Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España (73 page)

BOOK: Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España
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procurábamos de entrar, donde tenían hechos unos mamparos y almenas estaban sobre mill lanceros en los puestos para la defensa de los que les probamos entrar, y ya que quisiéramos aventurar las personas en arrojamos dentro de la fortaleza, habíamos de caer de tan alto que nos habíamos de hacer pedazos, y no era cosa para ponernos en aquella ventura; y después de bien acordado cómo y de qué manera habíamos de pelear, se concertó que trujésemos madera y tablas de un poblezuelo que allí junto estaba despoblado e hiciésemos burros o mantas, que ansí se decían, y en cada uno dellos cabían veinte personas y con azadones y picos de hierro que traíamos, e con otros azadones de la tierra, de palo, que allí había, les cavábamos y deshacíamos su fortaleza, y deshicimos un portillo para podelles entrar, porque de otra manera era excusado, porque por otras dos partes tenían la mesma defensa, que todo lo miramos; más de una legua de allí alrededor estaba otra muy mala entrada y peor de ganar que adonde estábamos, por causa que era una abajada tan agra y tan mala, que a manera de decir era entrar en los abismos. Volvamos a nuestros mamparos y mantas, que con ellas les estábamos deshaciendo sus fortalezas, y nos echaban de arriba mucha pez y resina ardiendo, y agua y sangre toda revuelta, muy caliente, y otras veces lumbre y rescoldo, y nos hacían, mala obra, y luego, tras ello, mucha multitud de piedras muy grandes, que desbarataron nuestros ingenios, que nos hobimos de retirar y tornalles adobar, y luego volvimos sobrello; y desque y cuando vieron que les hacíamos mayores portillos, se ponen cuatro papas y otras personas principales sobre una de sus almenas, y vienen cubiertos con sus pavesinas e otros talabardones de madera y dicen: «Pues que deseáis o queréis oro, entra adentro. que aquí tenemos mucho», y nos echaron desde las almenas siete diademas e oro fino y muchas cuentas vaciadizas y otras cuentas como caracoles y ánades, y todo de oro, y tras ello mucha flecha y vara y piedra. E ya les teníamos hecho dos muy grandes entradas, e como era ya noche e comenzó a llover, en aquel instante dejamos el combate para otro día, y allí dormimos aquella noche con buen recaudo; y mandó el capitán a ciertos de a caballo questaban en tierra llana que no se quitasen de sus puestos y tuviesen los caballos ensillados y enfrenados. Volvamos a los chamultecas, que toda la noche estuvieron tañendo atabales y trompetillas y dando voces y gritos, y decían que otro día nos habían de matar, que así se lo había prometido su ídolo. Y desque amanesció volvimos con nuestros ingenios y mantas a hacer mayores entradas, y los contrarios con grande ánimo defendiendo su fortaleza, y aun hirieron aquel día a cinco de los nuestros, y aun a mí me dieron un buen bote de lanza que me pasaron las armas, y si no fuera por el mucho algodón y bien colchadas que eran, me mataran, porque con ser buenas las pasaron y echaron buen pelote de algodón fuera, y me dieron una chica herida, y en aquella sazón era más de mediodía, y vino muy grande agua y luego una muy escura neblina, porque como eran sierras altas siempre hay neblinas y aguaceros; y nuestro capitán, como llovía, se apartó del combate, e como yo era acostumbrado a las guerras pasadas de Méjico, bien entendí que en aquella sazón que vino la neblina no daban los contrarios tantas voces ni gritos como de antes, y vía questaban arrimados a los adarbes y fortalezas y barbacanas muchas lanzas, que no las vía menear sino hasta docientas dellas, sospeché lo que fue, que se querían ir o se iban. Entonces