos caballos que entonces llevaba, porque pasaban de ciento y treinta personas de a caballo y docientos y cincuenta soldados con todo, entre ellos escopeteros y ballesteros, y con los de a caballo, y también llevó diez mill mejicanos. Y en aquella sazón ya había vuelto de lo de Mechuacán Cristóbal de Olí, porque la dejó de paz, y trujo consigo muchos caciques y al hijo del Cazonzi, que ansí se llamaba, y era el mayor señor de todas aquellas provincias, y trujo mucho oro bajo, que lo tenía revuelto con cobre y plata
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. Y gastó Cortés en aquella ida que fue a Pánuco mucha cantidad de pesos de oro, que después demandaba a Su Majestad que le pagase aquella costa, y los oficiales de la hacienda de Su Majestad no se los quisieron rescebir en cuenta ni pagar cosa dello, porque dijeron que si hacia aquella entrada y gasto, que era por causa de se apoderar de aquella provincia, por que don Francisco de Garay, que la venia a conquistar, no la hobiese, porque ya tenían noticia que venían desde la isla de Jamaica con grande armada. Volvamos a nuestra relación, y diré cómo Cortés llegó con todo su ejército a la provincia de Pánuco, y los halló de guerra, y los envió a llamar de paz muchas veces, y no quisieron venir; tuvo con ellos muchos reencuentros de guerra, y en dos batallas que le aguardaron le mataron tres soldados y le hirieron más de treinta y mataron cuatro caballos, y hobo otros muchos heridos, y murieron de los mejicanos sobre docientos, sin más de otros trecientos heridos, porque fueron los guastecas, que ansí se llaman los indios de aquellas provincias, sobre cincuenta mill hombres cuando ajuardaron a Cortés. Mas quiso Dios que fueron desbaratados, y todo el campo donde se hobo estas batallas quedaron llenos de muertos y otros muchos heridos de los naturales de aquella provincia, por manera que no se tornaron más a juntar por entonces para dar guerra; y Cortés estuvo ocho días en un pueblo adonde fueron aquéllas reñidas, que se llamaba
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, por causa que se curasen los heridos y se enterrasen los muertos, y había muchos bastimentos. Y para tornar a enviallos a llamar de paz envió dos caciques, personas principales, de los que se habían preso en aquellas batallas, y con doña Marina y Jerónimo de Aguilar, que siempre Cortés llevaba consigo, les hizo un parlamento y les dijo que cómo se podían defender todos los de aquellas provincias de no se dar por vasallos de Su Majestad, pues que han visto y tenido nueva quel poder de Méjico, siendo tan fuertes guerreros, estaba asolada la ciudad y puesta por el suelo, y que vengan luego de paz, e que no hayan miedo, y que lo pasado de las muertes que se lo perdona. Y tales palabras les dijo con amor y otras amenazas, y como estaban hostigados y habían muerto muchos dellos, en la batalla pasada, y vían abrasados sus pueblos, vinieron de paz, y todos trujeron joyas de oro, y aunque no de precio, que presentaron a Cortés, y con amor y halagos los rescibió de paz. Y desde allí se fue Cortés con la mitad de su ejército a un río que se dice Chila, questá de la mar obra de cinco leguas, y volvió a enviar mensajeros a todos los pueblos de la otra parte del río a llamalles de paz, y no quisieron venir, porque como estaban encarnizados en los muchos soldados que hablan muerto, obra de dos años había, a los capitanes que Garay había enviado a poblar aquel río, como dicho tengo en el capítulo que dello habla, así creyeron que hicieran a nuestro ejército; y como estaban en tres grandes lagunas y ríos y ciénegas, ques muy gran fortaleza para ellos, la respuesta que dieron fue matar a dos mensajeros de los que Cortés les envió para hablar sobre las paces, y a otros echaron presos, y estuvo aguardando Cortés ciertos días a ver si mudarían su mal propósito, y como no vinieron, mandó buscar todas las canoas que en el río pudo haber, y con ellas y con unas barcas que se hicieron de madera de navíos viejos que fueron del capitán que envió Garay, que mataron, hizo pasar de noche de la otra parte del río ciento y cincuenta soldados, y los más dellos ballesteros y escopeteros, y cincuenta de caballo, en canoas atadas de dos en dos, de manera que pasaron en obra de... Y como los naturales de aquellas provincias velaban sus pasos y ríos, desque los vieron dejáronlos pasar con intención que los matarían, y estábanlos aguardando de la otra parte, y si muchos indios guastecas, que ansí se decían, se habían juntado en