Nash dijo:
—¿Decía algo el manuscrito acerca de cómo fue a parar el ídolo al interior del templo?
—No —dijo Race—. Al menos no todavía. Quién sabe. Quizá Renco y Santiago mojaron el ídolo y lo usaron para conducir de nuevo a los felinos al interior del templo. Fuere como fuere, de algún modo lograron engatusar a los felinos para que regresaran al templo al mismo tiempo que colocaron el ídolo allí. —Race paró de hablar—. No es para nada descabellado. Al colocar el ídolo dentro del templo, este se convirtió en parte del plan de Solón. Otra forma más de poner a prueba la codicia humana.
—Esos felinos —dijo Nash—. El manuscrito dice que son nocturnos, ¿no?
—Dice que les gusta estar en cualquier tipo de oscuridad, sea la oscuridad de la noche o del tipo que sea. Supongo que eso los convierte en animales nocturnos.
—Pero dice que cada noche bajaban al pueblo a por alimento, ¿no?
—Así es.
Nash entrecerró los ojos.
—¿Podemos dar por sentado, pues, que abandonan el cráter por las noches en busca de alimento?
—A juzgar por lo que dice el manuscrito, creo que podemos suponerlo.
—Bien —dijo Nash dándose la vuelta.
—¿Porqué?
—Porque —dijo—, cuando esos felinos salgan esta noche, entraremos en el templo y cogeremos el ídolo.
El día se oscurecía por momentos.
Negros nubarrones comenzaron a cernirse sobre nuestras cabezas y, con el gélido aire de la tarde, una espesa niebla se apoderó del pueblo. Seguía sin dejar de lloviznar.
Race se sentó al lado de Lauren mientras esta guardaba parte de su equipo que iba a llevar a la ciudadela en previsión de las actividades que iba a tener que realizar a la noche.
—¿Y qué tal es la vida de casada? —le preguntó de la forma más casual de que fue capaz.
Lauren sonrió para sí de forma burlona.
—Depende de a cuál te refieras.
—¿Ha habido más de un matrimonio?
—Mi primer matrimonio no salió bien. Resultó que él no compartía mis ambiciones profesionales. Nos divorciamos hace cinco años.
—Oh.
—Pero he vuelto a casarme recientemente —dijo Lauren—. Y todo va muy bien. El es un tipo genial. Como tú, a decir verdad. También tiene mucho potencial.
—¿Cuánto tiempo lleváis casados?
—Cerca de dieciocho meses.
—Eso es genial —dijo Race cortésmente. Lo cierto es que estaba pensando en el incidente que había presenciado, cuando había visto a Lauren y a Troy Copeland besándose apasionadamente en la parte trasera del Huey. Recordó que Copeland no llevaba alianza. ¿Estaba teniendo Lauren una aventura con él? O quizá era que Copeland no llevaba su alianza, sin más…
—¿Te has llegado a casar, Will? —preguntó Lauren arrancándolo de su ensimismamiento.
—No —dijo Race en voz baja—. No me he casado.
—Estoy recibiendo el informe del SAT-SN —dijo Van Lewen desde el terminal de un ordenador situado en un panel del todoterreno.
Van Lewen, Cochrane, Reichart, Nash y Race estaban ahora con los dos agentes alemanes de la BKA, Schroeder y la mujer rubia, Renée Becker, dentro del todoterreno de ocho ruedas. Estaba aparcado cerca del río, no muy lejos del puente occidental y el sendero embarrado que conducía a la fisura; listo para el asalto nocturno al templo.
Lauren ya se había bajado del todoterreno para dirigirse a la ciudadela. Johann Krauss la seguía a la zaga.
Justo entonces,
Buzz
Cochrane volvió al todoterreno con un puñado de una masa blanda, casi líquida, de color marrón. El olor de esa masa en el reducido espacio del todoterreno era putrefacto.
—No había un solo mono allí fuera al que pudiera sacarle su orina —dijo Cochrane—. Supongo que se alejan de la zona antes de que caiga la noche —dijo mientras sostenía aquella masa en su mano—. Sin embargo, he encontrado esto. Heces de mono. Supongo que valdrá igual.
Race hizo una mueca de asco.
Cochrane lo vio.
—¿Qué ocurre, profesor? ¿No quiere embadurnarse de mierda? —Miró a Renée Becker y sonrió—. Suerte que no sea el profesor el que va a ir allí, ¿verdad?
Cochrane comenzó a extenderse el excremento del mono por su ropa. Reichart y Van Lewen hicieron lo mismo. También lo aplicaron a las ventanillas, diminutas como rendijas, del todoterreno.
