Halcón (47 page)

Read Halcón Online

Authors: Gary Jennings

Tags: #Historica

BOOK: Halcón
4.07Mb size Format: txt, pdf, ePub

En lengua gótica, la expresión significaba algo así como «Thorn emel Soberano», o «Thorn Rex», en latín.

—Oh, emvái, no soy nada de eso —dije yo burlón—. Mi vida comenzó abandonado en un umbral y me he criado en un monasterio.

—Es igual; no seas humilde —replicó él animoso—. Si vas a una ciudad, a una reunión o a cualquier encuentro, pensando en que no eres nadie, te recibirán tal cual. En Vindobona, por ejemplo, el dueño del más miserable emgasts-razn exigirá ver el dinero antes de servirte una comida o darte habitación; mientras que si entras anunciándote como un personaje y tú mismo te lo crees, serás bien recibido, agasajado, tratado con reverencia, deferencia y servilismo, te ofrecerán insistentemente de todo: viandas, vinos, mujeres, servidores, y podrás elegir a voluntad y no pagar un solo emnummus tanto tiempo como te plazca.

—¡ emAj, Thiuda, qué cosas dices!

—No exagero. A un personaje rico se le consiente todo y no se le agobia para que pague; sólo la gente sin importancia tiene pequeñas deudas, pero sólo algunos, y tienen que empagarlas en seguida. Cuanto más deudas y más importante es el personaje, mayor distinción confiere a sus acreedores, y éstos se sienten decepcionados si les pagan porque ya no pueden presumir de que tal o cual señor está obligado con ellos. —Me parece que el bosque te ha trastornado, Thiuda. ¿Tengo yo aspecto de ser un personaje?

—Ya se sabe que los jóvenes ricos —contestó quitándole importancia con el gesto— a veces son excéntricos en el vestir y el modo de comportarse. El hecho de que yo, tu esclavo, monte en una silla más lujosa que la tuya acrecentará esa impresión. Ya te digo: deja de pensar en ti como un personaje menos noble. Yo entro delante de ti en la ciudad, anunciando Por todo lo alto la llegada de mi ilustre joven señor y amo, que es el papel que representarás. Después, basta con que actúes de un modo arrogante, autoritario y abusivo, para no decepcionar a la gente. ¡Serás un auténtico emkhaíre\

Su eufórica picardía era irresistiblemente contagiosa y, así, días más tarde, entramos tal como él decía por la puerta principal de Vindobona. Yo iba indolentemente repachingado en la silla, sin apenas dignarme mirar aquella estupenda ciudad y sus elegantes habitantes y esforzándome por no soltar una carcajada. Thiuda cabalgaba delante de mí, alzando los brazos, volviéndose en la silla a un lado y a otro, y voceando en todas direcciones, en latín y en el antiguo idioma, e incluso en griego:

—¡Paso! ¡Paso a mi señorial emfráuja Thornareikhs, que viene de su lejana mansión a pasar unos días y gastar mucho oro en Vindobona! ¡Paso al emillustrissimus Thornareikhs, que llega modestamente sin séquito de cortesanos, para honrar a Vindobona con su augusta presencia! ¡Abrid paso a Thornareikhs, gente inferior, y dirigidle vuestros emháils!

La gente que transitaba por aquella concurrida vía, a pie, a caballo o en literas portadas por esclavos, se detuvo, estiró el cuello y volvió la cabeza para observar mi entrada. Y, al pasar ante ellos con desdén e indiferencia, inclinaban respetuosos la cabeza.

CAPITULO 2

Vindobona es, igual que Basilea, una población que ha crecido en torno a una guarnición defensiva de las fronteras del imperio romano, aunque es mucho más grande, más populosa y más activa y monumental que Basilea, dado que se halla situada en la confluencia de varias calzadas romanas y a orillas del rápido, ancho y oscuro Danuvius, la vía de agua con mayor tránsito de Europa. En aquel poderoso río hay más gabarras y barcazas que barcas de pesca, algunas de ellas casi tan grandes como navios y propulsadas por numerosos remeros, en algunos casos en dos o tres bancos, ayudándose cuando hay viento favorable con velas cuadradas. Estas embarcaciones de transporte viajan con la seguridad de no ser atacadas y saqueadas por Piratas o bandas armadas porque unos navios de Roma que componen la flota de Pannonia, bien armados y de aguda proa, patrullan constantemente desde sus bases de Lentia y Mursa, río arriba y aguas abajo respectivamente.