de presto les entramos por un portillo yo y otro mi compañero, y estaban obra de... docientos guerreros, los cuales arremetieron a nosotros y nos dan muchos botes de lanzas, y si de presto no fuéramos socorridos de unos indios de Zinacantán, que dieron voces a nuestros soldados, que entraron luego tras de nosotros en su fortaleza, allí perdiéramos las vidas; y como estaban aquellos chamultecas con sus lanzas haciendo cara y vieron el socorro, se van huyendo, porque los demás guerreros ya se habían huido con la neblina, y nuestro capitán con todos los soldados y amigos entraron dentro, y estaba ya alzado el hato, y aun la gente menuda y mujeres ya se hablan ido por el paso muy malo, que he dicho que era muy hondo y de mala subida y de peor bajada, y fuimos en el alcance y se prendieron muchas mujeres y muchachos y niños y sobre treinta hombres, y no se halló despojo en el pueblo, salvo bastimento. Y hecho esto, nos volvimos con la presa camino de Zinacantlán y fue acordado que asentásemos nuestro real junto a un río, adonde está agora poblada la Ciudad Real, que por otro nombre llaman Chiapa de los Españoles, y desde allí soltó el capitán Luis Marín seis indios con sus mujeres, de los presos de Chamula, para que fuesen a llamar los de Chamula, y se les dijo que no hobiesen miedo y se les darían todos los prisioneros; y fueron los mensajeros, y otro día vinieron de paz llevaron toda su gente, que no quedó ninguna, y después de haber lado la obidiencia a Su Majestad, me depositó aquel pueblo el capitán Luis Marín, porque desde Méjico se lo había escrito Cortés que me diese una buena cosa de lo que se conquistase, y también porque era yo mucho su amigo del Luis Marín y porque fui el primer soldado que les entró dentro, y Cortés me envió cédula de encomienda dello, y hasta hoy en día tengo la cédula de encomienda guardada, y me tributaron más de ocho años. En aquella sazón no estaba poblada Ciudad Real, que después se pobló e se dio mi pueblo para la población. Dejemos esto y volvamos a nuestra relación. Que como ya Chamula estaba de paz, e Güequiztlán, questaba alzado, no quiso venir de paz, y aunque le enviamos a llamar, acordó nuestro capitán que fuésemos a los buscar a sus pueblos, y digo aquí pueblos porque entonces eran tres poblezuelos, y todos puestos en fortalezas, y dejamos allí, adonde estaban nuestros ranchos, los heridos y fardaje, e fuimos con el capitán los más sueltos y sanos soldados, y les de Zinacantán nos dieron sobre trecientos indios de guerra, que fueron con nosotros, y seria desde allí a los pueblos de Güeyguiztlán obra de cuatro leguas: y como íbamos a sus pueblos, hallamos los caminos cerrados, llenos de maderos y árboles cortados e muy embarazados, que no podían pasar caballos, y con los amigos que llevábamos los desembarazamos, e quitaron los maderos, y fuimos a un pueblo de los tres, que ya he dicho que era fortaleza, y hallámosle lleno de guerreros, y comenzaron a nos dar gritas y voces y a tirar vara y flecha, y tenían grandes lanzas y pavesinas, y espadas de a dos manos de pedernales que cortan como navajas, según y de la manera de los de Chamula; y nuestro capitán con todos nosotros les íbamos subiendo en la fortaleza, que era muy más recia y mala de tomar que no la de Chamula; acordaron de ir huyendo y dejar el pueblo despoblado y sin cosas ninguna de bastimentos, y los zinacantecas prendieron dos indios dellos, que luego trujeron al capitán, los cuales les mandó soltar para que llamasen de paz a todos los más sus vecinos, y aguardamos allí un día que volviesen con la respuesta, y todos vinieron de paz y trujeron un presente de oro de poca valía y plumajes de quetzales, que son unas plumas que se tienen entre ellos en mucho, y nos volvimos a nuestros ranchos.

