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Authors: Gary Jennings

Tags: #Historica

Halcón (96 page)

BOOK: Halcón
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ingredientes raros: sopa de acedera, sopa de cerveza y sopa de centeno amargo, y hasta sopa de sangre de buey y cerezas, que, curiosamente, eran muy buenas.

En un emkrchma, conocimos a otro viajero que pasaba la noche allí, y yo hice complacido amistad con él, pese a que era un rugió y, por consiguiente, un futuro enemigo mío y de mi rey; me complació

conocerle porque era un tratante en ámbar, el primero con el que hablaba, y venía del sur de la costa del ámbar con una acémila cargada del precioso material para venderlo en los mercados que encontrase en su ruta. El hombre me enseñó ufano muestras de su cargamento, unos trozos transparentes de ámbar de todos los colores, desde el amarillo más claro hasta algunos dorados, rojizos y broncíneos, muchos de los cuales conservaban en su interior pétalos de flores, trocitos de heléchos y libélulas, que yo admiré extasiado. Llamé a Maggot, que estaba alojado en el establo, y se lo presenté; nos sentamos los tres junto al fuego a tomar cerveza, y Maggot y el mercader seguían enfrascados en animada conversación cuando Genovefa y yo nos retiramos a dormir.

En la habitación me dijo refunfuñando:

—Creo que ya es hora de que vuelva a ser Thor; estoy harto de verme desairado.

—¿Desairado? ¿En qué sentido?

—¿Me presentas a la gente que conocemos? em¡Ni allis! ¿Y a ese armenio narigudo? em¡Ja waíla! Puede que el nombre de Genovefa no tenga resonancia, pero el de Thor sí; hace que la gente se fije. Y yo prefiero que se fijen en mí en lugar de verme tratado como un peón del gran mariscal Thorn; cuando viajamos no soy más que una servil cocinera, cuando estamos con alguien se me considera como tu puta y nadie me hace caso. Sugiero que a partir de ahora hagamos turnos y tú durante unos días seas Veleda y yo Thor y viceversa. A ver si te gusta ser la mujer y la mediocridad.

—No me gustaría —repliqué yo irritado—. Pero no porque me sienta inferior como mujer, sino porque soy el mariscal del rey y debo mantener esa identidad durante la misión. Tú haz lo que quieras; sé

hombre o mujer, como más te plazca y cuando te plazca.

—Muy bien. Esta noche quiero ser Thor y nada más. Mira, pon aquí la mano y verás como soy Thor.

Así, aquella noche yo fui Veleda y nada más. Thor me cabalgó con ganas para castigarme con rencor, haciéndome receptáculo de todas las maneras que puede serlo una mujer, repetidas veces. Pero por mucho que porfiara por hacerme sentir inferior, no lo consiguió; una mujer puede ser blanda y sumisa sin sentirse humillada y gozar de la experiencia plenamente y, em¡aj!, estremecida. Aquella noche, en las pausas, mientras Thor descansaba y se recuperaba, yo reflexionaba. Ya de joven había reconocido en mí los diversos rasgos de la personalidad masculina y femenina, y después me había esforzado por cultivar los mejores atributos de ambos sexos, prescindiendo de los más bajos; pero, igual que una imagen especular, en la que todo se ve igual pero invertido, era como si aquel doble mío hiciese todo lo contrario: Thor era lo más reprehensible en un varón; insensible, despótico, egoísta, exigente y codicioso. Y Genovefa, lo más odioso de una mujer: liviana, suspicaz, rencorosa, exigente y codiciosa. Los dos seres eran hermosos físicamente y altamente satisfactorios en el comercio sexual, pero no se puede estar siempre contemplando y abrazando al mellizo de uno. Si yo hubiese sido mujer, no habría aguantado mucho como marido al grosero Thor; y de haber sido hombre, no habría soportado a la regañona Genovefa como esposa. Pero allí estaba, encadenado a los dos.