La fortaleza de Vindobona, en la que está acantonada la Legio X Gemina, tiene capacidad para una guarnición seis veces mayor que la de Basilea y las defensas y bastiones que la rodean disponen de trampas, fosos, estacas y picas también más numerosos y más resistentes que las de aquella plaza; se halla situada en lo alto de un promontorio que domina un estrecho brazo del Danuvius, pero la ciudad que la rodea se extiende hasta las orillas del curso principal del río y sobre una extensión considerable de la llanura.

No es, como Basilea, una población de casas modestas con sus emcabanae y sus talleres. En Vindobona, casi todos los edificios son de piedra o ladrillo, y muchos son imensos y de una altura de tres o cuatro pisos; hay lujosas residencias y termas, lupanares, emdeversoria para viajeros y emgasts-razna,

almacenes en las orillas del río y grandes mercados con soportales en los que abundan talleres, herrerías y tiendas de todo tipo. Empero, en medio de los edificios más imponentes, hay también pequeñas tiendas selectas en las que venden alhajas, sedas, perfumes y otras codiciadas mercancías. Cuenta incluso con varios templos dedicados al culto de diversos dioses paganos, ya que la población la forman gentes de varias razas, naciones y religiones; no debe de haber muchos cristianos, o al menos no deben ser muy devotos, porque en toda la ciudad no vi más que una iglesia católica y otra arriana, y las dos eran modestas, de sencillo aspecto y algo deterioradas, mientras que los templos eran lujosos y bien cuidados. Por otra parte, Vindobona es una ciudad moderna y de cultura refinada como Roma, aunque en menor escala, claro, que se jacta de ser la más antigua del imperio después de la Ciudad eterna; sus cronistas dicen que cuando Rómulo y Remo estaban fundando su ciudad (y peleándose por cómo habían de trazarse las calles), una primitiva tribu de celtas, ya hace tiempo desaparecida, acampaba permanentemente en los terrenos de Vindobona, y que el asentamiento duró hasta que hace unos tres siglos Marco Aurelio fortificó toda la frontera norte del imperio, es decir las orillas sur y oeste del Rhenus y del Danuvius, con torres vigía, baluartes, burgos y destacamentos, y situó uno de ellos en el actual emplazamiento de la ciudad.

Thiuda no comenzó a ensalzarme a voz en grito y a pregonar mi magnificencia hasta que cruzamos los arrabales y afueras de Vindobona y entramos en la ciudad. Así, mientras el voceaba y yo fingía tenaz indiferencia y los viandantes se apresuraban a saludar solícitos, recorrimos una amplia avenida al final de la cual se veía la empalizada de la fortaleza. Al cabo de un rato, Thiuda cesó su vociferante panegírico y, ya a mi lado, se dedicó a preguntar a cuantos pasaban:

—¡Escuchad gentes! ¡Decidnos dónde está el lugar de alojamiento más excelente, más palaciego y más costoso de esta ciudad, pues mi principesco emfráuja no acepta más que el alojamiento de mayor rango!

Varios de los que nos oyeron nos indicaron inmediatamente varias direcciones, pero casi todos coincidían en que «el emdeversorium de Amalrico emel Gordo» era el que más nos complacería. Así, Thiuda señaló a uno de los que lo había comentado y le ordenó:

—¡Condúcenos allá! ¡Y tú, buen hombre, corre delante de nosotros a anunciar nuestra llegada a Amalrico emel Gordo —añadió apuntando implacable con el dedo a otro que también nos lo había aconsejado—. Así tendrá tiempo de reunir a su familia y servidumbre ante la puerta para dar cumplida bienvenida a Thornareikhs, el huésped más distinguido que ha honrado su establecimiento. Aquel descarado despotismo de Thiuda me causó rubor y musité em«Iésus» para mis adentros. Pero, para mi gran sorpresa, le obedecieron y uno de los hombres echó a correr acto seguido y el otro, no sólo nos precedió, sino que se unió a Thiuda vociferando «¡Paso! ¡Paso a Thornareikhs!» Se me disipó el rubor por la impostura y meneé la cabeza maravillado. Cuánta razón tenía Thiuda. Basta con proclamar que eres alguien, creyéndotelo, y lo eres realmente.