Y porque pasaron otras cosas que no hacen a nuestra relación, se dejarán de decir, y diremos cómo desque hobimos vuelto a los ranchos pusimos en pláticas que sería bien poblar allí adonde estábamos una villa, según que Cortés nos mandó que poblásemos, y muchos soldados de los que allí estábamos que decíamos que era bien, y otros que tenían buenos indios en lo de Guazacualco eran contrarios, Y pusieron por achaque que no teníamos herraje para los caballos, y que éramos pocos y todos los más heridos, y que la tierra muy poblada, y los más pueblos estaban en fortalezas y en grandes sierras, e que no nos podíamos valer ni aprovechar de los caballos, y decían de Godoy otras cosas; y lo peor quel capitán Luis Marín e un Diego de Godoy, que era escribano del rey, persona muy entrometida, no habían voluntad de poblar, sino volverse a nuestra villa, e un Alonso de Grado, que ya le he nombrado otras veces en el capítulo, pasado el cual era más bollicioso que hombre de guerra, parece ser traía secretamente una cédula de encomienda firmada por Cortés, en que le daba la mitad del pueblo de Chiapa desque estuviese pacificado, y por virtud de aquella cédula demandó al capitán Luis Marín que le diese el oro que se hobo en Chiapa, que dieron los indios, e otro que se tomó en los templos de los ídolos del mesmo Chiapa, que serían mill quinientos pesos, y Luis Marín decía que aquello era para ayuda a pagar los caballos que habían muerto en la guerra en aquella jornada, sobrello y sobre otras diferencias estaban muy mal el uno con el otro, y tuvieron tantas palabras, quel Alonso de Grado, como era mal acondicionado, se desconcertó en el hablar, y quien se metía en medio y lo revolvía todo era el escribano Diego de Godoy; por manera que el Luis Marín los echó presos al uno y al otro, y con grillos y cadenas los tuvo seis o siete días, y acordó de enviar al Alonso de Grado a Méjico, y al Godoy, con ofertas y prometimientos y buenos intercesores, le soltó, y fue peor, que se concertaron luego el Grado y el Godoy descrebir desde allí a Cortés muy en posta diciendo muchos males del Luis Marín, y aun el Alonso de Grado me rogó a mi que de mi parte escribiese a Cortés y en la carta le desculpase al Grado, porque le decía el Godoy al Grado que Cortés en viendo mi carta le daría créditos, e que no dijese bien del Marín, e yo escrebí lo que me paresció que era verdad, y no culpando al capitán Marín. Y luego le envió preso a Méjico al Alonso de Grado, con juramento que le tomó que se presentarla ante Cortés dentro en ochenta días, porque había desde Zinacantán por la vía y camino que venimos sobre ciento y noventa leguas hasta Méjico. Dejemos de hablar de todas estas revueltas y embarazos. E ya partido el Alonso de Grado acordamos de ir a castigar a los de Zimatán que fueron en matar los dos soldados, ya por mí otra vez nombrados, cuando me escapé yo y Francisco Marín, vizcaíno, de sus manos; e yendo caminando para unos pueblos que se dicen Tapelola, e antes de llegar a ellos, había unas sierras y pasos tan malos, ansí de subir como de bajar, que tuvimos por muy dificultosa cosa pasar por aquel puerto, y Luis Marín envió a rogar a los caciques de aquellos pueblos que lo adobasen de manera que pudiésemos ir por ellos, e ansí lo hicieron, e con mucho trabajo pasaron los caballos; y luego fuimos por otros pueblos que se dicen Silo Suchiapa e Coyumelapa, y desde allí fuimos a este Panguaxoya, y llegados que fuimos a otros pueblos que se dicen Tecomayacate e Ateapán, que en aquella sazón todo era un pueblo y estaban juntas casas con casas, y era una poblazón de las grandes que había en aquella provincia, y estaba en mi encomendada, dada por Cortés, y aun hoy en día tengo las cédulas de encomienda