En el océano de la noche (27 page)

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Authors: Gregory Benford

Tags: #ciencia ficción

BOOK: En el océano de la noche
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Misión de combate. Enemigo. Blanco. Hacía muchos años que no pronunciaba esas palabras. Pertenecían a su infancia. Chanclos de goma. La llave del patín.

Cuando los días se ponen cabeza abajo,

amigo mío.

Su tío había combatido en una sórdida guerra en la jungla, en alguna parte. Le había contado anécdotas, resolviendo todas las complejas teorías políticas con la incontestable realidad visceral de una pistola y una bayoneta que había traído como trofeos y que exhibía orgullosamente. Para Nigel ésa había sido una excentricidad sin importancia, como tener una colección completa de cincuenta años de la
National Geographic
.

El puño se levantó.

El puño volvió.

Le corría un hilo de saliva por la barbilla. Lo lamió, sin ganas de mover la mano. Le dolían los ojos. Cada uno de sus riñones era un bulto fastidioso implantado inmediatamente por debajo de la piel de la espalda.

Hierro y petróleo,

puestos a hervir.

Flotó bruscamente. El rugido sordo se apagó. Inhaló aire, sintió que la vida volvía a sus brazos y piernas entumecidos, y escrutó automáticamente los regimientos de luces que desfilaban frente a él.

Volaba a ciegas, sin guiarse por el radar. Después de verificar durante unos minutos activó el centro de control de fuego y recibió las respuestas de los ordenadores montados sobre los misiles. A continuación rotó el asiento para tener una imagen completa por la amplia tronera de observación.

Nada. La tronera estaba negra, vacía. Registró la hora y controló la tipografía digital que corría sobre su pantalla. El escape estaba en orden y el rumbo era el correcto. El Snark se disponía a entrar en órbita alrededor de la Luna, tal como lo había solicitado Houston. Él lo pillaría por la retaguardia, acercándose velozmente.

Volvió a mirar por la tronera. Nada. Ahora que tenía una misión concreta, y estaba en marcha, el silencio completo de la radio era macabro. Por la tronera lateral vio cómo se alejaba la Luna, con su infinita planicie gris de cráteres escabrosos. Escudriñó con todo cuidado la tronera principal, buscando un movimiento relativo contra las gemas dispersas de las estrellas fijas. Estudiaba con tanta atención el firmamento estrellado que casi le pasó inadvertido el brillante punto luminoso que entraba lentamente en su campo visual.

—¡Ah! —exclamó Nigel, satisfecho. Desmontó el telescopio. Con aumento, no había duda. La punta de diamante se condensó en una pequeña perla. El Snark era una esfera plateada, sin marcas ostensibles.

Nigel no vio ningún medio de propulsión. Quizás estaban al otro lado del artefacto, o no funcionaban en ese momento. No importaba. Sus misiles se guiaban por sensibilidad térmica y por radar. Pero no llegarían a ese extremo... Forzó la vista, tratando de calcular la distancia. Los satélites fijaban un radio mínimo posible de un kilómetro. Si esa estimación era más o menos correcta...

Una voz dijo:

—Le deseo vientos propicios.

Nigel se quedó petrificado. La extraña voz metálica procedía de los auriculares de su casco, libre de estática.

—Yo... qué...

—Un compañero de viaje. Compartiremos este espacio durante un momento.

—¿Es... usted... el que habla?

—Pensó que no podría detectar su cápsula. Porque se superpone a la sección transversal de su estrella.

—Eh... ésa era la hipótesis.

—Por tanto, hablé. Para salvar mi vida.

—¿Cómo lo sabe?

—Hay menos muros de los que usted piensa. Pueden existir intersecciones de... Ustedes no tienen una palabra para expresar la idea. Digamos que me he visto antes en esta situación, bajo una luz distinta.

—Yo...

—Usted está solo. No sé cómo su especie puede parcelar la culpa. Aquí arriba, sé que ello no es posible. Usted es un hombre solo y no tiene dónde esconderse.

—Si yo...

—Le quedaría poco consuelo. ¿Está listo?

—Nunca pensé que tendría que...

—Sin embargo ha venido. Listo.

—Para poder llegar aquí tuve que acceder a...

La voz se tornó amarga.

—Permítame.

De la tronera izquierda partió un intenso resplandor anaranjado y un golpe seco cuando la muerte levantó vuelo. Un arco de luz cruzó frente a la tronera de proa y salió disparado hacia delante. Fue un halo incandescente, después una nítida cabeza de fósforo inflamada, y por fin un punto contráctil que buscaba su blanco con tenaz obstinación.

Un cohete químico. Nigel estaba alelado. Un
bip
agudo repicaba en la cabina a medida que el rastreador automático seguía al misil. El Snark había encontrado la forma de activar el disparador de su nave. Los números rojos que marcaban los ajustes de la trayectoria parpadeaban y se extinguían, sin que nadie los viera, sobre el tablero que Nigel tenía frente a él.