las primeras batallas que dieron a Cortés, muchos más estaban desta vez juntos, y vienen como leones rabiosos a se encontrar con los nuestros, y a los primeros encuentros mataron dos soldados e hirieron sobre treinta; también mataron tres caballos e hirieron otros quince, e muchos mejicanos; mas tal priesa les dieron los nuestros, que no pararon en el campo, e luego se fueron huyendo, y quedaron dellos muertos y heridos gran cantidad. Y después que pasó aquella batalla, los nuestros se fueron a dormir a un pueblo questaba poblado que se habían huido los moradores dél, y con buenas velas y escuchas y rondas y corredores del campo, se estuvieron, y de cenar no les faltó; y desque amanesció, andando por el pueblo vieron estar en un cu e adoratorio de ídolos colgados muchos vestidos y caras desolladas e adobadas como cuero de guantes, y con sus barbas y cabellos, que eran de los soldados que habían muerto a los capitanes que había enviado Garay a poblar el río de Pánuco, y muchas dellas fueron conoscidas de otros soldados, que decían que eran sus amigos, y a todos se les quebró los corazones de lástima de las ver de aquella manera, y las quitaron de donde estaban y las llevaron para enterrar; y desde aquel pueblo se pasaron a otro lugar, y como conocían que la gente de aquella provincia era muy belicosa, siempre iban muy recatados y puestos en ordenanza para pelear, no les tomasen desapercebidos. Y los descubridores del campo dieron con unos grandes escuadrones de indios questaban en celada para que desque estuviesen los nuestros en las casas apeados, dar en los caballos y en ellos, y como fueron sentidos no tuvieron lugar de hacer lo que querían; mas todavía salieron muy denodadamente y pelearon con los nuestros como valientes guerreros, y estuvieron más de media hora que los de a caballo y escopeteros y ballesteros y los indios mejicanos no les podían hacer retraer ni apartar de sí, y mataron dos caballos e hirieron otros siete, y también hirieron quince soldados, y tres murieron de las heridas. Una cosa tenían estos indios: que ya que les llevaban de vencida, se tornaban a rehacer, y aguadaron tres veces en la pelea, lo cual pocas veces se ha visto acaescer entre estas gentes; y viendo que los nuestros les herían y mataban, se acogieron a un río caudaloso e corriente, y los de a caballo y peones sueltos fueron en pos dellos e hirieron muchos, e otros acordaron de correrles el campo e ir a otros pueblos questaban despoblados, y en ellos hallaron muchas tinajas de vino de la tierra puestas en nos soterraños a manera de bodegas, y estuvieron en estas poblazones cinco días corriendo las tierras, y como todo estaba sin gentes y despoblados, se volvieron al río de Achile. Y Cortés tornó a enviar a llamar de paz a todos los mismos pueblos questaban de guerra de aquella parte del río, y como les habían muerto mucha gente, temieron los indios que volvieran otra vez sobre ellos, y a esta causa enviaron a decir que vernían de allí a cuatro días, que buscaban joyas de oro para le presentar; y Cortés aguardó los cuatro días que hablan dicho que venían, que no vinieron por entonces. Luego mandó que a un pueblo muy grande, questaba cabe una laguna, que era muy fuerte, ansí por sus ciénegas e ríos, que de noche escuro y medio llovisnaba, que en muchas canoas que luego mandó buscar, y atadas de dos en dos, y otras sueltas, y en balsas bien hechas, pasasen aquella laguna a una parte del pueblo en parte y paraje que no fuesen vistos ni sentidos de los de aquella poblazón, y pasaron muchos amigos mejicanos y sin ser vistos dan en el pueblo, el cual pueblo destruyeron, e hobo gran despojo y estrago en él; y allí cargaron los amigos de todas las haciendas que los naturales dél tenían; y desque aquello vieron todos los más pueblos comarcanos, desde a cinco días todos los pueblos vinieron de paz, eceto otras poblazones questaban muy tras mano, que los nuestros no pudieron ir a ellas en aquella sazón, y por no me detener en gastar más palabras en esta relación de muchas cosas que pasaron, las dejaré de decir, sino que entonces pobló Cortés una villa con ciento y veinte vecinos, y entre ellos dejó veinte y siete de a caballo y treinta y seis escopeteros y ballesteros, por manera que todos fueron los ciento y veinte; llámase esta villa Santisteban del Puerto y está obra de una legua de Chila, y a los vecinos que en aquella villa poblaron repartió y dio por encomienda todos los pueblos que habían venido de paz, y dejó por capitán dellos y por su teniente a