Sin embargo, diez días después de los hechos, el 22 de noviembre, Chopard daba con una primicia.
¡UN PONZOÑOSO PERSONAJE ANÓNIMO
EN EL CASO SIMONIS!
A pesar de la discreción de los investigadores, hemos logrado descubrir un hecho decisivo en el caso Simonis: ¡antes del asesinato, un personaje anónimo amenazaba a la familia!
Desde el primer día, un hecho sorprende. ¿Por qué al principio de la búsqueda, los gendarmes insistieron en registrar un pozo que, tal como la investigación ha demostrado, estaba sellado con una tapa metálica? Es muy sencillo: habían sido advertidos. A las 18 horas de aquel día, tanto Sylvie Simonis, en el hospital, como los abuelos en Besançon, recibieron una llamada. En estas llamadas, que formaban parte de una serie de muchas más, se indicaba un «pozo», donde encontrarían el cuerpo de Manon. Desde hacía un mes, Sylvie y sus suegros estaban acosados por un anónimo personaje.
Según nuestras informaciones, la «voz» que llamaba estaba deformada, sin duda con ayuda de un artilugio que permitía alterar el timbre vocal. Varias empresas regionales fabrican ese tipo de juguete. Los gendarmes han interrogado a los miembros de tres empresas que fabrican ese producto. Por razones que ignoramos, los investigadores parecen pensar que el autor de los acosos no compró ese filtro, sino que lo consiguió directamente de la fuente, de uno de los mayoristas.
Por lo tanto, la pista de un merodeador o de un asesino de paso se ha dejado de lado definitivamente. Ha habido una reivindicación. Se trata de un acto de pura malignidad, que apunta a la familia Simonis. Más que nunca, los gendarmes se centran en el entorno de Sylvie y su hija. ¿Alguno de sus allegados trabajaba en una de estas fábricas? ¿Los investigadores organizarán pruebas de voces «deformadas» a fin de confundir al asesino? Esta pista parece ser una de las más sólidas actualmente.
Encendí otro cigarrillo. La similitud con el caso Gregory era increíble. Parecía que el asesino de Sartuis se hubiera inspirado en el caso de Lépanges.
Miré todas las crónicas. Los gendarmes se habían centrado en el problema de la voz. Habían probado modelos de máquinas y organizado sesiones de grabación con los allegados de los Simonis. Habían sometido a Sylvie y a sus suegros a las pruebas. Ninguna de esas voces se parecía a la del anónimo personaje.
Súbitamente, a principios de diciembre el caso volvió a cobrar actualidad.
Le Courrier du Jura
, 3 de diciembre de 1988
CASO SIMONIS:
¡DETENIDO UN SOSPECHOSO!
Un rayo cayó anteayer sobre el caso Simonis. No hemos sido informados hasta esta noche, dado que los acontecimientos se han desarrollado en Suiza. El 1 de diciembre a las 19 horas, un hombre fue interrogado en su domicilio por la policía helvética. Richard Moraz, de cuarenta y dos años, artesano relojero de la empresa Moschel de Locle, en el cantón de Neuchâtel.
Según nuestras informaciones, las sospechas recaían sobre el relojero desde hace dos semanas. Su interrogatorio en territorio helvético crea evidentes dificultades jurídicas. Nuestros dos gobiernos han llegado a un acuerdo para organizar el procesamiento del hombre y Gilbert de Witt, el juez de instrucción, escoltado por los gendarmes de Sartuis, ha comenzado el interrogatorio en el otro lado de la frontera.
¿Quién es Richard Moraz? Un colega de trabajo de Sylvie Simonis, que nunca aceptó la promoción de Sylvie en septiembre pasado, en detrimento de su propia carrera. Esta decepción coincide, exactamente, con las primeras llamadas anónimas.
Un móvil como los celos profesionales parece insuficiente para explicar el asesinato. Pero hay otro indicio: Delphine Moraz, la esposa de Richard, trabaja en las empresas Lammerie que, precisamente, fabrican transformadores de voz.
En
Le Courrier du Jura
hemos descubierto dos hechos más. El primero: Richard Moraz es conocido por los servicios de la policía federal suiza. En 1983, cuando enseñaba en la escuela de relojería de Lausana, el artesano fue acusado de corrupción de menores. El segundo: Moraz no tiene una coartada para la hora y el día del asesinato. El 12 de noviembre a las 17 horas, se encontraba en su coche en la carretera que lleva a su domicilio.
Estos elementos no son suficientes para condenar al relojero. Y Moraz no pertenece al círculo de los allegados que habrían podido convencer a Manon de seguirlo hasta la planta depuradora. Físicamente, el artesano es un coloso de más de cien kilos con aspecto poco fiable. Se comenta que el hombre podría haber contado con la complicidad de su mujer. ¿El «asesino» sería una pareja?
Si Gilbert de Witt no consigue una confesión, deberá poner al sospechoso en libertad. En todo caso, el juez y el inspector Lamberton harían bien en acabar con su estrategia de silencio. Si fuesen más explícitos calmarían los ánimos y reducirían el clima de sospechas. ¡En Sartuis el ambiente se caldea cada día más!