Aprendía lo que mi emjuika-bloth había aprendido cuando le alimentaba con entrañas crudas de jabalí: que un rapaz puede verse devorado por su presa desde dentro. Del mismo modo, cual si mis intestinos estuviesen sangrando sin que lo supiera, perdía fuerzas, voluntad y disminuía mi propio ser; para recobrar mi independencia y mi individualismo, quizá, incluso, para sobrevivir, debía vomitar aquella presa y abandonar aquella dieta mortal. Pero ¿cómo iba a hacerlo si era tan irresistible y sabrosa que me había habituado?

Bien, me gustaría creer que habría podido hacerlo por propia voluntad, pero Genovefa me ahorró el esfuerzo. Desde entonces, he pensado muchas veces si su homónima, esposa del gran rey visigodo Alareikhs, Alaricus o Arthurus, no habría sido como mi Genovefa; si así fue y si las viejas canciones

dicen verdad —explicando que la reina fue sorprendida en adulterio con Landedrif, el mejor guerrero del rey— he dado en pensar si Alareikhs sentiría como yo cierto alivio mezclado a la cólera al descubrir la traición. En honor a la verdad, mi rabia estaba mezclada con una especie de alegría mordaz, porque mi Genovefa concedió sus favores a una persona mucho menos meritoria que un guerrero. Después de que Thor actuase estrictamente como tal durante aquella noche, mi consorte pareció

quedar saciado en sus deseo de cambio, y no volvió a hablar de alternar nuestras respectivas identidades de hombre y mujer. Genovefa siguió siendo Genovefa, yo mantuve mi papel de Thorn y así continuamos vistiéndonos mientras remontábamos el Tyras. Llegamos a otra región carente de albergues y Genovefa tuvo que hacer la cena cada noche, pero lo hizo con poca desgana y sin refunfuñar. Para pescar, Maggot y yo no teníamos más que apartarnos un poco del camino y llegarnos a la orilla del río para echar un sedal; pero para conseguir carne, yo tenía que internarme en el bosque y apartarme del río. Aunque el camino que discurría por su lindero no era una ruta muy transitada, siempre había alguien y eso mantenía alejados a los animales.

Una tarde, conduje a emVelox al bosque para hacer una incursión, pero hasta dar con un buen emauths- emhana que abatí, tuve que alejarme y ya había caído el sol cuando regresé al campamento. Maggot cogió

las riendas de emVelox sin comentarme que hubiese sucedido nada inhabitual durante mi ausencia, y Genovefa tampoco hizo comentario alguno cuando acerqué al fuego la gruesa ave que había cazado. Pero yo en seguida noté algo extraño.

Aun allí, al aire libre, y pese al penetrante olor del humo, notaba que Genovefa había tenido algún tipo de relación sexual. Naturalmente que ello en sí no era nada excepcional, pues apenas había una noche que no la tuviésemos los dos, pero yo me había habituado a sus aromas íntimos tanto como a los míos, y esta vez había un efluvio raro, acre y no lechoso, de origen masculino y no femenino, pero no procedía de Thor ni de Thorn.

Miré a Genovefa mientras desplumaba el emauths-hana y no dije nada; repasaba mentalmente las personas con quienes nos habíamos cruzado aquel día en el camino. Eran cinco: dos hombres a caballo con su respectivo bagaje; un hombre y una mujer en una mula; un anciano carbonero a pie, andando trabajosamente bajo la carga de leña; y todos los hombres habían mirado más o menos intensamente a mi guapo compañero. Pero podían haber pasado más mientras yo estaba cazando. Genovefa estaba empalando al ave en una rama recta pelada, cuando le pregunté sonriente:

—¿Quién era?

—¿Quién era, quién? —replicó, sin levantar la vista, colocando la rama sobre dos estacas con extremo en forma de horca.

—Has fornicado hace poco con otro hombre.

Ella me miró desafiante y burlona a la vez.

—¿Es que me has estado espiando? ¿Me lo has visto hacer?

—No me hace falta. Huelo eyaculación de ser humano.