un Pedro Vallejo. Y estando en aquella villa de partida para Méjico, supo por cosa muy cierta que tres pueblos que fueron cabeceras para la rebelión de aquella provincia y fueron en la muerte de muchos españoles andaban de nuevo, después de haber dado la obidiencia a Su Majestad y haber venido de paz, convocando y atrayendo a los demás pueblos sus comarcanos, y decían que después que Cortés se fuese a Méjico con los de a caballo y soldados, que a los que quedaban poblados que diesen un día o noche en ellos, y que ternían buenas hartazgas con ellos. Y sabido por Cortés la verdad muy de raíz, les mandó quemar las casas; mas luego se tornaron a poblar. Y digamos cómo Cortés había mandado, antes que partiese de Méjico para ir aquella entrada, que desde la Veracruz le enviasen un barco cargado de vino y vituallas y conservas y bizcocho y herraje, en aquella sazón no había trigo en Méjico para hacer pan, e yendo que iba el barco su viaje a la derrota de Pánuco, cargado de lo que le fue mandado, pareció ser hobo recios nortes, y dio con él en parte que se perdió, que no se salvaron sino tres personas, que aportaron en unas tablas a una isleta donde había unos grandes arenales. seria tres o cuatro leguas de tierra, donde había muchos lobos marinos que salían de noche a dormir a los arenales, y mataron de los lobos, y con lumbre que sacaron con unos palillos, como lo sacan en todas las Indias las personas que saben cómo se ha de sacar, tuvieron lugar de asar la carne de los lobos, y cavaron en mitad de la isleta e hicieron unos como pozos, y sacaron agua algo salobre, y también había una fruta que parescían higos, y con la carne de los lobos marinos y la fruta y agua salobre se mantuvieron más de dos meses. Y como aguardaban en la villa de Santisteban el refresco y bastimento y herraduras, escribió Cortés a Méjico a sus mayordomos que cómo no enviaban el refresco; y desque vieron este aviso, por la carta de Cortés tuvieron por cierto que se había perdido el barco, y enviaron luego los mayordomos de Cortés un navío chico de poco porte en busca del barco que se perdió, y quiso Dios que toparon en la isleta donde estaban los tres españoles de los que se perdieron, con ahumadas que hacían de noche e de día, e desque vieron el barco se alegraron y embarcados vinieron a la villa; llamábase el uno dellos Fulano Ticiliano, vecino que fue de Méjico. Dejemos esto, y digamos cómo en aquella sazón [que] Cortés se venia ya para Méjico tuvo noticia que en muchos pueblos questaban en unas sierras muy agras se habían rebelado y hacían guerra a otros pueblos questaban de paz, e acordó de ir allá antes que entrase en Méjico; e yendo por su camino, los de aquella provincia lo supieron e aguardáronle en un paso malo y dieron en la rezaga del fardaje, y le mataron ciertos tamemes y les robaron lo que llevaban. Y como era el camino malo, por defender el fardaje los de a caballo [que] los iban a socorrer reventaron dos caballos, y llegados a las poblazones muy bien se lo pagaron, que como iban muchos mejicanos nuestros amigos, por se vengarse de lo que les robaron en el puerto y camino malo, como dicho tengo, mataron y cautivaron muchos indios, y aun al cacique y a su capitán, quéstos murieron ahorcados después que hobieron vuelto lo que hablan robado. Y esto hecho, Cortés mandó a los mejicanos que no hiciesen más daño, y luego envió a llamar de paz a todos los más principales y papas de aquella poblazón, los cuales vinieron y dieron la obidiencia a Su Majestad, y el cacicazgo mandó que lo tuviese un hermano del cacique que habían ahorcado, y los dejó en sus casas pacíficos y bien castigados; y entonces se volvió a Méjico. Y antes que más pase adelante quiero decir que en todas las provincias de la Nueva España otra gente más sucia y mala y de peores costumbres no la hobo como ésta de la provincia de Pánuco, porque todos eran sométicos y se embudaban por partes traseras, torpedad nunca en el mundo oída, y sacrificadores y crueles en demasía, y borrachos y sucios y malos, y tenían otras treinta torpedades, y si miramos en ello, fueron castigados a fuego y a sangre dos o tres veces, y otros mayores males les vino en tener por Gobernador a Nuño de Guzmán, que desque le dieron la gobernación les hizo casi a todos esclavos y los envió a vender a las islas, según más largamente lo diré en su tiempo y lugar. Y volvamos a nuestra relación, y diré que después que Cortés volvió a Méjico, en lo que entendió e hizo.

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