El emdeversorium era en verdad una buena posada de ladrillo, con tres pisos y una entrada decorada con casi tanto colorido como las de Haustaths; el dueño era realmente gordo, igual que la mujer que supuse sería su esposa y los dos adolescentes que debían ser los hijos; se notaba que habían vestido sus mejores ropas y a toda prisa, pues se las veía a medio abrochar. El amplio y acogedor patio lo llenaba la servidumbre, que, igual que la familia, había salido a recibirme; algunos llevaban delantal, otros esgrimían cucharones y otros plumeros. En algunas ventanas de los pisos se asomaban curiosos otros huéspedes.

Gordo como era, el posadero hizo una profunda reverencia y dijo en latín, gótico y griego:

—¡Salve! ¡Háils! ¡Khaíre!

No era la fórmula prescrita para condición real, noble, gubernamental o clerical, pero como Thiuda en su pregón había cautelosamente evitado decir quién era exactamente, el hombre dijo lo mejor que sabía.

Yo miré altivamente hacia abajo y dije con pasmosa indiferencia:

—¿Eres Amalrico, emniu?

—Lo soy, Señoría. Vuestro indigno servidor Amalrico, si a vuestra Señoría le place mandarme en el antiguo lenguaje. En griego, mi nombre es Eméra, en lenguaje celta, Amerigo y en latín, Americus.

—Creo que —dije displicentemente— te llamaré… Gordo —alguien en el patio soltó una risita, y Thiuda me dirigió una mirada sonriente, asintiendo con la cabeza, mientras que Amalrico hacía una reverencia aún más profunda—. ¿A qué aguardas, pues, Gordo? Ordena a un mozo que coja nuestros caballos.

—Lamento que no tuviera noticia antes de vuestra visita, Señoría —dijo el Gordo retorciéndose las manos, mientras él y su esposa nos hacían pasar—. Os habría ofrecido el mejor aposento de nuestra casa, pero ahora…

—Ahora que estoy aquí, me lo ofreces —dije, que empezaba a encontrar natural mi grosera actitud.

—¡Oh, emvái\ —gimió el hombre—. Es que esta misma tarde espero la llegada de un mercader riquísimo que siempre lo ocupa y que…

—¿Eso dices? ¿Cuánto vale ese ricacho? —repliqué, y vi que Thiuda reía en silencio a espaldas del Gordo—. Cuando llegue, lo compraré. Puede servirme de esclavo de reserva.

— emNe, ne, Señoría —dijo el Gordo, suplicante, comenzando a sudar—. Le daré otro aposento con excusas que no le ofendan… Quiero decir que podéis disponer del aposento. Muchachos, traed el bagaje de Su Señoría. ¿Puedo preguntaros, Señoría, si deseáis también aposento para vuestro… heraldo… sirviente… esclavo? ¿O suele dormir con los caballos?

Yo habría dicho algo desagradable en consonancia con la farsa que interpretaba, pero Thiuda se me adelantó.

— emNe, buen posadero Gordo. Indícame la posada más próxi ma, barata y miserable, y me contentaré

con un catre. Sólo voy a estar esta noche en Vindobona, pues mañana he de levantarme al amanecer a hacer lejos de aquí encomiendas de mi emfráuja Thornareikhs. Mensajes urgentes y secretos, ¿sabes —

añadió, inclinándose hacia él y cubriéndose la boca con la mano.

