—Ah. —Sanges apretó los labios.
—La inferencia lógica es que su día duraba 14:30 horas. —Sonrió fugazmente—. ¿Pero qué sabemos? No tenemos ninguna otra prueba que fortalezca esa hipótesis.
Sanges frunció el entrecejo.
—Pero... una habitación absolutamente esférica. Sin nada más en las paredes. ¿Para qué podían utilizarla?
—Mi teoría es que era una cancha de balonmano de caída libre. O un secadero para ropa interior. Quizá se trata de una ducha, pero no sabemos abrir el grifo. Ahí hay algo raro —señaló un tramo bruñido sobre su cabeza—, pero el plastiforme que lo cubre no permite adivinar de qué se trata.
—Es un recinto tan pequeño. ¿Cómo es posible que alguien...?
—¿Pequeño para quién? Usted y yo estamos aquí porque somos casi enanos en relación con el resto de la raza humana. Alphonsus lo importó especialmente para esta misión, ¿no es cierto? Quiero decir que usted estaba en la Tierra cuando descubrimos esto. Le han enviado aquí porque sabe electrónica y puede reptar por estos tubos.
—Sí. —Sanges hizo un ademán afirmativo—. Es la primera vez que el hecho de ser pequeño me ha supuesto una ventaja.
Nikka señaló un boquete situado en la mitad de la pared.
—El tramo siguiente es el que más le exprimirá en todo el trayecto hasta el empalme de ordenadores. Vamos.
Se introdujo en el boquete y avanzó por un túnel relativamente despejado. Hasta que el pasaje se estrechó de súbito. Nikka tomó apoyo y para atravesarlo tuvo que expulsar aire de los pulmones y empujar con fuerza con los talones. Apareció un espacio ancho que alivió momentáneamente la presión y después vio que más adelante las paredes se juntaban de nuevo. Empujó y se contorsionó, tratando de aplastarse sobre el piso oblicuo del tubo. Allí no sólo era angosto sino que tenía una engorrosa inclinación de cuarenta y cinco grados.
Oyó detrás de ella el ruido apagado de los forcejeos de Sanges. El túnel pareció estrujarla y ejecutó una serie interminable de maniobras, flexionándose y retorciéndose, y girando rítmicamente para vencer el tirón implacable de la gravedad y la compresión de las paredes.
El pasaje se estranguló hasta un límite casi insoportable. Empezó a dudar que alguna vez hubiera podido sortear ese tramo. El aire parecía enrarecido hasta un punto intolerable. La nave era una presencia lacerante, un torniquete gigantesco que le exprimía la vida. Se detuvo, pensando en el descanso, pero no consiguió recuperar el aliento. Sabía que faltaba poco para llegar, y sin embargo...
Algo le golpeó la bota.
—Siga. Siga adelante. —La voz sofocada de Sanges llegaba desde muy cerca. Dejaba traslucir un atisbo de pánico.
—Calma, calma —dijo Nikka. Si Sanges se desmoralizaba se verían en un buen aprieto—. Hay que tener paciencia.
—¡Dese prisa!
Nikka apoyó los pies contra las paredes y empujó. Tenía los brazos estirados sobre la cabeza y con un solo impulso adicional encontró el borde del pasaje superior. Se deslizó lentamente por la pendiente y al cabo de un momento se zafó de la constricción.
Allí casi se podía estar en pie. El compartimiento abierto era un elipsoide en el que casi todo el espacio estaba ocupado por oscuras formas ovales. Éstas no tenían costuras, y aparentemente se trataba de receptáculos de almacenamiento sin medios ostensibles de apertura. Entre ellos zigzagueaba un breve sendero delimitado con tiras de esparadrapo. Nadie debía aventurarse más allá de ese confín ni debía curiosear los inertes artefactos extraterrestres que se levantaban más adelante. Eso quedaba relegado para el futuro, cuando los hombres supieran algo más acerca de la nave y su funcionamiento.
Sólo los núcleos de fósforo blanco del plastiforme iluminaban ese recinto, y cerca de las paredes proyectaban largas sombras que daban al entorno un aspecto extrañamente siniestro. Aunque casi podía mantenerse erguida, la mole penumbrosa de la nave parecía cerrarse sobre ella desde todas las direcciones.
Sanges salió con dificultad del tubo y se puso lentamente en pie.
—¿Por qué se frenó ahí atrás? —preguntó hoscamente.
—No me frené. Hay que saber dosificarse.
—¿Y eso qué significa? —inquirió Sanges enseguida.
—Nada. —Lo miró con detenimiento, valorándolo—. La claustrofobia produce efectos curiosos y tiene que aprender a conservar la cabeza. Alguna vez debería intentarlo en las condiciones en que yo pasé por primera vez... en un traje espacial con equipo de oxígeno y casco.
—Dios no quiera...
—Efectivamente. Esta nave no la fabricaron ni Dios ni los hombres. Tenemos que aprender a adaptarnos a ella. Si las cosas insólitas le alteran tanto, ¿por qué se ofreció como voluntario para ejecutar este trabajo?
Sanges apretó los labios con fuerza e hizo un ademán afirmativo.