El estúpido
bip
se aceleró. El punto incandescente viró plácidamente hacia el disco borroso que aguardaba más adelante.

Nigel llenó sus pulmones...

El cielo se trizó.

Creció una bola calcinante de fuego. Se debilitó, palideció. Nigel se aferró a su asiento, inmóvil, con las fosas nasales dilatadas. El
bip
se había acallado. Reapareció un tenue ronroneo de estática. Quedó en suspenso, a la expectativa. Mirando al frente. Más allá del disco de fuego que se embotaba lentamente, un chispazo de luz se desplazó hacia la izquierda. Su imagen titiló y después se condensó, intacta: una esfera perfecta.

Nigel se dio cuenta de que el cohete químico había estallado prematuramente. La bola plateada se perdía de vista. Nigel corrigió automáticamente el rumbo.

Ahora la voz sonó más profunda, secamente modulada.

—Ha cambiado desde que caminamos juntos.

Nigel vaciló. Su mente giraba en silencio sobre el abismo, suspendida de finos hilos.

—La espada pesa demasiado para usted —dijo la voz con la mayor naturalidad.

—No fue mi intención cargarla...

—Lo sé. Usted no está trabado ni contorsionado.

—Eso me pregunto.

—Su raza tiene un torrente de lenguas. Ustedes se comunican con muchas acepciones... más las que se imaginan. Estas me plantearon problemas. A veces me sentía como si hubiera dos especies... No había supuesto que cada hombre era tan distinto.

—Oh, por supuesto.

—Me he encontrado con otros seres que no lo eran tanto.

—¿Cómo podían ser? ¿Se guiaban por esquemas instintivos? ¿Cómo nuestros insectos?

—No. El término insecto implica... inferioridad o rigidez. Sólo eran diferentes.

—¿Pero cada individuo era igual a otro? —preguntó Nigel con desenvoltura. Las palabras brotaban fácilmente. Se sentía liviano, vivaz.

—Vivían en una vasta... ustedes no tienen una palabra para designarlo. Una yuxtaposición, quizás. Entre estrellas binarias. Eran más fáciles de sondear que la diversidad de ustedes. Ustedes están tensos, siempre se mueven en muchas direcciones al mismo tiempo. Es una configuración insólita. Pocas veces he visto tanta turbulencia.

—Locura.

—Y talento. Me temo que ya he arriesgado demasiado al aproximarme. Mis instrucciones especifican...

Un chasquido, un zumbido, estática. La voz se extinguió.

—Walmsley, Walmsley. Aquí Evers. Tiene que haberse producido la intercepción. Acabamos de captar el fragmento de una transmisión. Una de las voces parecía ser la suya. ¿Qué ha ocurrido?

—No lo sé.

Más estática. Probablemente Houston estaba utilizando uno de los satélites para retransmitir, prescindiendo de Hiparco. Se preguntó qué...

—Pues entonces le aconsejo que lo averigüe. Hace aproximadamente un minuto también captamos una señal extraña irradiada desde la superficie lunar. Localizamos la fuente cerca del Mare Marginis. Pensamos que tal vez el Snark había alterado su rumbo para posarse allí.

—No. No, lo tengo exactamente delante de mí.

—¡Walmsley! ¡Informe! ¿Disparó uno?

—Sí.

Un sonido confuso.

—... blanco? ¿Dio en el blanco?

—Por así decir.

—¿Cómo?

—Estalló antes de tomar contacto. No causó daños.

—¿Y el refuerzo? No detectamos ningún aumento de los índices de radiación.

—No lo dispararé. Jamás. —Cuando pronunció estas palabras el mundo adquirió una nueva transparencia.

—Escúcheme, Nigel. —Un cierto matiz de apremio—. He puesto mucho...

Nigel lo escuchó y se maravilló al descubrir la facilidad con que la voz de Evers fluctuaba de la cólera destemplada a un sedoso tono persuasivo. ¿Cuál era su idiosincrasia natural? ¿O ambas eran fingidas?

—Adiós, maestro. En este momento no dispongo de tiempo para escuchar sermones.

—Le voy a... —En voz baja—: Empalme el otro circuito. Muy bien, empiece la cuenta. Ya.

El botón disparador del cohete nuclear estaba aislado en una pequeña sección encajonada de la consola. Los ojos de Nigel se desviaron hacia él porque en el tablero empezó a titilar una secuencia de operaciones. Pulsó los interruptores para colocarlos en posición neutra, pero las secuencias continuaron desfilando. El tablero estaba desconectado. Evers había recuperado el control, en Houston. ¿Un relay vía satélite? Nigel manoteó frenéticamente la consola, buscando un medio para detener...

El tubo lanzacohetes de popa se vació con un rugido. La sacudida le aplastó contra el respaldo del asiento. Delante, una bola anaranjada disminuía de tamaño a medida que surcaba la oscuridad en dirección a la perla ensombrecida.

—¡Evers! Hijo de puta, qué ha...

—He asumido el mando, obedeciendo las instrucciones del Presidente. Como ve, he vaciado el tubo. Ahora, si quiere tener la gentileza de comunicar el efecto...