— emVái. Pensaba yo que mis sentidos eran finos, pero tú debes tener olfato de hurón. Sí, he estado con un hombre —añadió, encogiéndose de hombros.

—¿Por qué?

—¿Por qué no? Había un hombre, se presentaba la ocasión y tú no estabas. Fingí que a mi caballo se le había clavado una piedra en el casco y ordené a Maggot que siguiera cabalgando. No fue mucho rato, pero me bastó —añadió con toda frialdad.

—Genovefa, ¿por qué hacer una cosa tan sórdida, cuando entre nosotros dos podemos hacer todo lo que posiblemente por separado…? —dije yo con sentimiento.

—No sigas —replicó ella, poniendo los ojos en blanco como si estuviera agotando su paciencia—.

¿Es que vas a predicarme fidelidad y constancia? Ya te dije que estaba harta de ser tu peón. Quiero que la gente se fije en mí, y ese hombre lo hizo.

—¿Quién? ¿Qué hombre? —bramé yo, cogiéndola por los hombros y zarandeándola violentamente—. He estado repasando todos los hombres con los que nos hemos cruzado. ¿Con cuál de ellos ha sido?

El zarandeo la había hecho castañetear los dientes y contestó balbuciente.

—Con… el… con el… carbonero…

—¿Quéee? —vociferé, tan perplejo que la solté—. ¿De todos los hombres con que nos hemos cruzado, con ese desgraciado y sucio campesino esloveno…?

— emAj —replicó ella burlona—, ya lo había hecho con eslovenos, pero nunca con uno tan viejo. Ni tan sucio. Aparte de la novedad, admito que ha sido decepcionante.

—¡Mientes! Sabes que iré a matar al culpable, y encubres al autor real.

— emNi allis. No me importa a quien mates, mientras a mí no me molestes.

—¡Maggot! —grité—. No desensilles a emVelox. Tráelo aquí.

Sin duda, Maggot había oído la discusión y llegó casi escondiéndose detrás del caballo.

—Cuida la comida y da la vuelta al asador. Volveremos antes de que se haga —le dije. Luego, casi subí a Genovefa como un fardo a la silla, monté detrás de ella y puse a emVelox al galope. No tuvimos que retroceder mucho para dar con el viejo. Estaba acurrucado junto a un modesto fuego de carbón, asando setas ensartadas en unas varas. Levantó la vista sorprendido, mientras yo bajaba a Genovefa del caballo y la arrastraba hasta él. Luego, desenvainé la espada, le acerqué el filo a la garganta y dije con un gruñido a Genovefa:

—Dile que confiese. Quiero que lo diga él.

— emProsím… prosím —balbucía el viejo suplicante, con los ojos desorbitados de terror. De pronto, en lugar de palabras, por su boca salió un borbotón de sangre, que salpicó su barba y la guarda de mi espada; se derrumbó a mis pies y en su espalda vi clavado el puñal de Genovefa.

—Ahí tienes —dijo, con sonrisa cautivadora—, en prueba de arrepentimiento.

—No he sabido si era él.

—Sí que puedes saberlo. Mira la expresión de serenidad de su rostro: la de un hombre que ha muerto feliz.

Se agachó a arrancar el puñal, lo limpió con toda naturalidad en la capa astrosa del muerto y se lo enfundó.

—Si quiero creerte —dije con frialdad—, será la segunda vez que me traicionas con el mismo hombre. Quería haberlo matado yo —añadí, poniéndole la punta de la espada bajo la barbilla, agarrándola de la túnica y acercando su rostro al mío—. Quería que te convencieras de que haré igual contigo si vuelves a engañarme.

—Te creo —respondió ella en tono sincero, con un brillo de terror en sus ojos azules. Pero su aliento desprendía aquel olor a avellana de la eyección masculina y la aparté asqueado de mí, diciendo:

—Y créeme que lo digo tanto a Thor como a Genovefa. No pienso compartirte con otras mujeres del mismo modo que no lo consiento con otros hombres.