Mientras Race había estado leyendo el manuscrito, Nash había reunido a los otros civiles para establecer una base de operaciones en el interior de la ciudadela. A su vez, los cuatro boinas verdes restantes habían trabajado muy duro para intentar arreglar el Huey que les quedaba. Por desgracia, solo lograron reparar el sistema de encendido del helicóptero. La reparación del rotor de cola había resultado más difícil de lo que Cochrane había previsto en un primer momento. Habían surgido muchas complicaciones y el rotor seguía sin funcionar. El Huey no podía volar sin él.
Entonces, al atardecer, Nash decidió que recuperar el ídolo tenía prioridad sobre todo lo demás. Llamó a los boinas verdes y estos dejaron de arreglar el Huey y se dirigieron al todoterreno, donde Race les refirió brevemente lo que había ocurrido al mojar el ídolo.
Mientras Race les refería todo lo acontecido en el manuscrito, Nash ordenó a Gaby, Copeland, Doogie y al joven soldado alemán, Molke, que permanecieran en la ciudadela.
Nash sostenía que para su plan era necesario que la mayoría del equipo permaneciera en la ciudadela cuando los felinos llegaran al pueblo. Mientras, él y algunos de los boinas verdes permanecerían en el todoterreno, cerca del sendero de la ribera del río que conducía al templo.
Race, que acababa de resumir a los boinas verdes el incidente del ídolo, se uniría inmediatamente a los miembros del equipo que se encontraban en la ciudadela.
—El SAT-SN está en funcionamiento —dijo Van Lewen desde el terminal—. De un momento a otro deberíamos recibir la imagen por satélite.
—¿Qué es lo que dice? —dijo Nash.
—Eche un vistazo —contestó Van Lewen echándose a un lado.
Nash miró la pantalla que tenía delante. Esta mostraba la imagen de la mitad norte de Sudamérica:
OFICINA NACIONAL DE RECONOCIMIENTO — FUERZAS DE EXPEDICIÓN N.° 040199—6754
INFORME DE SEGUIMIENTO PRELIMINAR DEL SAT—SN
PARÁMETROS: 82° 0—30° O; 15° N— 37° S —FECHA: 5 ENERO 1999 16.59.56 PM (LOCAL — PERÚ
)
—¿Qué demonios…! —Nash frunció el ceño.
—Al menos el área más cercana está despejada… —dijo Van Lewen.
—¿Qué significa todo esto? —preguntó Race.
Van Lewen dijo:
—Las líneas rectas representan las cinco rutas comerciales principales de Sudamérica. Básicamente, Panamá hace las veces de entrada al continente. Los vuelos comerciales van desde allí a Lima y Río de Janeiro, y, después, desde esas dos ciudades a Buenos Aires. Los cuadrados grises representan los aviones de nuestro cuarto que están fuera de las rutas comerciales aéreas regulares.
Race miró la pantalla y vio los tres grupos de cuadrados grises sobre el cuarto noroeste del continente.
—¿Qué significan esos números y letras?
Van Lewen dijo:
—El círculo gris justo encima de Cuzco, el que tiene el «NI» debajo, somos nosotros. NI quiere decir «Nash—Uno», nuestro equipo en el pueblo. N2, N3 y N4 son nuestros helicópteros de apoyo, que están de camino a Vilcafor desde Panamá. Pero parece que aún les queda un largo camino.
—¿Y los otros cuadrados grises?
—R1, R2 y R3 son los helicópteros de Romano —dijo Nash.
—Pero están muy al norte —dijo Van Lewen, volviéndose hacia Nash—. ¿Cómo han podido desviarse tanto?
—Se han perdido —dijo Nash—. Deben de haber interpretado mal los tótems.
Una vez más, Race quiso saber quién era ese Romano, pero se mordió la lengua y permaneció callado.
—¿Y estos? —dijo Renée, señalando los tres cuadrados situados sobre el océano, en el extremo izquierdo de la pantalla.
—NY1, NY2 y NY3 son marcas de la Armada estadounidense —dijo Van Lewen—. La Armada debe de tener en ese punto algún portaaviones.
—¿Alguna señal de los Soldados de Asalto? —preguntó Schroeder.
—No —dijo Nash sombríamente.
El reloj de Race marcó las cinco en punto. Con la llegada de los nubarrones, el cielo estaba inusualmente oscuro. Bien podría haber sido de noche.
Nash se volvió hacia Van Lewen.
—¿Disponemos de un buen campo visual?
—Recibiremos las imágenes del satélite en unos sesenta segundos.
—¿Con retardo o a tiempo real?
—Infrarrojos a tiempo real.
—Bien —dijo Nash—. Deberíamos poder obtener unas imágenes claras de esos felinos cuando salgan del cráter y se dirijan al pueblo. ¿Todos listos en sus puestos?
Van Lewen se puso en pie. A su lado, Buzz Cochrane y Tex Reichart alzaron sus M—16.
—Sí, señor —dijo Cochrane mientras le guiñaba de reojo a Renée—. Listos para el ataque.