—Claro, claro —contestó el Gordo impresionado—. Bien…

la más próxima… veamos —añadió, rascándose la calva reluciente de sudor—. Pues, el tugurio miserable de la viuda Dengla, que a veces atrae engañosamente a extranjeros incautos a que se alojen allí, pero nunca permanecen mucho tiempo porque les roba las cosas.

—Yo dormiré encima de mis pertenencias —contestó Thiuda—. Ahora… posadero, sólo permaneceré aquí el tiempo justo para probar los excelentes platos y frescos vinos del excelente banquete que estoy seguro ofrecerás a mi señor. Pues, por supuesto, Thornareikhs no accedería a probar un solo bocado hasta que yo no haya comprobado que todas las viandas han sido enteramente preparadas a su gusto.

—Naturalmente, naturalmente —dijo el pobre hombre, sudando ya de tal modo que parecía un asado—. Cuando Su Señoría se haya lavado y refrescado, estará preparada la mesa con las más exquisitas viandas de nuestras despensa y con los vinos de nuestra bodega. Si Vuestra Señoría se digna seguirme —

añadió, dirigiéndose a mí con gesto de desesperación— le mostraré sus aposentos. Thiuda nos siguió escaleras arriba junto con los dos hijos que transportaban mis modestas alforjas. Los aposentos eran de lo más confortable y estaban bien amueblados, limpios y ventilados, pero yo, desde luego, los miré frunciendo la nariz como si me hubiesen hecho pasar a una pocilga y despedí a los posaderos con un gesto de desdén; en cuanto hubieron salido, Thiuda y yo nos echamos uno en brazos del otro, riendo a carcajadas y dándonos palmadas en la espalda.

—¡Eres el pecador más desvergonzado que he visto en mi vida! —exclamé cuando pude hablar—. Y yo, por seguir tu farsa, engañando a todo Vindobona… y a ese gordo desgraciado…

—Que el diablo se los lleve —dijo Thiuda sin dejar de reir—. Ese gordo, lo sepa o no, es tan farsante como tú.

Llevará el nombre de Amalrico, pero puedo asegurarte que no tiene la menor relación con el linaje real Amalo de los ostrogodos. Engáñale cuanto puedas.

— emAj, me divierte hacerlo —dije, dominándome un poco—. Ahora bien, puede resultar muy caro.

¿Has visto a los huéspedes mirando por la ventana y escrutándonos en el vestíbulo? A juzgar por sus ropas son personajes ricos y de importancia.

Thiuda se encogió de hombros.

—Por lo que yo he vivido, los más pomposos y pretenciosos son más fáciles de engañar que los suspicaces posaderos y mercaderes.

—Lo que quiero decir es que si he de guardar las apariencias, tendré que gastarme dinero en un atavío en consonancia.

—Si quieres —contestó Thiuda, encogiéndose otra vez de hombros—. Pero me parece que lo has hecho muy bien. Podrías probar a vestirte con más mugre y actuar con mayor vileza. Y hablando de mugre, vamos a quitarnos el polvo del camino y luego bajamos al comedor y nos enfurecemos si no han puesto aún la mesa y así forzamos al gordo Amalrico a que nos apacigüe con sus mejores vinos. Y es lo que hicimos. Como habíamos pedido que nos dieran de comer a una hora tan intempestiva, entre el emprandium del mediodía y la cena de la noche, éramos los únicos en el comedor. Y debo decir que todo era tan apacible y acogedor como en aquel comedor estilo romano que había visto en Basilea; las mesas estaban recubiertas con manteles limpios de lino y había camillas en vez de sillas, banquetas o bancos. Nos reclinamos ante una de las mesas y comenzamos a tamborilear en ella impacientes con los dedos, por lo que el Gordo se llegó corriendo a deshacerse en excusas por no tener la mesa lista, gritando a sus hijos que trajeran vino.

Other books

Against the Tide by John Hanley
With Fate Conspire by Marie Brennan
Who Made Stevie Crye? by Michael Bishop
Angel of the Night by Jackie McCallister
The Humbling by Philip Roth
November Rain by Daisy Harris
Foreclosure: A Novel by S.D. Thames