firmadas de Cortés, y como entonces eran muchas poblazones y con otros pueblos que con ellos se juntaron salieron de guerra al pasar de un río muy hondo que pasa por el pueblo, e hirieron a seis soldados y mataron a tres caballos, y estuvimos buen rato peleando con ellos, y al fin pasamos el río y se huyeron, y ellos mismos pusieron fuego a las casas y se fueron al monte. Estuvimos cinco días curando los heridos y haciendo entradas, adonde se tomaron muy buenas indias, y se les envió a llamar de paz, que se les daría la gente que hablamos preso, y que se les perdonaba lo de la guerra pasada, y vinieron. todos los más indios y poblaron su pueblo, y demandaban sus mujeres e hijos, como les habían prometido, y el escribano Diego de Godoy aconsejaba al capitán Luis Marín que no los diese, sino que herrase con el hierro del rey que se echaba a los que una vez habían dado la obidiencia a Su Majestad y se tornaban a levantar sin causa ninguna, y porque aquellos pueblos salieron de guerra y nos flecharon y mataron los tres caballos, y se pagasen los caballos con aquellas piezas de indias questaban presas; yo repliqué que no se herrasen, e que no era justo, porque vinieron de paz, y sobrello yo y el Godoy tuvimos grandes debates y palabras y aun cuchilladas, que entrambos salimos heridos, hasta que nos despartieron y nos hicieron amigos, y el capitán Luis Marín, como era muy bueno e no era malicioso e vio que no era justo hacer más de lo que le pedí por merced, mandó que diesen todas las mujeres y toda la más gente questaba presa a los caciques de aquellos pueblos, los dejamos en sus casas y muy de paz, y desde allí atravesamos pueblo de Zimatán y a otros pueblos que se dicen Talatupán, y antes de entrar en el pueblo tenían hechas unas saeteras y andamios junto a un monte, y luego estaban unas ciénegas, y ansí como llegamos nos dan de repente una tan buena rociada de flecha con muy gran concierto y gran ánimo, que hirieron sobre veinte soldados y mataron dos caballos, y si de presto no les desbaratáramos y deshiciéramos sus cercados y saeteras, mataran e hirieran muchos más, y luego se acogieron a las ciénegas, y estos indios destas provincias son grandes flecheros, que pasan con sus flechas y arcos dos dobleces de armas de algodón bien colchadas, ques mucha cosa. Y estuvimos en su pueblo dos días y los enviarnos a llamar, y no quisieron venir de paz; y como estábamos cansados y había muchas ciénegas, que tiemblan que no pueden entrar en ellas los caballos, ni aun entrar ninguna persona sin que atolle en ellas, y han de salir arrastrando e a gatas, y aun si salen es maravilla, tanto son de malas, por no decir más palabras sobre este caso, por todos nosotros fue acordado que nos volviésemos a nuestra villa de Guazacualco, y volvimos por unos pueblos de la Chontalpa, que se dicen Guimango, e Acaxuyxuyca, e Teotitán Copileco, y pasamos otros pueblos, y a Ulapa, y al río de Agualulco, y al de Tonala, y luego a la villa de Guazacualco, y del oro que se hobo en Chiapa e en Chamula, sueldo por libra, se pagaron los caballos que mataron en las guerras. Dejemos esto, y digamos que como el Alonso de Grado llegó a Méjico delante de Cortés, y desque supo de la manera que iba, le dijo muy enojado: «¡Cómo, señor Alonso de Grado, que no podéis caber en una parte ni en otra! Pésame dello; lo que os ruego es que mudéis esa mala condición; si no, en verdad que os envíe a la isla de Cuba, aunque sepa daros tres mill pesos con que allá viváis, porque yo no os puedo sufrir». Y Alonso de Grado se humilló de manera que tornó a estar bien con el Cortés, y el Luis Marín escribió a Cortés todo lo acaescido. Y dejallo he aquí, y diré lo que pasó en la corte sobre el obispo de Burgos, arzobispo de Rosano.