Race sintió vergüenza ajena.
Cochrane miraba lascivamente a la mujer alemana con una confianza bravucona. Era como si su arma, dotada con su mira láser, su lanzagranadas M-203, su linterna en el cañón del fusil y su uniforme de combate lo convirtieran en Míster Irresistible.
Race le odió por eso.
—Estamos recibiendo la imagen por satélite —dijo Van Lewen.
En ese momento, la pantalla de otro de los ordenadores del panel del todoterreno volvió a la vida.
La imagen era granulosa, y en blanco y negro. Al principio, Race no fue capaz de discernir lo que era.
El extremo de la parte izquierda de la pantalla estaba totalmente oscuro. A su derecha había una parte borrosa de color gris y lo siguiente era algo que parecía como una herradura invertida, en cuyo centro había una serie de pequeños puntos cuadrados y uno circular de mayor tamaño cerca del ápice de la herradura.
En la parte inferior de la pantalla había una banda de un gris más oscuro. A su lado, un objeto que parecía una caja oscura y pequeña. Dos pequeñas manchas blancas se alejaban de la caja hacia el punto circular situado en el ápice de la herradura.
Y entonces cayó en la cuenta.
Era el pueblo de Vilcafor.
La forma de herradura era el foso gigantesco que rodeaba el pueblo, los puntos que había en su interior eran las cabañas y la ciudadela. La sección izquierda que estaba completamente oscura era la meseta rocosa que albergaba el templo. La masa gris borrosa era la selva situada entre la meseta y el pueblo. Y la banda gris oscura que había en la parte inferior de la pantalla era el río.
Race se percató asimismo de que el pequeño cuadrado similar a una caja que había al lado del río era el todoterreno en el que se encontraba y que estaba aparcado al lado del puente occidental.
Miró las dos manchas que corrían desde el todoterreno hasta la ciudadela. Después se giró para mirar por la puerta del todoterreno y vio a Lauren y a Krauss que trotaban a toda prisa por entro la niebla en dirección a la ciudadela.
Oh, Dios mío
, pensó.
Era una imagen de Vilcafor tomada por un satélite que se encontraba a cientos de kilómetros por encima de la tierra en tiempo real.
Eso era lo que estaba ocurriendo ahora.
Nash habló por su micrófono de garganta.
—Lauren, aquí estamos todos en posición. ¿Ustedes?
—Solo un segundo —respondió la voz de Lauren por el interfono.
En la pantalla, Race vio que las dos manchas blancas que eran Lauren y Krauss desaparecían dentro del punto circular que era la ciudadela.
—Bien. Estamos dentro —dijo Lauren—. ¿Va a mandar a Will aquí?
—Ahora mismo —dijo Nash—. Profesor Race, será mejor que vaya a la ciudadela antes de que anochezca por completo.
—De acuerdo —dijo Race dirigiéndose a la puerta.
—Espere un segundo… —dijo Van Lewen de repente.
Todo el mundo se quedó helado.
—¿Qué ocurre? —dijo Nash.
—Tenemos compañía.
Van Lewen señaló con la cabeza a la pantalla.
Race se giró y vio en la pantalla en blanco y negro la mancha oscura que era la meseta rocosa y el pueblo en forma de herradura.
Y entonces los vio.
Se encontraban en la parte gris borrosa de la pantalla, justo a la izquierda de la herradura: la selva que se alzaba entre el pueblo y la meseta.
Serían unos dieciséis.
Todos provenientes de la meseta.
Dieciséis siniestras manchas blancas, cada una de ellas con una cola ondeante, que se acercaban sigilosamente hacia el pueblo.
Los
rapas
.
La gruesa puerta de acero del todoterreno se deslizó por el riel hasta cerrarse con un golpe sordo.
—Llegan pronto —dijo Nash.
—Son los nubarrones —dijo la voz de Krauss por los altavoces—. Los animales nocturnos no utilizan relojes, doctor Nash, solo se valen de la luz ambiental que los rodea. Si está lo suficientemente oscuro, salen de sus escondites…
—Da igual —dijo Nash—. Están fuera y eso es lo que importa. —Se giró para mirar a Race—. Lo siento, profesor. Me temo que va a tener que quedarse con nosotros. Lauren, cierre la ciudadela.
En la ciudadela, Lauren y Copeland agarraron la puerta de piedra de más de metro ochenta de alto de la fortaleza y la empujaron por una especie de guía que los incas habían hecho en el suelo de la entrada a la estructura.
La piedra que hacía las veces de puerta tenía una forma rectangular algo tosca, pero su base era redondeada y curva, lo que permitía meterla y sacarla de la guía con facilidad. El hecho de que la guía se encontrara dentro de los muros de la fortaleza significaba que ningún enemigo externo podría esperar poder moverla desde fuera.