Poco tiempo después, Richard Moraz fue liberado. El expediente de la acusación era tan delgado que una corriente de aire se lo habría llevado. La ciudad de los relojeros se trastornó nuevamente. Los rumores seguían, las opiniones se multiplicaban. Y Chopard bordaba sus artículos gracias a ese clima nocivo.
La situación se calmó al acercarse la Navidad. Los periódicos locales espaciaron los artículos. El mismo Chopard parecía cansado del caso.
Sin embargo, a principios del año siguiente, hubo un nuevo golpe de efecto. Releí el artículo del 14 de enero de 1989.
CASO SIMONIS:
¡EL ASESINO CONFIESA!
La noticia saltó anoche. Sartuis está conmocionada. Anteayer, 12 de enero de 1989 al mediodía, los gendarmes detuvieron a un nuevo sospechoso. Este último confesó el asesinato de Manon Simonis.
De treinta y un años de edad, originario de la región de Metz, Patrick Cazeviel es un asiduo de las comisarías. Ya purgó dos penas de prisión de tres y cuatro años por robo y violencia física respectivamente. ¿Cómo han llegado los gendarmes hasta este hombre violento, antisocial, de reputación diabólica? Muy sencillo: Cazeviel es un amigo de la infancia de Sylvie Simonis.
Pupilo del Estado, a la edad de doce años residió en un hogar de acogida de Nancy. Allí conoció a Sylvie, tres años menor que él. A pesar de la diferencia de carácter y de ambiciones, los dos adolescentes se convirtieron en inseparables y, sin duda, Cazeviel nunca olvidó su pasión adolescente. Cuando Sylvie obtuvo su beca y comenzó sus estudios de relojería, Cazeviel fue detenido por primera vez. Sus caminos se separaron. Sylvie se casó con Frédéric Simonis y luego dio a luz a una niña.
Así, el abominable asesinato quizá tiene su origen en una historia de amor. ¿Qué ocurrió el pasado otoño? ¿Sylvie Simonis y Patrick Cazeviel volvieron a verse? Quizá este último fue rechazado. Tal vez quiso vengarse destruyendo el fruto del matrimonio de Sylvie. ¿Fue él quien hostigaba a la familia con sus llamadas anónimas?
De momento, el juez y los gendarmes no han hecho ningún comentario; se han limitado a anunciar la detención de Cazeviel y a registrar su confesión. Pronto será recluido en la cárcel de Besançon. ¡En Sartuis, todos rezan para que llegue el final de esta pesadilla!
Cazeviel fue liberado dos meses más tarde. No se encontraron pruebas definitivas en su contra. En realidad, desde el primer momento había algo que sonaba falso. Chopard había esbozado una descripción del sospechoso: un hombre peligroso, solitario, marginal pero en modo alguno el asesino de Manon. Abandonado por sus padres al nacer y puesto bajo la tutela del Estado, en su primer centro de acogida en Metz fue bautizado con el nombre de Patrick; Cazeviel era el pueblo donde había sido hallado. En todos los centros sociales y las familias de acogida en los que había estado las expresiones que se repetían sobre él eran: inestable, indisciplinado, violento. Pero también vivo, brillante, voluntarioso. Fue por ello por lo que pudo acceder al centro de acogida de Nancy, que ofrecía un buen nivel académico; el centro donde conoció a Sylvie.
A continuación, su lado oscuro se impuso. Robos, violencia, detenciones… Nunca perdió de vista a Sylvie, a pesar de sus períodos en chirona y de su nomadismo laboral: se le veía trabajar de leñador, de fontanero o de feriante. Los dos huérfanos estaban unidos por un pacto, una solidaridad entre niños perdidos.
A la muerte de Frédéric Simonis en 1986, ¿Cazeviel había probado suerte? Un rechazo podría explicar la rabia del hombre, y su crimen. Pero yo no lo creía así. Pensaba incluso que el maleante había ofrecido su protección a Sylvie, sin alejarse nunca de Sartuis. El asesinato de Manon debió de provocarle ciertos remordimientos: no había sabido defender a «su viuda y a su huérfana». En consecuencia, ¿por qué confesar el asesinato?
En las semanas siguientes, los gendarmes chocaron contra un muro. El registro de su domicilio no dio ningún resultado. Las pruebas de voz deformada tampoco. La reconstrucción del crimen, en febrero, terminó siendo un fiasco. En marzo, el ladrón, siguiendo los consejos de su abogado, se retractó y declaró que su confesión había sido falsa; consecuencia de la presión de los gendarmes.
Como represalia contra estos últimos, el juez Witt confió la investigación al SRPJ de Besançon. Los policías hicieron exactamente lo contrario que los gendarmes. En mayo de 1989, el comisario Philippe Setton había organizado una conferencia de prensa, violando de paso la famosa censura, para anunciar que de ahí en adelante, la investigación se centraría en… un accidente. Clamor de protesta en la sala; ¿un accidente, con esa tapa metálica arrancada? ¿Con el autor de llamadas anónimas en las que revelaba que el cuerpo de Manon estaba en un pozo? Setton no dio su brazo a torcer. Según ciertos indicios, afirmó, se podía suponer que se trataba de un juego entre niños. Un juego que habría salido mal.