—Te creo, te creo. ¿No ves cómo sigo arrepintiéndome? —había recogido un saco del muerto y lo llenaba de carbón—. Estoy compensando la leña que se ha malgastado en nuestro fuego. Vamos a arrojar el cadáver al río y volvemos al campamento, que tanta excitación me ha dado hambre. Y comió con todas sus ganas, sin dejar de hablar, muy femenina, de cosas intrascendentes, tan alegre como si hubiese sido una jornada de viaje sin incidentes. Maggot no hizo más que mordisquear la carcasa del emauths-hana, como si quisiera pasar desapercibido al extremo de hacerse invisible. Yo sólo comí dos bocados. Había perdido el apetito.

Antes de acostarnos, llevé a Maggot a cierta distancia para que Genovefa no nos oyera y le di ciertas instrucciones a seguir a partir de aquel momento.

—Pero, emfráuja —gimió—, ¿quién soy yo para espiar a la emfráujin y para desobedecer sus órdenes?

Yo en este viaje soy un simple bagaje.

—Lo harás porque te lo mando yo, que soy el jefe de la expedición. Si alguna otra vez tengo que alejarme, tú serás mis oídos y mis ojos. Ojalá tu narizota fuese emcapaz de… —añadí, a guisa de broma siniestra.

—¿Mi nariz? —exclamó él, pasmado, como si hubiera amenazado con cortársela—. ¿Qué decís de mi nariz, emfráuja Thorn?

—Nada, nada. Consérvala para olfatear el ámbar. Tú limítate a ser mis ojos y mis oídos y no vuelvas a dejar que la señora Genovefa se quede sola.

—Pero no me habéis dicho lo que tengo que ver y escuchar…

—Da igual —farfullé, rabioso por tener que admitir que me habían puesto los cuernos y tenía que tragarme los celos—. Tú cuéntame los detalles más mínimos y yo ya juzgaré. Anda, vamos a dormir. Al menos aquella noche, también había perdido el apetito sexual y fue una de las pocas en que ni Tor o Thorn y Veleda o Genovefa se entregaron al placer.

Aproximadamente en la semana que siguió no hubo más que tres días en que mis incursiones de caza me mantuvieron alejado lo bastante de Genovefa como para que incurriera en falta; y esos tres días, cuando regresé al campamento, Genovefa mostraba aspecto de inocencia, sin que oliera a nada extraño, y Maggot no me dijo nada, simplemente arqueaba las cejas y abría las manos, dándome a entender que nada tenía que contarme. Así que no desperdiciamos ninguna noche. Tanto en el papel de Thorn como en el de Veleda, me esforcé por premiar la casta conducta de Genovefa y Thor, y ellos me devolvieron las atenciones con la suficiente fruición como para demostrar que ningún desconocido había mermado sus energías.

El río Tyras se había ido torciendo cada vez más hacia el Oeste y haciéndose más estrecho, y comprendimos que nos aproximábamos a su nacimiento. En el último emkrchma en que nos alojamos, le pregunté al posadero y éste me indicó que lo mejor era cruzar el Tyras por un vado fácil que había allí, y seguir hacia el Norte, dejándolo atrás. Añadió que a unas cuarenta millas romanas nos encontraríamos con el curso superior de otro río llamado Buk en esloveno —que sería la primera corriente de agua que nosotros encontramos que discurría emde Sur a Norte—, y que siguiéndolo aguas abajo llegaríamos a la costa del ámbar.

Llevábamos recorridas casi la mitad de las cuarenta millas por un buen camino con bastante tráfico rodado, cuando llegamos al pueblo llamado Lviv. A pesar de su impronunciable nombre esloveno, Lviv era un lugar agradable para hacer un alto. Situado a medio camino entre el Tyras y el Buk, podía casi considerarse ciudad por su tamaño y era mercado y centro comercial para todos los campesinos, pastores y artesanos de la región, que allí llevaban sus productos para enviarlos por uno u otro río; hallamos un emhospitium frecuentado por los mercaderes más ricos, por lo que tenía muy buen servicio y hasta contaba con termas separadas para hombres y mujeres.

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