Capítulo CLXVII: De cómo estando en Castilla nuestros procuradores recusaron al obispo de Burgos, y lo que más pasó

Ya he dicho en los capítulos pasados que don Juan Rodríguez de Fonseca, obispo de Burgos, arzobispo de Rosano, que ansí se nombraba, hacía muy mucho por las cosas del Diego Velázquez y era contrario a las de Cortés y a todas las nuestras, y quiso Nuestro Señor Jesucristo que en el año de mill e quinientos y veinte e uno fue elegido en Roma por Sumo Pontífice nuestro muy santo padre el papa Adriano de Lovaina, y en aquella sazón estaba en Castilla por gobernador della y residía en la ciudad de Vitoria, y nuestros procuradores fueron a besar sus santos pies, e un gran señor alemán que era de la cámara de Su Majestad, que se decía mosiur de Lasao, le vino a dar el parabién del pontificado por parte del emperador nuestro señor; ya Su Santidad y el mosiur de Lasao tenían noticia de Ios heroicos hechos y grandes hazañas que Cortés y todos nosotros habíamos hecho en la conquista desta Nueva España y los grandes y muchos y notables servicios que siempre hacíamos a Su Majestad, y de la conversión de tantos millares de indios que se convertían a nuestra santa fe; y parece ser que aquel caballero alemán suplicó al santo padre Adriano que fuese servido en entender muy de hecho entre las cosas de Cortés y el obispo de Burgos, y Su Santidad lo tomó también muy a pechos, porque allende de las quejas que nuestros procuradores propusieron ante nuestro muy santo padre, le habían ido otras muchas personas de calidad a se quejar del propio obispo de muchos agravios y sinjusticias que decían que hacía, porque como Su Majestad estaba en Flandes y el obispo era presidente de Indias todo se lo mandaba y era mal quisto, y, según entendimos, nuestros procuradores hallaron calor para le osar recusar, por manera que se juntaron en la corte Diego de Ordaz y el licenciado Francisco Núñez, primo de Cortés, e Martín Cortés, padre del mismo Cortés, y con favor de otros caballeros y grandes señores que les favorescieron, y uno dellos, el que más metió la mano, fue el duque de Béjar, y con estos favores le recusaron con gran osadía e atrevimiento al obispo ya por mi otras veces dicho, y las causas que dieron muy bien probadas. Lo primero fue quel Diego Velázquez dio al obispo un muy buen pueblo en la isla de Cuba, y que con los indios del dicho pueblo le sacaban oro de las minas y se lo enviaba a Castilla y que a Su Majestad no le dio ningún pueblo, siendo más obligado a ello que al obispo; y la otra, que en el año de mill y quinientos y diez y siete anos que nos juntamos ciento y diez soldados con un capitán que se decía Francisco Hernández de Córdoba, e que a nuestra costa compramos navíos y matalotaje y todo lo demás, y salimos a descubrir la Nueva España, y quel obispo de Burgos hizo relación a Su Majestad que Diego Velázquez la descubrió, y no fue ansí; y lo otro, que envió el Diego Velázquez a lo que habíamos descubierto a un sobrino suyo que se decía Juan de Grijalva, e que descubrieron más adelante, e que hobo en aquella jornada sobre veinte mill pesos de oro de rescate e que todo lo más envió el Diego Velázquez al mismo obispo, e que no dio parte dello a Su Majestad; e que cuando vino Cortés a conquistar la Nueva España, que le envió un presente a Su Majestad, que fue la luna de oro y el sol de plata, e mucho oro en granos sacado de las minas, e gran cantidad de joyas y tejuelos e cosas de oro de diversas maneras, y escribió a Su Majestad el Cortés y todos nosotros sus soldados dándole cuenta y razón de lo que pasaba, y envió con ello a Francisco de Montejo e a otro caballero que se decía Alonso Hernández Puerto Carrero, primo del conde de Medellín, que no los quiso oír y les tomó todo el presente de oro que iba para Su Majestad, y les trató mal de palabra, llamándoles de traidores e que venían a procurar por otro traidor, y que las cartas de Su Majestad las encubrió y escribió otras muy al contrario dellas diciendo que su amigo Diego Velázquez enviaba aquel presente, y que no lo envió todo lo que traían, y quel obispo se quedó con la mitad y mayor parte dello, y porque el Alonso Hernández Puerto Carrero, que era uno de los dos procuradores que enviaba Cortés, le suplicó al obispo que le diese licencia para ir a Flandes, adonde estaba Su Majestad, le mandó echar preso, e que murió en las cárceles, e que envió a mandar a la casa de la contratación de Sevilla al contador Pedro de Isasaga y a Juan López de Recalte, questaban en ella por oficiales de Su Majestad, que no diesen ayuda ninguna