La hipótesis resolvía dos enigmas: la aparente docilidad de Manon aceptando dirigirse hacia la depuradora y la ausencia de huellas sobre la tierra escarchada, amén del frágil peso de los protagonistas: unos niños. Pero sobre todo, esta pista abría un nuevo abanico de sospechosos en los que nadie había pensado: los chavales presentes aquella tarde en el área de juegos del barrio.
Los maderos se centraron en Thomas Longhini, de trece años, un muchacho mayor que Manon, que era su «mejor amigo». Todas las noches el adolescente se encontraba con ella al pie del edificio de Corolles. ¿Y aquella noche?
Tras interrogarlo una primera vez el 20 de mayo de 1989 en el ayuntamiento de Sartuis, Thomas fue liberado. Luego fue convocado una segunda vez a principios de junio por el SRPJ de Besançon, antes de ser interrogado por el juez de Witt y por un juez de menores en el Tribunal de Segunda Instancia. Se llevó a cabo una detención preventiva, bajo las drásticas condiciones previstas para el caso de un menor.
Se abandonó la versión oficial. Thomas Longhini era sospechoso de homicidio involuntario. Había cometido la imprudencia de ir a jugar con Manon en la planta depuradora. La niña se había caído por accidente. Philippe Setton declaró todo esto a los medios de comunicación. Como conclusión, se vio obligado a admitir que el adolescente no había confesado. «Todavía no», repitió, sosteniendo la mirada de los periodistas.
Dos días más tarde, Thomas Longhini era liberado y los policías abucheados por sus métodos y su precipitación. Los mismos gendarmes habían tomado partido por el adolescente. Señalaban el absurdo razonamiento policial e insistían en las amenazas telefónicas. Si Manon Simonis había muerto a causa de un accidente, ¿quién había reivindicado el asesinato antes de que se hiciera público? ¿Quién amenazaba a Sylvie Simonis desde hacía meses?
La pista Longhini fue el último acto del expediente. En septiembre de 1989, Jean-Claude Chopard dejó de escribir sobre el caso. Para todos, el caso Manon Simonis estaba archivado… y sin cerrar.
Me froté los párpados doloridos. No estaba seguro de haberme enterado de gran cosa. Y seguía faltándome la pieza esencial. Ni la sombra de una relación entre ese suceso lúgubre y el asesinato de Sylvie Simonis, cometido catorce años más tarde.
Sin embargo, tenía la confusa sensación de que algo se me había «escapado» durante la lectura. Un mensaje subliminal que no había sabido leer. Los investigadores, gendarmes o maderos, todos los que habían tenido relación con ese asesinato, debían de sentir el mismo malestar. La verdad estaba ahí, ante nuestros ojos. Había una lógica, una estructura subyacente detrás de ese caso, y nadie había tomado la distancia necesaria para descifrarla.
Una voz resonó en la escalera, proveniente de la planta baja.
—No te duermas sobre mis obras completas. ¡Aperitivo!
Chopard me esperaba en la terraza frente a una barbacoa humeante; unas magníficas truchas rosadas crepitaban sobre las brasas. Me acordé de los cestos vacíos. El veterano soltó una carcajada, como si pudiera ver mi expresión a sus espaldas.
—Acabo de comprarlas en el restaurante de al lado. Es lo que hago siempre.
Me señaló una mesa de plástico rodeada de sillas de jardín. La mesa estaba puesta: mantel de papel, platos de cartón, vasos y cubiertos de plástico. Me sentí aliviado por semejante servicio. No había riesgo de chirridos metálicos.
—Sírvete. Las municiones están a la sombra, debajo de la mesa.
Encontré una botella de Ricard y otra de chablis. Opté por el blanco y encendí un Camel.
—Siéntate. Estará listo en un momento.
Me acomodé. El sol cubría cada objeto con una fina película de calor. Cerré los ojos y traté de poner mis ideas en orden. Las palabras que acababa de leer flotaban en mi mente.
—Y bien, ¿qué opinas?
Chopard me sirvió una trucha crujiente, acompañada con patatas fritas congeladas.
—Magnífica prosa.
—No me jodas. ¿Cuál es tu impresión?
—A veces soltaba un buen rollo.
Levantó sus cubiertos gigantes a juego con la barbacoa.
—¡Hacía lo que podía con lo que me daban! Los gendarmes estaban obsesionados con el secretismo. La verdad es que no tenían nada. Ni un pimiento. Nunca tuvieron nada.
Tiró una trucha en su plato y se sentó frente a mí.
—Pero ¿qué piensas de la investigación? Eres un madero, me interesa tu opinión.
—He visto que algo pasa. Pero no sé qué.
Chopard chocó el dorso de su mano derecha con su palma izquierda.