Nikka se volvió después de un momento y encabezó la marcha por el angosto sendero hasta un inmenso panel negro embutido en la pared. Frente a él había dos sillones de factura humana. Nikka le señaló uno a Sanges y ocupó el otro. Sanges miró el imponente tablero, con las múltiples hileras de interruptores desplegados frente a él. Giró la cabeza y estudió las siluetas oscuras más alejadas.
—¿Qué garantía tenemos de que aquí la presión es correcta? .
—El plastiforme es hermético —respondió Nikka mientras encendía algunos núcleos de fósforo adicionales—. La superestructura extraterrestre parece intacta. Hasta donde sabemos, toda la nave es modular. Cuando se estrelló, la mayoría de sus otros componentes se pulverizaron, pero éste y otros dos, aproximadamente el cuarenta por ciento de uno de sus hemisferios, permanecieron intactos. En los otros pasajes se desprendieron algunos elementos, pero esta sección se mantiene íntegra.
Sanges escudriñó el recinto y tamborileó nerviosamente con los dedos sobre el tablero de la consola.
—¡Cuidado con eso! Ahora voy a activar la consola y no quiero que toque ninguno de los interruptores.
Nikka pulsó algo semejante a un clip para papeles montado en posición vertical, y dos luces azules parpadearon sobre el tablero. Al cabo de un momento la pantalla negra que coronaba el panel adquirió un tono verde claro.
—¿De dónde proviene la energía? —le preguntó Sanges.
—No lo sabemos. Los generadores deben de estar en uno de los otros módulos, pero los técnicos no quieren internarse demasiado en ellos hasta que los entendamos mejor. La energía es de corriente alterna, de aproximadamente 370 hertz... aunque esto varía, por algún motivo. Desmantelamos este panel y tratamos de rastrear el circuito, pero es extraordinariamente intrincado. En otro pasaje los técnicos descubrieron una inmensa cámara llena de minúsculas piezas electrónicas, que al parecer formaban parte de una memoria cibernética. La mayor parte del contenido de la cámara consiste en películas delgadas de materiales magnéticos montados sobre un substrato. En toda la cámara reina una temperatura muy baja, muy inferior a la de la nave circundante.
—¿Elementos de memoria superconductores?
—Pensamos que sí. Ésa no es precisamente mi especialidad, de modo que no le he prestado mucha atención. Entre los campos magnéticos del circuito se registran pequeñas oscilaciones, de modo que probablemente dichos campos activan y desactivan los elementos superconductores. Es un excelente circuito de conmutación, mientras opera en el vacío. El problema reside en que no sabemos explicar el enfriamiento. No hay ningún fluido circulante: sencillamente las paredes están frías.
Sanges asintió y estudió los centenares de interruptores que tenía delante.
—De modo que este ordenador está vivo, o por lo menos su memoria lo está. Después de tanto tiempo. Pese a que la mayor parte de la nave se halla aniquilada. Asombroso.
—Por eso le dispensamos tantos cuidados. Es un vínculo directo con todo aquello que los extraterrestres juzgaron digno de conservar. —Maniobró experimentalmente con algunos interruptores—. Parece que hay corriente. La mayoría de las veces no la hay. La energía de la nave es muy inestable. Muy bien, voy a llamar a Nigel Walmsley y empezaremos a trabajar. Observe lo que hago pero no toque el panel. La mayor parte del procedimiento para activar el sistema está registrado por escrito. Cuando termine nuestro turno le daré una copia.
Cogió un micrófono de garganta y unos auriculares que se calzó sobre la cabeza.
—Aquí Nikka.
—Aquí Walmsley, señora. —La respuesta surgió del altavoz montado sobre la pared—. Si la seguridad del mundo corriera peligro, ¿pasarías la noche con un individuo cuyo nombre ni siquiera conoces?
Nikka sonrió.
—Pero el tuyo lo sé.
—Es verdad, es verdad. Pero podría cambiarlo.
—Víctor Sanges está aquí conmigo —murmuró Nikka con tono oficial, antes de que Nigel pudiera agregar algo más—. Es el especialista del Equipo Número Uno.
—Mucho gusto. Le veré más tarde en el refectorio, señor Sanges. Nikka, sintonizo muy bien la pantalla, pero estoy harto de ver constantemente el mismo resplandor verde.
Sanges se volvió y miró la cámara de televisión instalada sobre sus cabezas.
—¿Por qué no se limitan a recoger la señal de los circuitos que alimentan la pantalla? —le preguntó a Nikka.
—No queremos manosear el sistema. Observe esto. Es la misma secuencia de apertura que empleo siempre para verificar si el ordenamiento de la memoria se ha modificado.
Cada interruptor tenía diez posibles posiciones. Nikka alteró varias, consultando la libreta de anotaciones que tenía a su lado. Se formó un remolino de color que se condensó de súbito en un mosaico de símbolos: espirales, destellos, marcas inquietantes parecidas a la grafía persa. En el centro del conjunto había un diagrama formado por triángulos entrelazados en una configuración confusa.