para Cortés, ansí de soldados como de armas ni otra cosa, y que proveía los oficios y cargos, sin consultallo con Su Majestad, a hombres soeces que no lo merescían, ni tenían habilidad ni saber para mandar, como el Cristóbal de Tapia, y que por casar a su sobrina doña Petronilla de Fonseca con el Tapia o con el Diego Velázquez le prometió la gobernación de la Nueva España, e que aprobaba por buenas las falsas relaciones e procesos que hacían los procuradores del Diego Velázquez las cuales eran de Andrés de Duero y Manuel Rojas y el padre Benito Martín, y aquéllas enviaba a Su Majestad por buenas, y las de Cortés y todos los questábamos sirviendo a Su Majestad, siendo muy verdaderas, encubría y torcía y las condenaba por malas ; y le pusieron otras muchos cargos y todos muy probados, que no se pudo encubrir cosa ninguna por mas que alegaban por su parte. Y luego questo fue hecho y sacado en limpio, fue llevado a Zaragoza, adonde Su Santidad estaba en aquella sazón, y se recusó; y desque vio los despachos y causas que se dieron en la recusación, y que las partes del Diego Velázquez, por más que alegaban que había gastado navíos y costas, fueron rechazados sus dichos, que pues no acudió a nuestro rey y señor, sino solamente al obispo de Burgos, su amigo, y Cortés hizo lo que era obligado como leal servidor, mandó Su Santidad, como gobernador que era de Castilla, demás de ser papa, al obispo de Burgos que luego dejase el cargo de entender en las cosas e pleitos de Cortés, ni entendiese en cosa ninguna de Indias, y declaró por gobernador desta Nueva España a Hernando Cortés, y que si algo había gastado Diego Velázquez, que se lo pagásemos, y aun envió a la Nueva España bulas con muchas indulgencias para los hospitales e iglesias, y escribió una carta encomendando a Cortés y a todos nosotros los conquistadores questábamos en su compañía que siempre tuviésemos mucha diligencia en la santa conversión de los naturales, e que fuese de manera que no hobiésemos muertes, ni robos, sino con paz, e cuanto mejor se pudiese hacer, e que les vedásemos y quitásemos sacrificios y sodomías y otras torpedades. Y decía en la carta que demás del gran servicio que hacíamos a Dios Nuestro Señor y a Su Majestad, que Su Santidad, como nuestro padre y pastor, ternía cargo de rogar a Dios por nuestras ánimas, pues tanto bien por nuestra mano ha venido a toda la cristiandad, y aun nos envió otras santas bulas para nuestras absoluciones. E viendo nuestros procuradores lo que mandaba el Santo Padre, ansí como pontífice y gobernador de Castilla, enviaron luego correos muy en posta adonde su Majestad estaba, que ya había venido de Flandes y estaba en Castilla, y aun llevaron cartas de Su Santidad para nuestro monarca, Y después de muy bien informado de lo atrás por mí dicho, confirmó lo quel Sumo Pontífice mandó, y declaró por gobernador de la Nueva España a Cortés, y a lo quel Diego Velázquez gastó de su hacienda en la armada, que le pagase, y aun le mandaba quitar la gobernación de la isla de Cuba, por cuanto había enviado la armada con Pánfilo de Narváez sin licencia de Su Majestad, no embargante que la Real Audiencia e los frailes jerónimos que residían en Santo Domingo por gobernadores se lo hablan defendido, y aun sobre se la quita, enviaron un oidor de la misma Real Audiencia, que se decía Lucas Vázquez de Ayllón para que no consintiese ir la tal armada, Y en lugar de lo obedescer le echaron preso y le enviaron con prisiones en un navío. Dejemos de hablar desto, y digamos que como el obispo de Burgos supo todo lo por mi atrás dicho, y lo que Su Santidad e Su Majestad mandaban se lo fueron a notificar, fue muy grande el enojo que tomó, de que cayó muy malo, e se salió de la corte e se fue a Toro, adonde tenía su asiento y casas, y por mucho que metió la mano en le favorescer su hermano don Antonio de Fonseca, señor de Coca e Alaejos, no le pudo volver en el mando que de antes tenía. Y dejemos de hablar desto, e digamos que a gran bonanza que en favor de Cortés hobo le siguió contrariedad, como luego le vino a Cortés otros contrastes de grandes acusaciones que le ponían por Pánfilo de Narváez y Cristóbal de Tapia y por el piloto Cárdenas, que hobo dicho en el capítulo que dello habla que cayó malo de pensamiento como no le dieron la parte del oro de lo primero que se envió a Castilla, y también le acusó un Gonzalo de Umbría piloto, a quien Cortés mandó cortar los pies porque se alzaba con el navío con Cermeño e Pedro de Escudero, que mandó ahorcar.

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