Nigel cambió de frecuencia.

—¡Snark! ¿Me escucha? Detenga ese cohete, está...

—Lo sé.

—Detónelo. Tiene una carga de dieciséis megatones.

—Entonces no puedo hacerlo.

Algo le estaba sucediendo a la perla. En un extremo floreció un lacerante rayo purpúreo.

—Santo cielo, tiene que...

—No estoy seguro de poder neutralizar la ojiva nuclear. La detonación del artefacto le mataría a usted.

—¿Me mataría...? La NASA calculó que sobreviviría a un estallido de...

—Se equivocó. A esta distancia sería fatal.

—Yo...

—Así que me voy. Me adelantaré al cohete.

Nigel miró hacia fuera y vio la perla contra un fondo de terciopelo negro. La bola de color anaranjado flotaba en el espacio contiguo. La distancia disimulaba sus movimientos relativos. De la cola del Snark brotó una columna increíblemente brillante, que eclipsó el fulgor plateado del fuselaje del objeto. La configuración del escape era precisa y ponía orden en la oscuridad circundante.

—¿No puede limitarse a neutralizarlo? —preguntó Nigel.

—No con certeza.

—Realmente controló muy bien mi electrónica de a bordo.

—Eso fue fácil. Sin embargo, el método no es perfecto. Aparentemente su tecnología aún no ha descubierto el... eh... talón...

—¿El talón de Aquiles?

—Sí. El defecto común a todos sus sistemas electrónicos. Están desguarnecidos.

—¿Adónde se dirige? —murmuró Nigel con tono tenso.

—Hacia fuera.

Enfocó el derrotero del Snark. La bola anaranjada le seguía, sin ganar terreno. El rumbo del Snark le alejó de la Luna en un arco pronunciado. Observó que con esa trayectoria derrochaba demasiada energía. Sólo para eludir el cohete habría sido más sencillo... Pero entonces se dio cuenta de que el Snark cuidaba que la Luna siempre estuviera interpuesta entre él y la Tierra. Así cegaba por lo menos parcialmente la Red de Espacio Profundo y dificultaba la persecución.

—Se va. —No fue una pregunta.

—Debo hacerlo. Al acercarme me excedí en mis facultades. Fue una transgresión calculada de las directrices. Un lance de juego. He perdido.

—Si yo discutiera un poco con la NASA quizá...

—No. No puedo volver a descarriarme. He recibido órdenes superiores.

—¿No es libre? Quiero decir...

—En cierto sentido, no lo soy. Y en otro sentido, que no puedo describirle a un ser compuesto por membranas, sí soy libre.

—Pero... ¡maldición! ¡Por lo menos podría aclararnos algo! Ha estado en el espacio exterior. Ha visto otras estrellas. Dígame, por favor, ¿por qué cuando sintonizamos las bandas de centímetros y metros, todo el espectro radial, no oímos nada? Nuestros científicos argumentan que este tramo del espectro electromagnético es el menos refinado, si se considera que el transmisor debe superar las emisiones fortuitas de las estrellas y el gas hidrógeno. De modo que hemos estado escuchando... inútilmente.

—Desde luego. En cambio me enviaron a mí. Sospecho... que soy el medio del que ellos se valen para averiguar lo que hay cerca. Si existe peligro, se lo comunican los unos a los otros. He escuchado sus mensajes.

—¿Cómo? Nosotros no hemos oído nada.

—Para ustedes ese medio de comunicación es... exótico. Partículas que ustedes no perciben.

—Usted nos lo podría enseñar.

—Me lo han prohibido.

—¿Por qué?

—No estoy seguro... Me han dado instrucciones específicas. ¿Por qué estas instrucciones y no otras? Me lo he preguntado a menudo. He tejido conjeturas. Por ejemplo, que ustedes son la meta de mis peregrinaciones.

—Entonces, quédese.

—Sólo debo notificarles que ustedes existen. Supongo que para que ellos sepan que es posible que ustedes lleguen algún día.

—¿Por qué no...?

—¿Bajar a estudiarlos? Hay excesivos riesgos. La especie de ustedes es demasiado precaria. He visto miles de mundos arruinados, desquiciados. Guerras, suicidios, ¿quién sabe? Para mis hacedores ustedes son una plaga, el uno por ciento de las culturas galácticas que lleva consigo las semillas del caos.

—Yo no...

—Ustedes son raros. Verá, ocurre que mis hacedores eran máquinas como yo.

Nigel sintió que flotaba al garete en un lugar alto y hueco, desprovisto de aire. Miró la Luna giratoria. Le pareció que veía por primera vez su corteza acribillada y arrugada, que se alzaba de forma extravagante a sus pies. Los cráteres de circunferencia absurdamente perfecta que habían sido distribuidos de manera tan aleatoria. Inhaló profundamente.

—Las estrellas están...

—Pobladas por máquinas, descendientes de las culturas orgánicas que prosperaron y murieron.

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