—Ésta fue la primera lectura que discernimos. La mayoría de las secuencias disponibles no parece tener ninguna imagen. Quizás están vacías o la lectura se comunica a otra consola. Esta imagen, por sí sola, de nada sirve, porque no entendemos el significado de la escritura.
—¿Hay muchas muestras?
—No, y creo que tampoco podríamos descifrar nada aunque tuviéramos un montón de símbolos impresos. Los primeros egiptólogos no pudieron desentrañar un lenguaje humano, a pesar de que tenían miles de tablillas, hasta que apareció la Piedra de Roseta. Por eso nos concentramos en los dibujos, no en el texto. Es posible que el Equipo Número Tres llegue por fin a sacar alguna conclusión de las palabras, pero por el momento tenemos que conformarnos con estudiar las figuras y deducir qué significan.
Nikka pulsó varios interruptores y en la pantalla se formó otra imagen. Ésta también era conocida. Mostraba dos círculos yuxtapuestos y una línea que cortaba la cuerda de uno de ellos. Al lado había algo que parecía ser un título.
—Lewis identificó hipotéticamente uno de estos garabatos aclaratorios como la palabra línea. Cotejó otras seis o siete figuras de esta secuencia y hasta ahora ésta ha sido la única teoría que ha podido elaborar. El proceso es muy lento y difícil.
Activó rápidamente otras varias secuencias y se detuvo para admirar la última. Era una magnífica imagen de la Tierra captada desde más allá del Sol. Sobre su borde asomaba una fina Luna en cuarto creciente. Los vórtices y jirones de nubes ocultaban la mayor parte del planeta oscuro.
—Hay un defecto en la coloración —comentó Sanges—. Es demasiado roja.
—No fue hecha para los ojos humanos —respondió Nikka—. Nigel, estoy probando una nueva secuencia. Sustituye 707B por 707C.
Luego le dijo con la mayor naturalidad a Sanges:
—Si resultara que esta configuración tiene algún elemento letal, o sea, si me deja calcinada en el asiento, por lo menos alguien sabrá cuál es la secuencia que habrá que eludir la próxima vez.
Sanges la miró sorprendido. Nikka pulsó la secuencia y aparecieron unas pocas hileras de símbolos.
—Nada de interés. Registra, Nigel.
La próxima fue una sucesión de puntos. Luego apareció una configuración ligeramente alterada. Delante de ellos, los agrupamientos se modificaron plácidamente, rotando en el sentido de las agujas del reloj.
—Mide esto, Nigel. ¿Cuál es la velocidad de rotación?
Hubo una pausa.
—Calculo que dura un poco más de siete horas. Nikka hizo un ademán de asentimiento.
—La mitad de las 14:30 horas que dura el ciclo de las luces de la Sala Cóncava. Asiéntalo en el registro especial.
Sanges tomaba notas. Nikka le mostró una configuración de puntos con un código coloreado. Uno de los astrofísicos la había identificado como una carta celeste de las estrellas situadas a treinta y tres años-luz del Sol. La dimensión aparente parecía estar relacionada con la magnitud absoluta. Si la correspondencia era exacta, implicaba una ligera alteración del diagrama Hertzsprung Russell y confirmaba en parte una de las teorías más recientes sobre la evolución estelar. Sanges asintió en silencio.
Probó algunas secuencias nuevas. Más puntos, y después algunas hileras de garabatos. Un dibujo de dos esferas intersecadas, sin explicaciones. Puntos. Después, lo que parecía ser la foto de una herramienta pulida, con explicaciones.
—Regístrala, Nigel. ¿Qué te parece?
—¿Una escultura abstracta? ¿Un destornillador ultramoderno? Lo ignoro.
La secuencia siguiente mostró la misma herramienta desde otro ángulo. Después, más puntos, después... Nikka respingó.
Los miraban unos feroces ojos oscuros. Algo parecido a una rata enorme, con escamas, se erguía sobre las patas traseras en un primer plano. La arena rosada se extendía hasta el horizonte. Las patas delanteras sostenían algo, quizá comida, entre las largas garras.
—Dios mío —exclamó Nigel—. No tiene cara de buenos amigos.
—Sin explicación —dijo Nikka—. Pero es la primera forma de vida que encontramos. Será mejor que le muestres esto a Kardensky.
—Tiene un aspecto siniestro —dictaminó Sanges vehementemente—. No entiendo por qué Dios habría de crear semejante ser.
—Vaya, vaya, un juicio de valor —respondió Nigel—. Quizá no consultaron a Dios, señor Sanges.
Nikka pulsó otra secuencia.
Ichino lavaba lentamente los platos de la cena, frente al pequeño fregadero. El sabor del chile envasado aún le impregnaba la boca. Era el producto auténtico, no el preparado con habas de soja, y era también el único lujo que se permitía últimamente. Nunca se había acostumbrado a no recibir cambio cuando daba un dólar por un periódico. Aun así, habría pagado una fortuna por poder comer de vez en cuando algún plato con carne auténtica. No se trata de que tuviera objeciones concretas contra los vegetarianos, aunque nunca había entendido por qué era mejor matar plantas en lugar de animales. Sencillamente, le gustaba el sabor de la carne.